Y para llegar a ser más santo de lo que
eres, es necesario comulgar a menudo. ¿Quién
de nosotros dos tiene razón? Evidentemente eres de los que consideran la
sagrada Comunion, no como un medio, sino como una recompensa; error profundo,
como decíamos hasta no hace mucho.
Es mucha verdad, que para comulgar
frecuentemente, se necesita cierta santidad. Pero, ¿qué santidad es esa? ¿Es
acaso la perfección de los grandes santos y de los mártires? De ninguna manera;
sería de desear sin duda, pero no es un requisito la santidad exigida para la
Comunion frecuente está a tu alcance y al de todos los verdaderos cristiano,
como quiera que es simplemente el estado de gracia con el firme propósito de
evitar el pecado y servir a Dios con fidelidad.
¿Se
puede pedir menos? ¿No conoces que
Dios te ha de pedir indispensablemente esta disposición del corazon, cuando sin
ella no es posible que seas un verdadero cristiano? Porque, dime, ¿qué es un cristiano que permanece en estado
de pecado mortal y se complace en el mal? Más aún; ¿qué es un cristiano, un hijo de Dios que, con deliberado propósito comete
y ama el pecado venial?
Como observa Bourdaloue en su sermón
sobre la comunión frecuente, no debemos confundir nunca lo que es de precepto
con lo que es meramente de consejo, confusión que embrolla nuestra piedad y
despuebla nuestros templos. Solo una disposición hay que sea de precepto para
comulgar digna y útilmente, a saber, el estado de gracia, acompañado del firme
propósito de evitar a lo menos el pecado mortal y las ocasiones que nos hacen caer
en él. Esta es la ley que rige a toda Comunion, ora sea frecuente, ora no lo
sea, ya se trate de la comunion cotidiana del sacerdote, ya de la pascual del
común de los fieles. “Solo el
pecado mortal, dice santo Tomás, es un obstáculo absoluto
para la sagrada Comunion” y Suárez dice igualmente que, “ningún Padre ha enseñado que para comulgar
digna y provechosamente se necesiten condiciones de mayor perfección” Que estas disposiciones más
perfectas se
han de desear y muy de desear, nadie lo pone en duda; la Iglesia las pide a todos
los fieles,
principalmente a los que comulgan a menudo. Pero al fin y al cabo estas mejores
disposiciones
son de conveniencia, de consejo, y no de precepto riguroso, ex quadan convenientia, como dice
Santo Tomás, y un buen director, aunque las
recomiende con las mayores instancias, no las exige de una manera absoluta, por miedo
de privar
a las almas del único remedio que las preserva tal vez de caídas más graves. Innecesario es añadir que cuanto más a
menudo comulgamos, tanto más estamos
obligados a tener una conciencia más
delicada, a amar a Dios con un amor más puro
y hacerle una entrega más total y generosa de todos nuestros afectos y
sentimientos, potencias y sentidos; de suerte que tratándose de la Comunion
cotidiana, el consejo se confunde con el precepto (Véase el Cielo Abierto, por el abate Favre, misionero de Saboya, donde se trata de esta
materia con mas extensión.)
De todo lo cual resulta que, para comulgar con
frecuencia y dignamente, Nuestro Señor solo te pide en definitiva que seas un
verdadero cristiano y que te halles sinceramente animado de buena voluntad. Esa
buena voluntad, ¿la tienes? Responde
en conciencia. Si no la tienes estás
obligado a adquirirla; de otra suerte violas las sagradas promesas que hiciste
en el Bautismo; y si la tienes, ¿por qué no ir a comulgar, a fin de
robustecerla y confirmarte más y más en ella? Tal es el argumento claro y
sin réplica que en otro tiempo
dirigía a los fieles de Constantinopla el
grande Arzobispo y doctor San Juan Crisóstomo:
“O bien estáis en gracia de Dios, les decía,
o no. Si estáis en gracia, ¿por qué no habéis de recibir la Comunion, que ha sido
instituida para manteneros en ella? Si estáis en pecado, ¿por qué no habríais
de ir a purificaros por medio de una buena confesion, y acercaros en seguida a
la sagrada mesa, en donde recibiréis la fuerza necesaria para no volver a caer?”
“LA
SAGRADA COMUNIÓN”
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