viernes, 30 de diciembre de 2022

MEDITACIÓN SOBRE EL AMOR AL PRÓJIMO

 




I. Bien está amar a los demás más que a sí mismo al punto de sacrificar la propia libertad para sacar a un desdichado de la esclavitud, tal como hizo San Paulino. Imita esta heroica virtud, amando al prójimo por lo menos como a ti mismo. Sírvele, complácele, habla en su favor; en una palabra, trátalo como quisieras que te trataran a ti, si estuvieras en su lugar. ¿Por ventura podría decirse de ti lo que se decía de los primeros cristianos: Ved cómo se aman; están dispuestos a morir unos por otros? (Tertuliano)

 

II. Te inclinas naturalmente a hablar favorablemente de ti mismo, a encontrar excelentes tus acciones, a disculpar tus defectos, a interpretar bien lo que te concierne. Haz lo mismo respecto de tu prójimo; trátalo con indulgencia. No quieres que se tengan ojos para tus faltas ni lengua para hablar de ellas. ¿Eres ciego y mudo tú cuando los otros hacen mal?

 

III. Tu amor por el prójimo debe ser universal, sin acepción de personas. Todos los hombres llevan la imagen de Dios, todos han sido redimidos por la sangre de Jesucristo, todos pueden ir al cielo; así, debes amarlos a todos, sin dejarte guiar jamás por tu humor y tu capricho. De otro modo, tu amor no es más que amor natural que no tiene derecho a recompensa alguna en el cielo. San Paulino se hizo esclavo para rescatar a un hombre que no conocía, pero en quien veía la imagen de Dios. Nuestro amor, decía él, no considera ni la persona ni la condición de los hombres; ve sólo las almas.

 

 

Amad al prójimo.

Orad por vuestros enemigos.


“Valor del tiempo” (para meditarlo este Año Nuevo) – Por San Alfonso María de Ligorio.


 



Comentario de Nicky Pío: Empezamos una nueva oportunidad que otros ya la han perdido. ¿Y quién sabe que nos deparará el futuro en este lapso de tiempo que llamamos “Año”? Dios nos da tiempo en esta vida, sí, pero ¿Quién puede medirlo? Nada más “cierto” que la “muerte”, pero nada más “incierto” el ¿Cuándo? Y después el juicio y, quien sabe, ¿Salvación eterna o condenación eterna? No dejes de leer este artículo, el tiempo que te tomes en hacerlo será bien aprovechado. Dios nos de la perseverancia final.

 

VALOR DEL TIEMPO

 

Hijo, guarda el tiempo. (Ecl. 4, 23)

 

PUNTO PRIMERO

 

   Procura, hijo mío –nos dice el Espíritu Santo–, emplear bien el tiempo, que es la más preciada cosa, riquísimo don que Dios concede al hombre mortal. Hasta los gentiles conocieron cuánto es su valor. Séneca decía que nada puede equivaler al precio del tiempo. Y con mayor estimación le apreciaron los Santos.

   San Bernardino de Siena afirma que un instante de tiempo vale tanto como Dios, porque en ese momento, con un acto de contrición o de amor perfecto, puede el hombre adquirir la divina gracia y la gloria eterna.

   Tesoro es el tiempo que sólo en esta vida se halla, más no en la otra, ni el Cielo, ni en el infierno. Así es el grito de los condenados: “¡Oh, si tuviésemos una hora!…” A toda costa querrían una hora para remediar su ruina; pero esta hora jamás les será dada.

   En el Cielo no hay llanto; más si los bienaventurados pudieran sufrir, llorarían el tiempo perdido en la vida mortal, que podría haberles servido para alcanzar más alto grado de gloria; pero ya pasó la época de merecer.

   Una religiosa benedictina, difunta, se apareció radiante en gloria a una persona y le reveló que gozaba plena felicidad; pero que si algo hubiera podido desear, sería solamente volver al mundo y padecer más en él para alcanzar mayores méritos; y añadió que con gusto hubiera sufrido hasta el día del juicio la dolorosa enfermedad que la llevó a la muerte, con tal de conseguir la gloria que corresponde al mérito de una sola Avemaría.

   ¿Y tú, hermano mío, en qué gastas el tiempo?… ¿Por qué lo que puedes hacer hoy lo difieres siempre hasta mañana? Piensa que el tiempo pasado desapareció y no es ya tuyo; que el futuro no depende de ti. Sólo el tiempo presente tienes para obrar…

   “¡Oh infeliz! –Advierte San Bernardo–, ¿por qué presumes de lo venidero, como si el Padre hubiese puesto el tiempo en tu poder?” Y San Agustín dice: “¿Cómo puedes prometerte el día de mañana, si no sabes si tendrás una hora de vida?” Así, con razón, decía Santa Teresa: “Si no te hayas preparado para morir, teme tener una mala muerte…”.

 

AFECTOS Y SÚPLICAS

 

   Gracias os doy, Dios mío, por el tiempo que me concedéis para remediar los desórdenes de mi vida pasada. Si en este momento me enviarais la muerte, una de mis mayores penas sería el pensar en el tiempo perdido…

   ¡Ah, Señor mío, me disteis el tiempo para amaros, y le he invertido en ofenderos!… Merecí que me enviarais al infierno desde el primer momento en que me aparté de Vos; pero me habéis llamado a penitencia y me habéis perdonado. Prometí no ofenderos más, ¡y cuántas veces he vuelto a injuriaros y Vos a perdonarme!… ¡Bendita sea eternamente vuestra misericordia! Si no fuera infinita, ¿cómo hubiera podido sufrirme así? ¿Quién pudiera haber tenido conmigo la paciencia que Vos tenéis?…

   ¡Cuánto me pesa haber ofendido a un Dios tan bueno!… Carísimo Salvador mío, aunque sólo fuera por la paciencia que habéis tenido para conmigo, debería yo estar enamorado de Vos. No permitáis nuevas ingratitudes mías al amor que me habéis demostrado. Desasidme de todo y atraedme a vuestro amor…

   No, Dios mío; no quiero perder más el tiempo que me dais para remediar el mal que hice, sino emplearle todo él en amaros y serviros. Os amo, Bondad infinita, y espero amaros eternamente.

   Gracias mil os doy, Virgen María, que habéis sido mi abogada para alcanzarme este tiempo de vida. Auxiliadme ahora y haced que le invierta por completo en amar a Vuestro Hijo, mi Redentor, y a Vos, Reina y Madre mía.

 

PUNTO SEGUNDO

 

   Nada hay más precioso que el tiempo, ni hay cosa menos estimada ni más despreciada por los mundanos. De ello se lamentaba San Bernardo, y añadía: “Pasan los días de salud, y nadie piensa que esos días desaparecen y no vuelven jamás”. Ved aquel jugador que pierde días y noches en el juego. Preguntadle qué hace, y os responderá: “Pasando el tiempo”. Ved aquel desocupado que se entretiene en la calle, quizá muchas horas, mirando a los que pasan, o hablando obscenamente o de cosas inútiles. Si le preguntan qué está haciendo, os dirá que no hace más que pasar el tiempo. ¡Pobres ciegos, que pierden tantos días, días que nunca volverán!

   ¡Oh tiempo despreciado!, tú serás lo que más deseen los mundanos en el trance de la muerte… Querrán otro año, otro mes, otro día más; pero no les será dado, y oirán decir que ya no habrá más tiempo (Ap. 10, 6). ¡Cuánto no daría cualquiera de ellos para alcanzar una semana, un día de vida, y poder mejor ajustar las cuentas del alma!… “Sólo por una hora más –dice San Lorenzo Justiniano– darían todos sus bienes”. Pero no obtendrán esa hora de tregua… Pronto dirá el sacerdote que los asista: “Apresúrate a salir de este mundo; ya no hay más tiempo para ti”.

   Por eso nos exhorta el profeta (Ecl. 12, 1-2) a que nos acordemos de Dios y procuremos su gracia antes que se nos acabe la luz… ¡Qué angustia no sentirá un viajero al advertir que perdió su camino cuando, por ser ya de noche, no sea posible poner remedio!…Pues tal será la pena, al morir, de quien haya vivido largos años sin emplearlos en servir a Dios. Vendrá la noche cuando nadie podrá ya operar (Jn. 9, 4). Entonces la muerte será para él tiempo de noche, en que nada podrá hacer. “Clamó contra mí el tiempo” (Lm. 1, 15).

   La conciencia le recordará cuánto tiempo tuvo, y cómo le gastó en daño del alma; cuántas gracias recibió de Dios para santificarse, y no quiso aprovecharse de ellas; y además verá cerrada la senda para hacer el bien.

   Por eso dirá gimiendo: “¡Oh, cuán loco fui!… ¡Oh tiempo perdido en que pude santificarme!… Mas no lo hice, y ahora ya no es tiempo…” ¿Y de qué servirán tales suspiros y lamentos cuando el vivir se acaba y la lámpara se va extinguiendo, y el moribundo se ve próximo al solemne instante de que depende la eternidad?

 

AFECTOS Y SÚPLICAS

 

   ¡Ah, Jesús mío! Toda vuestra vida empleasteis en salvar mi alma; ni un solo momento dejasteis de ofreceros por mí al Eterno Padre para alcanzarme perdón y salvación… Y yo, al cabo de tantos años de vida en el mundo, ¿cuántos he empleado en serviros? ¡Todos los recuerdos de mis actos me traen remordimientos de conciencia! El mal fue mucho. El bien, poquísimo y lleno de imperfecciones, de tibieza, amor propio y distracción. ¡Ah, Redentor mío, he sido así porque olvidé lo que por mí hicisteis! Os olvidé, Señor, pero Vos no me olvidasteis, sino que vinisteis a buscarme y me ofrecisteis vuestro amor repetidas veces, mientras yo huía de Vos.

   Aquí estoy, ¡oh buen Jesús!, no quiero resistir más, ni pensar que me abandonaréis. Duélome, ¡oh Soberano Bien!, de haberme separado de Vos por el pecado. Os amo, Bondad infinita, digna de infinito amor. No permitáis que vuelva a perder el tiempo que vuestra misericordia me concede. Acordaos siempre, amado Salvador mío, del amor que me tenéis y de los dolores que por mí padecisteis.

   Haced que de todo me olvide en esta vida que me queda, excepto de pensar sólo en amaros y complaceros. Os amo, Jesús mío, mi amor y mi todo. Y os prometo hacer frecuentísimos actos de amor. Concededme la santa perseverancia, como espero confiadamente, por los merecimientos de vuestra preciosa Sangre… Y en vuestra intercesión confío, ¡oh María, mi querida Madre!

 

PUNTO TERCERO

 

   Preciso es que caminemos por la vía del Señor mientras tenemos vida y luz (Jn. 12, 35), porque ésta luego se pierde en la muerte. Entonces no será ya tiempo de prepararse, sino de estar preparado (Lc. 12, 40). En la muerte nada se puede hacer: lo hecho, hecho está…

   ¡Oh Dios! ¡Si alguno supiese que en breve se había de fallar la causa de su vida o muerte, o de su hacienda toda, con cuanta diligencia buscaría un buen abogado, procuraría que los jueces conociesen bien las razones que le asistieran, y trataría de allegar medios de obtener sentencia favorable!… Y nosotros, ¿qué hacemos? Nos consta con incertidumbre que muy en breve, en el momento menos pensado, se ha de fallar la causa del mayor negocio que tenemos, es, a saber, del negocio de nuestra salvación eterna… ¿y aún perdemos tiempo?

   Quizá diga alguno: “Yo soy joven ahora; más tarde me convertiré a Dios”. Pues sabed –respondo– que el Señor maldijo aquella higuera que halló sin frutos, aunque no era tiempo de tenerlos, como lo hace notar el Evangelio (Mc. 11, 13).

   Con lo cual Jesucristo quiso darnos a entender que el hombre en todo tiempo, hasta en el de la juventud, debe producir frutos de buenas obras; de otro modo será maldito y no dará frutos en lo porvenir. Nunca jamás coma ya nadie de ti (Mc. 11, 14). Así dijo a aquél árbol el Redentor, y así maldice a quien Él llama y le resiste…

   ¡Cosa digna de admiración! Al demonio le parece breve el tiempo de nuestra vida, y no pierde ocasión de tentarnos. Descendió el diablo a vosotros con grande ira, sabiendo que tiene poco tiempo (Ap. 12, 12). ¡De suerte que el enemigo no desaprovecha ni un instante para perdernos, y nosotros no aprovechamos el tiempo para salvarnos!

 

   En el día del juicio, Jesucristo nos pedirá cuenta de toda palabra ociosa. Todo tiempo que no se emplea por Dios es tiempo perdido. Otro preguntará: “¿Qué mal hago yo?…” ¡Oh Dios mío! ¿Y no es ya un mal perder el tiempo en juegos o conversaciones inútiles, que de nada sirven a nuestra alma? ¿Acaso nos da Dios ese tiempo para que así le perdamos? No, dice el Espíritu Santo; la partecita de un buen don no se te pase (Ecl. 14, 14). Aquellos operarios de que habla San Mateo no hacían cosa alguna mala; solamente perdían el tiempo, y por ello les reprendió el dueño de la viña: ¿Qué hacéis aquí todo el día ociosos? (Mt. 20, 6).

   Y el Señor nos dice (Ecl. 9, 10): Cualquier cosa que pueda hacer tu mano, óbrala con instancia; porque ni obra, ni razón de sabiduría, ni ciencia, habrá en el sepulcro, adonde caminas aprisa…

   La venerable Madre Sor Juana de la Santísima Trinidad, hija de Santa Teresa, decía que en la vida de los Santos no hay día de mañana; que solamente la hay en la vida de los pecadores, pues siempre dicen: “Luego, luego”, y así llegan a la muerte. He aquí ahora el tiempo favorable (2 Cor. 6, 2). Si hoy oyereis su voz, no queráis endurecer vuestros corazones (Sal. 94, 8). Hoy Dios te llama para el bien; hazle hoy mismo, pues mañana quizá no sea ya tiempo, o Dios no te llamará.

   Y si, por desgracia, en la vida pasada has empleado el tiempo en ofender a Dios, procura llorarlo en el resto de tu vida mortal, como se propuso el rey Ezequías: Repasaré delante de ti todos mis años con amargura de mi alma (Is. 38. 15).

   Dios te prolonga la vida para que repares el tiempo perdido: Redimiendo el tiempo, porque los días son malos (Ef. 5, 10); o bien, según comenta San Anselmo: “Recuperarás el tiempo si haces lo que descuidaste hacer”.

   San Jerónimo dice de San Pablo, que, aunque era el último de los Apóstoles, fue el primero en méritos por lo que hizo después de su vocación.

   Consideremos siquiera que en cada instante podemos granjear mayor acopio de bienes eternos. Si nos concediesen tanto terreno como caminando en un día pudiéramos rodead, o tanto dinero como alcanzásemos a contar en un día, ¡con cuánta prisa procederíamos! Pues si podemos en un momento adquirir eternos tesoros, ¿por qué hemos de malgastar el tiempo? Lo que hoy puedas hacer, no digas que lo harás mañana, porque el día de hoy le habrás perdido y no volverá más.

   Cuando San Francisco de Borja oía hablar de cosas mundanas, elevaba a Dios el corazón con santos afectos, de suerte que si le preguntaban luego su sentir acerca de lo que se había dicho, no sabía qué responder. Reprendiéronle por ello, y contestó que antes prefería parecer hombre de rudo ingenio que perder el tiempo vanamente.

 

AFECTOS Y SÚPLICAS

 

   No, Dios mío; no quiero perder el tiempo que me habéis concedido por vuestra misericordia… He merecido verme en el infierno, gimiendo sin esperanza. Os doy, pues, fervorosas gracias por haberme conservado la vida. Deseo, en los días que me restan, vivir sólo para Vos.

   Si estuviese en el infierno, lloraría desesperado y sin fruto. Ahora lloraré las ofensas que os hice, y llorándolas, sé de cierto que me perdonaréis, como lo asegura el Profeta (Is. 30, 19). En el infierno me sería imposible amaros; ahora os amo y espero que siempre os amare. En el infierno jamás podría pedir vuestra gracia; ahora oigo que decís: Pedid y recibiréis (Jn. 16, 24).

   Y puesto que aún me hallo en tiempo útil para pediros gracias, dos voy a demandaros: ¡oh Dios mío!, concededme la perseverancia en vuestro santo servicio, dadme vuestro amor, y luego haced de mí lo que quisierais. Haced que en todos los instantes de mi vida me encomiende siempre a Vos, diciendo: “Ayudadme, Señor… Señor, tened piedad de mí; haced que no os ofenda; haced que os ame…” ¡Virgen Santísima y Madre mía, alcanzadme la gracia de que siempre me encomiende a Dios y le pida su santo amor y la perseverancia!

 

“PREPARACIÓN PARA LA MUERTE”

 

 


martes, 27 de diciembre de 2022

MEDITACIÓN SOBRE LA MUERTE DE SAN ESTEBAN


 



I. San Esteban se declara abiertamente discípulo de Jesucristo. No teme la muerte porque está lleno de gracia y de fortaleza; y esta gracia y esta fortaleza le vienen de su fe. La vista del cielo, que se abrió ante sus ojos, lo hace insensible a los tormentos. Si tuviese yo un poco de fe, si de tiempo en tiempo considerase la corona que Dios me prepara en el cielo, ¿Qué temería aquí en la tierra? ¿Qué amaría fuera de Vos, oh mi dulce Jesús?

 

II. Soporta valerosamente la muerte y, al morir, ruega por los que lo apedrean. Sufre tú por Jesús las persecuciones y la muerte, si es necesario. Nada podrías hacer por Él de lo cual no te haya dado ejemplo; pero sufre orando por los que te persiguen. ¿Sabes por qué San Esteban perdona tan fácilmente a sus enemigos? Porque la crueldad de ellos prepara su triunfo. ¿Cómo quieres que se irrite contra aquellos que le abren la puerta del cielo? (San Eusebio).

 

III. Los Hechos de los Apóstoles dicen, al referir la muerte de este santo, que se durmió en el Señor. Su muerte fue, pues, semejante a un dulce sueño: fue, en efecto, el término de todos sus trabajos y el comienzo de su reposo. Señor, concededme la gracia de morir con la muerte de los santos, con esta muerte tan preciosa ante vuestros ojos. Alma mía, vivamos, suframos, trabajemos, como los santos, y moriremos con la muerte de los santos. ¡Que muera yo con la muerte de los justos!

 

Practicad caridad.

Orad por vuestros enemigos.


MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA DE SAN JUAN


 



I. He aquí al amigo íntimo de Jesús, aquél que descansó sobre su pecho en la última Cena, y a quien el divino Salvador hizo partícipe de sus más grandes secretos. La primera condición de una verdadera amistad es no tener secretos para el amigo. ¿Está abierto tu corazón para Jesús? ¿No tomas ninguna resolución sin haberlo consultado? En todo tiempo puedes penetrar en su corazón por la adorable llaga de su costado; ¡y Él no puede hacerlo en el tuyo, lleno como está totalmente de las creaturas! Os amo, oh Dios mío, y deseo amaros siempre más (San Agustín).

 

II. La segunda cualidad de la amistad es compartir con el amigo lo que se posee. Ahora bien, Jesús durante su vida diose todo entero a San Juan y, al morir, le dio a su madre. “Hijo mío, dijo, he aquí a tu Madre”. San Juan se había dado por entero a Jesús, había abandonado todo para seguirlo. Date del mismo modo todo entero a Jesús, si quieres ser su amigo. ¿A quién destinas tu corazón? El mundo es indigno de poseerlo. ¿Qué has dado a Jesús en retribución de su ternura? ¿Le has consagrado tu cuerpo, tu voluntad, tu inteligencia, en una palabra todo lo que eres y todo lo que posees?

 

III. En fin, la tercera cualidad de la amistad es la semejanza: el amor hace semejantes a los amigos, si ya no lo son. Fue también este amor el que hizo a San Juan semejante a Jesús, lo hizo también hijo espiritual de María. Jesús te amará, si te asemejas a Él. Para lograrlo, es menester, no que te recuestes visiblemente sobre el corazón de Jesús, sino que Jesús venga a tu corazón, y que no tengas tú otra voluntad que la suya. Tener los mismos gustos y las mismas repugnancias; he ahí la verdadera amistad (San Jerónimo).

 

Amad a Dios.

Orad por el aumento de la caridad.


domingo, 25 de diciembre de 2022

MEDITACIÓN SOBRE LA NATIVIDAD DE JESÚS


 



I. La desnudez del Hijo de Dios hecho hombre debe inspirarnos el desprecio de las riquezas y el amor de la pobreza. Jesús es abandonado por todos; carece de fuego, tiene sólo algunos pañales para defenderse de los rigores del frío. Es la primera lección que Dios nos da viniendo a este mundo; ¿cómo lo escuchamos nosotros? ¿Qué amor tenemos por la pobreza? Tanto la ha amado Jesús, que ha descendido del cielo para practicarla. ¿Qué remedio aplicar a la avaricia si la pobreza del Hijo de Dios no la cura? (San Agustín).

 

II. La humildad brilla con admirable fulgor en el nacimiento de mi divino Maestro. Quiere nacer en un establo, de una madre pobre, esposa de un pobre artesano: todo en este misterio nos predica humildad. ¿Podríamos dejarnos todavía arrastrar a la vanidad? ¿Ambicionaremos todavía dignidades y honores? Aprendamos hoy lo que debemos amar y estimar; persuadámonos de que la verdadera grandeza de un cristiano consiste en imitar a Jesús y en humillarse.

 

III. El amor de Jesús por los hombres lo redujo a estado tan pobre y tan humilde. El hombre se había perdido queriendo hacerse semejante a Dios; Dios lo redime tomando su naturaleza y sus debilidades. Quiso Jesús hacerse semejante a nosotros; respondamos a su amor haciéndonos semejantes a Él. Él quiere nacer en nuestro corazón por la gracia; no le neguemos la entrada y cuando esté en él, conservémoslo mediante la práctica de las buenas obras. Cristo nace en nuestra alma, en ella crece y se desarrolla: pidámosle que no quede mucho tiempo pobre y débil (San Paulino).

 

Practicad la humildad.

Orad por la Iglesia.


viernes, 23 de diciembre de 2022

MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA DE SAN SÉRVULO.

 




I. San Sérvulo soportó, con heroica paciencia, una extrema pobreza y una cruel enfermedad. Jamás se le oyó una queja; en medio de sus sufrimientos, pedía sufrir más todavía. ¿Qué respondes tú a este ilustre mendigo? Compara tus aflicciones con las suyas, tu paciencia con su paciencia, y cesa de quejarte de tu pobreza y del menosprecio de que se te hace objeto. ¡Avergüénzate! Jesucristo ha sido pobre, ha sido humilde (San Pedro Crisólogo).

 

II. Este santo sobreabundaba de alegría en la tribulación: el gozo de su corazón resplandecía en su rostro y se reflejaba en sus palabras. No cesaba de rezar a Dios y de celebrar sus alabanzas. Todas las aflicciones, por grandes, por penosas que fueren, te serán agradables si pides a Dios que te dé la fuerza necesaria para soportarlas, y si piensas en las promesas que hace Jesús en el Evangelio, a los que se resignan. ¿De dónde proviene que tan a menudo te veas agobiado de violenta pena, sino de que no piensas en Dios que puede consolarte, ni en el paraíso que espera a los que sufren con amor?

 

III. La muerte de San Sérvulo es aún más dichosa que su vida: nada teme y espera todo; al morir sólo deja dolores y miserias para tomar posesión del remo de los cielos. Pobres que estáis afligidos, consolaos: la muerte vendrá a trocar vuestros dolores en alegría. ¡En cuanto a vosotros, los felices de este mundo, la muerte vendrá a cambiar vuestros gozos en dolores! Ancianos, ella está a vuestra puerta; jóvenes, ella os tiende asechanzas por doquier (Guerrico).

 

Practicad la paciencia.

Orad por los enfermos.


jueves, 22 de diciembre de 2022

MEDITACIÓN SOBRE LA CORRECCIÓN FRATERNA.

 



I. Debemos estar llenos de gozo cuando se nos advierte de nuestros defectos porque, para corregirlos, primero hay que conocerlos. Enceguecidos por el amor propio, estimamos en nosotros lo que vituperamos en los demás. Sea tu amigo o tu enemigo quien te advierte tus defectos, siempre debes aprovecharte de ello; no te excuses, no acuses a quienes censuran tu conducta. ¿Cómo recibes tú las advertencias que se te hacen? ¿Cómo corriges los defectos que se te hace notar?

 

II. Cuando se te señala alguna falta, examínate; si lo que se te dice es verdad, corrígete. Si un enemigo o un hombre malo vitupera en ti algo laudable, alégrate: señal es de que comienzas a agradar al Señor, porque desagradas a los malos. Es mejor ser vituperado sin causa que ser alabado sin motivo. Jesús, Salvador mío, no quiero agradaros sino sólo a Vos. Que los hombres hablen de mí como quieran, me importa poco: no son mis jueces.

 

III. No examines las faltas de tu prójimo con ojo curioso y espíritu maligno. No lo acuses, a no ser que tu posición haga que ése sea tu deber; y si los demás censuran su conducta ante ti, excúsalo en la medida en que puedas. Examina tus defectos y no pensarás en criticar los de tu prójimo. Aquél que se examina no busca lo que es censurable en otro, sino lo que en él mismo es digno de lágrimas (San Bernardo).

 

 Practicad la caridad.

Orad por vuestros superiores.