Entre todas las
muestras de caridad que nuestro Salvador nos descubrió en este mundo, con mucha
razón se cuenta por muy señalada la institución del Santísimo Sacramento. Por
lo cual dice San Juan que, habiendo el Señor amado a los suyos que tenía en el mundo,
esto es, a sus escogidos, en el fin de la vida señaladamente los amó, porque en
este tiempo les hizo mayores beneficios y les descubrió mayores muestras de su
amor.
Pues para entendimiento de estas palabras,
que son fundamento así de este misterio como de todos los demás que se siguen,
conviene presuponer que ninguna lengua criada es bastante para declarar la
grandeza del amor que Cristo tenía a su Eterno Padre, y consecuentemente a los
hombres que Él le encomendó.
Porque como las mercedes y beneficios que
este Señor, en cuanto hombre, había recibido de este soberano Padre fuesen
infinitas, y la gracia otrosí de su alma, de donde procede la caridad, fuere
también infinita, de aquí es que el amor que a todo esto respondía era tan
grande, que no hay entendimiento humano ni angélico que lo pueda comprender.
Pues como sea propio del amor desear padecer
trabajos por el amado, de aquí nace que también se puede comprender la grandeza
del deseo que Cristo tenía de beber el cáliz de la muerte, y padecer trabajos
por la gloria de Dios y por la salud de los hombres, que Él tanto deseaba por
su amor.
Pues este divino amor, que hasta este día
estuvo como detenido y represado para que no hiciese todo lo que Él deseaba y
podía hacer, este día le abrieron las puertas y le dieron licencia para que
ordenase e hiciese todo cuanto quisiese por la gloria de Dios y por la salud de
los hombres.
Habida, pues, esta licencia, la primera cosa
que hizo fue abrir la puerta a todos los dolores y tormentos de su Pasión, para
que todos juntos envistiesen primero en su alma santísima con la aprehensión y
representación de ellos y después en todo su sacratísimo cuerpo. Los cuales
fueron tales, que la imaginación y representación de ellos bastó para hacerle
sudar gotas de viva sangre.
Este mismo le entregó luego en manos de
pecadores y le ató a una columna, y le coronó con espinas, y le hizo llevar una
Cruz a cuestas, y en ella misma le crucificó.
Éste le hizo entregar sus manos para que las
atasen, y sus mejillas para que las abofeteasen, y sus barbas para que las pelasen,
y sus espaldas para que las azotasen, y sus pies y manos para que los
enclavasen, y su costado precioso para que lo alanceasen, y, finalmente, todos
sus miembros y sentidos para que por nuestra causa los atormentasen.
Y de aquí se ha de tomar la medida de los
trabajos de Cristo, no de la furia de sus enemigos, porque ésta no igualaba con
su amor, ni de la muchedumbre de nuestros pecados, pues para éstos bastaba una
sola gota de su sangre, sino de la grandeza de este amor.
Mas ante todas estas cosas este mismo amor
le hizo ordenar un Sacramento admirable, el cual por doquiera que le miréis
está echando de sí llamas y rayos de amor.
Por donde el que desea saber qué tan grande
sea este amor, ponga los ojos en este divino Sacramento y considere los efectos
y propósitos para que fue instituido, porque éstos le darán nuevas ciertas de
la grandeza de la caridad que ardía en el pecho de donde este Sacramento
procedió. Porque todos los indicios y señales que hay de verdadero y perfecto
amor, en este divino Sacramento se hallan.
Porque primeramente, la principal señal
y obra del verdadero amor es desear unirse y hacerse una cosa con lo que ama.
De donde viene a ser que el que ama, todos los sentidos tiene en la cosa que
ama: el entendimiento, la memoria, la voluntad, la imaginación, con todo lo
demás. De suerte que el amor es una alienación y destierro de sí mismo, que
nace de estar el hombre todo trasladado y transportado en el amado.
Pues este tan principal efecto de amor nos
mostró Cristo en este Sacramento; porque uno de los fines para que lo instituyó
fue para incorporarnos y hacernos una
cosa consigo, y por esto lo instituyó en especie de manjar, porque así como del
manjar y del que lo come se hace una misma cosa, así también de Cristo y del
que dignamente lo recibe, como Él mismo lo significó diciendo: “El que come mi carne, y bebe mi sangre, él
está en Mí, y Yo en él.”
Lo cual se hace por la participación de un
mismo espíritu que mora en ambos, que es como estar en ambos un mismo corazón y
un alma; de donde se sigue una misma manera de vida y después una misma gloria,
aunque en grados diferentes.
Pues ¿qué
cosa más para apreciar y estimar que ésta?
La
segunda señal y obra de verdadero amor es hacer bien a la persona amada y
darle parte de cuanto tiene, después que le ha dado su corazón y a sí
mismo. Porque el verdadero amor nunca
está ocioso: siempre obra y siempre trabaja por hacer bien a quien ama.
Pues ¿qué
mayores bienes, qué mayores dádivas que las que nos da Cristo en este
Sacramento?
Porque en él se nos da la misma carne y
sangre de Cristo, y el fruto que con el sacrifico de esa misma sangre se ganó.
De manera que aquí se nos da el panal
juntamente con la miel, que es Cristo con sus merecimientos y trabajos, de que
aquí nos hace participantes por virtud de este Sacramento, según la disposición
y aparejo del que lo recibe.
De donde así como en tocando nuestra alma en
la carne que desciende de Adán, cuando Dios la infunde y la cría, luego es
hecha participante de todos los males y miserias de Adán; así, por el
contrario, en tocando por medio de este Santísimo Sacramento dignamente en la
carne de Cristo, se hace participante de todos los bienes y tesoros de Cristo.
Por lo cual se llama este Sacramento
Comunión, porque por él nos comunica Dios no solamente su preciosa carne y
sangre, mas también su parte de todos los trabajos y méritos que con el
sacrificio de esa carne y sangre se alcanzaron.
La
tercera señal y obra de amor es desear vivir en la memoria del amado y
querer que siempre se acuerde de él; y para eso se dan los que se aman, cuando
se apartan, algunos memoriales y prendas que despiertan esta memoria.
Pues por esto ordenó también el Señor este
Sacramento, para que en su ausencia fuese memorial de su sacratísima Pasión y
de su Persona. Y así, acabándolo de instituir, dijo: “Cada vez que celebráres este misterio, celebradlo en memoria de Mí”;
esto es, para acordaros de lo mucho que os amé, de lo mucho que os quise y de
lo mucho que por vuestra causa padecí.
Pues quien esta memoria con tales prendas
Mas no se contenta el verdadero amor con
sola la memoria, sino, sobre todo, pide retomo de amor; porque toda otra paga
tiene por pequeña en comparación de ésa, y a veces llega este deseo a tanto,
que viene a buscar maneras de bocados y artificios para causar este amor cuando
entiende que no lo hay.
Pues hasta aquí llegó el soberano amor de
Dios; que deseando ser amado de nosotros, ordenó este misterioso bocado con
tales palabras consagrado, que quien dignamente lo recibe luego es herido y
tocado de este amor. Pues ¿qué cosa más admirable
que ésta?
La
cuarta señal y obra de amor, cuando es tierno, es desear dar placer y
contentamiento al que ama, y buscarle cosas acomodadas para esto, como hacen
los padres a los hijos chiquitos, que les procuran y traen algunas cositas que
sirvan para su gusto y recreación.
Pues esto mismo hizo aquí este soberano
amador de los hombres ordenando este Sacramento, cuyo efecto propio es dar una
espiritual refección y consolación a las almas puras y limpias, las cuales
reciben con él tan grande gusto y suavidad, que, como dice Santo Tomás, no hay
lengua que lo pueda explicar.
Y mira, ruégote, en qué tiempo se puso el
Señor a aparejarnos este bocado de tanta suavidad, que fue la noche de su Pasión,
cuando a Él se le estaban aparejando los mayores trabajos y dolores del mundo.
De manera que cuando a Él se aparejaban los
dolores, nos aparejaba Él estos sabores; cuando a Él se aparejaba la hiel, nos
aparejaba Él esta miel; cuando para Él se ordenaban estos tormentos, nos
ordenaba Él estos regalos, sin que la presencia de la muerte y de tantos
trabajos como le estaban aguardando, fuesen parte para ocupar su corazón de tal
manera que lo retrajese de hacemos este grande beneficio.
Verdaderamente con mucha razón se dice que
es fuerte el amor como la muerte, pues las muchas aguas, y los grandes ríos de
pasiones y dolores, no bastaron no sólo para apagar, mas ni aun para oscurecer
la llama de este divino amor.
La última señal
y obra de amor es desear la presencia del amado por no poder sufrir el tormento
de su ausencia. Esto verá claro quien leyere los extremos que hacía la madre de
Tobías por la ausencia de su hijo, y lo que hizo el Patriarca Jacob por la
vista de José, pues a cabo de ciento y treinta años de edad partió con toda su
casa y familia para Egipto, por ver, antes que muriese, con sus ojos, lo que
tanto amaba su corazón.
Porque la condición del verdadero amor es
querer tener presente lo que ama y gozar siempre de su compañía. Pues por esta
causa este divino amador instituyó este admirable Sacramento, en que realmente
está Él mismo en sustancia, para que, estando este Sacramento en el mundo, se
quedase Él también con nosotros en el mundo, aunque se partiese para el Cielo.
Lo cual es manifiesto argumento de su amor y de lo que Él deseaba nuestra
compañía, porque la grandeza de este amor no sufría esta ausencia tan larga.
Y hacer Él esto con nosotros fue la mayor
honra, el mayor provecho, el mayor consuelo y mayor remedio que nos pudiera
quedar en este mundo, para que en Él tuviésemos en quien poner los ojos, a
quien llamar en nuestras necesidades, a quien hablar cara a cara cuando nos
fuese menester, cuya presencia despertase nuestra devoción, acrecentase más
nuestra reverencia, esforzase más nuestra confianza y encendiese más nuestro
amor.
Engrandecía Moisés al pueblo de Israel
diciendo que no había en el mundo nación tan grande, que tuviese dioses tan
cerca de sí cuanto lo estaba nuestro Dios a todas nuestras oraciones. Si esto
decía él aun antes de la institución de este divino Sacramento, ¿qué dijera ahora cuando en Él y por Él tenemos
a Dios presente, que nos ve y le vemos, y con quien rostro a rostro platicamos?
Verdaderamente mucho hizo el Señor en
ordenar este Sacramento para que le recibiésemos dentro de nosotros; pero mucho
hizo también en querer que le tuviésemos perpetuamente en nuestra compañía en
los lugares sagrados. Dichosos los
cristianos que todos los días pueden visitar estos lugares y asistir a la
presencia de este Señor, y hablar cara a cara con Él. Pero mucho más los
Sacerdotes y Religiosos que moran en los templos, y día y noche pueden gozar de
esta misma presencia y tratar familiarmente con Dios.
¿Ves,
pues, cómo toda las señales y obras de perfecto amor concurren en este divino
Sacramento, y todas en sumo grado de perfección? Por donde no queda lugar
para dudar de la grandeza de este amor, pues con tantos y tan evidentes
argumentos se nos declara. En lo cual conocerás que no es Dios menos grande en
amar que en todas las otras obras suyas.
Porque así como es grande en galardonar, y
en consolar, y en castigar, así también lo es en el amar. Pues ¿qué mayor tesoro, qué mayor consolación
puede ser que ésta?
Porque cierto es que, hablando en todo
rigor, el mayor bien que nuestro Señor puede hacer a una criatura es amarla. Porque
el amor dicen los teólogos que es el primer don y la primera dádiva que se da,
de la cual nacen todas las otras dádivas como arroyos de su fuente o como
efectos de su causa.
Pues siendo esto así, ¿qué mayor riqueza ni consolación pueden tener los siervos de Dios, que
saber que de esta manera son amados de Dios? Porque dado caso que de esto
no se puede tener evidencia si Dios no lo revelase, pero todavía se pueden
tener grandes conjeturas, cuales las tienen los que perseveran mucho tiempo sin
pecado mortal, y esto basta para recibir, con esta manera de noticia,
grandísima consolación, y no sólo consolación, sino también grandísimos
estímulos y motivos, así para amar a Dios como para esperar en Él.
Porque si con ninguna cosa se enciende más
un fuego que con otro fuego, ¿con qué se
podrá más encender en nuestros corazones su amor que con tal fuego de amor?
Y si ninguna cosa esfuerza más la confianza
que saber que nos ama el que puede remediarnos, ¿cómo no tendremos confianza en quien nos tiene tan grande amor? ¿Qué
negará el que a sí mismo se dio y el que tanto nos amó, pues la primera de las
dádivas es el amor?
Mas hay aun aquí otra cosa que declara mucho
la grandeza de este amor. Porque ya que esta dádiva era tan grande, si la diera
Él a quien la mereciera, o a quien la agradeciera, o a quien supiera
aprovecharse dignamente de ella, no fuera tanto más darla a muchos que tan mal
la conocen y tan poco la agradecen y tan mal se saben de ella aprovechar, esto
es, de caridad y misericordia singular.
Quisiste, Señor, declarar la grandeza de tu
caridad al mundo y supístelo muy bien hacer, porque para esto buscaste una tan
ingrata y tan indigna criatura como yo, para que tanto más resplandeciese la
grandeza de tu gracia, cuanto más indigna era esta persona.
Los pintores, cuando pintan una imagen
blanca, suelen ponerla en un campo negro, para que salga mejor lo blanco par de
lo prieto. Pues así Tú, Señor, usaste de esta tan maravillosa gracia con una
tan indigna criatura como es el hombre, para que la indignidad de esta criatura
descubriese más la grandeza de tu gracia.
Pues, ¡oh
Rey de gloria!, ¿qué tiene este
hombre porque tanto le amas y tanto quieres ser amado de él? ¡Oh cosa de grande
admiración! Si todo tu ser y gloria dependiera del hombre, así como toda la
del hombre pende de Ti, ¿qué más hicieras
de lo que hiciste para ser amado de él?
Cosa es por cierto maravillosa que, estando toda mi salud, toda mi gloria y
bienaventuranza en Ti, huya yo de Ti; y teniendo Tú tan poca necesidad de mí,
hagas tanto por amor de mí.
Ni es menos argumento de esta caridad la
especie en que este Señor quiso quedar acá con nosotros, porque si en su propia
forma quedara, quedara para ser venerado; mas quedando en forma de pan, queda
para ser comido y venerado: para que con lo uno se ejercitase la fe y con lo
otro la caridad.
Y llámase pan de vida, porque es la misma
vida en figura de pan; por eso esto otro pan poco a poco va dando vida a quien
lo come, después de muchas digestiones; mas el que dignamente come este pan, en
un momento recibe vida, porque come la misma vida.
De manera que si tienes horror de este
manjar porque es vivo, allégate a él porque es pan; y si lo tienes en poco
porque es pan estímalo mucho porque es vivo.
“VIDA
DE JESUCRITO”
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