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miércoles, 14 de noviembre de 2018

De las enfermedades que nos vienen por fines más altos de la gloria de Dios – Por el padre Luis de Lapuente. (No exagero en decir que pocos ven la enfermedad como lo describe esta publicación, no se la pierdan para comprensión y consuelo de los que están enfermos)





   Para consuelo de los enfermos, es bien que consideren que no siempre las enfermedades son castigo de pecado, sino algunas veces las envía Dios solamente para manifestar su gloria, y para ejercicio de sus escogidos, sacando de ellas grandes ganancias. Así lo dijo el Salvador a los apóstoles, cuando le preguntaron la causa de haber nacido un hombre ciego: No pecó, dice, éste ni sus padres: sino que es ciego para que en él se manifiesten las obras de Dios; y de la enfermedad de Lázaro, dijo: Que era para la gloria de Dios, y para que en él fuese glorificado su único Hijo. Y de aquí es, que algunas veces el justo, aunque tenga algunas culpas, padece enfermedades más graves que ellas merecen, por otros fines que Dios pretende; como lo testifica de sí el santo Job, cuando dijo: Ojalá se pusiesen en una balanza los pecados con que merecí este castigo, y en otra los trabajos que padezco, y echarías de ver, que las penas son más pesadas que las culpas. Pero esto mismo es motivo de sumo consuelo y alegría; porque mucha mayor grandeza es estar en la cruz, como Cristo, inocente, que como el buen ladrón, culpado; y grande gloria es imitar en esto a nuestro capitán y al glorioso ejército de sus soldados los mártires, cuyos tormentos no eran por sus pecados, sino para dar testimonio de su fe y de la caridad que tenían de su Dios; y es linaje de martirio padecer sin culpa enfermedades, para que sea Dios glorificado en ellas. Y ¿de dónde a mí tanto bien que pueda yo ser materia de la divina gloria, y que ella crezca por mi causa? Sea, Señor, yo atormentado, con tal que tú seas glorificado. Mas aunque es verdad, que lo mejor de los trabajos es no tener culpa que sea causa de ellos, no has de desmayar por verte culpado; porque bien puede ser que tus enfermedades sean castigo de tus pecados, y juntamente sean para gloria de Dios y para que él sea glorificado en ellas, no sólo con el resplandor de su justicia, sino por otros muchos caminos de su mayor gloria.

   De aquí puedes subir a considerar, que Dios te envía las enfermedades para probar tu fe y lealtad, y ver cómo peleas por su amor, basta vencer, quedando él muy honrado y glorificado con esta victoria, que más es suya, que tuya. Piensa, pues, hermano, cuando estás enfermo, que la cama es el campo o el palenque donde entras a pelear con mi ejército de soldados y crueles enemigos, que son el frío y la calentura, el hastío, la sed, los dolores, buscas, congojas y las molestias de las medicinas, y luego levanta los ojos al cielo, y entiende que Cristo nuestro Señor te está mirando cómo peleas, como miraba a San Esteban, cuando le estaban apedreando, y desde allí te anima a pelear, porque le va su honra en que venzas, y a ti te va la vida en no ser vencido. Mírale otras veces cómo está cerca de ti, rodeando tu cama por todas partes; porque en él vives, y te mueves, y dentro de él estás cuando padeces, y dentro de ti le tienes para pelear en ti, y por ti, ayudándote con su gracia para salir con la victoria; y animado con su presencia, vuelve por su honra, no admitiendo culpa, ni impaciencia alguna, aceptando de buena gana todas las penas que padeces, para que Dios sea glorificado en ellas. Imagina que te pone en esta cama para que eches de ti tal olor de santidad, que edifiques con tu paciencia a los que te vieren, y les muevas a glorificar a tu Padre celestial; a la manera que se dice del santo Tobías: Que te afligió Dios con la ceguedad, para que se diese a los venideros ejemplo de paciencia, como le dió el santo Job, perseverando sin mudanza en el divino servicio. Imagina también que tienes a tu lado al ángel de la guarda, y al demonio, estando a la mira de lo que haces y procurando cada uno tenerte de su parte. No confundas a tu ángel, ni alegres a tu enemigo, dándole ocasión para que triunfe de ti y escarnezca a Dios; antes procura confundir al demonio, y alegrar al santo ángel, y darle ocasión de que él glorifique a Dios por la paciencia que por su amor has mostrado.

domingo, 24 de junio de 2018

De las enfermedades, en comparación con los dolores de Cristo nuestro Señor en su pasión – Por el Padre Luis de Lapuente




   Para consolarte y animarte en tas enfermedades y dolores, has de poner los ojos en aquel Señor que, siendo Dios infinito, se hizo hombre mortal y pasible, a quien su profeta llama, varón de dolores, y que sabe por experiencia lo que es enfermedad; porque aunque es verdad que no tuvo las enfermedades que causa el desconcierto de los humores, como son las nuestras; pero tuvo los dolores y congojas que suelen nacer de ellas, con otros tormentos más terribles, como se irá ponderando.

   Primeramente has de considerar, cómo Cristo Nuestro Señor hizo consigo mismo dos cosas que suele hacer con los grandes Santos, cuando quiere probarlos y ejercitarlos mucho en las enfermedades. La una fué privarse de todo el deleite y consuelo sensible que suele alentar y confortar la carne; y la otra, despertar en la parte sensitiva los afectos penosísimos de tristeza, temor, tedio y agonía; y como estaba en su mano que estos fuesen intensos o remisos, quiso que fuesen vehementísimos y que durasen todo el tiempo de su pasión hasta espirar en la cruz para que fuese aquélla más penosa. De este modo padeció el apóstol San Pablo, el cual aunque solía decir que estaba lleno de consuelo en sus tribulaciones; pero una vez dijo que llegó a estar tan triste, que tenía tedio de la vida, y que por de fuera tenia contradicciones, y por de dentro temores; porque cuando la enfermedad del cuerpo llega a entristecer el espíritu, entonces es muy penosa y hace gemir con agonía, diciendo a nuestro Señor como David: sálvame, Dios mío, porque las aguas de las tribulaciones, no sólo han cercado por de fuera mi cuerpo, sino que han entrado hasta lo interior del alma, oprimiéndola con temores, tedios y tristezas muy pesadas. Mas si te vieras en este aprieto, consuélate a ti mismo con que bebes el cáliz puro, sin mezcla de consuelo, como lo bebió el Salvador para tu remedio y ejemplo. Bástate por consuelo ser semejante a tu rey eterno, y estar crucificado con él en su misma cruz; porque si de veras te ofrecieres a esto luego se mostrará blando contigo: pues aunque tomó para sí el cáliz puro, gusta de aguarle a sus compañeros, como lo hizo con el buen ladrón, que le hacía compañía, diciéndole: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Y ¿qué es estar en el paraíso, sino estar lleno de deleites? Y esto será hoy, porque en un mismo día sabe Dios hacer estas mudanzas interiores, dejando en su cruz el cuerpo, y dando al alma su paraíso. Y así es de creer, que desde el punto que el buen ladrón oyó aquella dulce palabra, comenzó a gustar un licor del paraíso celestial; y aunque no fue más que una gota, ésta bastó para estar con dulzura en la cruz lo que le quedó de vida, llevando con alegría el dolor de quebrantarle las piernas, con que expiró. Imagina, pues, cuando estás en la cama enfermo, que estás crucificado al lado de tu Señor; confiesa su justicia en lo que hace y en lo que tú padeces, deseando conformarte con él en todo; y quizá oirás interiormente alguna palabra de consuelo, que sea prenda de que presto estarás con él en su paraíso, porque su cruz es el madero que endulzó las aguas amargas; y como dijo San Gregorio: Si hay memoria de la pasión de Cristo, ninguna cosa hay tan dura que no se lleve con paciencia, y aún también con alegría; bebiendo como leche el agua del mar amargo endulzado con la sangre del Cordero.

lunes, 12 de febrero de 2018

De las enfermedades por comparación a los premios del cielo que esperamos – Por el Padre Luis de Lapuente.





   Lo primero has de considerar, que la sabiduría de nuestro gran Dios y Señor, como dispone todas las cosas de esta vida mortal en número; peso y medida, del modo que se ha visto, así también ordena las que pertenecen a la vida eterna; pero de tal manera, que el número, peso y medida de los trabajos de esta vida, es breve, finito y moderado: más el de los premios tiene un modo de inmensidad e infinidad eterna con tanto exceso, que quien los conoce abraza con sumo gusto cualesquiera trabajos, por grandes y largos qne sean, pareciéndoles muy pequeños y breves como expresamente lo enseñó el Apóstol cuando dijo: Las aflicciones de este tiempo no son dignas de la gloria que se descubrirá en nosotros, y nuestra tribulación momentánea y ligera en esta vida produce sobre toda medida un peso eterno de gloria en el cielo; de donde claramente puedes sacar, que si tus trabajos te parecen largos y grandes, es porque no tienes la estima y amor que debes de los premios eternos; porque si estimaras el premio en mucho, tuvieras los trabajos en poco; y si amaras mucho a Dios, sintieras poco el trabajo con que se busca; y si el amor de Raquel hizo que el trabajo muy largo y penoso le pareciese a Jacob corto y suave, también el amor de la vista clara de Dios y de su amorosa contemplación te endulzaría la enfermedad de tal manera que aunque fuese larga, te pareciese breve; y aunque fuese penosa, la tuvieses por suave. ¿Quién de los apóstoles padeció más trabajos que San Pablo? ¿Quién más tribulaciones y persecuciones? ¿Quién más necesidades y enfermedades, hasta darle de bofetadas el ángel de Satanás con el aguijón de su carne, ora este aguijón fuese algún dolor agudo de ijada, o alguna tentación fuerte de la carne, o alguna persecución terrible de la gente de su linaje? Pero esto, y todo lo que padeció por largos años, le pareció tan breve, y tan ligero, que lo llama momentáneo cosa que dura un momento, y se pasa en un instante, y apenas es sentido, cuando ya se ha ido; porque la grandeza del amor de Cristo, y la grande estima del premio eterno, se lo hacía llevadero todo.

lunes, 20 de noviembre de 2017

De las enfermedades, en cuanto son purgatorio de nuestros pecados y ocasión de grandes merecimientos - Por el Padre Luis de Lapuente.




   Como las penas del infierno se mudan con otras que se han de pagar en el purgatorio, si no se pagan en esta vida, has de considerar, para tu consuelo, que Dios nuestro Señor tiene dos purgatorios: uno debajo de la tierra, y otro de enfermedades y trabajos en este migado, y que cada uno excede al otro en algo. El purgatorio de la otra vida excede en que es pura pena, sin temor de impaciencia, ni de nueva culpa o mezcla de ella. Y esto es de grande estima, pero es de grande fatiga, porque tampoco hay merecimiento, ni aumento de gracia, ni esperanza de subir a mayor gloria con la pena que se padece; y en cierto modo está allí la caridad muy violentada, más que en esta vida, porque su inclinación es o estar unida con Dios, viéndole claramente en la gloria y allí descansar como la piedra en su centro, o subir y crecer siempre, procurando amar más y más, hasta lo sumo que puede, porque de suyo no tiene tasa señalada. Y como en el purgatorio no ve a Dios, ni crece para verle más, está fuera de su centro violentada y afligida, porque pena y no medra.

   Mas el purgatorio de esta vida, por el contrario, tiene peligro y temor de impaciencias y culpas que suelen mezclarse con las enfermedades y aflicciones, aunque no faltan ayudas de Dios para preservarse de ellas. Pero tiene otras grandes excelencias para pagar y purgar las culpas cometidas; porque en la enfermedad, el tormento pequeño en breve tiempo satisface mucho más que el tormento largo y grande del purgatorio, y el ardor de la calentura de un día podrá rescatar el fuego del purgatorio de un mes o un año; pues no solamente paga padeciendo, sino satisfaciendo y mereciendo con actos heroicos de caridad, haciendo de la necesidad virtud y ofreciendo a Dios lo que padece por el amor que le tiene. Así como en el mundo es de menos estima la satisfacción que da el reo obligado por el juez a restituir la honra que quitó, que cuando él se humilla por su voluntad y se desdice por hacer lo que debe. Y de aquí es que en el purgatorio cada alma paga por sí sola, sin poder aplicar nada a la otra; más en esta vida es tanta la riqueza del que padece, que muchas veces paga todo lo que debe, y de lo que le sobra puede aplicar a otros vivos o difuntos, y enriquecer con su mérito los tesoros de la Iglesia. De suerte, que si padeces un día de calentura fuerte y quieres aplicar tu satisfacción por un alma que está ardiendo en el purgatorio, pagas por ella su deuda; y en tal coyuntura, puedes hacer que con tu fuego salga ella libre del suyo y se vaya al cielo, en donde rogará a Dios por quien tanto bien la hizo. Todo esto ha de serte motivo de gran consuelo, alabando a Dios, que te da aquí tal modo de | purgatorio que puedas pagar por ti y por otro, y quitar los estorbos de las manchas que impiden la entrada en el cielo, para que tu caridad siempre siga su inclinación, o subiendo sin parar a su fin último, o gozando de él con eterno descanso.

viernes, 10 de noviembre de 2017

De las enfermedades que nos vienen por nuestros pecados, en la que resplandece la divina justicia con su misericordia. – Por el Padre Luis de Lapuente.




Aunque es verdad que algunas enfermedades son enviadas por algunos fines de la gloria de Dios, como después veremos, a ti te conviene considerar que las tuyas son castigo de tus pecados, o de los que conoces, porque sabes bien que has ofendido a Dios, o de los ocultos que no conoces, pero conócelos el juez, que justamente te castiga por ellos. Los muy santos, dice San Dionisio, padecen estas cosas por la gloria de Dios solamente, porque han sido inocentes y están libres de culpas graves; pero yo, miserable pecador, padezco las enfermedades por mis pecados, y confieso que merezco estos castigos, y en mí se cumple lo que dijo David: Por su maldad castigaste al hombre, e hiciste que su vida se secase como una araña. Vuelve, pues, los ojos a lo que padece tu cuerpo flaco y desvirtuado, y por ello sacarás lo que eres en el alma. Y ¿qué ha sido tu alma, sino una araña ponzoñosa, cuya ocupación era desentrañarse, tejiendo telas de vanidad que se lleva el viento, y urdiendo telas de codicia para cazar a los prójimos con engaño, y sustentarte de la sangre inocente, o quitándoles la hacienda o la fama y honra? ¿Qué araña hay tan seca como tu espíritu? El cual, habiendo de ser como abeja que coge miel de las flores, es como araña sin jugo, ni devoción o ternura, y seca como una arista. Luego justo es que Dios castigue a tal alma, poniendo su cuerpo también enfermo, flaco y seco como araña. Pues ¿de qué te turbas, miserable, si te dan lo que mereces y te ponen el cuerpo como tú has puesto el alma? Por esto añade David: Verdaderamente en vano se turba el hombre cuando está enfermo y atribulado, pues él ha dado la causa para ello. Por tanto, Señor, yo me vuelvo a ti, y te suplico que oigas mi oración y atiendas mis lágrimas y pongas fin a mis miserias.

lunes, 21 de agosto de 2017

De La providencia de Dios acerca de nuestras enfermedades – Por el P. Luis de la Puente. (Una lectura imperdible para los que se encuentran enfermos)




Lo primero considerarás la providencia tan maravillosa que nuestro Padre celestial tiene de los hombres en el repartimiento de las enfermedades, dando a uno muchas y a otro pocas; a uno graves y a otro ligeras; a uno largas y a otro breves; a uno en una parte del cuerpo y a otro en otra; ordenando todo esto para bien y provecho de sus escogidos. Y en particular, que la que le ha cabido en suerte, es por esta paternal providencia para bien y salvación de tu alma.

   Para lo cual has de ponderar que este soberano Dios es tan sabio que conoce clara y distintamente todas tus enfermedades y dolores, por muy secretos que sean, y las raíces y causas de ellos, y sus remedios, y las fuerzas que tienes para llevarlos, y las que él puede añadirte con su gracia; de modo que nada se le encubre, ni por ignorancia te dará lo que no te conviene, o te cargará más de lo que puedes llevar o te dejará de curar cuando bien te estuviere.

   También es tan poderoso, que puede preservarte de todas las enfermedades para que no caigas en ellas; y si te dejare caer, puede en un momento curarte con solo su palabra o con medicinas; ora sean muchas, ora pocas, ora las más convenientes por su naturaleza, ora las más contrarias, porque a su omnipotencia nada es imposible ni difícil.

   Finalmente es tan bueno, tan santo y amoroso, que ama a los suyos más que ellos pueden amarse; y cuanto ordena por su providencia, es a fin de hacerles bien, y de que se salven, ordenando los bienes y males del cuerpo para la perfección y salvación del alma; de donde resultará mucho mayor bien al mismo cuerpo. En estas tres divinas perfecciones estriba la suavidad, eficacia y alteza de la divina providencia para nuestro provecho. Por lo cual la iglesia en una colecta ora por todos los fieles de esta manera: Dios, cuya providencia en su disposición no se engaña, humildemente te suplicamos, que apartes de nosotros todas las cosas dañosas, y nos concedas las que han de ser provechosas.

lunes, 14 de agosto de 2017

De los bienes de la enfermedad – Por el P. Luis de Lapuente.




   Pues por aquí verás la suave providencia de nuestro Dios, el cual, viendo ¿muchos de sus escogidos caídos en estas miserias, por la salud y fuerzas corporales que les ha dado, o habiendo penetrado mucho antes con su altísima sabiduría que caerían en ellas, si viviesen sanos y fuertes, determina de llevarlos por el camino de las enfermedades y dolores, para atajar todos estos daños y enriquecerlos con sus divinos dones.

   Porque las enfermedades doman los caballos desenfrenados de nuestros cuerpos y enfrenan la furia de sus pasiones, para que no prevalezcan contra el espíritu que no podía domeñarlas; porque, como dice San Gregorio, la carne que no es afligida con dolores, está desenfrenada en las tentaciones. Y ¿quién ignora que es mucho mejor arder con las llamas de las calenturas (fiebres) que con el fuego de los vicios? Y si te acuerdas de este fuego, no te quejarás de esta llama que te preserva de tal incendio; pues por esto dijo Dios a Job, cuando estaba enfermo: Acuérdate de la guerra, y no hables más palabra.

   Y si me dijeres que el caballo enflaquecido con la enfermedad parará en medio de la carrera, antes has de creer que dispone Dios la enfermedad para que le sirva de freno en la carrera que andaba de los vicios, y, por consiguiente, de espuela para que pase adelante en las virtudes. Acuérdate, dice San Gregorio, de aquel mal profeta Balaam, que caminaba en una burra para maldecir al pueblo de Dios; pero la burra impidió su camino, porque vio un ángel que le amenazaba con una espada: y aunque Balaam la hería con la vara, nunca quiso pasar adelante; antes le apretó el pie contra la pared, y después se echó sobre él, para que ni a pie pudiese proseguir su camino. Y entonces por la boca de la jumenta le habló el ángel, y le abrió los ojos para que viese el peligro en que estaba; y postrándose él en tierra, le adoró y se ofreció a ejecutar cuanto le mandase. Y ¿qué filé todo esto, sino avisarnos que la carne apretada con los dolores detiene los malos pasos del espíritu y corrige sus demasías, siendo ocasión de que abra los ojos para ver al invisible Dios que le castiga, y humillando su altivez se postra a los pies de su Criador y se ofrece a dejar sus malos pasos, para andar de nuevo otros mejores?

   Y ¿qué mejores pueden ser, que poner en orden los cuatro desórdenes que su prosperidad causaba? Porque la enfermedad quita al cuerpo el cetro que tenía, y tiénele rendido como siervo. Ella priva al necio de su hartura, haciéndole cuerdo con la pena; doma los bríos de la sensualidad briosa, para que tenga paz sujetándose a la razón. Y también quita a la carne la herencia que tenía, haciendo que como esclavo se contente con lo peor y más trabajoso de esta vida.
   Y por consiguiente, lo que hacen las disciplinas, ayunos y asperezas corporales en los sanos, eso obran también las enfermedades y dolores en los enfermos; y con un modo más seguro y perfecto, porque van limpios de voluntad propia y vanagloria, y mortifican el corazón en lo más vivo; y aunque en su raíz son necesarias, pero la divina gracia las hace voluntarias, convirtiendo la necesidad en materia de virtud, gustando tanto de padecer sus dolores, que a los forzosos añaden por su elección otros muchos, con que se hacen muy esclarecidos.

   Grande loa ganó el santo Job con la vida ejemplar que llevaba cuando estaba rico y sano; pero el demonio, como pondera San Juan Crisóstomo, no hacía caso de esta su virtud, porque peleaba vestido de grandes riquezas; y aunque después, cuando se las quitó, dio grandes muestras de su santidad, tampoco se dio Satanás por satisfecho de ello, porque peleaba con cuerpo sano; más cuando Dios le dió licencia de tocarle con enfermedades, hiriéndole de pies a cabeza con llagas y dolores, y vio que todavía descubría más heroicas virtudes, enmudeció dándose por vencido del que corría tan ligeramente con lo adverso, como había corrido en lo próspero. Pero ¿cómo corrió en sus enfermedades y dolores? La misma Escritura lo declara, cuando dice: Que raía la podre con una teja. Poco caso hacía de sus dolores, quien limpiaba sus llagas, no con lienzo blando, sino con una dura teja que los aumentaba; y con este espíritu decía: ¡Oh, quién me diese que el que ha comenzado a afligirme con dolores me desmenuzara con ellos, soltara su mano, y si fuese menester me cortara por medio! ¡Oh, heroica paciencia! ¡Oh, resignación magnánima! ¡Oh, dichosa enfermedad, que así hace subir de punto la virtud!

   Ya no me espanto de que San Timoteo padezca grandes enfermedades y continuo dolor de estómago, y con todo eso beba agua, con que le acrecienta. Ya no me admiro de que Dios no quiera quitar a San Pablo el estímulo de su carne, que, como dice San Agustín, ora una enfermedad, o dolor corporal muy grave, pues le dice: Virtus in infirmitate perficitur, la virtud se perfecciona en la enfermedad; y en no nombrar una virtud particular, da a entender que se perfeccionan todas. Perfecciónase la caridad con Dios, mortificando el amor propio; la misericordia con el prójimo, |aprendiendo de la propia miseria a compadecerse de la ajena; la obediencia, conformando su voluntad con la divina en todo lo que da pena; la prudencia, en aceptar el tormento del cuerpo con alegría del espíritu; y las demás virtudes morales, cuando pasan por este crisol, salen como el oro, más resplandecientes, por la ocasión que tienen de vencer mayores dificultades y ejercitar sus actos más heroicos.

   Pues ¿qué diré de la eficacia que tienen las enfermedades para purificar el alma, en esta vida, de lo que impide la entrada en la gloria? Porque como Lázaro el pobre, por la heroica paciencia que tuvo en sus dolores, luego que murió fué llevado por los ángeles al descanso, así tus largas enfermedades te servirán de purgatorio para que, purificado por ellas, puedas muriendo entrar luego en el cielo: más si nuestro Señor quisiere restituirte la salud, las enfermedades habrán servido para enseñarte el modo como has de usar de ella, siguiendo el consejo que Cristo nuestro Señor dio a aquel enfermo a quien dijo: Toma tu litera a cuestas, y anda. Tu cuerpo, dice San Ambrosio, es lecho y litera del alma; y cuando ella está enferma con vicios y pecados, el cuerpo la lleva arrastrando con el ímpetu furioso de sus pasiones; más cuando ella sana de sus enfermedades espirituales, comienza a llevar sobre sí al cuerpo a donde quiere, y él se deja llevar y le está muy sujeto. Pues ¿qué es decir Cristo, toma tu litera y anda, sino: ya que has padecido tantas enfermedades y trabajos con paciencia, yo te restituyo la salud del cuerpo y del alma con entero señorío del alma sobre el cuerpo, para que los dos a una caminen de virtud en virtud hasta llegar a la cumbre y perfección de todas? Pero en tal caso no te tengas por seguro, pues de la misma salud que Dios te da, aunque sea por el sacramento y por milagro, puedes usar mal, acordándote de lo que el Labrador dijo al mismo enfermo: Mira que estás ya sano, no quieras pecar, porque no tornes a perder la salud con mucho mayor daño. Oye lo que te avisa el Sabio, como divinamente declara San Gregorio: No entregues tu honra a los extraños y tus años al cruel; porque no gocen ellos de tus fuerzas, y tus trabajos pasen a la casa ajena, y llores al fin de la vida por haber consumido tus carnes y tu cuerpo sin provecho; como si dijera: No degeneres de la nobleza de hombre, ni gastes tus años en servir a tus enemigos y  Satanás, capitán de ellos; no es razón que lleven el fruto de las fuerzas que Dios te dio, y que tus trabajos no sean para enriquecer la casa de tu alma, sino para llenar con ellos la casa ajena, que es el infierno, perdiendo la salud y fuerzas sin remedio, por haber usado de ellas con pecado.



“LA PERFECCIÓN EN LAS ENFERMEDADES”

sábado, 29 de julio de 2017

De las causa por qué nuestro Señor envía las enfermedades, y de los provechos que saca de ella para perfeccionar a sus escogidos – Por el P. Luis de Lapuente.

   


   Si los obreros de nuestro soberano Padre de familias hubieran de trabajar no más que corporalmente como los segadores y cavadores, fuera menester que llevara a todos por el camino de la salud y fuerzas corporales, pues con la enfermedad no pudieran cumplir la tarea del trabajo para que les llamaba; mas como sus obras son principalmente espirituales y crecen en la perfección, no solamente haciendo, sino padeciendo, de aquí es que tiene Dios caminos muy diversos, por donde suele guiarlos a un mismo fin, esto es, a que sean perfectos. Y a unos da salud entera y complexión fuerte para ejercitar las obras de virtud propias del cuerpo y también las del espíritu, cuyo instrumento es el mismo cuerpo, y cuando está sano y fuerte, puede servirle con provecho; pero a otros carga de enfermedades y dolores que son más a propósito para el camino de padecer, proporcionando al espíritu ocasión de ejercitar las heroicas virtudes, que andan juntas con la paciencia; cuya obra, como dijo el apóstol Santiago, es muy perfecta, porque el padecer también es obrar, y los muy sufridos son obreros muy escogidos; y cuando llegan a ser diestros en ambas cosas, creciendo con la salud y con la enfermedad, entonces son del todo perfectos.

   Más ¿quién podrá declarar los secretos de la divina Providencia en la distribución de estas dos suertes? Porque nuestro Señor, cuanto es de su parte, más quisiera que los hombres tuvieran su naturaleza sana y vigorosa, para que cuerpo y espíritu le sirvieran en todo con alivio y gusto; y así en el estado de la inocencia crió a los hombres sanos y libres de toda enfermedad, y aun después del pecado se conservaron mucho tiempo con salud muy fuerte. Y por gran favor los israelitas, como dijo David, por espacio de cuarenta años, que anduvieron en el desierto, estuvieron libres de enfermedades, para que pudiesen siempre caminar a la tierra de promisión y pelear contra los enemigos que defendían la entrada en ella; porque no hay duda que la salud y fuerzas corporales de suyo ayudan mucho a caminar por el desierto de esta vida, en busca de la tierra de promisión eterna, haciendo guerra a los demonios y a los vicios con obras muy heroicas de grande provecho para el alma, de mucha edificación para la Iglesia, y de singular ayuda para el prójimo, ejercitando rigurosas abstinencias y asperezas y las obras de misericordia, así las corporales sirviendo a los enfermos y hospedando a los peregrinos, como las espirituales gobernando, predicando y ejercitando otros ministerios en bien de los prójimos; y por esta causa el Adán celestial, aunque tomó otras miserias del Adán terreno, no tomó, como dice Santo Tomás, la de las enfermedades corporales, que no se avenía con su excelente complexión. Y también preservó de ellas a la Virgen nuestra Señora, a San Juan Bautista, y a muchos esclarecidos Santos, que, con especial vocación, llamó para obras muy grandes, previniéndoles con mucha salud y cuerpos muy robustos para sufrir tan excesivos trabajos. Y los que han recibido este don, han de procurar, como dice San Basilio, conservarlo, diciendo a nuestro Señor como David, conservaré para ti mi fortaleza. Tenía experiencia este santo rey de lo mucho que había hecho con la salud, y fuerzas que Dios le había dado, acometiendo osos, desquijarando leones, venciendo gigantes, desbaratando ejércitos, y matando con una sola embestida ochocientos enemigos. Y pareciéndole que no era bien destruir con indiscreciones este don tan precioso, dijo al Señor que se lo dió: Yo guardaré esta mi fortaleza, no para mí, sino para ti no para buscar cosas de mi gusto, sino del tuyo; no para honrarme, sino para honrarte, y servirte con ella. Y si tú también guardas para Dios la fortaleza que te ha dado, podrás con su ayuda, domar las fieras de tus pasiones, vencer los gigantes del infierno, destruir el ejército de los vicios, y llevar a cabo empresas muy gloriosas, creyendo que la divina vocación te guía por este camino para salir con ellas.

   Pero es tan grande nuestra miseria, que la salud que Dios nos da para servirle, la convertimos en instrumento de  ofenderle; y las fuerzas que habíamos de emplear en buscar las virtudes, empleamos en seguir los vicios, especialmente los dos que San Gregorio llama carnales, porque se ejercitan con el cuerpo, y tienen por fin los deleites de la carne o los del gusto, en que se ceba la gula, o los del tacto, que son cebo de la lujuria; pues en los cuerpos sanos y robustos suelen brotar con mayor vehemencia las pasiones de la sensualidad, y como hallan mayor gusto en las cosas deleitables, se van sin freno tras ellas. Y para que veas tu miseria en la ajena, mira cuán mal se aprovecharon los hebreos de la salud y fuerzas que Dios les dio en el desierto: si les faltaba el agua, murmuraban contra Moisés con tanta impaciencia, que temió no le apedreasen en su furor; cuando les faltaba la comida, se embravecían de manera, que quisieran más haber muerto en Egipto que padecer aquel trabajo; y cuando tenían abundancia de maná, presto les fastidió y tornaron a murmurar, estimando en más los ajos y cebollas que comían en Egipto, porque eran más conformes a su gusto. Y en ausencia de Moisés se sentaron a comer, y luego se levantaron a jugar, y el juego paró en idolatrar. Y otra vez adoraron los ídolos de las mujeres moabitas, por cumplir su gusto carnal con ellas. Finalmente, como dijo Moisés, engordó el amado, y tiró coces contra Dios, dejando al Señor que se las dió. Estos son los frutos de la salud y fuerzas corporales mal domadas; porque como el caballo brioso y fuerte, si toma bien el freno honra al caballero y le saca del peligro, pero si es indómito y desbocado le despeña; así el cuerpo, que es como caballo del alma, cuando está sano y fuerte, si juntamente está bien rendido y enfrenado con el freno de la razón, es honra del que le rige; y, como dijo Dios a Job, va al encuentro de los enemigos, no teme las batallas, está fuerte en los peligros, y sale victorioso de ellos; más si no está bien domado, despeña a la miserable alma en los vicios a que está inclinado. ¿Quién contará las glotonerías, embriagueces y las idolatrías de su vientre, a quien tiene por su Dios? ¿Qué diré de los juegos y pasatiempos y de las carnalidades de su sensualidad, a quien reconoce por señora? ¿Qué de sus murmuraciones y furores, y de las venganzas que inventa contra los que le impiden sus gustos y pretensiones? Y si con la salud se junta hacienda y poder, de todas tres hace armas para turbar el reino de las virtudes, y entronizar en su lugar todos los vicios. Tres cosas, dice el Sabio, turban la tierra, y la cuarta no se puede tolerar: el siervo cuando reina, el necio cuando está harto, la mujer rencillosa cuando se Casa, y la esclava que hereda a su señora. ¿Quién es el siervo que reina, sino el cuerpo sano y fuerte que preside en el reino del alma, y tiene poder para cumplir lo que desea? Y ¿quién es el necio harto, sino el apetito sensitivo, criado con abundancia de manjares y con fuerzas para cumplir sus gustos? Y ¿quién será la mujer rencillosa que se casa, sino la sensualidad briosa, que quiere igualarse con el espíritu, y le aflige si no le da todo lo que pide? Y ¿quién la esclava que hereda a su señora, sino la carne, que se alza con las riquezas que había de gobernar la razón y las emplea todas en sus regalos? Estas cuatro cosas turban la conciencia, alteran la familia y descomponen la república, porque no guardan el orden que Dios manda y la prudencia dicta; mandando como rey al cuerpo que había de servir como esclavo; y comiendo y bebiendo el apetito furioso, que había de andar siempre hambriento; gobernando la sensualidad como señora, no habiendo de ser más que criada; y teniendo la carne cuanto quiere, debiendo ser tratada como esclava; y si la divina misericordia no pone orden en estos desconciertos, y no quita las armas a estas fieras, no tendrán número sus insolencias; porque siempre emplearán sus fuerzas en multiplicar pecados.



“LA PERFECCIÓN EN LAS ENFERMEDADES”