San camilo de Lelis, en la noche de Navidad de 1598, salva de la
inundación del Tiber a los casi 300 enfermos del hospital "Santo
Espíritu" de Roma. Cuadro de Pierre Subleyras (1699-1749)
“Una vez en Nápoles se encontraron con que,
por petición del Virrey, el padre Blas había enviado siete de nuestros
sacerdotes a Nola, en 1600, pues en esta ciudad, por causa de las aguas de los
alrededores, había surgido una gran infección y mortandad, hasta tal punto que
casi no había quedado gente con vida. Y como habían muerto también los
sacerdotes y religiosos del lugar o estaban enfermos o habían huido, la gente
moría miserablemente sin la necesaria ayuda de los sacramentos. Al llegar los
nuestros (sacerdotes camilianos) se les heló el corazón por el aspecto que
ofrecía la ciudad, desprovista y abandonada por casi todos sus ciudadanos y
habitantes.
La mayoría de las puertas y ventanas estaban
cerradas, las calles solitarias, las iglesias vacías y los pocos habitantes que
quedaban estaban tan escuálidos y llenos de miseria que parecían más muertos
que vivos. Los nuestros (sacerdotes camilianos) comenzaron a servir a aquellas
pobres gentes, confesando, dando el viático, administrando la unción,
recomendando las almas y transportando, sobre las propias espaldas, a los
muertos para sepultarlos, ya que no quedaba persona sana que lo pudiese hacer.
Ante tanta deficiencia se vieron obligados, más de una vez, a ir solos por los
caseríos vecinos... Y sucedió, en más de una ocasión, que al llegar a casa, uno
solo, sin ayuda de ningún otro ministro, al mismo tiempo atendía, confesaba al
enfermo, le daba la comunión, lo ungía con el óleo, le recomendaba el alma y
después lo transportaba fuera de casa para sepultarlo.
Bautizaron a muchos niños y unieron en
matrimonio a algunos que vivían en concubinato, pues en una misma cama yacían
el hombre y sus amantes, y así morían. Encontraron a muchos, muertos no sólo de
cuatro días, sino hasta de ocho, tendidos en sus propios lechos; en los que,
además, yacían otros enfermos, muy próximos a la muerte por el intolerable
hedor de aquellos cadáveres.
Estas y parecidas obras de caridad prestaban
los nuestros, tanto de día como de noche, yendo bajo los rayos caniculares del
sol, tal como se lo urgía la necesidad, a buscar de casa en casa a los enfermos
y a llevarles algo para comer y reconfortarlos. Y, oprimidos por las fatigas y
aplanados por la contaminación y olor de aquellos aires pestilentes, enfermaron
todos. Como no podían ya tenerse en pie, fueron a buscarlos y lo condujeron a
Nápoles, donde cinco de ellos (sacerdotes camilianos) pasaron a mejor vida. Murieron con gran paciencia y fortaleza, tanto que unos a
otros se exhortaban a morir con alegría, teniéndose por dichosos al haber expuesto
la vida por amor de Dios y por la salud del prójimo.
San Camilo quiso
cuidarles con sus propias manos y hacer de enfermero suyos, recomendándoles el
alma y cerrándoles los ojos él mismo”.