Después de esto
considera cómo, acabada esta oración, vino luego todo aquel escuadrón de gente
armada, y con ellos también muchos de los Príncipes de los Sacerdotes y
Fariseos, para prender al Cordero.
Porque no se atrevieron a fiar este negocio
de los ministros y soldados mercenarios, porque no les acaeciese lo que otra
vez, cuando la predicación del Señor los convirtió e hizo volver vacíos, sino
ellos mismos vinieron en persona, como gente tan confiada de su malicia, que ni
por sermones ni cosas que viesen esperaban desistir de su maldad.
De manera que los que eran mayores en la
dignidad fueron los mayores en la maldad cuando vinieron a estragarse.
De donde aprenderás que, así como del mejor
vino se hace más fuerte vinagre, cuando se viene a corromper, así aquellos que
por razón de su estado están más altos y más allegados a Dios, como son todas
las personas eclesiásticas y dedicadas a Dios, cuando se dañan vienen a ser
peores de todos los otros hombres, como vemos que el mayor Ángel se hizo mayor
demonio cuando pecó.
Venía
Judas por adalid y capitán de este ejército, caído ya, como otro Lucifer, del
más alto estado de la Iglesia en el más profundo abismo de maldad, que era ser
el primer conjurado en la muerte de Cristo.
Mira, pues, a qué extremo de males llegó
este miserable, por no resistir a los principios de sus codicias. ¡Ay de ti si no resistes a las tuyas!
Porque ¿qué se podrá esperar de ti, que no tienes
tantos aparejos para la virtud como tenía éste? Pues no aprendes en tal
escuela, no ves tales milagros, no conversas con tal Maestro, ni con tales
discípulos. Pues ¿qué puedes esperar de
ti, si por todas partes no te velas?
Habíales este traidor dado señal, diciendo: “A quienquiera
que yo besare, ése es; tenedlo fuertemente”.
Al Maestro dulcísimo, y fuente de caridad y
amor, ¿con qué otro cebo le había de
armar lazos? ¿Con qué otra señal le había de prender sino con señal de amor?
Aceptó el Señor este cruel beso, por
quebrantar siquiera con la dulzura de la mansedumbre la dureza de aquel rebelde
corazón; mas al ánimo obstinado y pervertido por demás son los remedios.
Mas tú, alma mía, considera que si este
dulcísimo Cordero no desechó el engañoso beso del que tan cruelmente le vendía,
¿cómo desechará el beso interior del que
entrañablemente le ama?
Mas porque conociese la presunción humana
que ninguna cosa podía contra la Omnipotencia divina, antes que le prendiesen,
con una sola palabra derribó a aquellas huestes infernales en tierra, aunque
ellos, como ciegos y obstinados en su malicia, ni aun con esta tan evidente
maravilla se convirtieron; para que veas adonde llega un hombre desamparado de
Dios y cuán incurable es aquel a quien Él no cura, pues esta tan eficaz
medicina no sanó aquel a quien Él había desamparado. Maldito sea su furor tan
pertinaz, pues ni con la vista de tan gran milagro se rindió, ni con la dulzura
de tan grande beneficio se amansó.
Mas no sólo mostró aquí el Señor su poder,
sino también su misericordia, restituyendo la oreja que San Pedro había cortado
y tomándola a su lugar.
Donde son también para considerar las
palabras que el Salvador dijo a Pedro en este acto. Vuelve, dice, la espada a
su lugar. El cáliz que me dio mi Padre, ¿no
quieres que beba?
Este es el escudo general con que se ha de
defender el cristiano en todas las tribulaciones y trabajos que se le
ofrecieren, porque todo es cáliz que nos da a beber el Padre Eterno por nuestro
ejercicio y purgatorio.
Así lo confesó el Santo Job, cuando,
viéndose tan afligido y maltratado del demonio, dijo: “El Señor lo dio y el Señor lo quitó; como al Señor plugo, así se hizo;
sea el nombre del Señor bendito”.
Así lo confesó también el Rey David cuando le maldecía Semeí,
diciendo que Dios le había mandado que le maldijese.
Y pues todos éstos son cálices del Padre, no
hay por qué temer la purga ordenada por mano de Físico tan sabio, y que tiene
nombre y obras de Padre; ni tampoco hay por qué recelar la amargura del vaso,
después que aquellos dulcísimos labios del Hijo de Dios, en quien toda la
gracia fue derramada, quedaron impresos en él.
Acabada esta cura, huyen luego los
discípulos y desamparan al Señor.
Acompañáronle a la cena y dejáronle solo en
la Pasión.
Todos
somos en esta parte imitadores de los discípulos, pues todos huimos de los
trabajos y dejamos de seguir a Cristo cuando camina a la Cruz, deseándole
seguir cuando camina a su Reino. Y si por ventura alguna vez le seguimos,
seguírnosle desde lejos, como los discípulos le seguía, que es poniéndonos a
muy pequeñas cosas por El.
Mas ¡ay
de mí! que ellos huían de Vos, Señor, por el peligro que veían; mas yo sin
peligro huyo; y no sólo sin peligro, mas antes viendo el peligro que se me
sigue de apartarme de Vos, pues apartarme de Vos es apartarme de la luz, de la
vida, de la paz y de todos los bienes. ¡Cuánto
es, pues, mayor mi culpa que la suya!
Desamparando, pues, al Salvador los
discípulos, arremete luego toda aquella manada de lobos hambrientos al Cordero
sin mancilla, que solo había quedado en sus manos.
Más ¿quién
podrá oír sin dolor de la manera que aquellos crueles sayones extendieron sus
sacrílegas manos y ataron las de aquel mansísimo Señor, que ni contradecía ni
se defendía?
Y ¿qué
sería ver de la manera que así maniatado lo llevarían con grande prisa y grita,
y con grande concurso y tropel de gentes, por las calles públicas y casas de
los Pontífices?
¿Cuál
sería entonces el dolor de los discípulos, cuando viesen su dulcísimo Maestro
apartado de su compañía y llevado de esta manera, vendido por uno de ellos,
pues el mismo traidor que lo vendió sintió tanto el mal que había hecho que de
pura pena desesperó y se ahorcó?
Pues ¿quién,
por más duro que fuese, no se movería a compasión, poniendo los ojos en un
Señor de tanta santidad, y que tantos bienes había hecho en toda aquella
tierra, lanzando los demonios y curando todos los enfermos, y enseñando tan maravillosa
doctrina, cuando le viese llevar con tanto ímpetu por las calles públicas con
una soga a la garganta, atadas las manos, y con tanta ignominia? ¡Oh crueles corazones! ¿Cómo no os mueve a
piedad tanta mansedumbre?
¿Cómo
podéis hacer mal a quien le ha hecho tanto bien? ¿Cómo no miráis siquiera esa
tan grande inocencia y mansedumbre, pues provocado con tantas injurias ni os
amenaza, ni se queja, ni se indigna contra tantas descortesías?
“VIDA
DE JESUCRISTO”
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