San Miguel Arcángel
viernes, 17 de enero de 2025
martes, 14 de enero de 2025
LA ENVIDIA – Por Fray Antonio de Monterosso. O.F.M. CAP.
ENVIDIA.
(Vitium
Caini - Vicio de Caín).
Invidia diáboli mors
introivit in mundum (Sofon. 2:24).
I.
Vicio diabólico.
— Por
la envidia del diablo entró la muerte en el mundo.
Como vemos por el texto citado, el Espíritu
Santo recuerda que la causa de la ruina del mundo ha sido la envidia. Vemos que
la envidia se apega a los grandes y a los pequeños; ella es la causa de tantos
males, de murmuraciones, calumnias, delaciones y también de horribles delitos.
Especialmente quita la paz del alma que ve erróneamente su gloria en la
humillación de los demás o en la gloria de los demás su propia humillación.
Veremos brevemente: Lo que es la envidia;
Daños que produce la envidia; Remedios contra la envidia.
II.
¿Qué es la envidia?
— No es envidia el desear el bien que posee
otra persona; aun si este bien es espiritual; dice San Pablo al respecto (I
Cor. 12.81): “Desead mejores carismas, aemulámini carísmata meliora”, excitando
a los cristianos a una santa emulación.
No es envidia el entristecerse de un bien
del prójimo porque puede perjudicar a su alma.
La envidia consiste en entristecerse del
bien de los demás, considerándolo como mal propio, y en el gozar de los males
de los demás considerándolos como un bien propio. San Agustín la llama la
enemiga de la caridad y de la paz cuando dice: “Mientras la caridad une, la
envidia divide”.
III.
Daños de la envidia:
— Guárdate de la envidia que puede
procurarte males gravísimos. La envidia consentida hace al hombre mezquino y
despreciable; porque sin aprovechamiento propio, más aún, con daño, lo hace
gozar del mal de los demás y sufrir del bien del prójimo.
Movido por la envidia, Caín mató a Abel; los
hermanos de José, por envidia, maquinaron su muerte y lo vendieron luego como
esclavo; por envidia (Mt. 27:18), los sacerdotes de los hebreos entregaron a
Jesús a Pilatos.
Vemos aun hoy día personas eminentes que,
afectadas de este vicio, hacen verdaderas injusticias, aun cuando éstas vayan a
veces hipócritamente cubiertas por el manto del celo o de la justicia.
IV.
Remedios contra la envidia.
— Procura conocer la fealdad de este vicio y
oponte, por lo tanto, a sus estímulos con actos internos y externos de
generosidad; esforzándote en gozar del bien y en sufrir del mal de los otros.
Haciendo lo que indica San Pablo (Rom. 12:15): “Gaudere cum gaudéntibus, flere
cum fléntibus”. Gozar con quien goza y llorar con quien llora.
Alaba a la persona de quien sientes envidia
y habla bien de ella con los demás; esto no es hipocresía, es caridad y, a
veces, heroísmo.
Dado que la envidia es enemiga de la
caridad, busca el amar mucho a Dios y al prójimo en Dios y por Dios y entonces
gozarás de su bien y sufrirás de su mal. Haciendo así alejarás de ti este vicio
mezquino y deletéreo.
V.
Examínate.
— Examínate, y no superficialmente, si este
vicio está en ti o procura adueñarse de tú alma. ¿Te entristeces si ves a otra,
especialmente a tu émula, favorecida, estimada, alabada? ¿Te alegras si la
sabes humillada, despreciada o puesta en un rincón? ¿Gozas de verla sufrir?
Este vicio puede entrar en ti como entró en
el diablo, en Caín y entra en otras personas que te circundan. ¡Es tan fácil,
especialmente en un alma soberbia y sin caridad, el llegar a gozar de la
humillación del prójimo! Ten cuidado; San Gregorio Nazianceno dice que la
envidia “non solum multos sed óptimos tangit” Se adueña de muchos y también de los
óptimos; hay peligro que se adueñe de ti también.
VI.
Proponte.
— Quiero extinguir en mí o alejar de mí el
nefasto pecado capital de la envidia, pues es contrario a las máximas de Jesús
el gozar del mal y el sufrir del bien de mi prójimo.
No quiero hablar nunca mal de aquel hacia
quien —aun contra mi voluntad— siento envidia. Viendo que alguno tiene más
inteligencia, habilidad o dotes que yo, procuraré no sufrir por ello, más aún,
gozar de su bien. Que si algunos tuvieran envidia de mí, procuraré no devolver
mal por mal, sino que los compadeceré y los amaré,
VII.
Escucha y ruega.
— Esposa de Jesús, recuerda que la envidia
se opone al gran precepto de la caridad. ¿Cómo podrías afirmar que amas a tu
prójimo si te contristas de su bien, y te alegras de su mal? Recuerda la
oración que hizo Jesús en la última cena por ti que estás entre los que habrían
creído en Él (Jo. 20:21) : “Que sean unum” una sola cosa; como Tú estás en Mí,
oh Padre y Yo en Ti; que sean también ellos una sola cosa en Nosotros”. ¿Cómo
puedes formar una sola cosa con tu prójimo si te dejas dominar por la envidia?
Huye de la envidia que divide; ama la caridad que une.
Jesús mío, Dios de amor y de caridad,
reconozco que la envidia procura echar sus maléficas raíces en mi alma. Siento
los impulsos, siento que sin tu ayuda me dominaría y sería una miserable. Mi
bien, no quiero ser envidiosa. Quiero gozar del bien de mis hermanas; quiero
verlas felices. No quiero gozar del mal de mí prójimo, aun cuando fuese mi
enemigo, aun cuando me hubiese hecho mucho mal. Si sufre, quiero sufrir de su
dolor o por lo menos aliviarle las penas, y todo por amor Tuyo, oh buen Jesús,
que nos. has hermanado en la tierra y nos quieres hermanos por toda la
eternidad.
Ejemplo:
— Santa Isabel, Reina de Portugal, tenía en
la corte un joven muy piadoso y recto; se servía de él para hacer secretas
limosnas. Un colega suyo, movido por la envidia y celoso del favor de que
gozaba su compañero, pensó arruinarlo acusándolo al rey como si abusase de la
confianza que la reina le demostraba. El rey creyó la calumnia y pensó quitar
la vida al reo presunto. Dijo al jefe de su calera que le mandaría un paje que
le preguntaría “si había cumplido sus órdenes”. Le dijo que, al oír esto, lo
tomase y lo echase en la calera porque merecía la muerte.
En el día fijado, el buen paje fue enviado a
la calera. Pasando delante de una iglesia entró para saludar a Jesús y escuchó
devotamente dos misas. Entretanto, el rey, impaciente por saber lo que habia
sucedido envió a la calera al paje calumniador para informarse “si había
cumplido las órdenes del rey”. El jefe de la calera, creyendo que éste fuese el
paje que le enviaba el rey, lo tomó y lo echó al fuego que lo consumió. Poco
después llegó el paje de la reina, el que preguntó al jefe de la calera si las
órdenes del rey ¡habían sido ejecutadas. —“Sí, sí”— respondió mostrando la
calera—, “todo ha sido cumplido al pie de la letra”. El buen paje volvió de
prisa a llevar la respuesta al rey, que quedó azorado ya que creía al buen paje
quemado.
Cuando supo todos los pormenores, exclamó:
—“Oh Dios, justos son Tus juicios”— y desde entonces respetó siempre la virtud
del paje.
La caridad es de Dios, la envidia es del
demonio. Evitaré la envidia.
“LA
RELIGIOSA” AUDI, SPONSA CHRISTI.
AÑO
1963.
lunes, 13 de enero de 2025
LA CAPITANA DE LA BARCA – Por Nicky Pio.
A
las madres y esposas, que por voluntad divina, tomaron el timón de la familia.
Desde hace tiempo que soy la capitana de
esta barca llamada “familia”, – ¿y el capitán? – ¡Oh!, el
capitán de mi barca se ha muerto – y doy gracias a Dios que así fuera, y no cómo
el capitán, de otra barca vecina, que abandonando el timón, corriendo locamente,
como hechizado por el canto de sirenas, a tripular otro extraño navío, llamado “adulterio”.
No, no crean que vengo a suplantar al Capitán, pero una barca
sin timón que lo dirija termina estrellado contra las rocas de la vida. No es
fácil lo confieso, a veces quiero tirarme a llorar a solas en mi camarote, y
olvidarme del mundo, pero no puedo, ¿qué sería de mi tripulación? ¡Mi
familia!
Navego entre las más bravas tormentas con
rumbo incierto, sin brújula ni astrolabio, ni estrellas ni firmamento. Pero en
las borrascas más duras me afirmo al timón, y firme me mantengo, las olas
golpean mi barca, y no hay capitán más recio, ni avezado, que igualarme pueda, cuando
lucho contra los vientos, que zozobrar amenazan mi débil barca.
Pero cuando amaina el peligro, y en aguas
tranquilas me encuentro, miro con dulzura mi pobre, y querida tripulación, que
en paz descansa sobre la cubierta, más yo no duermo.
En esas noches levanto mis ojos al cielo, y
una calma invade mi alma, busco con afanosa vista en el firmamento, y la veo,
la Estrella del Norte, la estrella que guía mi incierto derrotero.
Entre dolores y oscuros pensamientos, me permito una breve licencia. De mis ojos cansados una lágrima contenida aflora, y a solas lloro de puro desahogo y agradecimiento, mi alma se apena, más el timón mis ateridas manos no afloja, y de mis trémulos labios una plegaria como incienso vuela, y en el infinito cielo resuena, que cómo el trueno retumba, e implora:
“Stella Maris, ayúdame a llevar esta barca a buen puerto”.
Amén.
domingo, 12 de enero de 2025
LAS MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE – Por el Rvdo. Paul O’Sullivan, O.P. (E. D. M.). ÚLTIMO CAPÍTULO.
Capítulo
X.
EL
DEMONIO Y EL NOMBRE DE JESÚS.
El peor mal, el más grave peligro que nos
amenaza a cada uno de nosotros todos los días y todas las noches de nuestras
vidas es el diablo.
San Pedro y San Pablo nos avisan en el más
fuerte lenguaje, que debemos tener cuidado con el diablo, está usando toda su tremenda
voluntad, y su gran inteligencia, para
arruinamos y hacemos daño en todas las formas posibles. No hay peligro más
grande después del mundo y la carne. Si bien no es bueno temer al demonio si
estamos en gracia de Dios, es un “perro atado” cómo dice San Agustín, del cual
es mejor no acercarse, pues la cadena
que lo ata, cómo dice San Juan Bosco, por disposición de Dios puede alargase y
mucho.
Él no puede atacar a Dios, así que vuelve
todo su implacable odio y malicia contra nosotros. Nosotros estamos destinados
a ocupar los tronos que él y los otros malos ángeles perdieron, y ese pensamiento
alimenta su furor. Muchos tontos e ignorantes católicos nunca piensan en el
diablo, aunque les provoque infinitos
daños y les cause indecibles sufrimientos.
Nuestro mejor, y más sencillo remedio es el
Nombre de Jesús. Echa al demonio, espantándolo de de nuestro lado y nos salva
de innumerables males. Oh, queridos lectores,
decid constantemente este Poderoso Nombre y el demonio no podrá haceros daño.
Decidlo en todos los peligros, en todas las
tentaciones. Despertad, si habéis estado durmiendo. Abrid los ojos al terrible
enemigo que está siempre acechando vuestra ruina.
Sacerdotes deberían de predicar en este
importante asunto. Tendrían que avisar a sus penitentes en el confesionario en
contra del diablo. Aconsejen a la gente como
evitar malas compañías, que puedan encaminarles a llevar malas vidas. Más contra
la influencia del demonio, poco o nada se aconseja, y es incomparablemente más
peligrosa aún, que cualquier mala
compañía.
Maestros, catequistas y madres, deberían constantemente
poner en guardia a sus niños en contra del diablo. Y aconsejar este remedio del
Santo Nombre de Jesús. Así los esfuerzos del demonio por
perdernos, serán debilitados.
“LAS
MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE”
RECOMENDACIÓN
DE ESTE LIBRO.
Las Mara illas del Santo Nombre bien puede
ser el más valioso de todos los libros populares y estimulantes del Padre
O’Sullivan porque nos enseña el secreto más sencillo para lograr la santidad y
la Felicidad. Ni siquiera uno de cada mil Católicos habrá oído del maravilloso poder
del Santo Nombre de Jesús como está explicado por este autor. Él toma
testimonios y citas de la Sagrada Escritura, la historia de las vidas de los Santos,
demostrando la increíble eficacia de este Sagrado Nombre y animándonos a
invocarlo con frecuencia docenas de veces, y aún cientos de veces al día.
El autor explica que se pueden resumir
muchas oraciones en una palabra, “Jesús”. Enseña como la práctica habitual de
esta sencilla devoción nos protege de la tentación y nos conduce por el sendero
de la santidad. Dice que la repetición con reverencia del Santo Nombre da
gloria a Dios, pide su ayuda, paga nuestros deberes espirituales, socorre a las
Almas del Purgatorio, nos trae muchas gracias de Dios, nos protege del diablo,
nos obtiene la gracia de una muerte feliz, evita los desastres y aún nos
procura la salud.
Las Maravillas del Santo Nombre enseña m tremendo
secreto hoy en día casi desconocido, al difundir este secreto, el Padre O’Sullivan
nos revela un aspecto de la santidad infinita que existe en el corazón de
nuestra Fe Católica.
“JESÚS, JESÚS, JESÚS”
sábado, 11 de enero de 2025
LAS MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE – Por el Rvdo. Paul O’Sullivan, O.P. (E. D. M.).
Capítulo
IX.
PODEMOS
PEDIRLO TODO EN EL NOMBRE DE JESÚS.
Los ángeles son nuestros más queridos y
mejores amigos y son los que están más preparados y pueden ayudamos en toda
dificultad y peligro. Es una pena que muchos católicos no conocen, ni aman, ni
piden la ayuda de los ángeles. La manera más fácil de hacerlo es decir el Nombre
de Jesús
en su honor. Esto les da gran alegría y ellos, como respuesta, nos ayudarán en
todos nuestros problemas y nos salvarán de muchos peligros.
Digamos el Nombre de Jesús en honor de todos
los ángeles, pero especialmente en honor de nuestro querido ángel de la guarda,
que tanto nos quiere.
Nuestro Dulce Salvador está presente en
millones de Hostias consagradas en innumerables iglesias católicas del mundo.
Durante muchas horas del día y durante las largas horas de la noche, Él es
olvidado y dejado sólo. Podemos hacer mucho para consolarle y confortarle diciendo:
“Jesús te quiero, te adoro en todas las Hostias consagradas del mundo, y te doy
gracias con todo mi corazón por haberte quedado en todos los altares del mundo
por amor nuestro”. Entonces di veinte,
cincuenta veces o aún más el Nombre de Jesús con esta intención.
Podemos hacer la más perfecta penitencia por
nuestros pecados ofreciendo la Pasión y Sangre de Jesús muchas veces al día con
esta intención. La Preciosa Sangre purifica nuestras almas y nos eleva a un
alto grado de santidad. ¡Es todo tan fácil! Tenemos solamente que repetir
amorosa, alegremente y con reverencia “Jesús, Jesús, Jesús”.
Si estamos tristes o deprimidos, si estamos preocupados
con miedos y dudas, este Divino Nombre nos dará una deliciosa paz. Si somos
débiles e indecisos nos dará nueva fuerza y energía.
Cuando Jesús estaba en la tierra, ¿no fue a consolar y confortar a todos aquellos que eran infelices? Aún lo hace todos los días por aquellos que lo piden. Si estamos sufriendo por problemas de salud y tenemos dolores, si alguna enfermedad está afectando a nuestros pobres cuerpos, Él puede curamos. ¿Acaso Él no curó a los enfermos, los cojos, los ciegos, los leprosos? No nos dijo: “Venid a mi vosotros los que estáis cansados, y abrumados que yo os aliviaré”. Muchos podrían tener buena salud si solamente pidieran a Jesús por ella. No obstante, consulta a los médicos, usa los remedios que te den pero por encima de todo ¡pídele a Jesús!
viernes, 10 de enero de 2025
LAS MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE – Por el Rvdo. Paul O’Sullivan, O.P. (E. D. M.).
Capítulo
VIII.
LA
DOCTRINA DEL SANTO NOMBRE.
Explicaremos ahora la doctrina del Santo
Nombre—el Capítulo más importante de este librito—para mostrar a nuestros
lectores de donde viene el poder y el divino valor de este Nombre y como los
santos obraron sus maravillas por Él y como nosotros podemos obtener por su
eficacia todas las bendiciones y gracias.
Puedes preguntar, querido lector, ¿Cómo
puede ser que una sola palabra pueda obrar tales prodigios? Contestó que con una
palabra Dios hizo el mundo. Con su palabra, Él hizo de la nada el sol, la luna,
las estrellas, las altas montañas, y los vastos océanos. Por su palabra sostiene
la existencia del universo. ¿No hace el sacerdote también, en la Santa Misa, el
prodigio de prodigios? ¿No transforma la pequeña hostia blanca en el Dios del
Cielo y de la tierra con las palabras de la Consagración? Y aunque Dios
solamente puede perdonar los pecados, ¿no lo hace el sacerdote también en el
confesionario perdonando los más negros pecados y los más espantosos crímenes?
¿Cómo? Porque Dios da a sus palabras infinito poder.
Así, también Dios, en su inmensa bondad da a
cada uno de nosotros una palabra todopoderosa con la cual podemos hacer
maravillas por Él, para nosotros mismos y para el mundo. Esa palabra es “Jesús”. Recuerda lo que San Pablo nos
dice: “Este es el nombre por encima de todo nombre”, y que “... al Nombre de
Jesús doblan la rodilla todas las criaturas del cielo, tierra e infierno”.
Pero, ¿Por qué? Porque “Jesús” significa Dios hecho hombre. Por ejemplo,
en la Encamación cuando el Hijo de Dios se hace hombre, es llamado Jesús así
que cuando decimos “Jesús” ofrecemos al Eterno Padre el infinito amor y los méritos
de Jesucristo. En una palabra, Le ofrecemos Su Santísimo Hijo Divino, Le
ofrecemos el gran Misterio de la Encamación. Jesús es la Encamación. ¡Qué pocos
son los cristianos que tienen una idea adecuada de este misterio sublime y sin
embargo es mayor prueba que Dios nos ha dado, o pudiera damos, de Su amor
personal para nosotros! Esto lo es para nosotros.
LA
ENCARNACIÓN.
Dios se hizo hombre por amor a nosotros,
pero ¿de qué nos sirve si no entendemos éste amor? Dios, el Infinito, el
Inmenso, Eterno, el Dios Todopoderoso, el Creador Omnipotente, el Dios que
llena el Cielo con su majestad, Su Grandeza y se hace un niñito para ser como
nosotros y así ganar nuestro amor.
El entró en el vientre puro de la Virgen
María y allí se echó escondido por nueve meses enteros. Entonces nació en un
establo entre dos animales. Era pobre y humilde. Pasó 33 años trabajando,
sufriendo, rezando, enseñando su hermosa Religión, obrando milagros, haciendo
bien a todos. El hizo todo esto para probar su amor por cada uno de nosotros y
así nos obliga a amarle.
Este estupendo acto de amor ha sido tan
grande que incluso ni los más altos ángeles del cielo pudieron concebir que
esto fuera posible si Dios no se los hubiera revelado. Fue tan grande que los
judíos, el pueblo escogido por Dios, que estaban esperando a un Salvador se escandalizaron
al pensar que Dios pudiera hacerse tan humilde. Los filósofos gentiles, a pesar
de su supuesta sabiduría, dijeron que era una locura el pensar que Dios Omnipotente
pudiera hacer tanto por amor a los hombres.
San Pablo dice que Dios gastó todo su poder,
sabiduría y bondad haciéndose hombre por nosotros: “Él se desgastó”. Nuestro
señor confirma estas palabras del Apóstol cuando dice: ¿Qué más pude hacer? Todo
esto lo hizo Dios no por todos los hombres en general sino por cada uno de
nosotros en particular. Piensa, piensa en esto.
Lo crees, lo entiendes, querido lector, que
Dios te quiere tanto, tan íntimamente, tan personalmente. ¡Qué alegría, qué
consolación! si realmente supieras y sintieras que este Gran Dios te quiere —a
ti— tan sinceramente! Nuestro Señor ha hecho aún más, nos ha dado todos sus
méritos infinitos para que así podamos ofrecerlos al Eterno Padre tan a menudo
como queramos, cientos o miles de veces al día. Y eso es lo que podemos hacer
cada vez que decimos “Jesús” si solamente recordamos lo que
estamos diciendo.
Estarás, quizás, sorprendido de esta
maravillosa doctrina. ¿Nunca lo has oído antes? Pero ahora por lo menos ya
sabes las infinitas maravillas del Nombre de “Jesús”. Di este Santo Nombre constantemente.
Dilo devotamente. Y en el futuro, cuando digas “Jesús”, recuerda que estás ofreciendo a Dios todo el infinito amor
y los méritos de Su Hijo. Tú estás ofreciéndole Su Divino Hijo. No puedes
ofrecer nada más santo, nada mejor, nada que más le agrade, nada más meritorio
para ti.
Que desagradecidos son aquellos que nunca
dan gracias a Dios por todo lo que Él ha hecho por ellos. Hombres y mujeres que
viven 30, 50, 70 años y nunca piensan en agradecer a Dios por Su maravilloso
amor. Cuando dices el Nombre de Jesús recuerda también agradecer a nuestro
Dulce Salvador por Su Encamación.
Cuando estaba en la tierra, curó diez
leprosos de su odiosa enfermedad. Estaban tan contentos que se marcharon llenos
de alegría y felicidad, pero ¡solamente uno volvió para darle las gracias!
Jesús estaba dolido y dijo: “¿Dónde están los otros nueve?” No tendría que
sentir tristeza y dolor con mucha más razón, que le agradecemos tan poco por
todo lo que Él ha hecho por nosotros en la Encamación y en Su pasión.
Santa Gertrudis solía agradecer a Dios a menudo con una pequeña jaculatoria, por su bondad, en haberse hecho hombre por ella. Nuestro Señor se le apareció un día y le dijo: “Mi querida niña, cada vez que tu honras mi encamación con esa pequeña plegaria, vuelvo a mi Eterno Padre y le ofrezco todos los méritos de la Encamación por ti y por todos los que hacen como tú”. ¿No tendríamos que tratar de decir “Jesús, Jesús, Jesús” a menudo? Seguramente recibiríamos esta maravillosa gracia.
miércoles, 8 de enero de 2025
LAS MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE – Por el Rvdo. Paul O’Sullivan, O.P. (E. D. M.).
Capítulo
VII.
LOS
SANTOS Y EL SANTO NOMBRE.
Todos los Santos tienen un inmenso amor y
confianza en el Nombre de Jesús. Ellos vieron en este Nombre con una
clara visión, todo el amor de Nuestro Señor, todo su poder, todas las cosas
bellas que dijo e hizo en la tierra.
Hicieron todas sus obras maravillosas en el Nombre
de Jesús.
Obraron milagros, echaron demonios, curaron enfermos y confortaron a todos usando
y recomendándoles que se acostumbraran a invocar al Santo Nombre. San Pedro y
los Apóstoles convirtieron al mundo con este Nombre Todopoderoso.
El Príncipe de los Apóstoles empezó su
gloriosa carrera predicando el Amor de Jesús a los judíos en las calles, en el
Templo, en sus sinagogas. Su primer gran milagro ocurrió el primer Domingo de
Pentecostés cuando iba a entrar en el Templo con San Juan. Un hombre cojo, bien
conocido por los judíos que frecuentaba el Templo, estrechaba sus manos
esperando recibir limosna. San Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero te
doy lo que tengo: En el Nombre de Jesucristo nazareno, levántate y anda”.
(Hechos 3-6). Instantáneamente, el cojo se levantó y brincó de júbilo. Los
judíos estaban atónitos, pero el gran apóstol les dijo: “¿Por qué os
maravilláis de esto…como si por nuestro propio poder o piedad hubiésemos hecho
andar? El Nombre de Jesús, por la fe en él, ha devuelto las fuerzas a este
hombre”.
Innumerables veces desde esos días de los
Apóstoles el Nombre de Jesús ha sido glorificado. Citaremos algunos de los
incontables ejemplos que nos muestran como los Santos derivan toda su fuerza y consolación
en el Nombre de Jesús.
SAN
PABLO.
San Pablo era de una manera muy especial el predicador
y el doctor del Santo Nombre. Al principio fue un furioso perseguidor de la
Iglesia, movido por un falso celo y odio hacia Cristo. Nuestro Señor se le
apareció en el camino de Damasco y le convirtió, haciendo de él el gran apóstol
de los gentiles y dándole su gloriosa misión, que era predicar y hacer conocer
Su Santo Nombre a príncipes y reyes, a judíos y gentiles, a todas las gentes y
naciones.
San Pablo, lleno con ardiente amor por
Nuestro Señor empezó su gran misión — desarraigando el paganismo, derribando
falsos ídolos, confundiendo a filósofos de Grecia y Roma, no temiendo a
enemigos y conquistando todas las dificultades — todo en el Nombre de Jesús.
Santo Tomás de Aquino dice de él: “San Pablo llevó el
Nombre de Jesús en su frente porque se gloriaba en proclamarlo a todos los
hombres. El no llevaba en sus labios porque adoraba invocarlo, en sus manos ya
que le encantaba escribirlo en sus Epístolas; en su corazón, porque su corazón
ardía por su amor. Él mismo nos dice: “Yo no vivo, es Cristo quien vive en mí”.
San Pablo nos dice en su propia y bella
manera las dos grandes verdades acerca del Nombre de Jesús. Primero que todo, nos
dice el infinito poder de Su Nombre. “Al Nombre de Jesús doblan la rodilla
todas las criaturas del cielo, tierra e infierno”. Todas las veces que decimos “Jesús”, damos una infinita alegría a
Dios, a todo el Cielo, a la Bendita Madre de Dios y a los Ángeles y a los
Santos.
En segundo lugar, nos dice cómo usarlo. “Lo
que sea que hagas, cuando hablas o trabajas, hazlo todo en el Nombre de Nuestro
Señor Jesucristo”, y añade: si comes o bebes o cualquier cosa que hagas, hazlo
todo en el Nombre de Jesús.
Este consejo lo siguieron todos los Santos,
así que todos sus actos fueron hechos por amor a Jesús y por esto todos sus
actos y pensamientos ganaban o les hacían ganar gracias y méritos. Era por este
Nombre que ellos se hacían santos. Si seguimos este mismo consejo del Apóstol,
nosotros también podemos alcanzar un grado muy alto de santidad.
¿Cómo lo haremos todo en el Nombre de Jesús?
Acostumbrándonos, como ya hemos dicho, a repetir el Nombre de Jesús frecuentemente
durante el día. Esto no presenta dificultad, solamente se necesita buena voluntad.
San Augustin, el gran Doctor de la Iglesia,
encontró sus delicias en repetir el Santo Nombre. El mismo nos dice que
encontraba mucho placer en los libros que hacían mención frecuente de este
Nombre todo-consolador.
Santo Bernardo sentía un maravilloso gozo y consolación
en repetir el Nombre de Jesús. Lo sentía, dice, como miel en su boca y una
deliciosa paz en su corazón. Nosotros también sentiremos paz aún, en nuestras
almas si imitamos a San Bernardo y repetimos frecuentemente el Santo Nombre.
Santo Domingo pasó sus días predicando y discutiendo
con herejes. Él siempre fue a pié de sitio en sitio, tanto en los opresivos
calores del verano como en el frío y la lluvia del invierno. Los herejes
Albigenses, a quienes él trataba de convertir, eran más cómo demonios salidos
del infierno que hombres mortales. Su doctrina era infame y sus crímenes
innumerables. Aun así, como otro San Pablo, convirtió cien mil de estos hombres
malvados, así que muchos de ellos, se hicieron destacados por su santidad.
Cansado por la noche con sus trabajo, él pidió solamente un premio que era pasar
la noche delante del Santísimo Sacramento derramando su alma en amor de Jesús.
Cuando su pobre cuerpo no pudo resistir más, apoyó la cabeza en el altar y
descansó un poco, después, empezó una vez más su íntima conversación con Jesús.
A la mañana siguiente, celebró Misa con el ardor de un serafín así que a veces
su cuerpo se levantaba del suelo en un éxtasis de amor. El Nombre de Jesús
llenaba su alma de gozo y deleite.
martes, 7 de enero de 2025
LAS MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE – Por el Rvdo. Paul O’Sullivan, O.P. (E. D. M.).
Capítulo
VI
DON
MELCHIOR SONRIE A SUS VERDUGOS.
Tenemos otro incidente parecido de la misma
clase narrado por el mártir chino, el Venerable Dominico y Obispo, Don
Melchior.
En una de las muchas persecuciones que
atacaron a China, y que dio tantos santos a la Iglesia, este santo obispo fue
perseguido y después de haber resistido los más brutales tormentos, era
condenado a una muerte cruel.
Fue arrastrado al mercado en medio del
populacho, los cuales vinieron a satisfacerse con sus sufrimientos.
Le desnudaron y cinco verdugos armados con
afiladas espadas empezaron a cortar sus dedos, uno por uno, coyuntura por
coyuntura, después sus brazos, luego sus piernas, causándole una agonía
extremadamente dolorosa. Finalmente rajaron su encarnadura y le rompieron los
huesos.
Durante este prolongado martirio, sin
visibles signos de dolor por parte del obispo, sonreía y decía despacio y en alta
voz, “Jesús,
Jesús, Jesús”.
Esto le daba una maravillosa fuerza ante el asombro de sus verdugos.
No hubo una lágrima o queja que se escapara
de sus labios, hasta que finalmente, después de horas de tortura, calladamente,
expiró con la misma dulce y pacífica sonrisa en su cara.
Qué maravillosa consolación no sentiríamos
cuando confinados en cama por una enfermedad o desgarrados por el dolor, repitiéramos
devotamente el Nombre de “Jesús”.
Muchas gentes que no pueden dormir
encontrarían ayuda y consolación si invocaran en estos momentos de insomnio el
Santo Nombre y muy probablemente caerían en un tranquilo sueño.
SAN
ALEJANDRO Y LOS FILÓSOFOS PAGANOS.
Durante el reinado del Emperador
Constantino, la religión cristiana estaba progresando constante y rápidamente.
En Constantinopla, los filósofos paganos se
sintieron Agraviados al ver que muchos de sus adeptos desertaban de su vieja
religión y se unían a la nueva. Ellos rogaron al mismo Emperador pidiendo, en
justicia, deberían de ser escuchados y permitirles convocar una conferencia pública
con el obispo de los cristianos, San Alejandro, que por aquel entonces
gobernaba la sede de Constantinopla. Era un hombre santo pero no un agudo
lógico.
No tuvo miedo, por esta razón, de conocer al
representante de los
filósofos paganos que era un astuto dialéctico y un elocuente orador. En el día
señalado, delante de una vasta asamblea de hombres doctos, el filósofo empezó
muy cuidadosamente preparado a atacar las enseñanzas cristianas. El santo
obispo escuchó por algún tiempo y entonces pronunció el Santo Nombre de Jesús, el cual confundió al filósofo de
tal manera, que no solamente perdió el hilo de su discurso sino que le fue inútil,
incluso con la ayuda de sus colegas, volver al ataque.
Santa Cristiana era una joven esclava en el Kurdistán,
una región casi enteramente pagana. Era costumbre en ese país que, cuando un
niño estaba enfermo, su madre le llevara en brazos a las casas de sus amigos y
preguntara si ellos sabían de algún remedio que pudiera beneficiar al pequeño.
En una de estas ocasiones, una madre trajo a su hijo enfermo a la casa donde Cristiana
vivía. Preguntándole si sabía de algún remedio de esa enfermedad, miró al niño
y dijo: “Jesús,
Jesús, Jesús”.
En un instante, el niño moribundo sonrió y
se levantó con gozo. Estaba completamente curado.
Este extraordinario hecho pronto fue
conocido y llegó a los oídos de la reina que estaba inválida. Dio órdenes para
que trajeran a Cristiana a su presencia.
Llegando a palacio, la real paciente
preguntó a Cristiana si podría, con el mismo remedio, curar su enfermedad en la
que habían fallado los médicos. Una vez más Cristiana pronunció con gran
confianza: “Jesús, Jesús, Jesús”. Y de nuevo, este divino Nombre
fue glorificado. La reina recobró instantáneamente la salud.
Una tercera maravilla más estaba por
suceder. Algunos días después de la cura de la reina, el rey se encontró cara a
cara con una muerte certera. La escapatoria parecía imposible. Sabiendo el
poder del Divino Nombre, el cual él había sido testigo con la cura de su
esposa, su Majestad invocó: “Jesús,
Jesús, Jesús”,
y sucedió que fue arrebatado de tan horrible riesgo. Llamando de la misma
manera a la pequeña esclava, aprendió de ella las verdades del cristianismo,
él, así como una gran multitud de su gente, abrazó la Fe. Cristiana es santa y
su fiesta se celebra el 15 de Diciembre.
San Gregorio de Tours relata que cuando él era un muchacho
su padre cayó gravemente enfermo y se estaba muriendo. Gregorio, rezó
fervientemente por su recuperación. Cuando Gregorio estaba durmiendo por la noche,
su Ángel de la Guarda se le apareció y le dijo: Escribe el Nombre de Jesús en
una tarjeta y colócalo debajo de la almohada del enfermo.
A la mañana siguiente, Gregorio contó a su
madre el mensaje del Ángel, la cual le aconsejó que obedeciera. Así lo hizo,
poniendo la tarjeta debajo de la cabeza de su padre. Para regocijo de la
familia, el paciente se mejoró rápidamente.
Podríamos llenar páginas y páginas con los milagros
y maravillas que ha obrado el Santo Nombre en todos tiempos y lugares, no solamente
por los Santos, sino por todo el que invoque este Divino Nombre con reverencia
y Fe.
Marchese decía: “Intervengo aquí para
relatar las maravillas obradas y las gracias concedidas por Nuestro Señor a
aquellos que son devotos a Su Santo Nombre porque San Juan Crisóstomo me
recuerda que Jesús es siempre nombrado cuando los milagros están hechos por hombres
santos; enumerarlos desde aquí sería tratar de dar una lista de los incontables
milagros que Dios ha hecho a través de todos los siglos, para incrementar la
gloria de Sus Santos o para crear y reforzar la Fe en los corazones de los
hombres.”
ESTAMPAS
DEL SANTO NOMBRE.
Estampas con el Santo Nombre en ellas
inscritas han sido usadas y recomendadas por los grandes amantes del Santo
Nombre como Monseñor André Días, San Leonardo de Puerto-Mauricio y San Gregorio
de Tours arriba mencionados.
Nuestros lectores harían bien en usar estas
estampas, llevándolas consigo durante el día y poniéndolas debajo de la
almohada por la noche, colocándolas en las puertas de las habitaciones.
“LAS
MARAVILLAS DEL SANTO NOMBRE”