Si los obreros de nuestro soberano Padre de
familias hubieran de trabajar no más que corporalmente como los segadores y
cavadores, fuera menester que llevara a todos por el camino de la salud y
fuerzas corporales, pues con la enfermedad no pudieran cumplir la tarea del
trabajo para que les llamaba; mas como sus obras son principalmente espirituales y crecen en la
perfección, no solamente haciendo, sino padeciendo, de aquí es que tiene
Dios caminos muy diversos, por donde suele guiarlos a un mismo fin, esto es, a
que sean perfectos. Y a unos da salud entera y complexión fuerte para
ejercitar las obras de virtud propias del cuerpo y también las del espíritu,
cuyo instrumento es el mismo cuerpo, y cuando está sano y fuerte, puede
servirle con provecho; pero a otros carga de enfermedades y dolores que son más
a propósito para el camino de padecer, proporcionando al espíritu ocasión de
ejercitar las heroicas virtudes, que andan juntas con la paciencia; cuya obra, como dijo el apóstol Santiago,
es muy perfecta, porque el padecer también es obrar, y los muy sufridos son
obreros muy escogidos; y cuando llegan a ser diestros en ambas cosas, creciendo
con la salud y con la enfermedad, entonces son del todo perfectos.
Más ¿quién
podrá declarar los secretos de la divina Providencia en la distribución de
estas dos suertes? Porque nuestro Señor, cuanto es de su parte, más
quisiera que los hombres tuvieran su naturaleza sana y vigorosa, para que cuerpo
y espíritu le sirvieran en todo con alivio y gusto; y así en el estado de la
inocencia crió a los hombres sanos y libres de toda enfermedad, y aun después
del pecado se conservaron mucho tiempo con salud muy fuerte. Y por gran favor
los israelitas, como dijo David,
por espacio de cuarenta años, que anduvieron en el desierto, estuvieron libres
de enfermedades, para que pudiesen siempre caminar a la tierra de promisión y
pelear contra los enemigos que defendían la entrada en ella; porque no hay duda
que la salud y fuerzas corporales de suyo ayudan mucho a caminar por el
desierto de esta vida, en busca de la tierra de promisión eterna, haciendo
guerra a los demonios y a los vicios con obras muy heroicas de grande provecho
para el alma, de mucha edificación para la Iglesia, y de singular ayuda para el
prójimo, ejercitando rigurosas abstinencias y asperezas y las obras de
misericordia, así las corporales sirviendo a los enfermos y hospedando a los
peregrinos, como las espirituales gobernando, predicando y ejercitando otros
ministerios en bien de los prójimos; y por esta causa el Adán celestial, aunque
tomó otras miserias del Adán terreno, no
tomó, como dice Santo Tomás, la de las enfermedades corporales, que no se
avenía con su excelente complexión. Y también preservó de ellas a la Virgen nuestra Señora, a San Juan Bautista, y a muchos esclarecidos
Santos, que, con especial vocación, llamó para obras muy grandes,
previniéndoles con mucha salud y cuerpos muy robustos para sufrir tan excesivos
trabajos. Y los que han recibido este don, han de procurar, como dice San Basilio,
conservarlo, diciendo a nuestro Señor como David, conservaré para ti mi
fortaleza. Tenía experiencia este santo rey de lo mucho que había hecho con
la salud, y fuerzas que Dios le había dado, acometiendo osos, desquijarando
leones, venciendo gigantes, desbaratando ejércitos, y matando con una sola
embestida ochocientos enemigos. Y pareciéndole que no era bien destruir con
indiscreciones este don tan precioso, dijo al Señor que se lo dió: Yo guardaré esta mi fortaleza, no para mí,
sino para ti no para buscar cosas de mi gusto, sino del tuyo; no para honrarme,
sino para honrarte, y servirte con ella. Y si tú también guardas para Dios la
fortaleza que te ha dado, podrás con su ayuda, domar las fieras de tus
pasiones, vencer los gigantes del infierno, destruir el ejército de los vicios,
y llevar a cabo empresas muy gloriosas, creyendo que la divina vocación te guía
por este camino para salir con ellas.
Pero
es tan grande nuestra miseria, que la salud que Dios nos da para servirle, la convertimos
en instrumento de ofenderle; y las
fuerzas que habíamos de emplear en buscar las virtudes, empleamos en seguir los
vicios, especialmente los dos que San Gregorio llama carnales, porque se ejercitan con el
cuerpo, y tienen por fin los deleites de la carne o los del gusto, en que se
ceba la gula, o los del tacto, que son cebo de la lujuria; pues en los cuerpos
sanos y robustos suelen brotar con mayor vehemencia las pasiones de la
sensualidad, y como hallan mayor gusto en las cosas deleitables, se van sin
freno tras ellas. Y para que veas tu
miseria en la ajena, mira cuán mal se aprovecharon los hebreos de la salud y
fuerzas que Dios les dio en el desierto: si les faltaba el agua, murmuraban
contra Moisés con tanta impaciencia, que temió no le apedreasen en
su furor; cuando les faltaba la comida, se embravecían de manera, que quisieran
más haber muerto en Egipto que padecer aquel trabajo; y cuando tenían
abundancia de maná, presto les fastidió y tornaron a murmurar, estimando en más
los ajos y cebollas que comían en Egipto, porque eran más conformes a su gusto.
Y en ausencia de Moisés se sentaron a comer, y luego se levantaron a jugar, y
el juego paró en idolatrar. Y otra vez adoraron los ídolos de las mujeres
moabitas, por cumplir su gusto carnal con ellas. Finalmente, como dijo
Moisés, engordó el amado, y tiró coces contra Dios, dejando al Señor que se las
dió. Estos son los frutos de la salud y fuerzas corporales mal domadas; porque
como el caballo brioso y fuerte, si toma bien el freno honra al caballero y le
saca del peligro, pero si es indómito y desbocado le despeña; así el cuerpo,
que es como caballo del alma, cuando está sano y fuerte, si juntamente está
bien rendido y enfrenado con el freno de la razón, es honra del que le rige; y,
como dijo Dios a Job, va al encuentro de los enemigos, no teme las
batallas, está fuerte en los peligros, y sale victorioso de ellos; más si no
está bien domado, despeña a la miserable alma en los vicios a que está
inclinado. ¿Quién
contará las glotonerías, embriagueces y las idolatrías de su vientre, a quien
tiene por su Dios? ¿Qué diré de los juegos y pasatiempos y de las carnalidades
de su sensualidad, a quien reconoce por señora? ¿Qué de sus murmuraciones y
furores, y de las venganzas que inventa contra los que le impiden sus gustos y
pretensiones? Y si con la salud se junta hacienda y poder, de todas
tres hace armas para turbar el reino de las virtudes, y entronizar en su lugar
todos los vicios. Tres cosas, dice el
Sabio, turban la tierra, y la cuarta no se puede tolerar: el siervo cuando reina,
el necio cuando está harto, la mujer rencillosa cuando se Casa, y la esclava
que hereda a su señora. ¿Quién es el siervo que reina, sino el cuerpo sano y
fuerte que preside en el reino del alma, y tiene poder para cumplir lo que
desea? Y ¿quién es el necio harto, sino el apetito sensitivo, criado con
abundancia de manjares y con fuerzas para cumplir sus gustos? Y ¿quién será la
mujer rencillosa que se casa, sino la sensualidad briosa, que quiere igualarse
con el espíritu, y le aflige si no le da todo lo que pide? Y ¿quién la esclava
que hereda a su señora, sino la carne, que se alza con las riquezas que había
de gobernar la razón y las emplea todas en sus regalos? Estas cuatro cosas
turban la conciencia, alteran la familia y descomponen la república, porque no
guardan el orden que Dios manda y la prudencia dicta; mandando como rey al
cuerpo que había de servir como esclavo; y comiendo y bebiendo el
apetito furioso, que había de andar siempre hambriento; gobernando la
sensualidad como señora, no habiendo de ser más que criada; y teniendo la carne
cuanto quiere, debiendo ser tratada como esclava; y si la divina misericordia
no pone orden en estos desconciertos, y no quita las armas a estas fieras, no
tendrán número sus insolencias; porque siempre emplearán sus fuerzas en
multiplicar pecados.
“LA
PERFECCIÓN EN LAS ENFERMEDADES”