sábado, 29 de julio de 2017

De las causa por qué nuestro Señor envía las enfermedades, y de los provechos que saca de ella para perfeccionar a sus escogidos – Por el P. Luis de Lapuente.

   


   Si los obreros de nuestro soberano Padre de familias hubieran de trabajar no más que corporalmente como los segadores y cavadores, fuera menester que llevara a todos por el camino de la salud y fuerzas corporales, pues con la enfermedad no pudieran cumplir la tarea del trabajo para que les llamaba; mas como sus obras son principalmente espirituales y crecen en la perfección, no solamente haciendo, sino padeciendo, de aquí es que tiene Dios caminos muy diversos, por donde suele guiarlos a un mismo fin, esto es, a que sean perfectos. Y a unos da salud entera y complexión fuerte para ejercitar las obras de virtud propias del cuerpo y también las del espíritu, cuyo instrumento es el mismo cuerpo, y cuando está sano y fuerte, puede servirle con provecho; pero a otros carga de enfermedades y dolores que son más a propósito para el camino de padecer, proporcionando al espíritu ocasión de ejercitar las heroicas virtudes, que andan juntas con la paciencia; cuya obra, como dijo el apóstol Santiago, es muy perfecta, porque el padecer también es obrar, y los muy sufridos son obreros muy escogidos; y cuando llegan a ser diestros en ambas cosas, creciendo con la salud y con la enfermedad, entonces son del todo perfectos.

   Más ¿quién podrá declarar los secretos de la divina Providencia en la distribución de estas dos suertes? Porque nuestro Señor, cuanto es de su parte, más quisiera que los hombres tuvieran su naturaleza sana y vigorosa, para que cuerpo y espíritu le sirvieran en todo con alivio y gusto; y así en el estado de la inocencia crió a los hombres sanos y libres de toda enfermedad, y aun después del pecado se conservaron mucho tiempo con salud muy fuerte. Y por gran favor los israelitas, como dijo David, por espacio de cuarenta años, que anduvieron en el desierto, estuvieron libres de enfermedades, para que pudiesen siempre caminar a la tierra de promisión y pelear contra los enemigos que defendían la entrada en ella; porque no hay duda que la salud y fuerzas corporales de suyo ayudan mucho a caminar por el desierto de esta vida, en busca de la tierra de promisión eterna, haciendo guerra a los demonios y a los vicios con obras muy heroicas de grande provecho para el alma, de mucha edificación para la Iglesia, y de singular ayuda para el prójimo, ejercitando rigurosas abstinencias y asperezas y las obras de misericordia, así las corporales sirviendo a los enfermos y hospedando a los peregrinos, como las espirituales gobernando, predicando y ejercitando otros ministerios en bien de los prójimos; y por esta causa el Adán celestial, aunque tomó otras miserias del Adán terreno, no tomó, como dice Santo Tomás, la de las enfermedades corporales, que no se avenía con su excelente complexión. Y también preservó de ellas a la Virgen nuestra Señora, a San Juan Bautista, y a muchos esclarecidos Santos, que, con especial vocación, llamó para obras muy grandes, previniéndoles con mucha salud y cuerpos muy robustos para sufrir tan excesivos trabajos. Y los que han recibido este don, han de procurar, como dice San Basilio, conservarlo, diciendo a nuestro Señor como David, conservaré para ti mi fortaleza. Tenía experiencia este santo rey de lo mucho que había hecho con la salud, y fuerzas que Dios le había dado, acometiendo osos, desquijarando leones, venciendo gigantes, desbaratando ejércitos, y matando con una sola embestida ochocientos enemigos. Y pareciéndole que no era bien destruir con indiscreciones este don tan precioso, dijo al Señor que se lo dió: Yo guardaré esta mi fortaleza, no para mí, sino para ti no para buscar cosas de mi gusto, sino del tuyo; no para honrarme, sino para honrarte, y servirte con ella. Y si tú también guardas para Dios la fortaleza que te ha dado, podrás con su ayuda, domar las fieras de tus pasiones, vencer los gigantes del infierno, destruir el ejército de los vicios, y llevar a cabo empresas muy gloriosas, creyendo que la divina vocación te guía por este camino para salir con ellas.

   Pero es tan grande nuestra miseria, que la salud que Dios nos da para servirle, la convertimos en instrumento de  ofenderle; y las fuerzas que habíamos de emplear en buscar las virtudes, empleamos en seguir los vicios, especialmente los dos que San Gregorio llama carnales, porque se ejercitan con el cuerpo, y tienen por fin los deleites de la carne o los del gusto, en que se ceba la gula, o los del tacto, que son cebo de la lujuria; pues en los cuerpos sanos y robustos suelen brotar con mayor vehemencia las pasiones de la sensualidad, y como hallan mayor gusto en las cosas deleitables, se van sin freno tras ellas. Y para que veas tu miseria en la ajena, mira cuán mal se aprovecharon los hebreos de la salud y fuerzas que Dios les dio en el desierto: si les faltaba el agua, murmuraban contra Moisés con tanta impaciencia, que temió no le apedreasen en su furor; cuando les faltaba la comida, se embravecían de manera, que quisieran más haber muerto en Egipto que padecer aquel trabajo; y cuando tenían abundancia de maná, presto les fastidió y tornaron a murmurar, estimando en más los ajos y cebollas que comían en Egipto, porque eran más conformes a su gusto. Y en ausencia de Moisés se sentaron a comer, y luego se levantaron a jugar, y el juego paró en idolatrar. Y otra vez adoraron los ídolos de las mujeres moabitas, por cumplir su gusto carnal con ellas. Finalmente, como dijo Moisés, engordó el amado, y tiró coces contra Dios, dejando al Señor que se las dió. Estos son los frutos de la salud y fuerzas corporales mal domadas; porque como el caballo brioso y fuerte, si toma bien el freno honra al caballero y le saca del peligro, pero si es indómito y desbocado le despeña; así el cuerpo, que es como caballo del alma, cuando está sano y fuerte, si juntamente está bien rendido y enfrenado con el freno de la razón, es honra del que le rige; y, como dijo Dios a Job, va al encuentro de los enemigos, no teme las batallas, está fuerte en los peligros, y sale victorioso de ellos; más si no está bien domado, despeña a la miserable alma en los vicios a que está inclinado. ¿Quién contará las glotonerías, embriagueces y las idolatrías de su vientre, a quien tiene por su Dios? ¿Qué diré de los juegos y pasatiempos y de las carnalidades de su sensualidad, a quien reconoce por señora? ¿Qué de sus murmuraciones y furores, y de las venganzas que inventa contra los que le impiden sus gustos y pretensiones? Y si con la salud se junta hacienda y poder, de todas tres hace armas para turbar el reino de las virtudes, y entronizar en su lugar todos los vicios. Tres cosas, dice el Sabio, turban la tierra, y la cuarta no se puede tolerar: el siervo cuando reina, el necio cuando está harto, la mujer rencillosa cuando se Casa, y la esclava que hereda a su señora. ¿Quién es el siervo que reina, sino el cuerpo sano y fuerte que preside en el reino del alma, y tiene poder para cumplir lo que desea? Y ¿quién es el necio harto, sino el apetito sensitivo, criado con abundancia de manjares y con fuerzas para cumplir sus gustos? Y ¿quién será la mujer rencillosa que se casa, sino la sensualidad briosa, que quiere igualarse con el espíritu, y le aflige si no le da todo lo que pide? Y ¿quién la esclava que hereda a su señora, sino la carne, que se alza con las riquezas que había de gobernar la razón y las emplea todas en sus regalos? Estas cuatro cosas turban la conciencia, alteran la familia y descomponen la república, porque no guardan el orden que Dios manda y la prudencia dicta; mandando como rey al cuerpo que había de servir como esclavo; y comiendo y bebiendo el apetito furioso, que había de andar siempre hambriento; gobernando la sensualidad como señora, no habiendo de ser más que criada; y teniendo la carne cuanto quiere, debiendo ser tratada como esclava; y si la divina misericordia no pone orden en estos desconciertos, y no quita las armas a estas fieras, no tendrán número sus insolencias; porque siempre emplearán sus fuerzas en multiplicar pecados.



“LA PERFECCIÓN EN LAS ENFERMEDADES”

jueves, 27 de julio de 2017

Preparación para la muerte – Por San Alfonso María de Ligorio.




   Aclaración: El título de este artículo no corresponde a la obra homónima escrita por el mismo autor.

   Está establecido que los hombres mueran una sola vez (Hebreos.  IX 27): La muerte es cierta. Por el contrario, es incierto el tiempo y el modo de nuestra muerte. Por eso nos exhorta Jesucristo diciendo: Estad preparados, porque a la hora menos pensada vendrá el Hijo del hombre (Lucas XII 40).

   Dice, estad preparados, y así no creemos bastante para salvarnos el prepararnos para la muerte cuando llega ésta, sino que es menester que entonces nos encontremos dispuestos a abrazarla de aquel modo y con aquellas circunstancias con que nos acaecerá. Por eso conviene que una vez al mes, cuando menos, se repitan los siguientes actos: ¡Oh Dios mío! Pronto estoy a recibir la muerte que me destinareis. Yo la acepto desde ahora y sacrifico mi vida en honor de vuestra Majestad y también en penitencia de mis pecados, conformándome con que esta carne mía por cuyo contentamiento tanto os ofendí, sea devorada por los gusanos y reducida a polvo.

   ¡Jesús mío! el dolor y la agonía de mis últimos instantes los uno a los dolores y agonía que sufristeis en vuestra muerte. Yo acepto la muerte con todas las circunstancias que vos queráis. Acepto el tiempo; de aquí a muchos años, o en breve: acepto el modo con que llegará, en la cama, o fuera de ella: presentida o imprevista, con enfermedad más o menos dolorosa, como a vos os plazca: me someto en todo a, vuestra santa voluntad. Dadme fuerza para soportarlo todo con paciencia.

   ¿Que podré yo dar al Señor en testimonio de reconocimiento por cuanto de él he recibido? Os doy gracias, Señor, primeramente por el don de la fe: declaro que deseo morir hijo de la Santa Iglesia Católica. Os doy gracias por no haber ordenado mi muerte cuando estaba en pecado mortal, y por haberme perdonado tantas veces con tanta misericordia. Os las doy también por las luces y las gracias con que os habéis dignado llamarme a vuestro amor. Os ruego que en la hora de mi muerte me concedáis recibir el santo Viático, a fin de que unido a vos comparezca delante de vuestro tribunal.

   No soy yo merecedor de escuchar de vuestra boca: Muy bien, siervo bueno y fiel; porque fuiste fiel en lo poco, te pondré sobre lo mucho, entra en el gozo de tu Señor (Mateo XXV 21). No lo merezco, Jesús mío, porque en ninguna cosa he sido perfectamente fiel; pero vuestra muerte me infunde esperanza de que seré admitido en el cielo, para amaros allí eternamente y de todo corazón.

   ¡Oh amor mío crucificado, tened piedad de mí! Miradme con aquel amor con que me mirasteis desde la cruz al morir por mí. No te acuerdes, Señor, de los delitos de mi juventud ni de mis ignorancias. Los pecados me asustan, pero la cruz en que os contemplo clavado por mi amor me infunde esperanza: He aquí el leño de la cruz, del cual pende la salud del mundo. Deseo concluir mis días para poner fin a mis pecados antes de morir. Perdonadme las ofensas que os he hecho, perdonadme por vuestra sangre: ¡Oh sangre del Inocente, lava las manchas del arrepentido!

   Jesús mío, yo abrazo vuestra cruz, y beso las llagas de vuestros pies, en donde deseo exhalar el alma. ¡Oh! ¡No me abandonéis en mis últimos instantes! Te rogamos que auxilies a tus siervos, ya que los redimiste con tu preciosa sangre.

   Os amo de todo corazón, os amo más que a mí mismo, y me arrepiento con toda mi alma de haberos despreciado hasta ahora. Señor, yo estaba perdido, pero vuestra bondad infinita me ha arrancado de las cosas de este mundo: recibid, pues, mi alma desde ahora para aquel momento en que deberá salir de este mundo. Yo exclamaré con Santa Águeda: Señor, que me apartaste del amor del mundo, recibe mi alma. En tí, Señor, deposité mi confianza, no sea yo confundido para siempre, pues tú me redimiste, Señor, Dios de verdad.

   Virgen Santa, socorredme en la hora de la muerte: Santa María, madre de Dios, ruega por mí, pecador, ahora y en la hora de mi muerte; en tí, Señora, puse mi confianza, no sea yo confundido para siempre. Señor San José, mi protector, obtenedme una santa muerte. Ángel mío de mi guarda, Arcángel San Miguel, defendedme del demonio en el último combate. Y vosotros, Santos del paraíso, vosotros, ¡oh defensores míos! Socorredme en aquel extremo. Jesús. María y José, téngalos yo a mi lado en la hora de mi muerte.





martes, 25 de julio de 2017

DEMONIOS – Por Cornelio Á Lápide. (Parte II)




¿Por qué ha salvado Dios al  hombre y no al ángel?

   Los santos Padres indican cinco causas principales que han hecho que el perdón se negara al ángel y se concediera al hombre.

   La primera es que el hombre ha pecado por fragilidad de la carne; mientras que el ángel, no teniendo cuerpo, no tenía esta fragilidad...

   La segunda es que el ángel ha pecado sin ser tentado por nadie; mientras que el hombre ha sido tentado y seducido por el demonio...

   La tercera es que no ha caído toda la raza de los ángeles, sino sólo parte de ellos; mientras que en la persona de Adán toda la naturaleza humana ha caído. La posteridad de Adán no era indigna del perdón, puesto que no había tomado parte con su voluntad en el pecado del primer hombre. Asi lo siente San Agustín...

   La cuarta es que el ángel, a causa de su gran inteligencia, ha pecado con plena voluntad y malicia; mientras que el hombre, dotado de una inteligencia más escasa, ha pecado por debilidad y obedeciendo a un impulso extraño, más bien que por una voluntad muy deliberada y por malicia...

   La quinta es que el ángel ha sido creado en el más alto grado de honor que pudiera alcanzar mientras estaba aún en el camino del mérito, y debía ser confirmado en gracia por la contemplación de su Criador. El hombre, por el contrario, había sido creado en un orden inferior. Colocado en la tierra, destinado a multiplicar su raza antes de llegar a mejor vida, se hallaba más apartado de la bienaventuranza...

El demonio es homicida.

   Vosotros sois hijos del diablo, dijo Jesucristo a los escribas y fariseos, orgullosos y criminales, y asi queréis satisfacer los deseos de vuestro padre: El fué homicida desde el principio, y criado justo, no permaneció en la verdad  (Juan. VIII. 44).

   Con su rebelión, el demonio se dió la muerte… Ha sido homicida del primer hombre, y lo es de la raza humana… Hasta quería destruir a Dios, si hubiese podido, a fin de usurpar su puesto. Y lo que no ha podido hacer a Dios en el cielo, se lo ha hecho en la tierra, haciendo que los judíos matasen a Jesucristo...

   El demonio es el padre de la muerte; no ha engendrado jamás otra cosa más que la muerte. No sabe hacer vivir: como un ladrón hábil y feroz, no sabe más qne despojar, degollar y reírse de los crímenes que puede cometer...
El demonio es el padre de todos los crímenes y de todas las herejías.

   El que comete pecado, del diablo es hijo, porque el diablo continúa pecando desde el momento de su caída, dice el apóstol San Juan. El demonio es el príncipe del pecado, y el padre de todos los males, dice San Cirilo.

   El demonio es el autor de todos los crímenes, de todas las mentiras y de todos los errores: por esto es el padre de los herejes y de las herejías. Sin él jamás habría existido el pecado; y sin él, por consiguiente, jamás habría habido miserias, enfermedades, muerte e infierno; porque todas estas cosas terribles son la pena del pecado… Ningún ser es tan culpable, criminal, depravado e infame como lo es Satanás...

¿Por qué compara Jesucristo el demonio al relámpago y al rayo?

   Yo estaba viendo, dice Jesucristo a sus apóstoles, caer del cielo á Satanás A manera de relámpago (Luc. X. 18).

   Lucifer es comparado al relámpago y al rayo: a causa de su agilidad...; a causa de su poder para dañar...; porque llega pronto, pero pasa y desaparece de la misma manera, si no se le escucha...; porque aparece algunas veces bajo una forma brillante y pura: aunque rechazado, y despreciado y maldecido, se trasforma en ángel de luz...

¿Por qué es llamado león el demonio?

   Sed sobrios y velad continuamente, dice el apóstol San Pedro; porque el diablo, vuestro enemigo, anda girando al rededor vuestro como un león rugiente en busca de presa que devorar (1. V. 8).

   Satanás es llamado león; porque,  como el león, vela… Es cruel como el león… Ruge como el león… El león que se arroja sobre su presa, obedece a la ira, a la rabia, al hambre; y lo mismo sucede con el demonio: el león desprecia y pisotea las sobras de su presa; el demonio desprecia y pisotea a los que pervierte y mata… EI león se oculta para sorprender a su presa; el demonio también… El león se enfurece; Satanás también... El león huele mal; el demonio esparce por todas partes el mal olor de las pasiones y del pecado… El león y el demonio desean poder devorar… E1 león y el diablo rondan buscando su presa…10° El león ataca sobre todo a los animales de gran tamaño y poderosos, desprecia a los pequeños y a los débiles, no come más que lo que coge vivo; el demonio hace del justo su víctima privilegiada, ataca sobre todo a las almas más piadosas, más santas, más elevadas en virtud y más heroicas; desprecia los corazones cobardes y carnales… 11°. El león y el demonio se lanzan con más furor sobre el hombre cuando se ven heridos...



“Tesoros de Cornelio Á Lápide”

lunes, 24 de julio de 2017

LA FRECUENTE COMUNIÓN PARA LOS JÓVENES – Por Monseñor de Segur (Una lectura imperdible para nuestros jóvenes católicos).




   Cuanto acabo de decir con respecto  los niños, tiene todavía mucha mayor aplicación para los jóvenes de diez y seis a veinte años, edad temible en la que la lucha incesante de las pasiones se complica con los ejemplos corruptores que ofrece el mundo y con otras mil dificultades procedentes del exterior. San Felipe Neri que consagraba toda su vida a la santificación de la juventud romana, y cuya autoridad tiene doble peso tanto por su angelical santidad como por su especial experiencia, declaraba muy terminantemente que la frecuencia de la sagrada Comunión, juntamente con renovada devoción a la Santísima Vírgen, no solo era el medio más a propósito, sino que, en su sentir, era el Único, para conservar a la juventud en las buenas costumbres y en la vida de la fe, levantarla en sus caídas y reparar todas sus debilidades.

   Pasó cierto día un estudiante a encontrar al Santo (Felipe Neri), suplicándole muy encarecidamente se dignase ayudarle a despojarse de los malos hábitos que tiempo hacia le tenían esclavizado. Después de haber oído San Felipe la humilde confesion de todas sus debilidades y faltas, le consoló y le animó, y le dió sabios y prudentes consejos; y por último le despidió habiéndole absuelto y hecho dichoso, ordenándole que pasase al día  siguiente a recibir la sagrada Comunión, y añadiendo al mismo tiempo que si por desgracia le acontecía volver a caer en aquellas faltas, pasase inmediatamente a verle, y tuviese toda su confianza puesta en la bondad Dios. Vió al día siguiente acercarse al confesonario al pobre joven a acusarse de una recaída. Como la primera vez, le levantó el Santo en su segunda caída, animándole a luchar con valor; y al concederle de nuevo la absolución de todas sus culpas, le ordenó, como en la víspera, que se acercase a recibir la Sagrada Eucaristía. El estudiante de una parte violentamente combatido por la costumbre, y de la otra por su vivo deseo de convertirse a Dios, alcanzó por medio de aquella misericordiosa dirección, al mismo tiempo que por la frecuencia en acercarse a recibir el Pan de los Ángeles, tal fuerza y energía, que pasó trece días consecutivos a reconciliarse con el Santo; y si él no era incansable en su caridad no lo era menos el otro en su penitencia. Venció por fin el amor, y Jesucristo pudo contar en el número de sus fieles a un nuevo siervo, quien, en muy poco tiempo, hizo en el camino de la santidad tan rápidos progresos, que San Felipe no titubeó un momento en juzgarle digno del sacerdocio. Admitido posteriormente en la Congregación del Oratorio, edificó a Roma con su celo y sus virtudes, y joven todavía, tuvo la muerte de los santos. Su mayor gusto era contar la historia de su conversión para así animar a los pobres pecadores, y al mismo tiempo hacer entender a los jóvenes que su sola  áncora de salvación es la frecuencia de loa Sacramentos.

   ¡Qué no daría yo para hacérselo comprender así a todos y verles acudir con afán a la Sagrada Mesa! Hállase el joven colocado, a efecto de la misma fogosidad de sus años, entre dos extremos: el amor fatal de su carne rebelada que le deshonra y le pierde; el amor a la Sagrada Eucaristía que le santifica, que es su salvaguardia y que le da fuerzas para resistir el empuje dé las pasiones. En este estado, pues, es indispensable que escoja, teniendo presente que si no quiere el amor del segundo extremo (amor a la Sagrada Eucaristía), caerá necesariamente en el primero (amor a la carne), y entonces, ¡ay de él! A los diez y ocho o veinte años sin el alimento de la Sagrada Eucaristía, no es posible la continencia; siendo por consiguiente todavía menos posible aquella constancia en el bien, aquel candor vigoroso y aquellas nacientes virtudes que hacen de un joven cristiano lo más bello y lo más respetable que hay sobre la tierra.

   ¡Qué hermoso cambio no se operaría en todos nuestros colegios y en todas nuestras escuelas públicas, si recobrase de nuevo su imperio la práctica de la frecuente Comunión! En vez de esa inmoralidad que indigna a todo corazon noble; en ves de esa indiferencia cien mil veces más corruptora que las mismas malas costumbres, veríamos despertarse del marasmo intelectual en que vegeta hace más de siglo y medio nuestra juventud, por naturaleza tan viva, tan amable, tan despejada de entendimiento y de noble corazón, para dar a la Iglesia y a la patria hombres tan grandes como en tiempos más afortunados. ¡Cuán cierto es que lejos de Jesucristo todo se extingue y eclipsa, y que nada vuelve a florecer si no es con su divino contacto!

   La experiencia se encarga de manifestarnos la trascendental influencia que ejerce la Sagrada Comunión sobre la vida de la juventud, demostrando claramente que no hay vicios que no extirpe, ni resurrección que no realice.

   Así, pues, jóvenes, ya seáis puros, o ya por desgracia hayáis caído en pecado, acercaos a la Comunión, que es la única que os mantendrá en el orden, o bien os restablecerá en él. Creedme, nada hay más fácil que conservarse puro y casto comulgando con frecuencia. Lo que no podéis sin Jesús, lo lograreis fácilmente con El. Pensad en el porvenir: para llegar a ser un día hombres honrados, es necesario que hayáis vivido digna y santamente los años de vuestra adolescencia; y además, repito que, para que vuestra honra esté libre de toda mancha, y a salvo de todo peligro, no hay otro medio que acudir frecuentemente a la Sagrada Comunión.


“LA SAGRADA COMUNIÓN”


jueves, 20 de julio de 2017

DIVERSOS IMPULSOS DE LA NATURALEZA Y DE LA GRACIA – Por el Beato Tomás de Kempis.




   Cristo. Hijo mío, observa atentamente los movimientos de la naturaleza y de la gracia; pues, aunque diametralmente opuestos, son a veces tan fáciles de confundir, que apenas hombres iluminados interiormente y espirituales los distinguen.

   Todos quieren el bien, y tanto en lo que dicen como en lo que hacen algún bien intentan. Por eso, la apariencia del bien a muchos engaña. La naturaleza es astuta; a muchos atrae, seduce, cautiva; ella es siempre su propio fin.

   La gracia es sencilla; huye aun de las apariencias del mal; no intenta seducir; como único fin de todos sus actos se propone a Dios, en quien descansa como en su fin.

   La naturaleza no quiere mortificarse, ni reprimirse, ni vencerse, ni obedecer, ni someterse voluntariamente.

   La gracia se esfuerza por mortificarse, resiste a las inclinaciones sensuales, quiere sujetarse, desea vencerse y no quiere hacer uso de su libertad; le gusta vivir sujeta a la obediencia, y no quiere mandar a nadie, sino vivir, estar y permanecer siempre sujeta a Dios, y por Él está dispuesta a inclinarse humildemente ante todos los hombres.

   La naturaleza trabaja por su propio interés, y calcula siempre la ganancia que de otros puede obtener; la gracia atiende al provecho común antes que a la propia utilidad y ventaja.

   A la naturaleza le gusta que la honren y reverencien; la gracia atribuye fielmente a Dios toda honra y toda gloria.

   La naturaleza teme las humillaciones y los desprecios; la gracia goza “de sufrir afrentas por el nombre de Jesús” (Act 5, 41).

   A la naturaleza le gusta la ociosidad y el descanso corporal; la gracia no puede estar ociosa, y con gusto se dedica al trabajo.

   La naturaleza procura tener cosas bonitas y curiosas, y detesta lo tosco y ordinario; la gracia se complace en lo humilde y sencillo, no desdeña la ropa burda, ni aun se niega a vestirse de harapos.

   La naturaleza a lo temporal atiende, se regocija del lucro material; si pierde, se entristece; de una palabrita descortés se irrita.

   La gracia atiende a lo eterno, a lo temporal no se apega, no pierde la tranquilidad cuando pierde, ni la exaspera el lenguaje duro, porque allá arriba, donde nada se pierde, allá en el cielo, ha puesto su tesoro y su alegría.

   La naturaleza es codiciosa, más le gusta recibir que dar, quiere tener cosas personales y propias.

   La gracia es compasiva y generosa, huye de singularidades, con poco se contenta, “más placer encuentra en dar que en recibir” (Act 20, 35).

   La naturaleza inclina a las criaturas a la carne, a las vanidades, a andar de acá para allá; la gracia atrae hacia Dios y la virtud; renuncia a las criaturas, huye del mundo, odia los deseos carnales, sale poco, de aparecer en público se ruboriza.

   A la naturaleza le gusta tener consolaciones externas que le causen deleite sensible; la gracia sólo en Dios busca su consuelo y, sobre todo lo sensible, pone sus delicias en el sumo Bien.

   La naturaleza todo lo hace por su propio interés y comodidad; nada puede hacer de balde; a cambio de sus beneficios espera recibir igual es o mayores, o al menos alabanza y favor; y quiere que se ponderen mucho sus dádivas y servicios; la gracia no busca ninguna cosa temporal, ni pide por lo que hace otra recompensa sino a Dios solo, y de las cosas temporales necesarias quiere solamente las que puedan servirle para adquirir las eternas.

   La naturaleza se goza de tener muchos parientes, muchos amigos; se ufana de su linaje y nobleza; a los poderosos sonríe, a los ricos adula, aplaude a los que son del mismo modo; la gracia ama a sus mismos enemigos, no se envanece del gran número de sus amigos, ninguna importancia concede al linaje, ni al lugar del nacimiento, si no hubo allí mayor virtud; más favorece al pobre que al rico, más se compadece del inocente que del prepotente, congenia con el sincero, no con el embustero; anima siempre a los buenos a aspirar a gracias más sublimes (1 Cor 12, 31) y a conformarse, por sus virtudes, al Hijo de Dios.

   La naturaleza pronto se queja de molestias y privaciones; la gracia sufre la pobreza con resignación.

   La naturaleza se mira como el centro de todas las cosas, lucha y litiga en su propia defensa; la gracia reduce todas las cosas a Dios, de quien como fuente manan; no se atribuye ningún bien, ni es arrogante o presuntuosa; no porfía ni prefiere su opinión a otras, sino que somete humildemente todas sus opiniones y juicios al juicio de Dios y a la eterna sabiduría.

   La naturaleza desea saber secretos y oír noticias; le gusta manifestarse al exterior y ver, observar y experimentar muchas cosas con sus sentidos; desea ser conocida y hacer cosas que la gente admira y aplaude; la gracia no se interesa oír saber noticias o ver curiosidades; porque tal deseo viene de la original corrupción de la naturaleza, ya que no existe sobre la tierra nada nuevo ni permanente. Así enseña a guardar los sentidos, a huir de la vana complacencia y ostentación, a esconder bajo la capa de la humildad lo que de veras es admirable y laudable, y a procurar que de todas las cosas y de todos los conocimientos resulte la gloria y honra de Dios, y el provecho propio y del prójimo. Y no quiere que se hagan elogios suyos o de lo suyo; antes desea que a Dios se bendiga por todos sus dones, pues nos lo da todo por pura bondad.

   Esta gracia es una luz sobrenatural, un don especial de Dios, el sello que distingue a los elegidos; es prenda de salvación eterna, que de la tierra levanta al hombre para que ame al cielo, y de carnal lo transforma en espiritual.

   Así, cuanto más se reprime a la naturaleza y se la vence, tanta mayor gracia se le infunde, y a cada nueva visita de la gracia, el hombre interior se reforma diariamente para hacerse más y más semejante a Dios.



“LA IMITACIÓN DE CRISTO”

sábado, 15 de julio de 2017

EL SANTO ROSARIO.




“Tú, que esta amable devoción supones
monótona y cansada, no  la rezas,
porque siempre repite iguales sones;
tú no entiendes de amores ni tristezas.
¿Qué pobre se cansó de pedir dones?
¿Qué enamorado de decir ternezas”


Cada Avemaría
es como una flor,
y el Sagrado Rosario
un rosal de amor.

Cada Avemaría
es un escalón,
y el Rosario escala
que me lleva a Dios.


HOY SÁBADO, DÍA DEDICADO A LA VIRGEN MARÍA, REZAMOS LOS MISTERIOS GLORIOSOS.

Los misterios Gloriosos se rezan en la tradición Católica los días: MIÉRCOLES, SÁBADOS Y DOMINGOS.

Primer misterio: la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. FRUTO: la fe.

Segundo misterio: la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo a los cielos. FRUTO: la esperanza y el deseo del Cielo.

Tercer misterio: Pentecostés. FRUTO: la caridad y los dones del Espíritu Santo.

Cuarto misterio: la Asunción de Nuestra Señora. FRUTO: la gracia de una buena muerte.

Quinto misterio: la Coronación de la Santísima Virgen en el Cielo como Reina y Señora de todo lo creado. FRUTO: la verdadera devoción a la Santísima Virgen.









viernes, 14 de julio de 2017

DEMONIOS – Por Cornelio Á Lápide. (Parte I)




¿HAY DEMONIOS?

   No hay duda que hay espíritus malhechores que se llaman demonios, pues la Sagrada Escritura nos lo atestigua y todas las naciones lo han unánimemente reconocido.

   Las naciones paganas han creído en la existencia de ciertos genios, unos buenos y otros malos; deduciendo de esto que era preciso ganar el afecto de los buenos con respetos, ofrendas y oraciones, y apaciguar la cólera y la malignidad de los malos. De ahí nacieron la idolatría, el politeísmo, las prácticas supersticiosas, la magia, adivinación, etc. Esta creencia ha sido también la de los filósofos paganos...

   La revelación ha venido a ilustrarnos sobre la existencia de los demonios. Moisés nos dice que la primera mujer fué engañada y desobedeció a Dios por sugestiones de un enemigo pérfido oculto bajo la forma de serpiente. (Gen. III. 1). Dice el libro del Deuteronomio que los israelitas inmolaron sus hijos e hijas a los demonios.

   Jesucristo ha hablado de la existencia de los demonios; los arrojaba del cuerpo de los poseídos. También nos hablan de ellos los Apóstoles. La existencia de los demonios es un dogma de la Iglesia católica...

¿QUÉ SON LOS DEMONIOS?

   Demonio quiere decir espíritu, genio, inteligencia: así es que esta palabra, que significa un ser dotado de conocimiento, nada tiene de odioso en sí mismo. En el Nuevo Testamento, el nombre de demonio se toma siempre a mala parte, significa un espíritu malo, enemigo de Dios y de los hombres...

   Al principio de la creación, Dios sacó los ángeles de la nada, como todo lo demás. Los hizo buenos; porque Dios no puede ser el autor de ninguna cosa mala. Está escrito que todas las obras de Dios eran muy buenas: (Gen. I. 31).

   La Escritura nos enseña qne desde el momento de su creación todos estos ángeles, que eran casi innumerables, se hallaron colocados en el cielo. Nos enseña también que muchos de entre ellos se rebelaron contra su Criador, y que en castigo de su crimen fueron condenados a eternos suplicios. A estos últimos aplica la Escrituro el nombre de demonios. Los demás ángeles permanecieron fieles a Dios, y fueron confirmados en la gracia.

   Por su naturaleza los ángeles son espíritus inteligentes, activos, inmortales, desprendidos de toda materia, y destinados por Dios a vivir y a alimentarse puramente de la contemplación...

   Los ángeles son las criaturas que más de cerca se parecen a la majestad divina, infinita en perfecciones. Dios los ha creado para formar su corte. Y es una cosa segura que la munificencia de Dios ha derramado a manos llenas sobre aquellas hermosas inteligencias los dones naturales de que hemos recibido algunas partículas.

   Al caer, nada han perdido los ángeles rebeldes de su naturaleza, de su vasta inteligencia, de su agilidad, de su espiritualidad; no han perdido más que su inocencia, su hermosura, su felicidad. Bien es verdad que para ellos es una pérdida inmensa ¿Qué ha sido de estos ángeles caídos? Nos lo dice San Agustín. El demonio es el doctor de la mentira, el adversario del género humano, el inventor de la muerte, el preceptor del orgullo, el príncipe de la malicia, el autor de los crímenes, el príncipe de todos los vicios, el instigador de los vergonzosos deleites. ¿Puede darse nada más corrompido ni más malo que nuestro enemigo?

   La Sabiduría pinta a los demonios del modo siguiente: Son monstruos de una especie desconocida, llenos de un furor inaudito, respiran llamas, vomitan negro humo, y lanzan de sus ojos horribles centellas; no sólo pueden exterminar con sus mordeduras, sino que únicamente con su vista pueden matar de espanto.

   Jesucristo y sus apóstoles atribuyen a los demonios los mayores crímenes, la incredulidad de los judíos, la traición de Judas, la ceguedad de los paganos, las enfermedades crueles, las posesiones y las obsesiones. Llaman a Satanás padre de la mentira, príncipe de este mundo, príncipe del aire, antigua serpiente, diablo.

   En los exorcismos, el demonio es llamado espíritu inmundo, miserabilísimo, tentador, engañoso, padre de la mentira y de las herejías, feroz, serpiente, autor de la impudicicia, ser desprovisto de prudencia, insensato, devastador, horrible, afeminado, envenenador, monstruo de los monstruos, ser arrojado del paraíso, de la gracia de Dios, de la mansión de la felicidad, de la asamblea y de la sociedad de los ángeles, criatura reprobada y maldita de Dios por la eternidad, orgullosa, infame, llena de crímenes, de abominaciones y de blasfemias, cubierta de maldiciones, cargada de excomuniones y merecedora de los fuegos del infierno. He aquí los nombres y los títulos que la Iglesia da al demonio, apostrofándole en los exorcismos, por ellos, juzgad lo que es efectivamente.

CAUSAS DE LA CAÍDA DE LOS DEMONIOS.

jueves, 13 de julio de 2017

LA FRECUENTE COMUNIÓN PARA LOS NIÑOS – Por Monseñor de Segur. (parte II final)




   ...Me dirás tú que temes el porvenir, y que más vale ir despacio al principio, porque siempre es sumamente enojoso tener que retroceder. ¿Y por qué tendrías que retroceder? ¿Acaso dejarían de amar a Dios estos buenos y piadosos niños? ¿No es, por ventura, la mejor garantía para un porvenir verdaderamente cristiano una juventud fervorosa? Si quieres, pues, que tu hijo se halle más tarde con fuerzas suficientes para hacer frente y contrarrestar al mal, déjale que, de buen principio, las tome con abundancia en el manantial de toda fuerza, y permítele que se una muy íntimamente con el principio de toda fidelidad; y de este modo será su piedad presente la prenda y salvaguardia de la del porvenir, igualmente que la inocencia conservada será, tanto para tí como para él, la aurora de una pura adolescencia.

   Si, pues, a pesar de la sagrada Comunión acontece las más de las veces que no pueden los niños evitar el caer en nuevas faltas, ¿qué sucedería si estuviesen privados de alimentarse del “Pan sagrado que engendra vírgenes” Pocos niños hay a quienes baste comulgar una vez al mes; atrévome a afirmar que no hay casi uno que no pueda sacar gran fruto de la Comunion semanal, y la considero necesaria para aquellos que se hallan inclinados a las pasiones sensuales.

   Confieso y creo, sin embargo, que muy pocos son los que, hasta la edad de catorce o quince años, vienen bastante piadosamente para comulgar más de una vez por semana; pero eso tampoco obsta para que aquellos que aman de corazon a Jesucristo, ejercen sobre sí mismos una exquisita vigilancia y no cometen deliberadamente ningún pecado, puedan hacerlo con gran provecho dos o tres veces por semana.

   En los primeros siglos del cristianismo admitíase indistintamente a la Comunion diaria a los niños y a los adultos; de ella procedía aquella vigorosa savia de la vida cristiana, aquel espirita de fe, de oración y de fervor, que dió a la Iglesia tantos santos y mártires de diez, doce y quince años, ¿Ha disminuido, acaso, el poder de Dios? Luego los mismos medios producirán los mis efectos, en nuestro siglo, y la Iglesia verá brotar nuevos santos de entre los fieles de la angelical infancia, si les damos a gustar el Pan de los Ángeles.

   “Tememos, dicen finalmente algunos padres, que nuestro hijo llegue a ser demasiado piadoso o devoto y que termina por quererse hacer sacerdote, y consagrarse totalmente a Dios.” ¿De cuándo piedad y vocación son dos palabras sinónimas? El tener miedo a la vocación es ya de si una gran aberración por parte de algunos padres cristianos, porque el consagrarse a Dios es sin duda es “la mejor parte” y trae la bendición a toda una familia; pero el tener miedo a la piedad es demostrar muy a las claras una falta completa de sentido común. La piedad es el mejor de los bienes: es la verdadera felicidad, y, como dice la sagrada Escritura, “es buena para todo, teniendo las promesas de la vida futura y también las de la vida presenté” Nunca seremos demasiado piadosos, porque es imposible que lleguemos a ser demasiado buenos. ¡Pobres niños a quienes se pierde tan lastimosamente con semejantes ilusiones!

   Dejemos, pues, que los niños gocen de esta libertad religiosa que por sí sola bastará para abrir sus corazones e iniciarlos en la vida cristiana. Si no tenemos derecho para coartarla, mucho menos nos asiste para violentarla, especialmente en lo que concierne a los santos Sacramentos. Nuestro derecho y nuestro deber es instruirles, dirigirles y procurar salvar su inexperiencia con todo nuestro afán; pero sobre todo que nuestra dirección sea eminentemente católica, y que jamás pueda vislumbrarse en ella el menor asomo de querer poner trabas de conciencia. Por este abuso de autoridad se falsean las almas, y sin quererlo se contrarían los designios que sobre ellas tiene Dios Nuestro Señor.

   Por consiguiente, acérquense también los niños a la sagrada Mesa, y de este modo tendremos generaciones grandes y poderosas, que solo la Eucaristía hace cristianos.
   ¿Pero no es esto pedir un imposible? “Recargados los sacerdotes con un trabajo ímprobo, casi no pueden, a pesar de su exquisito celo, formarles para la piedad, y ponerles en estado de comulgar a menudo.” Yo soy el primero en reconocerlo con sumo dolor. Creo, sin embargo, que si se llegase a apreciar en su justo e incomparable valor esta parte del sagrado ministerio tan a menudo descuidada, se podrían fácilmente tocar preciosos resultados; y si no se pudiese iniciar a todos los niños en los verdaderos principios de piedad, a lo menos habría siempre el tiempo suficiente para preparar a una frecuente Comunión a aquellos que tanto por su clara y despejada inteligencia, como por su buen corazón y felices disposiciones, diesen mejores esperanzas. Séame permitido llamar sobre este punto muy seriamente la atención, tanto de los sacerdotes como de los padres.


“LA SAGRADA COMUNIÓN”


EL DÍA ETERNO Y LAS MISERIAS DE ESTA VIDA – Por el Beato Tomás de Kempis.






El discípulo. ¡Oh, morada felicísima de la ciudad celestial! ¡Oh, esplendoroso día de la eternidad, que la noche con sus tinieblas jamás obscurece, que la Verdad suprema siempre con sus rayos ilumina! ¡Oh día siempre alegre, sereno siempre, en que jamás hay cambios ni vicisitudes de la fortuna!

   ¡Ojalá que ese día ya hubiese amanecido y que todo lo temporal ya se hubiese acabado!

   Para los santos ya brilla con sus eternos resplandores; más a los que aún en esta vida peregrinan, apenas les llegan lejanos y pálidos rayos cual a través de ahumado cristal.

   Gozan los moradores del cielo las dulzuras de aquella vida; gimen los desterrados hijos de Eva por las grandes tristezas y amarguras de ésta. Los días de esta vida son pocos y tristes, llenos de angustia y de dolor; en ellos, el hombre de muchos pecados se mancha, muchas pasiones lo tiranizan, muchos temores le angustian, muchos cuidados le preocupan, muchas cosas curiosas lo distraen, muchas vanidades lo fascinan, muchos errores le rodean, muchas fatigas quebrantan sus fuerzas; lo persiguen las tentaciones, lo enervan los placeres, la miseria lo atormenta.

   ¡Ay! ¿Cuándo se acabarán por fin tantos males? ¿Cuándo me veré libre de la dura servidumbre de los vicios? ¿Cuándo pensaré sólo en ti, Señor? ¿Cuándo serás toda mi felicidad? ¿Cuándo gozaré de verdadera y entera libertad, sin ninguna pesadumbre ni en el alma ni en el cuerpo? ¿Cuándo habrá paz firme, imperturbable, libre de temores; paz interior y exterior, paz de todos lados estable?

   ¡Oh, amable Jesús! ¿Cuándo llegaré a verte? ¿Cuándo contemplaré la gloria de tu reino? ¿Cuándo lo serás todo en todas las cosas para mí? ¡Oh! ¿Cuándo estaré contigo en tu reino, que desde toda la eternidad para tus elegidos preparaste?

miércoles, 12 de julio de 2017

María libra del infierno a sus devotos – Por San Alfonso María de Ligorio.




Es imposible que ningún devoto de María Santísima se condene, si él procura obsequiarla y encomendarse a su patrocinio. Parecerá tal vez a primera vista mucho decir; pero suplico no deseche nadie mi aserción antes de hacerse cargo de las razones. El afirmar que un devoto de Nuestra Señora no es posible que se condene, no se ha de entender de aquellos que abusan de esta devoción para pecar más libremente; por lo que no hacen bien algunos en desaprobar con celo falso lo mucho que ensalzamos la piedad de María para con los pecadores, pareciéndoles que así los malos toman alas para más pecar; cuando lo primero que decimos es que éstos no tienen que lisonjearse; antes bien, por su temeridad y loca presunción, merecen castigo, no misericordia. Se entiende, pues, de aquellos devotos que, con el deseo de la enmienda juntan la fidelidad en obsequiar y encomendarse a la Madre de Dios. De éstos afirmo que moralmente hablando no es posible que se condenen; proposición enseñada por muchos y graves teólogos. Y para ver el fundamento sólido en que se apoyaron, examinemos lo que en la materia habían enseñado antes los Santos y doctores sagrados.

   Lo dice San Anselmo terminantemente, y estas son sus palabras: “¡Oh Virgen benditísima! Tan imposible es que se salve el que de Ti se aparta como el que perezca el que se vale de Ti”.

   Casi con las mismas expresiones lo confirma San Antonino, diciendo: “Así como es imponible que se salve ninguno de cuantos la Virgen desvíe sus ojos de misericordia, así necesariamente se salvan todos aquellos en quienes los ponga abogando por ellos.” Nótese de paso la primera parte de la proposición sentada por estos Santos, y tiemblen los que no hacen caso o dejan por descuido la devoción de María, pues vemos que aseguran resueltamente no haberse de salvar ninguno a quien esta Señora no proteja; sentencia que además sostienen otros muchos doctores, como Alberto Magno, que dice: Señora, el que no te sirva perecerá. San Buenaventura añade que los que no le son devotos morirán en pecado; y, en otra parte, que quien no la invoque en esta vida no entrará en el reino de los cielos; y exponiendo el salmo XCIX, llega a decir que ni esperanza tendrán de salvación aquellos a quienes María vuelva las espaldas, doctrina que mucho antes había enseñado San Ignacio mártir, diciendo claramente que ningún pecador se puede salvar sino por medio de la Virgen, la cual con su intercesión poderosa salva a muchísimos que de rigor de justicia se hubieran condenado. Algunos dudan que estas palabras sean de San Ignacio; pero a lo menos las hicieron suyas San Juan Crisóstomo y el abad Celense, en cuyo sentido le aplica la Iglesia lo que se dice en los Proverbios: el que me halle, hallará la vida; porque, como añade Ricardo de San Lorenzo dando la explicación de otras expresiones del mismo libro divino en que se la compara a una nave, todos los que naveguen fuera de esta barca segura, perecerán en el mar del mundo. Al contrario, dice María, el que me oye no será confundido, respondiendo a lo cual le dice San Buenaventura: Sí, Señora; quien procure obsequiaros estará muy lejos de la perdición, y San Hilario añade que ningún devoto suyo acabará mal, por más que en lo pasado haya ofendido a Dios.

   Ahora conoceremos el motivo que el demonio tiene para afanarse tanto con los pecadores, a que perdida la divina gracia, pierdan también la devoción de María Santísima. Viendo Sara que su hijo Isaac, jugando con Ismael, hijo de la esclava, aprendía malas costumbres, dijo a su marido Abraham, que le echase de casa juntamente con Agar su madre. No se contentó con que Ismael saliese, si no salía también la madre, temiendo que el mozo viniese a verla, y con aquella querencia no se despegase nunca de la casa. De esta suerte el demonio no se contenta con que el alma eche de sí a Jesucristo, si no despacha también a la Madre, porque teme que la Madre con la eficacia de su intercesión le vuelva a traer: temor bien fundado, porque todo el que sea constante en obsequiarla, pronto recobrará la gracia de Dios. Por eso llamaba San Efrén a la devoción a María carta de libertad o salvaguardia para librarse del infierno.

   Y realmente, teniendo para salvarnos tanto poder y voluntad, según la doctrina de San Bernardo: poder, porque es imposible dejar sus ruegos de ser oídos; voluntad, porque es nuestra Madre y desea que logremos la salvación mucho más que nosotros mismos, ¿cómo se ha de perder ninguno que fielmente le sea devoto? Podrá estar en pecado; pero si con deseo de la enmienda sigue encomendándose a Ella, queda a su cuidado el alcanzarle luz, arrepentimiento y verdadero dolor, perseverancia en la virtud, y al fin morir en gracia. ¿Qué madre, pudiendo fácilmente librar a un hijo del cadalso sólo con hablar al juez, no lo haría? ¿Y hemos de imaginar que la Madre más amorosa y tierna que jamás vió el mundo no librará de la muerte eterna a un hijo suyo, pudiéndolo hacer tan fácilmente?

    Demos al Señor gracias incesantes, si sentimos en nosotros este afecto y confianza filial para con la Reina de los ángeles, pues que según afirma San Juan Damasceno, es gracia que Dios concede solamente a los que quiere salvar, y oigamos las palabras del Santo, que alientan sobremanera los corazones: “¡Oh Madre de Dios!, si consigo verme bajo vuestra protección y amparo, no tengo que temer, porque el ser devoto vuestro es señal segura de salvación, y Dios no la concede sino a los que determina salvar!”

   No es extraño, pues, que esta dichosa devoción desagrade tanto al enemigo de nuestras almas. Se lee en la vida del P. Alfonso Álvarez, de la Compañía, devotísimo de la Virgen, que estando en oración y sintiéndose acosado de tentaciones impuras, oyó cerca el enemigo que le afligía diciéndole: Deja tú la devoción de María, y dejaré yo de tentarte. Y a Santa Catalina de Sena fué revelada la verdad que vamos aquí probando. Díjole el Señor: Por mi bondad y reverencia al misterio de la Encarnación, he concedido a María, Madre de mi unigénito Hijo, la prerrogativa de que ningún pecador, por grande que sea, que se le encomiende devotamente, llegue a ser presa del fuego del infierno. Aun el profeta David, dicen los intérpretes, pedía que Dios le librarse de las penas eternas por el honor y gloria de María, clamando así: “Señor, bien sabes que amé la hermosura de tu casa: no se pierda mi alma con la de los impíos.” Dice tu casa, significando a María, que es aquella casa hermosísima que en la tierra fabricó Dios por su mano para habitar y recrearse en ella hecho hombre, como está registrado proféticamente en los Proverbios por estas palabras: “La Sabiduría edificó una casa para sí.” No se perderá, nos asegura el glorioso San Ignacio, mártir, quien procure ser devoto de esta Madre Santísima; apoyándolo San Buenaventura cuando le dice: “Señora, vuestros amantes en esta vida gozan paz envidiable, y en la otra no verán la muerte eterna.” No, jamás se ha visto ni se verá que un siervo humilde y atento de María se pierda para siempre.

   ¡Cuántos se hubieran perdido por toda la eternidad, si esta Señora no hubiese mediado con su Hijo Santísimo alcanzándoles misericordia! Más llegan a decir no pocos teólogos, y especialmente Santo Tomás. Dicen que ha habido muchos casos de personas muertas en pecado mortal, y que, no obstante, por ruegos de María, Dios suspendió la sentencia, y les permitió volver a la vida para que hiciesen penitencia de sus pecados. Entre otros graves autores, Flodoardo, que vivió en el siglo IX, cuenta en su Crónica, que un diácono, por nombre Adelmaro, estando ya para ser puesto en la sepultura, resucitó y declaró haber visto el lugar que le esperaba en el infierno; pero que, interponiéndose la Virgen Santísima, le había conseguido la gracia de volver al mundo para hacer penitencia.

   Surio refiere, que la misma Señora alcanzó gracia igual a un vecino de Roma llamado Andrés, muerto Impenitente. Perbarto escribe también, que pasando en su tiempo por los Alpes, con un ejército, el emperador Segismundo, oyeron que de un esqueleto salía un grito pidiendo confesión, y añadiendo que la Virgen María, con quien en vida tuvo devoción siendo soldado, le había conseguido vivir en aquellos huesos mientras durase la confesión. Se confesó y volvió a morir.

   Estos y otros ejemplos no deben servir a ningún temerario de motivo para seguir pecando, con la esperanza de que la Virgen le librará también del infierno; porque así como sería gran locura echarse de cabeza en un pozo esperando que la Virgen había de impedir la muerte por haberlo hecho alguna vez, mucho más lo sería el aventurar la salvación eterna, con la vana presunción de que le librara del infierno. Para lo que sirven los ejemplos referidos, es para avivar la confianza, considerando que, si fué su intercesión tan poderosa, que llegase a librar de las penas eternas alguno que otro muerto en pecado, incomparablemente más eficaz será en favor de aquellos que en vida recurren a Ella y la sirven fielmente, con deseo de enmendarse y mudar de vida.

   Animados con esto, acojámonos bajo las alas de su misericordia, diciéndole con San Germán: ¡Oh Madre, oh esperanza, oh vida de los cristiano! Sin Vos, ¿qué sería de nosotros? Repitamos con San Anselmo: Señora, aquel por quien pidáis una vez, no verá los suplicios eternos. Si cuando sea llamado a juicio abogáis por mí, como Madre de misericordia, saldré absuelto. Añadamos con el beato Susón: si el Juez quisiere condenarme, pase la sentencia por vuestras manos, porque en manos tan piadosas, se impedirá la ejecución. Concluyamos con San Buenaventura: En Vos espero, Señora, no seré confundido, sino salvo en el cielo, donde os veré, alabaré y amaré para siempre.