Preso, pues, el
Salvador de esta manera, llévanlo con grandes voces y estruendo a casa de Annás, porque era suegro de Caifás, el cual era Pontífice aquel
año.
Considera, pues, primeramente aquella tan
grande afrenta que el Salvador recibió en casa de este malvado suegro del
Pontífice. Porque preguntándole por sus discípulos y por su doctrina y
respondiendo Él cómo públicamente había enseñado a los hombres, y que de ellos
podía saber esto, uno de los criados de este perverso dio una bofetada al
Señor, diciendo: “¿Así respondes al
Pontífice?”
Mira, pues, aquí cómo el mal Pontífice y los
que presentes estaban se reirían de ver al Señor tan duramente herido; y, por
el contrario, cómo los que eran de su parte se entristecerían, no pudiendo
sufrir tan grande injuria en persona de tan grande dignidad.
Mira otrosí con cuánta caridad y mansedumbre
habló al que le había herido, diciendo: “Si
mal hablé, muéstrame en qué; y si bien, ¿por qué me hieres?” Como si
claramente dijera: “Mal me has injuriado
sin habértelo merecido.”
Considera luego cómo de ahí fue llevado a
casa de Caifás, y las injurias que allí recibió cuando respondió a la pregunta
del Pontífice, que le preguntó quién
era. Porque allí no uno solo, sino
muchos de los que presentes estaban, arremetieron al Cordero como lobos
rabiosos, y todos a una le herían sin ninguna piedad.
Unos le daban bofetadas y pescozones; otros
escupían su rostro; otros arrancaban sus venerables cabellos, y otros decían
contra Él muchos denuestos y escarnios.
De manera que aquel rostro adorado de los
Ángeles, el cual con su hermosura alegra la Corte soberana, es aquí por estas
infernales bocas afeado con salivas, injuriado con bofetadas, afrentado con
pescozones, deshonrado con vituperios y cubierto con un velo por escarnio.
Finalmente, el Señor de todo lo criado es aquí tratado como un sacrílego y
blasfemo, estando Él, por otra parte, con un rostro sereno y manso padeciendo
todas estas injurias.
Mas aunque todo esto sea mucho para sentir,
no es menos lo que San Lucas cuenta,
diciendo que esta misma noche los soldados que le guardaban estaban haciendo
escarnio de Él, hiriéndole y cubriendo el rostro, y diciendo: “Profetízanos, Cristo, quién es el que te
hirió”, y otras muchas cosas, blasfemando, decían contra Él, las cuales el
Evangelista no escribe; más de la paciencia y caridad del Señor y de la
crueldad y furor de aquellos crueles corazones que el demonio atizaba, podemos
inferir cuál sería la noche que el Señor allí pasaría en medio de tan crueles
sayones.
“VIDA
DE JESUCRISTO”
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