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sábado, 10 de febrero de 2024

SANTA ESCOLÁSTICA, VIRGEN. — 10 de febrero. (+543)

 




   Santa Escolástica fué hermana gemela del glorioso patriarca de los monjes de occidente, San Benito; y nació en una de las casas más nobles de Italia, en la provincia del ducado de Espoleto, en Umbría. Era estimada como una de las damas más hermosas y ricas de su tiempo, más al saber que su santo hermano había fundado el monasterio de Monte Casino, determinó de imitarle en aquella vida tan religiosa y perfecta, y no lejos de aquel monasterio fundó otro para sí y para las doncellas que a su ejemplo dieron de mano a las cosas del mundo. Solo una vez al año salía Santa Escolástica de su encerramiento para visitar a su hermano San Benito, y el varón de Dios la recibía con sus discípulos en una posesión vecina del monasterio. La última vez que le visitó rogó a su hermano que quisiese conversar con ella toda la noche de las cosas del cielo. Le negó el hermano lo que pedía; y entonces bajando ella la cabeza y apoyándola sobre las manos, recogió su alma e hizo una breve oración con muchas lágrimas. Estaba el cielo sereno y estrellado, y lo mismo fué comenzar su oración, que turbarse repentinamente el aire, y venir una tan brava tempestad de relámpagos, truenos y copiosa lluvia, que ya no fué posible a su hermano y a los monjes que le acompañaban la vuelta de aquel lugar al vecino monasterio. Se quejó San Benito amorosamente con su hermana, diciendo: “El Señor te perdone, hermana, lo que has hecho”. Y ella replicó con santa gracia: “Te pedí a ti que me hicieses el placer de quedarte, y no quisiste; lo he pedido al Señor, y mira cómo me ha oído; vete, pues, ahora, si puedes”. Así pasaron toda la noche en santas y sabrosas pláticas y amaneciendo, volvieron los hermanos a sus monasterios. Tres días después pasó de esta vida Santa Escolástica, cuya alma purísima vio su hermano San Benito volar al cielo en figura de una cándida paloma, y ordenó que enterrasen el santo cuerpo en la sepultura que para sí tenía preparada. Con lo cual no separó el sepulcro aquellos cuerpos cuyas almas tan unidas habían estado toda la vida.

 

   Reflexión: El monasterio que labró Santa Escolástica no lejos del de su hermano San Benito fué el origen de aquella Orden de religiosas que llegó a contar en el occidente hasta catorce mil monasterios, en los cuales tantas nobles doncellas y princesas ilustres se abrazaron con la cruz de Jesucristo. ¡Cuántas se hubieran perdido entre los lazos y seducciones del mundo, y ahora gozan con Santa Escolástica de la felicidad del cielo! Porque la casa religiosa es puerto de salud, y antecámara del paraíso. A ella son llamadas por singular beneficio del Señor las almas escogidas, para que desnudándose de las riquezas, deleites y vanas libertades, se vean libres de las espinas de las culpas y congojas, que punzan a los mundanos, y ahogan la semilla de las divinas inspiraciones. En ella encuentran el verdadero tesoro de todas las virtudes, las cuales florecen en la Religión, como en jardín donde tiene sus delicias el divino Esposo de las almas. En ella gozan de la paz de Dios que sobrepuja todo sentido, y reciben prendas seguras de eterna vida y de grande y eterna gloria.

 

   Oración: Oh Dios, que para mostrarnos el camino de la inocencia, hiciste volar al cielo en forma de paloma el alma de tu virgen Escolástica, concédenos por sus méritos y súplicas la gracia de llevar una vida inocente para merecer los eternos goces del paraíso. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

 

FLOS SANCTORVM  1949.


El Milagro de la lluvia: Santa Escolástica (hermana de San Benito).

 




   GREGORIO. – ¿Quién habrá, Pedro, en esta vida más grande que San Pablo? Y sin embargo tres veces rogó al Señor que le librara del aguijón de la carne (2Co 12,8) y no pudo alcanzar lo que deseaba. Por eso, es preciso que te cuente del venerable abad Benito cómo deseó algo y no pudo obtenerlo. En efecto, una hermana suya, llamada Escolástica, consagrada a Dios todopoderoso desde su infancia, acostumbraba a visitarle una vez al año. Para verla, el hombre de Dios descendía a una posesión del monasterio, situada no lejos de la puerta del mismo. Un día vino como de costumbre y su venerable hermano bajó donde ella, acompañado de algunos de sus discípulos. Pasaron todo el día ocupados en la alabanza divina y en santos coloquios, y al acercarse las tinieblas de la noche tomaron juntos la refección. Estando aún sentados a la mesa entretenidos en santos coloquios, y siendo ya la hora muy avanzada, dicha religiosa hermana suya le rogó: “Te suplico que no me dejes esta noche, para que podamos hablar hasta mañana de los goces de la vida celestial”. A lo que él respondió: “¡Qué es lo que dices, hermana! En modo alguno puedo permanecer fuera del monasterio”.

   Estaba entonces el cielo tan despejado que no se veía en él ni una sola nube. Pero la religiosa mujer, al oír la negativa de su hermano, juntó las manos sobre la mesa con los dedos entrelazados y apoyó en ellas la cabeza para orar a Dios todopoderoso. Cuando levantó la cabeza de la mesa, era tanta la violencia de los relámpagos y truenos y la inundación de la lluvia, que ni el venerable Benito ni los monjes que con él estaban pudieron trasponer el umbral del lugar donde estaban sentados.  En efecto, la religiosa mujer, mientras tenía la cabeza apoyada en las manos había derramado sobre la mesa tal río de lágrimas, que trocaron en lluvia la serenidad del cielo. Y no tardó en seguir a la oración la inundación del agua, sino que de tal manera fueron simultáneas la oración y la copiosa lluvia, que cuando fue a levantar la cabeza de la mesa se oyó el estallido del trueno y lo mismo fue levantarla que caer al momento la lluvia. Entonces, viendo el hombre de Dios, que en medio de tantos relámpagos y truenos y de aquella lluvia torrencial no le era posible regresar al monasterio, entristecido, empezó a quejarse diciendo: “¡Que Dios todopoderoso te perdone, hermana! ¿Qué es lo que has hecho?”. A lo que Santa Escolástica respondió: “Te lo supliqué y no quisiste escucharme; rogué a mi Señor y él me ha oído. Ahora, sal si puedes. Déjame y regresa al monasterio”. Pero no pudiendo salir fuera de la estancia, hubo de quedarse a la fuerza, ya que no había querido permanecer con ella de buena gana. Y así fue cómo pasaron toda la noche en vela, saciándose mutuamente con coloquios sobre la vida espiritual.

   Por eso te dije, que quiso algo que no pudo alcanzar. Porque si bien nos fijamos en el pensamiento del venerable varón, no hay duda que deseaba se mantuviera el cielo despejado como cuando había bajado del monasterio, pero contra lo que deseaba se hizo el milagro, por el poder de Dios todopoderoso y gracias al corazón de aquella santa mujer. Y no es de maravillar que, en esta ocasión, aquella mujer que deseaba ver a su hermano pudiese más que él, porque según la sentencia de San Juan: Dios es amor (1Jn 4,16), y con razón pudo más la que amó más (Lc 7,47) 53.

   PEDRO.  Ciertamente, me gusta mucho lo que dices.

 

“VIDA DE SAN BENITO por SAN GREGORIO MAGNO”