NOTA DE NICKY PÍO: esta parte por su extensión la dividí en 2-a y 2-b. No dejen de leer esta parte, es muy importante. Todo sea A.M.D.G. y Salvación de las almas.
IV
Hemos
ya dicho lo que NO
ES el
problema judío. Digamos ahora lo que, en realidad ES
el problema judío, el problema que no nosotros, sino la incredulidad y las
ambiciones judías han planteado, no sólo en el mundo cristiano, sino en el
mundo pagano antes de Cristo.
El problema judío es la
pretensión, que siempre ha tenido el Judaismo —religión y pueblo— de destruir
las instituciones, dominar gobiernos y eliminar las debidas defensas, para
establecer en el mundo un racismo sagrado, un grupo etnológico de “intocables”,
que domine a pueblos y naciones, como consecuencia de una falsa premisa, que
quiere asegurarnos, aun después de su repulsa consciente del Cristo prometido,
que ese pueblo, el pueblo judío, sigue siendo, por razón exclusiva de la sangre
de Abraham, el pueblo escogido, el pueblo de las promesas divinas, el pueblo
destinado a gobernar a todos los pueblos de la tierra. Planteado
así el problema, es evidente que Cristo y su Iglesia salen sobrando; son los enemigos
número uno del cristianismo.
Así se explica la lucha contra Cristo, que culminó con el Calvario y
que se prolongó después hasta el sepulcro mismo; y así se explican también las
luchas seculares y no interrumpidas que el Judaismo ha tenido y tiene en contra
de la Iglesia. Porque
sería pueril que el pueblo cristiano aceptase el diálogo y la amistad
judeo-cristiana, que especialmente en los Estados Unidos se fomentan, como una
prueba fehaciente de que las hostilidades de nuestros eternos enemigos han ya
terminado.
Una
prueba apodíctica de la intriga y conspiración judía nos la ofrece una
organización hebrea, cuya historia serviría para hacer ver al mundo el peligro
en que se halla. La
B'nai B'rith
significa
los “Hijos de la Alianza”.
Es
una organización exclusivamente judía, secreta y masónica.
Ninguna
persona que no sea judío o masón puede ser admitido en esta organización. La B'nai B'rith es un importante y central instrumento del Sionismo político. Es
el que dirige el Sionismo político. La B'nai B'rith inspira y guía en sus
varias formas a lo que pudiéramos llamar un Naturalismo Organizado. Actúa como el
cerebro de los ataques sionistas.
La
“Anti-Defamation League”
(Liga anti-difamación) es
una arma de la B'nai B’rith. En realidad
su verdadero título es: “The
Anti-Defamation League of the B'nai B'rith”. Es una organización
poderosísima, que tiene activas agencias en las principales ciudades de los
Estados Unidos. Posee enormes riquezas para atacar y perseguir a los cristianos.
Su bandera principal
de combate es contra el “anti-semitismo”,
palabra que
expresa y comprende a todos los que se atreven a criticar a los judíos o las
cosas judías. Tiene todo un tinglado
legal para crear problemas legales a todos los recalcitrantes. Es
además un sistema de espionaje poderosísimo, del que es muy difícil evadirse.
Ejercita un tremendo poder en las autoridades federales, locales o estatales.
Controla la política, el comercio, la educación y las organizaciones sociales o
religiosas y dirige con poderosa maquinaria la opinión pública. Un
análisis de la técnica de la Liga Antidifamatoria de la B'nai B'rith nos
demuestra con evidencia que es la protección y garantía de un ultra-racismo y
el promotor activísimo del anticristianismo. Alcanza sus fines por medio
de la difamación y no por la
anti-difamación.
V
Los defensores del
Judaismo naturalmente no aceptan la realidad impresionante del problema judío,
tal como nosotros lo hemos descrito. Para ellos ese problema es fruto “de
las mentes enfermas, siempre prontas a argumentar en todas las materias, que
parece que se han unido en todas las ocasiones para despreciar y atacar a los
judíos”. Este es el recurso supremo que han usado siempre los judíos
para destruir a sus enemigos o, por lo menos, para nulificar su ataque de defensa.
Mentes enfermas,
han sido los apóstoles; mentes
enfermas han sido los Papas que condenaron las fechorías del Judaismo; mentes
enfermas los Obispos y los Concilios que han denunciado el peligro manifiesto
de esos eternos conspiradoras, y mente enferma fue el mismo Jesucristo que, al
no aceptar la ambición racial y absurda de su propio pueblo y al proclamarse a
sí mismo como Mesías y Salvador del mundo, contrarió abiertamente el futuro de
Israel, como lo había soñado y descrito la incredulidad y la soberbia de los
jefes de ese pueblo deicida. La historia no puede enmendarse, para
satisfacer los intereses o las conveniencias de los individuos o de las
colectividades humanas. Con insultos y calumnias nunca se han destruido los
argumentos válidos de la razón y de la fe.
VI
Los impugnadores de
esta tesis católica, tradicionalmente católica, que han planteado el problema
judío en los términos expuestos anteriormente, apoyan su inconsistente argumentación
en estas falsas premisas:
a)
Parecen afirmar que la sangre de Abraham, como un sacramento, hace al judío, ex
opere operato, individual y colectivamente, el término y el objeto de las
promesas y bendiciones divinas. Algo así como si las generaciones sucesivas de
Adán hubieran sido, en el plan divino, no el medio quo, sino el fin y el objeto
de nuestra elevación al orden sobrenatural.
Usando un lenguaje escolástico, tan
desacreditado en nuestros días, convendría distinguir, in actu primo, el objeto
material y el objeto formal de esta elección y bendiciones divinas. El objeto
material de la elección divina, al menos en el Antiguo Testamento, pudo ser y
de hecho fue, la sangre de Abraham, trasmitida por las generaciones sucesivas
entre sus descendientes, que formaron así el pueblo providencialmente escogido.
Pero el objeto formal de los planes divinos no es, ni pudo ser la generación
material. Esto sería absurdo e indigno de Dios, ya que las elecciones divinas,
exigen siempre la libre correspondencia de la criatura a su Creador. En el caso
presente, tratándose, en el último término, de la obra redentora, el objeto
formal del plan divino era ese pueblo, en cuanto medio, para preparar la venida
del Mesías. Por ser seres libres los integrantes de ese pueblo, este objeto
formal exigía y presuponía la correspondencia libre de las voluntades humanas,
individuales y colectivas, a los planes divinos. No
por tener sangre de Abraham podemos afirmar que los judíos son los hijos predilectos
del Altísimo, sino por la fidelidad con que correspondiesen a la especialísima
misión que Dios les diera; fidelidad
que presupone como base el reconocimiento y aceptación de Jesucristo como el
prometido Mesías e Hijo de Dios.
b) Otra premisa falsa de
los Progresistas parece afirmar que entre el Cristianismo y el Judaismo
(religión y pueblo) existe un vínculo de continuidad, de evolución, de cierta
unidad. Esta suposición nos parece insostenible, a la luz de la misma divina
revelación, a pesar de que no dejamos de ver y aceptar que los libros del
Antiguo Testamento, que fueron para el pueblo judío su tesoro más precioso, son
para nosotros la palabra de Dios. Entre
el Judaismo (religión y pueblo) y la Iglesia de Cristo no existe más relación
que la que se da entre la preparación y la acción, entre la figura y la
realidad. Podemos
decir que espiritualmente somos hijos de Abraham, en cuanto somos hijos de su
fe y de la promesa; pero, esta filiación nada tiene que ver con la carne, como
dice San Juan en el prólogo de su Evangelio. La Sinagoga, negando a Cristo, terminó su función el día de Pentecostés
cuando los Apóstoles se lanzaron a predicar al mundo entero al mismo Cristo
crucificado, a quienes los judíos habían rechazado. De ser preparación para el
advenimiento del Mesías, se convirtieron en negación y guerra a la obra divina.
Sabemos muy bien que, a pesar de su
infidelidad colectiva, “el
amor de Dios a los Padres”, a Abraham,
Isaac, Jacob, etc., hace, por misericordia del Señor, que la ruina de Israel no
sea total ni sea definitiva. Siempre
ha habido judíos sinceros que han recibido la luz de la fe y se han convertido
a Cristo Jesús; al final de los tiempos, todo el pueblo mesiánico volverá a la
plenitud de la verdad, de la que ahora están tan lejos.
Pero, la salvación individual o colectiva para los judíos, solamente puede
darse por el reconocimiento sincero de Cristo crucificado, como el Mesías
prometido y el Hijo natural de Dios vivo. ¡Qué
caigan de rodillas ante Cristo Jesús y el problema judío ha terminado!
VII
Los
defensores de la pretensión judaica no solamente eluden la verdad
histórica y
la verdad revelada,
que la Iglesia siempre ha enseñado, sino que van más adelante: para
complacer al Judaismo Internacional,
condenan a la Iglesia; condenan implícitamente no solo la nefanda Inquisición,
sino todas las necesarias defensas que la Iglesia Católica haya podido
tomar, en cualquier tiempo y por cualquier causa, contra las incursiones y
ataques, abiertos u ocultos, con que la Sinagoga ha podido combatir a la obra
de Jesucristo. Es
una condenación en masa; es una condenación de más de 30 Pontífices y
de varios Concilios, que han tenido que levantar su voz contra los
desmanes, las intrigas, los crímenes perpetrados por los judíos, por la mafia,
que no por tener sangre de Abraham son impecables.
¿Vamos
a afirmar ahora que todos esos Papas, todos esos Concilios, todos esos santos
se equivocaron? ¿Vamos a confesar, con un mea culpa absurdo, que la Iglesia de
veinte siglos careció de la caridad cristiana e incurrió en injustos prejuicios
raciales? ¿Vamos a hacer víctimas a los culpables, a los que la justicia
condenó por sus probados crímenes? Ante
el dilema: la Iglesia o los judíos, parece que sus celosísimos defensores
escogieron a los judíos, como ellos antes habían escogido a Barrabás y habían
rechazado al Hijo de Dios vivo. La historia se repite.
Y para hacer esa elección, para confesar la
culpabilidad de la Iglesia en el pasado, para declarar persecuciones injustas
las penas impuestas a las fechorías de la judería, ¿han estudiado los jueces a fondo
el problema? Tal vez un sentimentalismo
que simula la caridad o una conveniencia perenal o una consigna secreta de
ignorada procedencia haya impulsado a no pocos católicos a convertirse ahora en
los ahogados defensores del Judaismo Internacional. Bien está la caridad,
pero también bien está la justicia: ni caridad sin justicia, ni justicia sin
caridad.
VIII
Si las legítimas defensas que tomemos los cristianos,
contra las maquinaciones comprobadas de la mafia judía, establecen, según
nuestros supuestos enemigos, un racismo de víctimas, injustamente odiadas y
perseguidas, la incolumidad con que el Judaismo exige estar protegido, viene a
establecer otro racismo, un racismo sagrado con amplio salvoconducto y pasaporte
eclesiástico. ¿Cuál
puede ser el motivo para establecer ese privilegio exclusivo en favor de los
judíos? ¿Acaso son ellos los únicos que han sido perseguidos en la historia de
mundo? ¿Por qué no condenar también específicamente a la Masonería y al
Comunismo, engendros ambos de la mafia judía, que han causado millones y
millones de víctimas en todo el mundo?
¿Por qué no condenar también, después de haberlos desenmascarado, a los
que originaron las dos últimas guerras, las financiaron, sostuvieron y
propagaron, a costa de tanta sangre, de tantos sufrimientos y de tan horribles
tragedias familiares, nacionales e internacionales?
Suponiendo que fuese verdad “La
Mentira de Ulises”, suponiendo que realmente el nazismo sacrificó en los
hornos crematorios a seis millones de judíos ¿es
ésta una razón suficiente para establecer ese racismo sagrado? ¿La Masonería y
el Comunismo y la mafia sionista no han cometido también crímenes inauditos,
cuyas víctimas sobrepasan en mucho a los seis millones de la leyenda? El prestigiado Dr. judío Listojewski
escribió en la revista “The Broom” de San Diego (California) el 1 de mayo de
1952: “Como
estadístico me he esforzado durante dos años y medio en averiguar el número de
judíos que perecieron durante la época de Hitler. La cifra oscila entre 350 mil
y 500 mil. Si nosotros los judíos afirmamos que fueron 6 millones, esto es una
infame mentira”.
En realidad la persecución nazi contra los
judíos no ha sido la única persecución que ese pueblo ha sufrido. Desde los
tiempos anteriores a Cristo, los hijos de Israel, fueron atacados, desterrados
y hasta amenazados de exterminio. Primero
en Egipto, después en Nínive y Babilonia, en Persia; más adelante, en tiempos
cristianos, Inglaterra católica, Francia católica y España católica tuvieron
que expulsar de su seno a todos los hijos de Israel, que con su presencia y su
actividad sediciosa habían puesto en peligro la existencia misma de esos
pueblos.
“CON
CRISTO O CONTRA CRISTO”
R.P.
Joaquín Sáenz y Arriaga.