A Fray Tomás de la
Della Fonte, de la Orden de los HH. Predicadores, año 1368
En nombre de Jesucristo crucificado y de la
dulce María.
Carísimo padre en Cristo, el dulce Jesús.
Yo, Catalina, sierva y esclava de los siervos de Jesucristo, os escribo en la
preciosa sangre con el deseo de veros bañado en ella, pues embriaga, fortalece,
quema e ilumina al alma con la verdad, y por eso no cae en la mentira. ¡Oh sangre que fortalece al alma y le quita
la debilidad! Esta procede del temor servil, y este de la falta de luz. El
alma es fuerte porque en la sangre ha sido iluminada por la verdad, y ha
conocido y visto con el entendimiento que la verdad primera la creó para darle
vida perdurable en la gloria y alabanza de su nombre. ¿Quién le manifiesta que es así? La sangre del Cordero inmaculado.
Ella muestra que todas las cosas que Dios concede, prósperas y adversas,
consuelos y tribulaciones, vergüenza, y vituperio, escarnios y villanías,
infamias y murmuraciones, todas nos son otorgadas con ardiente amor para que se
cumpla en nosotros la primera y dulce verdad para la que hemos sido creados.
¿Quién nos lo certifica?
La sangre. Porque, si hubiese intentado otra cosa de nosotros, no nos habría
dado a su Hijo, y el Hijo la vida. En cuanto el alma ha conocido esta verdad
con el entendimiento inmediatamente recibe la fuerza capaz de soportarlo y
sufrirlo todo por Cristo crucificado. No se enfría; se calienta con el fuego de
la caridad divina, con aborrecimiento y descontento de sí misma. Poco a poco se
encuentra ebria. Como el embriagado pierde sus sentidos y no tiene más
sensación que la del vino, y todas sus sensaciones quedan inmersas en el vino,
así el alma, embriagada de la sangre de Cristo pierde la sensación propia y es privada del amor sensible y del temor
servil (donde no hay amor sensible no
hay temor a la pena; se deleita en las tribulaciones y no quiere gloriarse sino
de la cruz de Cristo). Esta es su gloria. Entonces todas las potencias del
alma se hallan ocupadas en nuestro interior. La memoria se encuentra llena de
la sangre; la recibe como beneficio; en
ella descubre amor divino (expulsa al
amor propio); amor a los oprobios y pena por la honra; amor a la muerte y
pena de la vida. ¿Con qué se ha llenado
la memoria? Con las manos del afecto y del santo y verdadero deseo. Ese
afecto y amor proceden de la luz del entendimiento que conoce la verdad y la
dulce voluntad de Dios. Así quiero, carísimo padre, que dulcemente nos
embriaguemos y bañemos en la sangre de Cristo crucificado, para que las cosas
amargas nos parezcan dulce, y ligeros los grandes pesos; de las espinas y
abrojos saquemos la rosa: la paz y la quietud. No digo más. Permaneced en el
santo amor a Dios. Jesús dulce, Jesús amor.
“ESCRITOS
ESCOGIDOS”
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