Dice el sagrado Esposo en los Cantares que
le ha robado el Corazón su Esposa con uno de sus ojos y con uno de sus
cabellos. Y si los ojos son la parte más noble de todas las exteriores del
cuerpo humano, ya por su estructura, ya por su actividad, ninguna es más vil
que los cabellos; pero quiere dar a entender con esto el divino Esposo que no
sólo se complace en las grandes obras de las personas devotas, sino también en
las más pequeñas y bajas, y que para darle gusto se le ha se servir con igual
esmero, así en las ocasiones pequeñas y humildes como en las grandes y
elevadas, puesto que tanto con unas como con otras podemos robarles el corazón
de enamorado.
Prepárate, pues Filotea, a sufrir por
nuestro Señor muchas y grandes aflicciones, y aun también el martirio;
resuélvete a sacrificarle lo que más estimas, si quieres recibirlo, sea el
padre, la madre, el hermano, el marido, la mujer, los hijos, tus mismos ojos y
tu propia vida, porque a todo esto ha de estar preparado tu corazón. Pero en
tanto que la divina Providencia no te envía tan sensibles y grandes
aflicciones, en tanto que no exige de ti el sacrificio de tus ojos, sacrifícale
a lo menos tus cabellos, quiero decir que sufras con paciencia aquellas ligeras
injurias, leves incomodidades y pérdidas de poca consideración que ocurren cada
día, pues aprovechando con amor y dilección esta ocasioncillas, conquistarás
enteramente su corazón y le harás del todo tuyo.
Los cotidianos, aunque ligeros, actos de
caridad, el dolor de cabeza o de muelas, la fluxión, las extravagancias del
marido o de la mujer, el quebrarse un brazo, aquel desprecio o gesto, el
perderse los guantes, la sortija o el pañuelo; aquella incomodidad de recogerse
temprano y madrugar para la oración o para ir a comulgar; aquella vergüenza que
causa hacer en público ciertos actos de devoción; en suma, todas estas pequeñas
molestias, sufridas y abrazadas con amor, son agradabilísimas a la divina
Bondad, que por sólo un vaso de agua ha prometido a sus fieles el mar
inagotable de una bienaventuranza cumplida. Y como estas ocasiones se
encuentran a cada instante, si se aprovechan, son excelente medio de atesorar
muchas espirituales riquezas.
Al leer en la vida de santa Catalina de
Siena los éxtasis y elevaciones de su espíritu, sus palabras llenas de sabiduría,
y aun las exhortaciones que hizo, no puedo dudar de que con aquellos ojos de
contemplación habría robado el corazón de su celestial Esposo. Pero no fue menos
mi consuelo cuando la vi en la cocina de su padre con grande humildad dar
vuelta al asador, atizar el fuego, sazonar la comida, amasar el pan y hacer los
más humildes oficios de la casa con un espíritu inflamado en amor y dilección
para con su Dios. Y no tengo en menos la meditación sencilla y humilde que
tenía entre los ejercicios viles y despreciables, que los éxtasis y elevaciones
que la arrobaban con tanta frecuencia, y que, quizá, se le concedieron en
premio de aquella humildad y abatimiento.
Tenía, pues, esta meditación, imaginando que
cuando guisaba para agasajar a su padre, estaba guisando para nuestro Señor,
como otra santa Marta; que su madre ocupaba el lugar de nuestra Señora, y sus
hermanos el de los apóstoles, con lo cual se excitaba a servir en espíritu a
toda la corte celestial; y se empleaba en aquellos ruines ministerios con gran
dulzura de su alma, porque sabía que aquélla era la voluntad de Dios.
Te he propuesto,
Filotea, este ejemplo, para que aprendas cuánto importa enderezar todas
nuestras acciones, por viles que sean, al servicio de la Majestad divina.
A este fin, te
aconsejo, con todo el encarecimiento posible, que imites a la mujer fuerte, que
tanto celebra Salomón, la cual, como dice este gran sabio, echaba mano a las
acciones grandes, generosas, y elevadas, sin dejar por eso de hilar y torcer el
huso. “Alargó su mano a las cosas fuertes, y sus dedos tomaron el uso”. Echa tú
también la mano a las cosas fuertes, empleándote en tener oración y meditación
y recibir los santos sacramentos, en excitar el fuego del amor de Dios en las
almas, en sembrar inspiraciones buenas en los corazones, y, finalmente, en
hacer obras grandes y de sumo precio, conforme a tu vocación. Empero, no te
olvides del huso y de la rueca, quiero decir, de practicar aquellas virtudes
pequeñas y humildes que crecen como flores al pie de la cruz, cuales son:
servir a los pobres, visitar a los enfermos, cuidar de la familia, con todo lo
que a esto se sigue y el importante cuidado de no estar jamás ociosa. Más, entre
estas ocupaciones, has de esparcir unas consideraciones semejantes a las que te
he referido de santa Catalina.
Raras veces se ofrecen grandes ocasiones de
servir a Dios, pero pequeñas, continuamente. Pues ten entendido que el que sea
fiel en lo poco será constituido en lo mucho, como dice el Salvador. Por tanto,
haz todas las cosas en el nombre de Dios, y todas las harás bien: ora comas,
ora bebas, ora duermes, ora te diviertes, ora des vuelta el asador; como sepas
aprovechar estas haciendas, adelantarás mucho a los ojos de Dios haciendo todo
esto, porque así quiere Dios que lo hagas.
“INTRODUCCIÓN
A LA VIDA DEVOTA”