sábado, 30 de junio de 2018

Del engaño de algunos que piensan que están en el camino de la perfección – Por el V. P. D. Lorenzo Scupoli.




   Vencido ya el enemigo en el primero y segundo asalto, ( el demonio) recurre al tercero, el cual consiste en hacer que nos olvidemos de las pasiones y vicios que actualmente nos combaten, y nos ocupemos en deseos y vanas ideas de una perfección imaginaria y quimérica,  que sabe muy bien que no llegaremos jamás.

   De aquí nace el que recibamos continuas y peligrosas heridas, y no pensemos en aplicar el remedio; porque estos deseos y resoluciones quiméricas nos parecen verdaderos afectos, y con una secreta vanidad nos persuadimos a que hemos llegado ya a un alto y eminente grado de santidad.

   De esta suerte, no pudiendo sufrir la menor pena ni la menor injuria, gastamos inútilmente el tiempo en formar con la meditación vanos propósitos de sufrir los mayores tormentos, y aun las mismas penas del purgatorio por amor de Dios; y como en esto la parte inferior no siente repugnancia, como en cosa que aún está por venir, nos atrevemos a compararnos con los que verdaderamente sufren grandes trabajos con una paciencia invencible.

   Para evitar este engaño, es necesario que te determines a combatir y pelear con los enemigos, que efectivamente y de cerca te hacen guerra; y por aquí vendrás a conocer si tus resoluciones han sido aparentes o verdaderas, flacas o firmes, tímidas o generosas, y caminarás a la virtud y a la perfección por la senda real y verdadera que han seguido todos los Santos.

   Mas con los enemigos que no acostumbran molestarte, no te aconsejo te empeñes de antemano, si no es cuando recelas probablemente que dentro de breve tiempo te han de asaltar; en tal caso, para que te halles prevenida y fuerte, será lícito anticipar algunos propósitos.

   Pero nunca reputes por efectos tus resoluciones aunque por algún tiempo te hayas ejercitado en las virtudes con la regla debida; antes bien procura ser cauta y humilde, y recelándote de tí misma y de tu flaqueza, y confiando únicamente en Dios, recurre frecuentemente a su bondad, y pídele te fortalezca en el combate, y te preserve de los peligros, particularmente de la menor presunción y confianza de ti misma.

   Con estas prevenciones, hija mía, aunque no podamos vencer algunos defectos leves, que muchas veces permite Dios en nosotros para que nos humillemos y no perdamos el bien que hubiéremos adquirido con nuestras buenas obras, nos será licito proponernos un grado más alto de perfección.




“COMBATE ESPIRITUAL” Año 1865

viernes, 29 de junio de 2018

De las invenciones de que se sirve el demonio para impedir la entera conversión de los que hallándose convencidos del mal estado de su conciencia desean corregir y reformar su vida; y de dónde nace que los buenos deseos y resoluciones muchas veces no tengan efecto – Por el V. P. D. Lorenzo Scupoli.






   Los que conocen el mal estado de su conciencia, y desean mudar de vida, se dejan ordinariamente engañar del demonio con estos artificios: Después, después, mañana, mañana: quiero primeramente desembarazarme de este negocio, y después me daré con mayor quietud al espíritu.

   Este es un lazo en que han caído y caen continuamente innumerables almas; pero no se debe atribuir la causa de esta infelicidad sino a su suma negligencia y descuido, pues en un negocio en que se interesa su eterna salud, y el honor y gloria de Dios, no recurren con prontitud a aquella arma tan poderosa: Ahora, ahora; ¿y para qué después? Hoy, hoy; ¿y por qué mañana? Diciéndose a sí mismo: ¿Quién sabe si yo veré el día de mañana? Más cuando yo tuviese de esto una indubitable certeza, ¿es querer salvarme el diferir mi penitencia? ¿Es querer alcanzar la victoria el hacer nuevas heridas?

   Para evitar, pues, esta ilusión funesta, es necesario que el alma obedezca con prontitud a las inspiraciones del cielo, porque los propósitos solos muchas veces son ineficaces y estériles; y así infinitas almas quedan engañadas con buenas resoluciones por diversos motivos.

   El primero, de que tratamos arriba, es porque nuestros propósitos no se fundan en la desconfianza propia, y en la confianza en Dios; y nuestra grande soberbia no permite que conozcamos de dónde procede este engaño y ceguedad. La luz para alcanzar este conocimiento, y el remedio para curar este mal, vienen de la bondad de Dios, el cual permite que caigamos, a fin de que instruidos y adoctrinados con nuestras propias caídas, pasemos de la confianza que ponemos en nuestras fuerzas la que debemos poner únicamente en su gracia, y de un orgullo casi imperceptible a un humilde conocimiento de nosotros mismos; y asi, si quieres que tus buenas resoluciones y propósitos sean eficaces, es necesario que sean constantes y firmes; y no pueden serlo si no tienen por fundamento la desconfianza de nosotros mismos, y la confianza en Dios.

   El segundo, porque cuando nos movemos a formar estos buenos deseos y resoluciones nos proponemos únicamente la hermosura y la excelencia de la virtud, que por sí misma atrae poderosamente las voluntades más flacas, y no consideramos los trabajos que cuesta el adquirirla; de donde nace que a la menor dificultad una alma tímida y pusilánime se acobarda y se retira de la empresa.

martes, 26 de junio de 2018

De los artificios que usa el demonio para acabar de perder a los que tiene ya en la servidumbre del pecado – Por el V. P. D. Lorenzo Scupoli.



Cuando el demonio llega a tener un alma en la servidumbre del pecado, no hay artificio de que no se valga para cegarla más, y divertirla de cualquier pensamiento que pueda inducirla al conocimiento del infeliz estado en que se halla.

   No se contenta este espíritu de iniquidad con removerla de los pensamientos y buenas inspiraciones que la llaman a la conversión; mas procura empeñarla en las ocasiones, y la tiende continuamente peligrosos lazos, a fin de que caiga de nuevo en el mismo pecado o en otros más enormes: de donde nace que destituida de la divina luz, aumenta de día en día sus desórdenes, y se endurece más en el pecado.

   De esta suerte corriendo continuamente sin algún freno a la perdición, y precipitándose de tinieblas en tinieblas, y de abismo en abismo, se aleja siempre más del camino de la salud, y multiplica sus caídas si Dios no la detiene con un milagro de su gracia.

   El remedio más eficaz y pronto para el que se halla en tan triste y funesto estado es, que reciba sin resistencia las inspiraciones divinas que le llaman de las tinieblas a la luz, y del vicio a la virtud, y que clame fervorosamente a su Criador: ¡Ah Señor, asistidme, asistidme: acudid prontamente a mi socorro: no permitáis que yo viva más tiempo sepultada en la sombra de la muerte y del pecado! Repita muchas veces estas o semejantes palabras, y si le fuere posible, acuda luego a su padre espiritual para pedirle ayuda y consejo contra su enemigo; pero si no pudiere ir luego a su padre espiritual, recurra prontamente a un Crucifijo, postrándose a sus sacratísimos pies con el rostro en tierra; y alguna vez a María santísima, implorando su misericordia y su ayuda: y sabe, hija mía, que en esta diligencia consiste la victoria.


“COMBATE ESPIRITUAL” Año 1865

“El gnosticismo” Don Rafael Gambra Ciudad




RECOMENDACIÓN: La conferencia es viejita y por lo tanto deben subir el volumen para escucharla bien.
“El gnosticismo” Don Rafael Gambra Ciudad. Doctor en Filosofía. Conferencia del 22 de diciembre de 1995. Una excelente conferencia que no agota el tema, pero nos da con toda claridad una idea de lo que es el gnosticismo.

lunes, 25 de junio de 2018

Vídeo: LA IGLESIA EN LA ACTUALIDAD - P JULIO MEINVIELLE




Conferencia más actual que nunca del Padre Julio Meinvielle, dictada en agosto tres de 1968. Este eximio teólogo que amo la verdad y la defendió hasta sus últimos días de su vida, además, tenía una aguda visión que hoy nos deja impresionados, al comparar sus obras con nuestro presente. Así sucede con esta conferencia, casi profética. No se la pierdan no tiene desperdició y recuerden siempre lo que les recomiendo hasta el cansancio. Si quieren comprender el presente y hasta cierto punto intuir lo que se viene, vayan al pasado.



domingo, 24 de junio de 2018

De las enfermedades, en comparación con los dolores de Cristo nuestro Señor en su pasión – Por el Padre Luis de Lapuente




   Para consolarte y animarte en tas enfermedades y dolores, has de poner los ojos en aquel Señor que, siendo Dios infinito, se hizo hombre mortal y pasible, a quien su profeta llama, varón de dolores, y que sabe por experiencia lo que es enfermedad; porque aunque es verdad que no tuvo las enfermedades que causa el desconcierto de los humores, como son las nuestras; pero tuvo los dolores y congojas que suelen nacer de ellas, con otros tormentos más terribles, como se irá ponderando.

   Primeramente has de considerar, cómo Cristo Nuestro Señor hizo consigo mismo dos cosas que suele hacer con los grandes Santos, cuando quiere probarlos y ejercitarlos mucho en las enfermedades. La una fué privarse de todo el deleite y consuelo sensible que suele alentar y confortar la carne; y la otra, despertar en la parte sensitiva los afectos penosísimos de tristeza, temor, tedio y agonía; y como estaba en su mano que estos fuesen intensos o remisos, quiso que fuesen vehementísimos y que durasen todo el tiempo de su pasión hasta espirar en la cruz para que fuese aquélla más penosa. De este modo padeció el apóstol San Pablo, el cual aunque solía decir que estaba lleno de consuelo en sus tribulaciones; pero una vez dijo que llegó a estar tan triste, que tenía tedio de la vida, y que por de fuera tenia contradicciones, y por de dentro temores; porque cuando la enfermedad del cuerpo llega a entristecer el espíritu, entonces es muy penosa y hace gemir con agonía, diciendo a nuestro Señor como David: sálvame, Dios mío, porque las aguas de las tribulaciones, no sólo han cercado por de fuera mi cuerpo, sino que han entrado hasta lo interior del alma, oprimiéndola con temores, tedios y tristezas muy pesadas. Mas si te vieras en este aprieto, consuélate a ti mismo con que bebes el cáliz puro, sin mezcla de consuelo, como lo bebió el Salvador para tu remedio y ejemplo. Bástate por consuelo ser semejante a tu rey eterno, y estar crucificado con él en su misma cruz; porque si de veras te ofrecieres a esto luego se mostrará blando contigo: pues aunque tomó para sí el cáliz puro, gusta de aguarle a sus compañeros, como lo hizo con el buen ladrón, que le hacía compañía, diciéndole: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Y ¿qué es estar en el paraíso, sino estar lleno de deleites? Y esto será hoy, porque en un mismo día sabe Dios hacer estas mudanzas interiores, dejando en su cruz el cuerpo, y dando al alma su paraíso. Y así es de creer, que desde el punto que el buen ladrón oyó aquella dulce palabra, comenzó a gustar un licor del paraíso celestial; y aunque no fue más que una gota, ésta bastó para estar con dulzura en la cruz lo que le quedó de vida, llevando con alegría el dolor de quebrantarle las piernas, con que expiró. Imagina, pues, cuando estás en la cama enfermo, que estás crucificado al lado de tu Señor; confiesa su justicia en lo que hace y en lo que tú padeces, deseando conformarte con él en todo; y quizá oirás interiormente alguna palabra de consuelo, que sea prenda de que presto estarás con él en su paraíso, porque su cruz es el madero que endulzó las aguas amargas; y como dijo San Gregorio: Si hay memoria de la pasión de Cristo, ninguna cosa hay tan dura que no se lleve con paciencia, y aún también con alegría; bebiendo como leche el agua del mar amargo endulzado con la sangre del Cordero.

sábado, 23 de junio de 2018

Vídeo del Sagrado Corazón de Jesús.

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miércoles, 20 de junio de 2018

SOBRE LA BURLA – Por San Francisco de Sales.




Una de las peores condiciones que puede tener un espíritu es el ser burlón; Dios aborrece este vicio y frecuentemente aplica saludables castigos. Nada hay más contrario a la caridad, y mucho más a la devoción, que el desprecio y mofa del prójimo. Ahora bien, la burla y la chanza siempre van acompañadas del desprecio; por eso se consideran pecado grave, de forma que los doctores están de acuerdo al asegurar que la burla es la más grave de las ofensas que se puede hacer al prójimo mediante palabras, porque las otras ofensas no excluyen algún género de estima; en cambio, ésta se hace con menosprecio y desdén.

   Cuanto a los juegos de palabras que se entrecruzan unas y otras con cierta modesta jocosidad y agrado, pertenecen a la virtud llamada entre los griegos eutrapelia, que nosotros podemos llamar gracejo; por medio de ella se disfruta de honesta y amable recreación, tomando como pretexto las ocasiones que las imperfecciones humanas ofrecen. Con todo, hay que guardarse de pasar del honesto esparcimiento a la mofa. La mofa provoca risa por el desprecio del prójimo en que se funda, y la jocosidad hace reír por cierta sencilla libertad y confianza familiar que se tiene con una persona, unido ello a cierto sentido ambiguo de la palabra empleada.


Introducción a la vida devota, III, 27.

DEBEMOS PEDIR LA AYUDA DE DIOS CONFIANDO EN RECUPERAR LA GRACIA






CRISTO: Hijo yo soy el Señor “que consuela en el día de la angustia” (Nah 6, 7). Acude a mi cuando sufras. Lo que más te impide recibir la celestial consolación es la tardanza en recurrir a la oración.

Pues antes de dirigirme ferviente plegaria buscas muchos consuelos y distracciones en las criaturas.

Y así sucede que de poco te sirve todo eso hasta que al fin reconoces que soy yo quien libra a los que en mí esperan, y que fuera de mí no hay eficaz ayuda, ni consejo útil, ni remedio que dure. Y, cuando hayas cobrado aliento después de la tempestad, confórtate con la luz de la misericordia divina, porque estoy aquí para restaurarlo todo, no sólo como estaba, sino más generosa y ampliamente.

¿Acaso hay alguna cosa difícil para mí? ¿O soy de los que prometen y no cumplen?

martes, 12 de junio de 2018

AMOR A MARÍA – Parte primera – III.





María amable por su bondad y pureza.

   ¿Quién es esta que se adelanta como la aurora, hermosa como la luna, brillante como el sol, terrible como ejercito formado en batalla? (Cant. VI, 9) Estas palabras de los Cantares, que la Iglesia aplica a nuestra Señora, nos la presentan en toda la carrera de su vida, adornada de divinos privilegios, a la faz de los ángeles y de los hombres.

   ¡Cuán amable, en verdad, nace María de las entrañas de su santísima madre, la anciana y estéril Ana! Fruto de los gemidos y oraciones de ésta y de su esposo San Joaquín, jamás ha existido en el mundo niña tan preciosa, y cuyo nacimiento causase tan pura alegría y santo regocijo. No reclinaron, es cierto, sus tiernecitos miembros en cuna de marfil y oro, ni arrullaron sus oídos los genetlíacos de Atenas o de Roma; pero recibírosla al nacer los brazos piadosísimos de sus padres, y la adormecieron los sencillos cantares de los pastores e inocentes zagalejos, si ya no es que digamos, como algunos pretenden, que nació en las soledades del campo y entre el balido de las ovejas. ¡Cómo debieron extasiarse sus dichosos padres al contemplar aquel fruto de bendición, hermosísimo pimpollo que el cielo les regalaba en el último período de su vida! ¡Con qué embeleso recogerían aquellas dulces miradas y suave sonrisa con que la niña recién nacida les manifestaba su cariño y agradecimiento!

   Porque sus sonrisas y miradas no eran instintivas ni maquinales como las de otros niños, sino llenas de inteligencia y bondad y gobernadas por la razón, ya que, como hemos dicho, María, desde el seno de su madre, gozaba del perfecto uso de su razón y libertad, ¡Oh! ¡Quién fuera tan feliz que hubiese podido presenciar tales escenas y tomar en sus brazos a esta niña preciosísima, que no exhalaba un quejido, ni causaba la menor molestia, ni dió nunca muestras de enfado. ¡Oh! ¡Quién hubiese podido imprimir en sus tiernecitos pies y manos siquiera un ósculo reverente!

   Pero si amable se mostró María en su nacimiento y lactancia, no lo fue menos en su presentación y en la vida que llevó en el templo. Tres años contaba cuando sus padres, fieles al voto que habían hecho de ofrecerla al Altísimo se disponían a conducirla a Jerusalén para que con las otras doncellas sirviese en el templo a la divina Majestad. Cuáles debieron ser en esta ocasión los sentimientos de Joaquín y Ana, y cuánto debió, naturalmente, costarles el apartar de sí a tal hija, y desprenderse de ella para siempre, considérelo quien sepa apreciar el amor de una madre y el valor de tal Hija. El sacrificio fué inmenso: sólo inferior al amor que tenían a Dios y a su resignación en la divina voluntad.

   ¿Quién es capaz de expresar las oleadas de afectos que se levantaron en el corazón de María y sus padres los días que precedieron a la subida al templo? ¡Qué ansias las de la preciosa Niña por consagrarse enteramente al divino servicio! ¡Qué deseos los de Joaquín y Ana por cumplir su promesa, generosos por una parte, tristes y melancólicos, naturalmente, por otra!

   ¡Y qué paz tan suave y celestial bañaba sus almas en medio de estas avenidas de afectos y del fundado presentimiento que tenían de que ya no les volvería a cobijar el mismo techo!

miércoles, 6 de junio de 2018

MISIÓN DE LA MUJER CRISTIANA (Capítulo III) – Por el P. FRANCISCO J. SCHOUPPE, S. J.

SANTA INÉS.




Formación de la Mujer Cristiana.


   No sin especial consejo de Dios fué manifestando sus dones de sabiduría y de gracia, a medida que crecía en edad, el Salvador del mundo. Este desenvolvimiento, o mejor dicho, esta gradual manifestación de sus virtudes, debían ofrecer un acabado modelo de formación a la juventud cristiana.

   Los jóvenes deben adiestrarse así en la virtud como en la ciencia, so pena de estancarse en la ignorancia, y de encenagarse en el vicio: la edad madura solamente recoge lo que la juventud sembró y cultivó. Es, pues, de todo punto necesario que las jóvenes se esmeren en su propia formación, si quieren, en día no lejano, llenar los designios que Dios tiene sobre ellas.

   Dejando a un lado la formación literaria y científica, la cual debe ser proporcionada a la condición social y a los bienes de fortuna, hablaremos aquí de la formación moral, que es la que modela el corazón y establece el reinado de las virtudes. Esta educación moral, no solamente es mucho más preciosa que las ciencias y las bellas artes, sino que es absolutamente necesaria e indispensable, y por lo mismo la Providencia de Dios la ha puesto al alcance de todas las condiciones sociales, y de todas las fortunas.

   Pero, ¿en qué consiste esta formación moral de que hablamos? Consiste en el cultivo de las virtudes, principalmente  de aquellas que son el adorno de toda joven, y producen, poco a poco, las tres fundamentales virtudes de que antes hemos hablado. Más como no es posible la adquisición de las virtudes, sin apartar antes los obstáculos que a ellas se oponen; diremos primero algunas palabras acerca de estos, y después hablaremos de las virtudes.

   I. Obstáculos. Lo que impide que una joven adquiera las grandes y bellas cualidades que han de hermosear su corazón y han de formar su gloria, es la vanidad, la curiosidad, la malicia, y la intemperancia en el hablar. Estos cuatro vicios capitales engendrarán todos los demás vicios y ahogarán la buena semilla de las virtudes, si con empeño no se trabaja en arrancarlos del corazón.

   a) Primer obstáculo: la vanidad. Es la vanidad como un gusano destructor que roe la virtud en su misma raíz; induce a complacerse en las buenas cualidades que la persona posee o se imagina que posee; y a manifestarse y querer lucir ante los ojos de los hombres.

   Si la joven abre su corazón a la vanidad, si le da entrada en su alma, bien pronto perderá el gusto a las cosas de Dios. Oscurecida la vista del espíritu, ya no verá resplandecer la verdadera gloria; la felicidad del cielo y de los elegidos carecerá de atractivo para ella; la hermosura del alma y de las virtudes serán miradas con indiferencia, y aun tal vez con desprecio, si no le sirven para satisfacer el deseo de vana gloria de que está lleno su corazón; todas las grandes enseñanzas de la fe desaparecerán, en breve tiempo, de su vista.

   Por el contrario, no conocerá más que las groseras hermosuras de este mundo, las efímeras beldades de la tierra, flores que se deshojan al implacable soplo de la muerte; todas las energías de su espíritu se concentrarán en la engorrosa tarea del bien parecer ante el mundo, y en satisfacer los caprichosos gustos del lujo.

   Consumirá en el aseo y adorno de su persona, el tiempo que imperiosamente reclaman sus deberes, y el dinero que debería emplear en limosnas y en buenas obras, y en muchas ocasiones, el que de justicia se debe a los que la sirven. No es esto todo; la pasión de agradar a los demás, de atraerse las miradas de las personas que la rodean, enciende el envidioso deseo de oscurecer a las bellezas rivales, llena el corazón de amargos celos, y la boca de palabras maldicientes.

   Brevemente: la joven dominada por el vicio de la vanidad, no conocerá la piedad, no tendrá espíritu de economía, no gozará de paz ni de reposo; viciosa e infeliz en el tiempo, será todavía más desgraciada en la eternidad.

   Para huir de todos estos males, y vencer el vicio de la vanidad, que tan tiránicamente domina en el corazón de la mujer, se han de poner los ojos en la humilde Virgen de Nazaret, y copiar de ella las virtudes que no se tienen; se ha de mirar con frecuencia a nuestro divino modelo Jesús, hecho, en el día de su pasión, sangriento juguete de un mundo perverso. Contemplando las llagas que los azotes han abierto en el adorable cuerpo del Salvador, y el andrajo de púrpura que le sirvió de vestido, y la corona de espinas que adornó su sacratísima cabeza, quedará triturada la vanidad, y se verá toda la insensatez de quien se afana por complacer a un mundo que tan villana y cruelmente trató al Rey de la gloria y Dios de la majestad.

   b) Segundo obstáculo: la curiosidad. Entiéndese por curiosidad el desordenado deseo de ver, oír y conocer.

   No todo deseo de conocer es desordenado; la instrucción y adquisición de conocimientos útiles y serios, conforme al estado y vocación de cada uno, caen bajo la acción del deseo honesto y laudable. La curiosidad de que hablamos, nada tiene que ver con este noble afán de enriquecer el espíritu con nuevos conocimientos razonables que contribuyen al perfeccionamiento del alma. La curiosidad no busca ver, oír y saber, sino lo que recrea, lo que hiere la imaginación, lo que impresiona los sentidos. La joven que no reprime a tiempo esta malsana curiosidad, no reparará en satisfacerla por medio de lecturas frívolas y novelescas, con la frecuencia en los teatros y otros espectáculos, con salidas y excursiones intempestivas: llenará su espíritu de vanas ilusiones y desvaríos, perderá el gusto del trabajo y de las ocupaciones serias, y finalmente, descuidará no solamente los ejercicios de piedad, sino también las obligaciones domésticas.

   c) Tercer obstáculo: la molicie. Este vicio consiste en el amor desordenado de la satisfacción de los sentidos. La joven que no aprende a privarse de nada, que busca cuanto le es placentero, y no lo que es conveniente; que quiere satisfacer todos sus gustos y caprichos; que prefiere lo que le es grato, y relega el deber al postrer lugar; caerá en la ociosidad, buscará con juvenil avidez los placeres fuera de la familia, no habrá diversión que no frecuente, ni baile a que no concurra. ¡Ay! estos falsos goces y alegrías pasajeras, llenas de amarguras y decepciones, le vendrán a costar muy caras ciertamente: la paz del corazón será turbada; empañada la tersura de la virginal pureza; tal vez se vea comprometido su honor; desaparecerá la generosidad, la franqueza y la energía de su carácter; sucediendo a estas buenas cualidades, la debilidad, la inconstancia y el egoísmo, que abrirán a todos los vicios su corazón.

   d) Cuarto obstáculo: la locuacidad. Se incurre en este vicio cuando una persona se entrega sin freno al prurito de hablar. La joven que se deja llevar de  esta mala tendencia, no dejará de cometer muchos pecados; pues, como está escrito, en el mucho hablar no faltará pecado. (Prov. X, 19). La indiscreción, la ligereza, las mentiras frecuentes, las querellas y los chismes, el comprometer buenas reputaciones, el sembrar odios y rencores entre los miembros de una misma familia, o entre la más sincera amistad, son los frutos amarguísimos y detestables que de la inmoderación de la lengua se cosechan, los cuales podría evitar el prudente silencio. La persona que no es dueña de su lengua pierde la estima y la confianza de todos, y pone en contingencia el buen éxito de los negocios mejor encaminados.

   No es esto todo; con el hablar sin moderación, mil distracciones turbarán su espíritu, impidiéndole orar con el sosiego y devoción convenientes, y, para su propio daño, experimentará la verdad de esta máxima, que “para hablar bien con Dios, es necesario hablar poco con los hombres”. Perdiendo el espíritu de oración, perderá juntamente el principio de toda fuerza sobrenatural, y por consiguiente, de toda virtud. Debemos, pues, seguir el sabio consejo de la Escritura que dice: Pon puerta y candado a tu boca. Funde tu oro y tu plata y haz de ellos una balanza para pesar tus palabras, y frenos bien ajustados para tu boca (Eccli. XXVIII, 28 y 29); y rogar con David: Poned, Señor, guarda a mi boca y puerta conveniente a mis labios. (Salmo CXL, 3).

   Estos cuatro vicios son los principales impedimentos que se oponen a la formación virtuosa de las jóvenes: es, pues, de todo punto necesario impedir que entren en el corazón; y si ya existen en él, trabajar con empeño para dominarlos y vencerlos; porque ellos vencidos, se desarrollarán con holgura y florecerán las virtudes.

martes, 5 de junio de 2018

RETIROS del Padre “SAN PEDRO JULIÁN EYMARD” – RETIRO PRIMERO DE SIETE DÍAS. (Para mujeres) Quinto día.



 DÍA QUINTO.

PRIMERA MEDITACIÓN

Espíritu de  sacrificio.

   La tercera disposición para seguir fielmente a Jesús es el espíritu de sacrificio: el estar en ánimo de sacrificarlo todo a la vida y al amor de Jesús en nosotros.

   I. Jesús lo quiere: “El que ama a padre o madre, más que a mí, no es digno de mí: y el que ama a hijo o a hija más que a mí, no es digno de mí.”

   En otra ocasión reclama que odiemos todo cuanto se opone a su amor, y manifiesta que quien no lo hace así, incluso aun también la vida, no puede ser su discípulo…

   Antes de admitir a sus discípulos en su séquito, exige que abandonen entonces mismo barca y redes, casa, familia, padre y madre.

¡Qué de sacrificios pide Jesús a su Santísima Madre!

   Sacrificio de su libertad y de la gloria exterior de su virginidad, bajo el velo del matrimonio, bajo la obediencia a los derechos de un esposo. Y María lo cumple humildemente. — Así lo quiere Dios, como condición de la maternidad divina, de la salvación del mundo.

   ¡Sacrificio de dejar su casa de Nazaret para ir a experimentar desdenes de amigos y parientes en Belén, y verse reducida a habitar un portal abandonado, destituida de todo auxilio y rodeada de la mayor pobreza! Y María hace este sacrificio con alegría. — A tal costa adquiere su título de Madre de Jesús.

   Sacrificio de su patria para ir a habitar un país desconocido, idólatra, inhospitalario, Egipto, adonde tiene que viajar de noche y en invierno. Y María cumple este sacrificio con celo. — Lleva a Jesús consigo. Sacrificio de su ternura maternal y de su afecto hacia la felicidad natural de Jesús, cuando el anciano Simeón le predice y le muestra la espada de dolor que hiere ya su corazón; y esto apenas cuarenta días después del nacimiento de su divino Jesús. — ¡Y aquel Calvario anunciado con su cruz y sus afrentas no lo perderá ya de vista María, durante treinta y tres años! — ¡Oh qué vida de doloroso amor! María se crucifica con Jesucristo.

   Sacrificio de desconsuelo. María pierde a Jesús en Jerusalén; no sabe cuándo volverá a encontrarlo. — Llora por Él y con amor le busca, sin quejas, sin desesperación. — Se creía indigna de poseer tamaño tesoro.

   Sacrificio de soportar el rigor aparente de Jesús, que finge en su misión no reconocerla en cierto modo como Madre: — “Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?” Y también: “¿Quién es mi Madre?” — Pero María adora los misteriosos designios de su divino Hijo y le ama con acrecentado amor.

   Sacrificio del Huerto de las Olivas, en donde María experimenta mortal tristeza de no poder consolar a su Jesús, triste hasta la muerte y abandonado de sus discípulos.

   Mas ¡qué decir de las agonías de María siguiendo a Jesús a casa de Caifas, de Herodes, de Pilatos; en medio de las imprecaciones, blasfemias y gritos de muerte que vomitaban contra su Hijo aquellos a quienes Él había curado, a quienes había hecho más bien, que eran su pueblo amado!

   Y su dolor es mayor que la muerte al pie de la cruz, cuando ve a Jesús crucificado, derramando toda su sangre, consumido por abrasadora sed, abandonado de su Padre.

   ¡Y María, su Madre amantísima, sin poder hacer más que compartir sus dolores y consolarle con sus lágrimas y su amor!

   ¡Qué martirio! ¡Sólo María pudiera soportarlo; sólo ella amaba a Jesús cómo merece ser amado!

   Hasta tiene que hacer el sacrificio del objeto de su amor, de Jesús. — ¡Habrá de verle morir, le acompañará a la sepultura, le sobrevivirá todavía veinticuatro años en esta tierra de destierro! —Pero María sólo quiere lo que quiere Jesús; el amor de Jesús suple para ella todo: su presencia visible, el gozo de su gloria, el cielo mismo.

   He ahí, alma mía, lo que pide Jesús a los que quieren seguirle y agregarse a Él. ¿Tienes suficiente valor, amor bastante para ponerte a su discreción? — ¡Adelante! Dile a Jesús: “Divino Señor, Esposo de mi corazón, yo os seguiré por doquiera, con María, mi Madre.” ¡Pues qué! ¿No tengo en vos todos los bienes? Amaros y agradaros,  ¿no es la mayor felicidad de la vida? Compartir vuestros sacrificios, vuestros padecimientos, vuestra muerte, ¿no es el más hermoso triunfo del amor? — ¡Oh Dios mío! Decidido estoy: no pongo ya condición ni reserva a mi amor para con Vos. Os seguiré en todo y hasta el Calvario. Hablad, cortad, dividid, abrasad: mi corazón es el altar y la víctima.

   II. Sólo al espíritu de sacrificio concede Dios sus más exquisitas gracias. “Y cualquiera que dejamos dice —casa, o hermanos, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o heredades por mi nombre, recibirá ciento por uno y poseerá la vida eterna.”

lunes, 4 de junio de 2018

DE LOS VICIOS Y DE SUS REMEDIOS: REMEDIOS CONTRA LA AVARICIA – Por Fray Luis de Granada.








   La AVARICIA es desordenado deseo de hacienda. Por lo cual con razón es tenido por avariento no sólo el que roba, sino también el que desordenadamente codicia las cosas ajenas, o desordenadamente guarda las suyas. Este vicio condena el Apóstol cuando dice (I Timoteo. VI): Los que desean ser ricos, caen en tentaciones y lazos del demonio y en muchos deseos inútiles y dañosos que llevan los hombres a la perdición. Porque la raíz de todos los males es la codicia. No se podía más encarecer la malicia deste vicio que con esta palabra: pues por ella se da a entender que quien a este vicio está sujeto, de todos los otros es esclavo.

   Pues cuando este vicio tentare tu corazón, puedes armarte contra él con las consideraciones siguientes. Primeramente considera, oh avariento, que tu Señor y tu Dios cuando descendió del cielo a este mundo, no quiso poseer estas riquezas que tú deseas: antes de tal manera amó la pobreza, que quiso tomar carne de una virgen pobre y humilde, y no de una reina muy alta y muy poderosa. Y cuando nació no quiso ser aposentado en grandes palacios, ni echado en cama blanda, ni en cunas delicadas, sino en un vil y duro pesebre sobre unas pajas. Después de esto, en cuanto en esta vida vivió, siempre amó la pobreza y despreció las riquezas: pues para sus embajadores y apóstoles escogió, no príncipes ni grandes señores, sino unos pobres pescadores. Pues ¿qué mayor abuso querer ser rico el gusano, siendo por él tan pobre el Señor de todo lo criado?

   Considera también cuánta sea la vileza de tu corazón: pues siendo tu ánima criada a imagen de Dios, y redimida por su sangre (en cuya comparación es nada todo el mundo) la quieres perder por un poco de interés. No diera Dios su vida por todo el mundo, y dióla por el ánima del hombre: luego de mayor valor es un ánima que todo el mundo. Las verdaderas riquezas no son oro, ni plata, ni piedras preciosas: sino las virtudes que consigo trae la buena consciencia. Pon aparte la falsa opinión de los hombres, y verás que no es otra cosa oro y plata, sino tierra blanca y amarilla, que el engaño de los hombres hizo preciosas. Lo que todos los filósofos del mundo despreciaron, ¿tú, discípulo de Cristo, llamado para mayores bienes, tienes por cosa tan grande, que te hagas esclavo de ella? Porque como dice San Jerónimo: aquél es siervo de las riquezas que las guarda como siervo: más quien de sí sacudió este yugo, repártelas como señor.

   Mira también que (como el Salvador dice) nadie puede servir a dos señores: que son. Dios y las riquezas: y que no puede el ánimo del hombre libremente contemplar a Dios, si anda con la boca abierta tras las riquezas del mundo. Los deleites espirituales huyen del corazón ocupado en los temporales, y no se podrán juntar en uno las cosas vanas con las verdaderas, las altas con las bajas, las eternas con las temporales, y las espirituales con las carnales, para que puedas juntamente gozar de las unas y de las otras.

   Considera también que cuanto más prósperamente te suceden las cosas terrenas, tanto por ventura eres más miserable: por el motivo que aquí se te da de fiarte de esa falsa felicidad que se te ofrece. ¡Oh, si supieses cuánta desventura trae consigo esa pequeña prosperidad! El amor de las riquezas más atormenta con su deseo, que deleita con su uso; porque enlaza el ánima con diversas tentaciones, enrédala con muchos cuidados, convídala con vanos deleites, provócala a pecar, e impide su quietud y reposo. Y sobre todo esto nunca las riquezas se adquieren sin trabajo, ni se poseen sin cuidado, ni se pierden sin dolor: más lo peor es que pocas veces se alcanzan sin ofensas de Dios, porque (como dice el proverbio) el rico, o es malo, o heredero de malo.

   Considera esto otro, cuan gran desatino sea desear continuamente aquellas cosas que aunque todas se junten en uno, es cierto que no pueden hartar tu apetito, más antes lo atizan y acrecientan, así como el beber al hidrópico la sed: porque por mucho que tengas, siempre codicias lo que te falta, y siempre estás suspirando por más. De suerte que discurriendo el triste corazón por las cosas del mundo, cánsase, y no se harta; bebe, y no apaga la sed, porque no hace caso de lo que tiene, sino de lo que podría más haber; y no menos molestia tiene por lo que no alcanza, que contentamiento por lo que posee: ni se harta más de oro que su corazón de aire. De lo cual con mucha razón se maravilla San Agustín diciendo: Qué codicia es ésta tan insaciable de los hombres, pues aun los brutos animales tienen medida en sus deseos. Porque entonces cazan, cuando padecen hambre: más cuando están hartos, luego dejan de cazar. Sola la avaricia de los ricos no pone tasa en sus deseos: siempre roba, y nunca se harta.