Maestro.
— ¿Has leído, mi querido discípulo, el
hecho del Evangelio en el que representa a Zaqueo bajando de prisa del
árbol en que había subido, para honrar a Jesucristo en su casa?
Discípulo. — Creo que sí; pero no lo recuerdo
bien. Repítamelo.
M.
— Se lee, pues, en el Santo Evangelio
que Zaqueo, usurero, esto, es avaro y ladrón, al oír que Jesús pasaba junto a
su casa, sintió gran deseo de verlo; pero el respeto humano y el miedo le
hicieron subirse a un árbol, y desde allí, escondido entre las ramas, esperaba
su paso. Pasaba, pues, el Salvador y, conociendo la estratagema de Zaqueo, alzó
la vista y, mirándole fijamente, le dijo sin más razones: —Zaqueo, baja en
seguida, porque hoy mismo quiero comer en tu casa.
El
pobre Zaqueo, lleno le vergüenza y confusión porque le han descubierto, de
momento asómbrase a las palabras de Jesús, pero luego se precipita del árbol,
corre veloz a su casa; cuenta, con rostro inmutado, a sus familiares el
encuentro que ha tenido con el Divino Maestro y la forma como El mismo se ha
invitado a venir a su casa, y dice que es necesario preparar inmediatamente,
porque vendrá también con El sus apóstoles.
La
noticia llena de alegría todos los corazones: todos se preparan, y cuando llega
Jesús con los apóstoles, está todo dispuesto.
Siéntanse
a la mesa en medio de la mayor intimidad; diríase que forman una familia de
amigos que se conocen de mucho tiempo. Zaqueo y los suyos no se cansa de oírle
hablar y se sienten entusiasmados de admiración.
En medio de la
conversación habla Zaqueo y dice:
—Maestro:
yo quiero acabar con esta vida usurera que llevo; daré cuatro veces más de lo
que he defraudado.
Todos se maravillaron
de tamaña resolución; y Jesús, mirándole y sonriendo visiblemente conmovido, le
estrechó fuertemente la mano, como diciéndole:
—
Así me gusta, esto esperé de tí; te lo reconozco y te bendigo.
D. — ¡Hermoso
es esto! Zaqueo, usurero, y por tanto, avaro, prepara un banquete a Jesús y
a su comitiva... Zaqueo, usurero y ladrón, se arrepiente y propone restituir
cuatro veces más de lo que ha robado... ¡Esto
es un milagro!
M.
— Sí, por cierto, un milagro de la bondad del Corazón de Jesús y de su
misericordia para con los pobres pecadores. Jesucristo hizo este milagro,
porque vió la generosidad de Zaqueo para con El, y la que estaba dispuesto a
manifestar por el prójimo y por los pobres. Jesucristo cambia el corazón del
que es generoso para con El, para con la Iglesia y con sus pobres, suscitando
en su corazón santos propósitos, infundiéndole valor y ánimo para realizar
grandes obras.
Las
vidas de San José
Cottolengo, de San Juan Bosco y de tantos otros Santos son testimonio patente
de cómo Jesucristo bendice a los que son generosos con El, haciendo se
multipliquen sus obras de caridad.
Jesús no ama los corazones ruines ni a las almas roñosas, sino a
las generosas.
Así como dijo a Zaqueo:
“Hoy mismo iré a comer a tu casa”,
de la misma manera nos dice a nosotros todos los días: “Tomad, comed”, pues, esto quieren decir aquellas palabras: “Hoy mismo comeré en tu casa”, esto es,
quiero unirme a ti, hacerme tuyo y hacerte mío.
No seamos, pues, del
número de los descuidados ni de los rezagados, antes bien, procedamos como
Zaqueo, obedezcamos con prontitud, con alegría y decisión a la invitación de
Jesús; aun a costa de los mayores sacrificios tengamos la mesa preparada a toda
hora, o sea, preparado nuestro corazón para recibirle dignamente.
D. –– Padre, ¿y cómo podremos manifestar a Jesucristo esa generosidad tan
espléndida?
M.
— Podemos
manifestársela con la Comunión frecuente.
Un
celoso párroco de un pueblo montañés había preparado una Comunión general con
motivo de la fiesta patronal. Pero hubo también quien organizó un baile
público. ¿Qué combinación cabía en un pueblo tan
pequeño entre la Comunión general y el baile? Ninguna.
Pensando
y más pensando, el buen párroco se determinó, para no perderlo todo, a reunir
unas cuantas jóvenes de la Acción Católica y las benjaminas, para que, al menos
ellas, procuraran no faltar a la Comunión, y que hicieran lo posible para que
vinieran las demás.
Lo
hizo con tanto fervor y con tanto entusiasmo y fe, que obtuvo lo que deseaba.
No faltó ni una sola de las ciento catorce del pueblo, y con ellas todos los
feligreses, de tal manera, que al baile no acudieron más que algunas de las
forasteras y alguna solterona impenitente.
La
Comunión de aquel día fué especial por el fervor y por la manifestación de fe y
de amor, hasta el punto de hacer derramar lágrimas al párroco y a los
feligreses.
En
otro pueblo habíase predispuesto una hermosa jira en tren para visitar un
célebre santuario, distante unos cincuenta kilómetros, debiendo comulgar todos
antes del desayuno.
Todo
estaba dispuesto, y esperando ya el tren ciento cincuenta jóvenes de la Acción
Católica, con su párroco al frente. Más he aquí que se recibe un telegrama
diciendo que el tren viene con una hora de retraso.
El
párroco, que debe participar tan desagradable noticia a los jóvenes, les dice:
Queridos jóvenes, Dios quiere poner a prueba vuestra generosidad: el tren trae
una hora de retraso, y por tanto es necesario en este caso optar por una de las
dos cosas: o renunciar al paseo, o dejar la Comunión: escoged vosotros.
Apenas
había acabado de hablar el párroco, cuando todos a una gritaron: —La Comunión, la Comunión—.
Y así diciendo, fueron a oír la Santa
Misa y a comulgar.
Estos,
como puede ver, son ejemplos de sublime generosidad que Jesucristo agradece y
estima mucho. ¡Qué hermoso sería si se
multiplicaran en todas partes!
“COMULGAD
BIEN”
Pbro.
Luis José Chiavarino
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