jueves, 30 de junio de 2022

Novena en honor de la “Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” del año 1867. (Este día Octavo, corresponde al 30 de junio)

 




DIA OCTAVO.

PUNTO DE MEDITACION.

 

   ¡Oh alma mía, no te canses de meditar penas y tormentos, supuesto que tu amante Jesús no se cansa de sufrirlos por tu amor. Considera, pues, como con la crucifixión de las manos, se encogió naturalmente todo el sagrado cuerpo, asi por el dolor vehemente que padeció, como por la contracción de nervios y arterias que sufrió, y con esto no alcanzaban ni con mucha distancia los sagrados pies al barreno de la cruz; pero instigados de los demonios aquellos inhumanos verdugos, practicaron la misma impía diligencia, que habían hecho en las manos, atando éstas fuertemente con cordeles y sogas, y amarrando los sagrados pies con una eslabonada cadena estiraron todos, y con tanta fuerza, que le descoyuntaron cuadriles, cintura, y en fin, todos los huesos de aquella fábrica divina sin quedar en ella hueso con hueso, y con esto llegaron al barreno los pies, y para que el clavo no resbalase por ser partes nerviosas (como premedita Buenaventura) se los barrenaron ante, y tomando uno mucho más largo y grueso clavo, que los otros, lo comenzaron a clavar con furiosos y repetidos golpes del pesado martillo; y al mismo tiempo se desataron en arroyos de Sangre, que derramándose por todo aquel ámbito, regaban la tierra y la pisaban los inhumanos verdugos. Y tú, alma, que estas meditando esto, haz cuenta que ves abrir a tu Jesús sus sacrosantos labios, y que hablando con la misma tierra le repite las palabras de Job, ya citadas: terra ne operías Sanguinem meum. O tierra dichosísima (aunque antes maldita,) por verte fertilizada con el abundante riego de mi Sangre, no la escondas, no la cubras para que vea el hombre su abundancia, y que le doy toda la de mis venas, pues la derramé con la franqueza que se derrama el agua; y vea lo que me debe, y la obligación que tiene a servirme y amarme con todo su corazón, y sin escasez de efecto, aunque sea a costa de su vida y de su sangre.

   Dile que sí, alma mía, que en lo de adelante emplearás todo tu amor en amarle y servirle, y en venerar su sacratísima derramada Sangre.

Los tres credos gloriados.

ORACIÓN.

   ¡Oh Jesús de mi vida tan cruelmente atormentado por mi amor! ¿Qué haré yo, Señor, en obsequio vuestro, y en señal de gratitud a tanto amor? Pero ¿qué he de hacer, pobre de mí, si nada tengo que ofreceros? Mas ya vos, Jesús mío, me dais con abundancia lo mismo que os he de ofrecer; tan misericordioso sois como todo esto, pues mirándome en tanta miseria queréis enriquecerme con el rico tesoro de vuestras venas, que es vuestra preciosísima Sangre, tesoro de valor infinito, y capaz de satisfacer sobreabundantemente todas mis deudas, por muchas que ellas sean, y juntamente limpiar mi alma de todas las inmundas manchas con que la han afeado mis culpas. Sí Jesús mío, yo os ofrezco esto mismo que me dais para satisfacer por mis pecados. Yo quiero, y deseo lavarme, y purificar mi alma en este saludable baño. ¡Oh, y que divina traza es bañarse con la continua consideración de esta Sangre preciosísima! Más cuanto mejor será bañarse con ella en realidad de verdad, pues con el deseo que teníais, o Jesús de mi vida, de enriquecernos con este rico tesoro, no os contentáis con derramarla toda en vuestra Pasión sacrosanta, sino que quisisteis dejárnosla en el Santísimo Sacramento hasta la consumación de los siglos, para que todos los días (si quisiéramos), y en tantas partes del mundo en que estáis Sacramentado, pudiéramos una y muchas veces purificarnos con este saludable baño de vuestra sacratísima Sangre. Haced, Señor, que apreciando como debemos éste beneficio, nos hagamos, dignos de recibirle con frecuencia, con lo qne consigamos la gracia y vuestra presencia en la gloria. Amén.

   La Preciosísima Sangre &…


miércoles, 29 de junio de 2022

Novena en honor de la “Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” del año 1867.


 


DÍA SEPTIMO.

PUNTO DE MEDITACIÓN.

 

   Acércate ya, alma mía, al monte Calvario, y atiende con los ojos de la consideración a tu atormentado Jesús (si todavía tienes aliento para mirarle padecer) como despues de haber llegado con suma fatiga a la cumbre de aquel monte; despues de haberle desnudado con indecible crueldad, no solo de sus vestiduras, sino de su propia piel por estar ya pegada y casi unida con la túnica interior: en fin, despues de haberle hecho tender en el duro y tosco madero para abrir los barreno, dejándolos maliciosamente cortos para más atormentarle, comienzan aquellos feroces verdugos el más inhumano tormento que se habia visto, le mandan con imperio que se tienda en la cruz, y tomando un ministro la mano derecha del Señor, la acomodó en el barreno, y otro tomó un largo y grueso clavo, y poniéndoselo en la palma de aquella mano divina, comienza a descargar muchos y repetidos golpes con un pesado martillo, hasta traspasar la mano y clavar el clavo en la tierra; y queriendo clavar la otra sacrosanta mano, mirando que no alcanzaba al barreno, por haber quedado (como ya dijimos) maliciosamente corto para más atormentarle, le amarran fuertemente con un cordel la mano que ya estaba clavada para más asegurarla, y con otro cordel le estiran fuertemente la mano santísima que habían de clavar, haciendo hincapié en el mismo sacratísimo cuerpo, y estirando con tal fuerza, que le desencajaron todos los huesos de aquel sagrado pecho, hasta hacer llegar la mano al barreno de la cruz, y clavándola con la misma fiereza que la otra, comienza a derramar de ambas manos copiosos arroyos de Sangre, en tanta abundancia, que no solo teñía con ellos los vestidos y manos de los verdugos y la cruz, sino que corría hasta la tierra. Atiende como volviéndose a ella, lleno de los más vivos sentimientos le sigue hablando con las palabras de Job arriba citadas, terra ne operías Sanguinem meum. O dichosa tierra regada ya con mi Sangre, no la escondas ni encubras, porque esté siempre patente a los ojos de mi Eterno Padre, y vea, que si está muy ofendido de los hombres, también está muy bien pagado por aquellos que quisieron aprovecharse de ella, y aplacándose en sus justas iras, se incline a hacer misericordias a mis amados (aunque ingratísimos hermanos) los hombres. Llénate de aliento, alma mía; con este rico tesoro, que ya tienes con que satisfacer a la divina Justicia la deuda de tus culpas, y ama sin cesar a quien tanto te ama.

 

Los tres credos gloriados.

ORACIÓN.

 

   ¡O amantísimo y crucificado Jesús de mi vida! ¿Es posible dueño de mi corazon que estas divinas manos que fabricaron los cielos, se han de ver traspasadas y rotas por la más vil criatura, como soy yo? ¿Es posible que haya en mi ingrato corazón, ánimo y valor para meditar estas finezas, y no se me rompa en menudos pedazos de dolor al ver por los suelos derramados tu preciosísima Sangre? ¡Oh Sangre de mi Dios! ¡Oh licor de misericordia! ya que el mundo te desprecia tanto, y yo ingrato tantas veces lo he ejecutado, vente ahora a mí, que ya arrepentido te busco y te deseo recoger; ven, te recogeré y abrazaré dentro de mi corazon. Adorote, preciosísima Sangre, vida de mi alma: adorote, riqueza de los cielos y de la tierra. En tí deseo bañarme, por tí deseo derramar la mía por no ofenderte más, mi dulce Jesús, por amarte de todo mi corazón. ¡Oh quien nunca te hubiera despreciado por dar gusto a mis apetitos! salgan, salgan fuera de mí todos tus enemigos, que son mis culpas y vicios, por medio de tu preciosísima Sangre, para que tú solo tomes posesión de este mi corazon que ansioso me pides, y yo quiero darte: y pues tu amor te obligó a darme toda tu Sangre, y con ella tu vida, tu divinidad, y todos tus infinitos méritos; este mismo amor, y tu misericordia te obliguen, Señor, a que esta misma Sangre me renueve todo, todo me limpie, todo me purifique, todo me posea, todo me abrase, y todo yo quede consumido en tu amor desde ahora, y para siempre, en esta vida, y en la otra que espero gozarte por los siglos de los siglos. Amén.

La Preciosísima Sangre&…

 

 

 


martes, 28 de junio de 2022

Novena en honor de la “Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” del año 1867.


 


DÍA SEXTO.

PUNTO DE MEDITACIÓN.

 

   Contempla, alma mía, como pasada aquella cruel carnicería de los desapiadados azotes, con que atormentaron a tu dulcísimo Jesús, le previenen otro cruelísimo martirio que fué el de la coronación de espinas, y para esto considera que formaron la corona de juncos marinos, sobre manera gruesos, haciéndola en forma de casquete, dejándola maliciosamente estrecha, de modo que entrara en la divina cabeza sumamente forzada para causarle mayor dolor y tormento: en efecto; acabada que fué la inhumana corona la trajeron, y con mucha irrisión y mofa, hincándole la rodilla, por burla, y tratándole como a fatuo, se la, ponen sobre su sagrada cabeza; y luego cogiendo unas horquillas de palo, la fueron encajando a fuerza de golpes, con tal fiereza, que le pasaron las espinas el cráneo hasta llegar a sus divinos ojos, comenzando a derramar arroyos de Sangre por los cabellos y todo el soberano rostro entrándose por los ojos y boca santísima, en tanta abundancia, que quedó (según Santa Brígida) la divina cabeza como si la hubieran metido en una tina de sangre. Medita ahora, alma, que atendiendo tú maltratado Jesús a su preciosísima Sangre derramada por la tierra, le oyes seguir hablando con ella, con las palabras de Job arriba citadas: terra ne operías Sanguinem meum. Oh tierra ya santificada con mi Sangre, no la encubras ni la tapes, porque ya que el hombre no haga servicios, ni obras que puedan alegar delante de mi Padre Eterno, ni en que pueda estribar su confianza, quedando esta mi Sangre descubierta y patente, confíe en ella, y se la presente á mi Padre; pues basta para satisfacerle cuantas veces le ofendiere, si arrepentido se vale de ella. No sepultes ni ahogues sus súplicas, para que si las voces del hombre fueren tibias, y no merecieren que mi Padre las oiga, alcance por esta mí derramada Sangre y méritos, lo que por sus obras desmerece.

   Con estos sentimientos santos anímate, alma mía, y acógete llena de confianza a esta preciosísima Sangre, presentándosela al Padre Eterno para alcanzar perdón de tus culpas.

Los tres credos gloriados.

ORACIÓN.

   ¡Oh atormentado y afligido Jesús de mi vida! Que no contento con haber sufrido el inhumano tormento de los azotes, derramando en aquella helada columna arroyos de tu preciosísima Sangre, quisiste sufrir el inexplicable martirio de ser coronado de agudas y penetrantes espinas, con las que te atravesaron tu divina cabeza, pasando sus agudas puntas hasta lastimar los hermosos luceros de tus ojos, y corriendo por todo tu venerable rostro tanta abundancia de Sangre, que corrió por todo tu cuello y cuerpo santísimo, todo a fin de manifestarme lo excesivo de tu amor, y lo ardiente de tu caridad, y el deseo que tienes de mi salvación: haz pues, Jesús de mi vida, que conociendo el inmenso beneficio que tan liberal me haces con este abundantísimo riego de tu sagrada Sangre, sepa aprovecharme de ella para poner los proporcionados medios para asegurar mi salvación; y no permitas que con la reincidencia y repetición de mis culpas, me haga indigno de los celestiales tesoros que con ella pretendes darme, sino que preciándola y venerándola como es debido, fructifique en mi alma obras heroicas y propias de un cristiano, esto es, de un discípulo de Cristo, para qué con ellas unidas a esta tu derramada Sangre, merezca en esta vida la gracia final, para pasar a alabarte y gozarte en la eterna gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

La Preciosísima Sangre&…


lunes, 27 de junio de 2022

Carolina Feltri y Victorio Orione – Padres de San Luis Orione – Por Juan Carlos Moreno. (Segunda parte).


 


No bien comenzaban a entender algo les enseñaba los nombres de Jesús y María. “Los primeros elementos de la doctrina cristiana los recibí de mi madre porque mi padre, cuando yo era pequeño, sólo podía darme malos ejemplos”, decía Don Orione. Ella les enseñaba las oraciones, la tradición religiosa y la historia de sus antepasados, entre los cuales se contaba al beato Bernardino Feltre, de Pavía, de quien conservaba una reliquia.

   Tenía una fe profunda. Una vez, para demostrarles a sus hijos la importancia de la fe, les contó la siguiente anécdota:

   —Había una vieja que vivía en una pequeña casa, y cuando iba a las funciones de la iglesia se recogía en un rincón y rezaba con un canturreo que nadie entendía. Una vez el párroco salió a pasear y vio, por la tarde, como un gran fuego misterioso sobre una casita de campaña. Dirigió sus pasos hacia aquel lugar, y cuando estuvo cerca entró en la casa y vio a una viejita en el lecho, moribunda, que esperaba al sacerdote para que la confortara en su última hora. Reconociendo a la que rezaba siempre con tanto recogimiento en un ángulo de la iglesia, le preguntó:  Qué le decía en la iglesia al Señor. Y ella le contestó: “Yo no sé rezar; no sé leer ni escribir. He quedado huérfana desde pequeña, y una viejita bisabuela me enseñó a decir, pasando la corona del Rosario, estas palabras: “Socl in sa, socl in sa; socl in sa, socl in l”. Yo no sé qué cosa significan estas palabras, pero pienso que son las que el sacerdote dice al Señor en la misa cuando habla en latín... Cuando tengo necesidad de alguna gracia, repito muchas veces esas palabras con fe, y no ceso hasta conseguirla, Y siempre me han escuchado el Señor y la Virgen. Ahora le rogué al Señor así, con la intención de que me mande un sacerdote, porque siento que me voy a morir... Y ya ve usted: me ha escuchado”.

   En aquella época había en Pontecurone dos párrocos y siete canónigos, porque la iglesia de Santa María Asunta era una colegiata canónica qué obliga a recitar el oficio divino. Entre éstos estaban Don Miguel Cattaneo, sacerdote ejemplar, “entregado de tal modo al ejercicio de la caridad y tan amigo de los pobres que les mandaba la carne que compraba para su comida; y Don Gaetano, sacerdote indigno, que escandalizaba a la gente sencilla con su conducta”. Doña Carolina no estaba conforme con la misa de Don Gaetano, y porque duraba quince minutos la llamaba: “Messa alla cacciatora”.

   Cuando repicaba la campana, doña Carolina enviaba a sus hijos a la misa, y cuando regresaban les preguntaba;

MEDITACIÓN EL CRISTIANO DEBE HACER MUCHAS BUENAS OBRAS.


 


I. Hay árboles que producen hojas y flores, pero nunca frutos. Los hipócritas son semejantes a estos árboles: tienen una devoción de escaparate y de alarde. Todo lo que hacen, lo hacen únicamente para parecer virtuosos y atraerse las alabanzas de los hombres. El vicio es horrible bajo cualquier color que se presente; pero es infinitamente más horrible aun cuando se oculta bajo las exterioridades de la virtud (San Jerónimo).

II. Algunos árboles no dan frutos o no dan sino malos. Son los cristianos que se entregan a sus pasiones, y no se preocupan en absoluto de corresponder a las gracias y a las inspiraciones que Dios les envía. Para hacerlos volver en sí, Dios los prueba mediante la enfermedad, los reveses de fortuna, la pérdida de un pariente o de un amigo. No te asombres si cada día eres más probado, pues cada día te haces más malo (Salviano).

III. Hay árboles que dan fruto, pero en pequeña cantidad. ¿No eres tú del número de estos árboles mezquinos para con la mano que los ha plantado? ¿No es verdad, acaso, que no produces sino pocas obras buenas, que no haces sino aquello que estás obligado a hacer? Y aun en esto faltas a menudo. ¿Dónde estarías tú si Dios te tratase del mismo modo? ¿Estaba obligado acaso a crearte, a conservarte, a redimirte, a colmarte de tantas gracias de elección? ¡Oh Dios mío, cuán generoso sois conmigo y cuán mezquino soy yo con vos! ¡Como si no fuese trabajar para nosotros mismos el serviros!

 

El celo de las buenas obras. Orad por el aumento de las obras de caridad.

 


Novena en honor de la “Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” del año 1867.

 



DÍA QUINTO.

PUNTO DE MEDITACIÓN.

 

   Sigue ¡Ho alma mía! contemplando atentamente la horrible carnicería que en el destrozado cuerpo de tu amante Padre Jesucristo ejecutó la crueldad de aquellos inhumanos verdugos, y mira como estando ya su Majestad casi en términos de morir, y con repetidos parasismos de tal manera despedazado, que ya no habia carne que azotar, sino solos huesos descarnados, y como reveló nuestra Señora a Santa Brígida: “Como mi Hijo estuviese todo cubierto de su sangre, y todo su cuerpo tan rastrado, que ya de los pies a la cabeza no habia parte sana en donde pudiesen azotarle, entonces uno de los que estaban allí viendo que le mataban, asustado y temeroso del mal que les podía venir a los verdugos si le quitaban la vida antes de la sentencia, corrió y preguntóles, que ¿cómo sin estar sentenciado a muerte le quitaban la vida? Y sin aguardar respuesta sacó un cuchillo, y cortó las sogas.” Hasta aquí nuestra Señora y Santa Brígida; y ahora alma mía, tú que lo estas contemplando, considera a tu Jesús nadando y casi ahogado en aquel lago que de su preciosísima Sangre se habia hecho sobre la tierra, y haz cuenta que le oyes decirle a la misma tierra las palabras de Job, que ya hemos meditado: terra ne operías, Sanguinem meum ¡Ho, tierra depósito de mi derramada Sangre! no la escondas ni encubras para que viéndola los hombres toda vertida y derramada por sus pecados, se azore y amedrente el espíritu, y conciba un grande furor contra estos mismos pecados, los aborrezca, les haga guerra, y antes den la vida los hombres, y mil vidas que tuvieran, que volverme a ofender, atendiendo al encendido amor con que por ellos derramo mi Sangre. No la ocultes para que avise al hombre que le tengo que pedir rigurosa cuenta de ella, y de que vive de la misma manera, y con el mismo descuido, después que a tanta costa fué lavado con mi Sangre, como si no lo hubiera sido. Le diga que se enmiende y no multiplique pecados, para que pida perdón, y no castigo: misericordia, y no justicia.

   Repasa bien alma mía estos puntos y aprovéchate de tan celestial doctrina.

Los tres credos gloriados.

   ¡Ho Jesús amabilísimo de mi vida! ¡Maltratado y despedazado dueño de mi corazon! ¿Cómo no se me rasga éste en menudos pedazos al verte caído, y casi ahogado en este lago de tu preciosísima derramada sangre? ¿Cómo tengo alientos para meditar estos tiernísimos pasos, sin derramar abundantes lágrimas? ¿Qué haré yo, Jesús mío, para alcanzar este don de lágrimas, con que deseo llorar tu amarga Pasión? Pero ya sé lo que he de hacer, acogerme a esta misma Sangre preciosísima. Aquí me quiero estar al pie de esta columna en que por mí sufriste tanta multitud de cruelísimos azotes. Dame licencia, Señor, para estarme aquí, que según es tu benignidad y amor, espero no me la negarás, ni te desdeñarás que los arroyos de tu preciosísima Sangre caigan sobre mí, pues los derramas con tanta abundancia y liberalidad para lavar y sanar pecadores. Caiga, Señor, caiga sobre mí este licor preciosísimo con que he de quedar tan limpio y tan hermoso. Sí, mi Jesús, lávame y purifícame con tu preciosísima Sangre, de todas las manchas que en mi alma han ocasionado la multitud y malicia de mis pecados, para que limpio de todas ellas, alabe, ame y sirva con un corazon contrito, limpio y humillado, a un Señor que me amó tanto, que no dudó derramar su Sangre y perder su vida por mí; para que viviendo y muriendo en tu santísima gracia, merezca tu eterna gloria, en donde te goce y alabe por todos los siglos de los siglos. Amén.

La Preciosísima Sangre &…


domingo, 26 de junio de 2022

Remedios contra la tentación diabólica – Adolphe Tanquerey


 


   Los Santos, y en especial Santa Teresa (“Vida” Santa Teresa), nos dicen cuáles sean los remedios.

   A) El primero de ellos es la oración humilde y confiada, para poner de parte nuestra a Dios y a los ángeles buenos. Si con nosotros estuviere Dios, ¿quién podrá contra nosotros? ¿Quién podrá medirse con Dios? “¿Quis ut Deus?”.

   La oración que decimos, ha de ser humilde; porque no hay cosa alguna que ponga más pronto en huida al Angel rebelde, el cual, como se alzó contra Dios por soberbia, no pudo jamás practicar la humildad; humillarse, pues, ante Dios, y confesar que no podremos vencer sin su ayuda, deshace los intentos del Angel de la soberbia. Ha de ser también confiada, porque, por ir la gloria de Dios en la victoria nuestra, podemos confiar plenamente en la eficacia de su gracia.

   Asimismo es bueno acudir a San Miguel, que, habiendo vencido tan fuertemente al demonio, gozará con vencerle de nuevo en nosotros y por nosotros. Nuestro Ángel de la guarda le ayudará con sumo placer en la empresa, si ponemos en él nuestra confianza. Más, sobre todo, no descuidaremos el rogar a la Virgen Inmaculada, que le tiene puesto el virginal pie a la serpiente, y que pone más miedo en el demonio que un ejército en orden de batalla.

   B) El segundo medio es el uso confiado de los sacramentos y de los sacramentales. La confesión, por ser un acto de humildad, pone en fuga al demonio; la absolución, que va en pos de ella, nos aplica los méritos de Jesucristo y nos hace invulnerables a los tiros del enemigo; la sagrada comunión, por la que viene a nuestro corazón Aquél que venció a Satanás, infunde a éste verdadero terror.

   Los mismos sacramentales, la señal de la cruz, o las oraciones litúrgicas, recitadas con fe y con la intención de la Iglesia, son ayuda muy valiosa.

Santa Teresa recomienda en particular el uso del agua bendita “En este tiempo, también una noche, pensé me ahogaban; y como echaron mucha agua bendita, vi ir mucha multitud de ellos, como quien se va despeñando” (vida), quizá por ser gran humillación para el demonio el verse lanzado con medio tan sencillo y corriente.

   C) El medio postrero es un absoluto desprecio del demonio. También nos le da Santa Teresa: “Son, dice, tantas veces las que estos malditos me atormentan, y tan poco el miedo que yo ya les tengo, con ver que no se pueden actuar si el Señor no les da licencia... Sepan que a cada vez que se nos da poco de ellos, quedan con menos fuerza y el alma muy más señora... Porque son nada sus fuerzas si no ven almas rendidas a ellos y cobardes, que aquí muestran ellos su poder” (Vida)

   Dura humillación es para tan soberbios espíritus el verse despreciados de seres inferiores a ellos. Pues, si como hemos dicho, pusiéremos humildemente nuestra confianza en Dios, tendremos el derecho y el deber de despreciarlos: “¿Si Deus pro nobis, quis contra nos?” Pueden ellos ladrar, mas no podrán mordernos, si no fuere que por imprudencia o soberbia nos llegáramos a ellos. La pelea, pues, que hemos de reñir con el demonio, nos ayuda a adelantar en la vida espiritual.

 

“COMPENDIO DE TEOLOGÍA ASCÉTICA Y MÍSTICA”

AÑO 1930

 

 


Novena en honor de la “Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” del año 1867.


 


DÍA CUARTO.

PUNTO DE MEDITACIÓN.

   Vamos o alma mía acercándonos al patio de Pilato a considerar el más lastimoso y tierno espectáculo, que jamás han visto los siglos: mira a tu atormentado Jesús desnudo su sacratísimo cuerpo y amarrado fuertemente con sogas y cordeles, a una columna de aquel edificio; y que rodeado de seis feroces, robustos e inhumanos verdugos, le amenaza cada uno con los crueles instrumentos con que intentan azotarle; y comenzando los dos primeros con unas varas cuajadas de espinas, siguen los segundos, y acaban los terceros, descargando sobre aquel virgíneo y delicadísimo cuerpo, más de cinco mil azotes. Atiende aquellas virginales carnes abiertas y despedazadas a la fuerza de la crueldad de los infernales ministros, y mírale por último cubierto de Sangre, no solo aquel virgíneo cuerpo desde la cabeza a los pies, sino también todo aquel ámbito del suelo cercano al divino cuerpo; pues con ella quiso regar la tierra. Sigue ahora ponderando las palabras de Job, como dichas por el mismo Señor a la tierra cubierta con su Sangre: terra ne operías Sanguinem meum. O tierra que quedaste llena, de bendiciones después que los frutos que has producido me han tocado, y servido de instrumentos en mi Pasión: tus sogas me ataron: de las pieles de tus animales hicieron látigos, que me despedazaron a puros azotes: por tanto te ruego ahora que no cubras, ni ahogues mi Sangre para que beban las almas de este manantial con el que apagues los incendios carnales, las llamas de la cólera, y todos los ardores, y desordenados incendios de las pasiones amotinadas contra ellas. No la encierres para que dé voces a los hombres, y les asegure que si arrepentidos no buscan, los admitiré a mi reconciliación; y si me amaren, a mi amistad, a mis favores y regalos. No la escondas para que siempre les esté diciendo, que me hace grande injuria el que desconfía de mi misericordia, de la verdad de mis promesas, de la caridad con que les amo, del poder con que los redimo, y de los merecimientos de mi Pasión y muerte que tan liberal les doy

   Aliéntate, alma, con tan celestiales promesas, y correspóndelas con un incesante amor a tan dulce Amante.

Los tres credos gloriados.

ORACIÓN.

   ¡Oh Amabilísimo Jesús, y destrozado dueño de mi vida! ¿Qué exceso de amor es este que así te hace derramar tu Sacratísima Sangre con tanta abundancia hasta regar la tierra? ¿Pero qué pregunto?

¡Oh corazon mío ingratísimo sobre manera! ¿Cómo la Sangre de este inocentísimo cordero no te ablanda? ¿Cómo el calor de tanto fuego no te enciende? ¿Cómo no hierve viendo hervir por tu amor la Sangre de Jesús? ¿Cómo vives viéndole atado en aquel helado mármol, y hecho todo fuentes de vida para darte vida? ¡Oh dolor! ¡Oh ingratitud! báñame, Jesús mío, con esta tu ferviente y encendida Sangre; baña mi corazon helado y frio, para que todo hierva y arda en amor tuyo, y viva solamente para tí supuesto que tanto me amas, que derramas toda tu Sangre por mí, y deseoso de verme todo abrasado en amorosas llamas de tu amor; por tanto, mi Jesús, dígnate de derramar esta tu preciosísima Sangre sobre este mi corazon: caiga siquiera una pequeña gota en él, para que le abrase en tu amor, y en lo de adelante viva una vida toda empleada en amarte, para merecer despues de ella, una eternidad de gozarte en tu gloria. Amén Jesús.

La Preciosísima, Sangre &…

 

 

 


sábado, 25 de junio de 2022

Novena en honor de la “Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” del año 1867.


 



DÍA TERCERO.

PUNTO DE MEDITACIÓN.

   Vuelve o alma mía, a aquel misterioso huerto, teatro memorable de las agonías y congojas de tu atribulado Jesús, y considera cuan excesiva, y terrible sería la angustia, y congoja de aquel deífico corazón, pues con tal fuerza le hizo hervir la Sangre, que le llegó a brotar por todos los poros de su santo cuerpo, y tan copiosamente que corría hilo a hilo, hasta la tierra. Dime alma: ¿pueden darse mayores pruebas que éstas de congoja, y agonía? ¿Ha habido hombre jamás a quien haya sucedido cosa semejante, sin haber perdido la vida? En el entretanto que tú las consideras, medita como viendo tu amante Jesús la tierra empapada y humedecida con aquella Sangre preciosísima se vuelve a la misma tierra, y le dice las palabras del Santo Job arriba citadas: tena ne operías Sanguinem meum. ¡O tierra, y que dichosa eres; una vez te maldije por el pecado del hombre con lo que quedaste estéril, y diste fruto de abrojos! Pero ya has quedado llena de bendiciones, después que con mi Sangre te regué, despues que con mi rostro, espejo de mi Eterno Padre y rayo de su resplandor, te dí la paz que prometían a los hombres los Ángeles en mi nacimiento; pues ahora te ruego, tierra mía, que no encubras ni ahogues mi Sangre, ni haya en tí lugar donde se sepulten mis clamores, para que el hombre oiga sus voces, y le conste enteramente que la derramé por él, y le dejo en ella un riquísimo tesoro con que pague todas sus deudas por muchas que ellas sean, y se liberte de la tiranía en que vive. No la cubras que servirá de saludable baño para que mis amados los hombres limpien sus almas, y saquen de ellas las manchas de sus culpas, para que con ella tiñan sus obras todas, y tengan el fino color y valor de meritorias, y alcancen por ellas el resplandor de la gloria. No la cubras para que sepan que hallaran en ella todos los bienes juntos, y que si saben y quieren aprovecharse de su virtud, de tierra (que: son) vendrán a parecer cielo.

   Medita todo esto alma mía con mucho espacio, y ternura, y aprovéchate de este rico tesoro.

Los tres credos gloriados.

ORACIÓN.

   ¡O liberalísimo y amorosísimo Jesús de mi vida! que pródigo de tus finezas has querido darme la más irrefragable prueba de tu amor, derramando en el huerto tu preciosísima Sangre en tanta abundancia, que corrió sobre la tierra, manifestando el deseo que tienes de que ésta no la encubra o esconda; sino que teniéndola siempre patente y manifiesta, acabemos de conocer los ingratos hombres el inestimable tesoro que en ella tenemos, y nos aprovechemos de tan saludable medicina para la curación perfecta de nuestras almas enfermas con las culpas: haz, Señor, que cooperando nosotros de nuestra parte, logremos tan celestiales efectos; y que meditando continuamente en tan amarguísima Pasión, ésta memoria nos traiga siempre compungidos y contritos de haber sido causa con nuestras culpas de tus penas, para que aprovechándonos de tu derramada Sangre, produzcan nuestras almas obras de tu sacratísimo agrado; para que cumpliendo exactamente con los preceptos de tu acertada y santa ley, acabemos la vida en tu gracia, para gozarte en tu gloria. Amén.

La Preciosísima Sangre &…


viernes, 24 de junio de 2022

Novena en honor de la “Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” del año 1867.


 


DIA SEGUNDO.

PUNTO DE MEDITACION.

   Atiende, alma mía, que el inflamado deseo que tenía tu amorosísimo Jesús de remediar pecadores, sacarlos de sus miserias, y enriquecerlos de los celestiales tesoros de su Preciosísima Sangre, le traía fatigado toda su vida, y no le  dejaba reposar ni de día ni de noche, tanto que vino a decir por San Lucas al capítulo 12  estas palabras: Héme de dar un baño en mi propia Sangre, y con ella tengo de hacer un repartimiento, y derramamiento de mis tesoros. ¡Ah! y que afligido me veo hasta que lo vea cumplido; que grandes congojas siento, hasta ver salir mi Sangre a borbollones, darla, y derramarla toda por los hombres! En efecto, llegado que fué el deseado tiempo, no se contentó con derramarla poco a poco; antes quiso que fuese abierto todo su sagrado cuerpo para derramarla con abundancia. Acércate, pues, con la consideración al Huerto, y mira como habiendo su Magestad renunciado enteramente todas las consolaciones divinas y humanas, que pudieran redundar en sus sentidos, así interiores, como exteriores, por una parte se le representaba la voluntad eterna de su Padre para morir por los hombres: por otra tenía una muy viva representación de los dolores, y penas que habia de padecer, las afrentas de la cruz la ingratitud de los hombres: por otra la perdición de tantas almas aun con una redención tan superabundante, que por su querer no habían de aprovecharse de ella. La humanidad rehusaba naturalmente el amargo cáliz: el espíritu pronto, y animoso se abrazaba con todas sus amarguras, y con la fuerza del conflicto entre los dos apetitos, superior e inferior, que (como suele decirse) luchaban a brazo partido. Vino por último a reventar la Sagrada Sangre sudándola abundantemente por todos los poros de su cuerpo santísimo, hasta bañarse con ella; y no solo esto; sino que abundó tanto este derramamiento de Sangre, que corrió hasta empapar la tierra: y volviéndose su Magestad a ella le dice (según sientan varios contemplativos) aquellas palabras de Job al cap. 16: Terra ne operias Sanguinem meam, neque inveniat in te locum latendi clamor meus. ¡O tierra! no encubras, ni ahogues mi Sangre, ni haya en tí lugar donde se sepulten mis clamores, y vengan a echarlos en olvido los hijos de Adán. Estas voces iremos ponderando en el discurso de la Novena. Y por ahora resuélvete o alma mía, a no olvidar jamás esta derramada Sangre que por tu amor se vertió

Los tres credos gloriados.

ORACIÓN.

   ¡O Jesús Dulcísimo de mi corazon! triste, y angustiado dueño de mi alma: en qué términos tan amargos, y en que desconsuelos tan indecibles te ha puesto el amor que me tienes, y el deseo de redimirme y enriquecerme con el inestimable tesoro de tu Preciosísima Sangre, pues parece no pudo llegar a más la congoja y agonía de tu afligida alma, que hacerte sudar por todos los poros de tu sacrosanto cuerpo arroyos de Sangre! Otras congojas cuando mucho suelen ser causa de sudor de agua; más la vuestra, ¡Oh atormentado Jesús mío! fue tan crecida, que destempló todo tu Cuerpo, y tanto demudó la naturaleza que te hizo sudar copiosísima Sangre, hasta regar con ella la tierra. Lávame, dueño mío, con este saludable baño, y no permitas que se pierda en mí tanta Sangre derramada: antes sí, fijando continuamente en mi corazon, y memoria este inestimable precio que te costó mi pobrecita alma, sepa apreciarla como merece ser apreciada, como comprada nada menos que con la Sangre de un Dios hombre, para que este conocimiento me compela, y obligue a hacer obras dignas del nombre de cristiano, con que consiga la gracia, y una muerte feliz para pasar a gozarte en tu eterna gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

La Preciosísima Sangre &…

 

 


jueves, 23 de junio de 2022

DEVOCIÓN DE SAN JOSÉ CAFASSO A LA SANTÍSIMA VIRGEN.

 



Quien ama a Dios en la persona de Jesús, ama también a esa mujer bella y pura que en los designios del Eterno fué escogida para ser madre del Verbo y para participar en el misterio de la redención del género humano. María es un nombre muy amado de la cristiandad. Desde el niño que en los vagidos de la cuna comienza a balbucirlo, hasta el anciano que en el lecho de muerte, invoca confiado su protección, todos los creyentes rodean de ternísimo afecto a la Virgen Nazarena. En su honor se canta el himno secular que vibran todas las notas de ternura, piedad, devoción y gratitud que Ella ha sabido merecerse cumpliendo con soberana generosidad su oficio de madre. Los santos no han podido separar el amor de Dios del amor de María; son como dos notas de una misma arpa, armonizadas en un ritmo que absorbe y junta en un afecto único todas las potencias del espíritu.

   José Cafasso decía que para manifestar la devoción a la Santísima Virgen es necesario: “Tener siempre presente a María Santísima como el pensamiento y la vista más dulce y consoladora en esta mísera tierra, sentir y hablar de Ella con gusto y satisfacción, amarla tiernamente como el objeto más caro a nuestro corazón, después de Dios, poner en Ella ilimitada confianza en todas las contingencias de la vida, y finalmente, mostrarle nuestra devoción con las prácticas y ejercicios que más la agradan”. Estos caracteres con los cuales se manifiesta en los santos el amor a María, brillaron con magnífica luz en la persona de Don Cafasso, el cual, al honrar y venerar a la madre de Dios y de los hombres, alcanzó esa ternura y fervor que admiramos en los grandes héroes de la Iglesia.

   En efecto, nuestro Santo tuvo siempre en María su pensamiento y su corazón. Profería con respeto su nombre, invocaba sus favores, celebraba con amor sus fiestas, y de Ella obtenía consuelo y fortaleza en las dificultades de la vida. Y como el amor, cuanto más intenso, tanto más sale del corazón y se manifiesta en las palabras, así Don Cafasso no podía menos de hablar continuamente de su buena madre celestial. Desde la cátedra, el púlpito y el confesonario discurría a menudo de la Santísima Virgen con acentos que tocaban el alma y llenaban de devoción. No dejaba escapar ocasión para sugerir pequeños sacrificios y mortificaciones en su honor. La saludaba como a la más tierna de las madres, la compañera, la confidente del sacerdote en las fatigas del apostolado. Por eso, escribía y enseñaba: “El sacerdote que es devoto suyo y que, como otro Jesús le está sujeto, cariñoso y sumiso, no se aleja mucho del divino modelo; vive con ella; con ella conversa y se familiariza; le descubre sus secretos, sus penas y sus consuelos; divide con Ella sus temores y sus esperanzas, con Ella concierta sus empresas y por Ella soporta las fatigas”.

   Y así como hubiera querido tener mil lenguas para ensalzarla, hubiera deseado tener mil corazones para amarla. Después de Dios, la Virgen era el principal objeto de su amor. Amar es imitar. En verdad el Santo se preocupó siempre por imitar las virtudes más gratas a María; el recogimiento interno, la humildad, la modestia, y sobre todo, la pureza virginal, por la que parecía más un ángel que un hombre. Y de esta pureza inmaculada obtenía la inspiración para despertar en los pecadores horror al pecado. Del amor nace la confianza íntima e ilimitada que anima a pedir sin temor de ser desatendido; Don Cafasso, en efecto, señalaba a María como remedio de todos los males y bálsamo de todos los sufrimientos; invitaba por esto a confiar en la protección de la que, por ser la criatura más grande del paraíso y por haber sido constituida Reina del cielo y de la tierra, no dejaba de asistir a los qne a Ella recurren con amor y confianza. La protección más eficaz que él aconsejaba a los fieles para sostenerse en las luchas y adversidades era precisamente el amor y la confianza en el poderoso instrumento de la misericordia divina.

Novena en honor de la “Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo” del año 1867.


 


DÍA PRIMERO.

 

   Puesto de rodillas delante de alguna Imagen de nuestro Señor Jesucristo se dice el siguiente:

ACTO DE CONTRICIÓN.

   Señor mío Jesucristo Dios y hombre verdadero, rico en misericordias y piedades, que para darnos la más realzada prueba de tu ardiente caridad, e infinito amor hacia nosotros, derramaste todo el inestimable licor de tu Preciosísima Sangre, en tanto grado, que después de haber expirado en la cruz para nuestro remedio, quisiste que aquella cruel lanza te sacase la poca que habia queda do en tu ya difunto cuerpo: todo a fin de que conociésemos los hombres el infinito amor con que solicitas nuestra salvación. Pero ¡O Jesús mío! ¿Qué es lo que encuentras en los mismos hombres en recompensa de tanto amor? ¿Qué? ingratitudes, ofensas, pecados y transgresiones de tu suave y santa ley. Esto es verdad, y ojalá y no lo fuera. Ya lo confieso mi Dios delante del cielo, y de la tierra. Ingratamente te he agraviado. Te he ofendido con el continuo quebrantamiento de tus santos Mandamientos; pero si lo que quieres de mí y de todo pecador es, que se convierta a tú y viva eternamente, heme aquí arrepentido de lo íntimo de mi corazon. Pésame mi Jesús de haberte ofendido. Quisiera morir a la fuerza del dolor de haber pecado. Perdóname mi Jesús que yo te doy palabra de ser en lo de adelante (ayudado de tu divina gracia) muy otro de lo que hasta aquí he sido. No se malogre en mí tanta Sangre derramada. En este rico tesoro de tu Sangre Preciosísima pongo toda mi esperanza para alcanzar el perdón de tantas ofensas. Misericordia Señor, ten misericordia de mí por tu Preciosísima Sangre. Amén.

ORACIÓN AL ETERNO PADRE

(Que se repite todos los días.)

   ¡O Padre Eterno y Dios de todos los consuelos! Atended benigno Y oíd misericordioso los clamores que desde la tierra os envía la derramada Sangre de vuestro unigénito Hijo; vertida toda en beneficio de sus hermanos los hombres, para reconciliarlos con vuestra divina Majestad, y satisfacer por ellos sobreabundantemente a deuda de sus culpas y pecados, que tanto irritan vuestra divida Justicia, y por respeto suyo perdonadnos misericordiosísimo Padre, y derramad sobre nosotros vuestras paternales bendiciones, concediéndonos eficaces auxilios para detestar las culpas, amaros y serviros en todo el discurso de nuestra vida, y otorgadnos benigno por su Preciosísima Sangre, lo que en esta Novena solicitamos, si es conforme a vuestro divino beneplácito; y si no lo es conformad nuestra voluntad con la vuestra, para que agradándoos en todo, y en nada ofendiéndoos, os sirvamos fielmente hasta la muerte y despues de ella os gocemos en la Gloria por los siglos de los siglos. Amén.

PUNTO DE MEDITACIÓN.

   Contempla alma mía, como viendo tu amorosísimo Jesús al mundo tan pobre de celestiales tesoros, deseó con indecibles ansias su socorro, y enriquecerlo con abundancia; y sabiendo muy bien que estos mismos ricos tesoros los tenia dentro de sí, y en sus propias venas, deseaba mucho la hora de comunicarlos; y el excesivo amor que a los hombres tenia, le tenían violento hasta enriquecerlos con ellos, y derramarlos para su bien: que como el amor es impaciente no se puede contener ni sabe disimular sus llamas, ni retardar su actividad, y mientras no ve cumplidos sus deseos un punto de dilación se le hacen mil años; por eso con el amoroso fuego que ardía en su pecho divino hacia sus amados (aunque muy ingratos) los hombres, a los ocho días de su nacimiento, vierte y derrama su Preciosísima Sangre como primicias o señal que les dió de que en su edad crecida, la derramaría con abundancia por su amor. Atiende alma la prisa que tu Jesús se da a derramar su Sangre en tan tierna edad, y dile llena de humanidad y agradecimiento: Señor y Dios mío, ¿para qué tanta prisa? Por qué tan presto derramáis esa vuestra Sangre? ¿Por qué no esperáis a que ha ya más copia y más vigor en el cuerpo para derramarla? Y haz cuenta que te dice su amor: “Alma, mi amor no consiente esperas. El fuego del amor no sufre tardanzas: mi caridad aborrece dilaciones. Desde que tuve Sangre en la Encarnación y me uní a la naturaleza humana, estuvo hirviendo en mis venas con las llamas de mi caridad y amor, y está buscando ocasión para salir, y así para desahogar, y refrigerar ésta llama vierto desde ahora ésta poca en testimonio y señal, que toda la he de derramar por tu amor. Aprende a amar, alma mía, y a deshacerte toda en amor de quien tanto te ama.”

Se rezan tres credos con Gloria Patri.

ORACIÓN.

   ¡O Jesús Dulcísimo de mi corazon! que no pudiendo sufrir tu grande amor, y encendida caridad para con los hombres, sin más esperas ni dilaciones en manifestarla a los mismos hombres, quisiste derramar tu Preciosísima Sangre tan de antemano, que apenas contabas solos ocho días de nacido cuando comenzaste a verterla en prueba y señal de que la derramarías toda con abundancia, hasta no dejar gota de ella en tu cuerpo en llegando el tiempo decretado por tu Eterno Padre: te damos humildes, y repetidas gracias por la excesiva caridad con que nos amas, aun con el claro conocimiento de nuestra torpe ingratitud, y vil correspondencia. Lávanos pues, Jesús mío, con tu Preciosísima Sangre y enciende en nuestros helados corazones la dulce llama de tu amor, para emplear todos los instantes de nuestra vida solo en amarte, y servirte con la pronta observancia de tu divina ley, y crucifícanos con tu temor santo, para que acabando la carrera de nuestra vida en gracia, pasemos a gozar el fruto de tu derramada Sangre a la gloria por todos los siglos de los siglos. Amén.

Se reza un Ave María a nuestra Señora y se concluye todos los días con esta:

ORACIÓN.

   ¡O Purísima Virgen María dignísima Madre de mi Señor Jesucristo! Dígnate Señora mía de ofrecer al Eterno Padre la Preciosísima Sangre que tú ministraste a tu Santísimo Hijo en la Encarnación, para que derramándola toda por redimirnos, nos abriese las puertas del paraíso que el pecado tenia cerradas; y alcánzanos de su majestad amor a la virtud, y aborrecimiento al pecado, y lo que en esta Novena pedimos si es de su divino beneplácito: y juntamente la exaltación de la santa fe católica; la destrucción de las herejías, vicios, y pecados mortales; la perpetua paz entre los cristianos Príncipes; la conversión de los pecadores; la libertad de los cautivos; el descanso de las almas santas del Purgatorio: y finalmente la perseverancia en gracia de los Justos, para que aprovechándonos todos de este infinito tesoro de la derramada Sangre de tu Santísimo Hijo, acabemos nuestra mortal vida en su divina gracia, para gozarle en su gloria por todos los siglos de los siglos. Amén.

   La Preciosísima Sangre de Jesús nos favorezca en la vida, y en la muerte. Amén.

 


miércoles, 22 de junio de 2022

MEDITACIÓN SOBRE LOS TRES MOTIVOS QUE DEBEN MOVERNOS A PACIENCIA.


 


I. Es menester sufrir en este mundo, porque el sufrimiento es inevitable en esta vida. Somos hombres, es decir, tenemos un cuerpo y un alma que nos proporcionarán una infinidad de ocasiones de ejercer la paciencia: nuestro cuerpo por sus flaquezas, nuestra alma por su ignorancia y sus pasiones. ¿Cómo sufres tú las incomodidades de esta vida? ¿No te impacientas? Recuerda que eres hombre y que no está en tu poder el escapar a las tribulaciones.

 

II. Somos pecadores y en calidad de tales debemos soportar pacientemente los sufrimientos, que son, por lo común, efectos de la justicia y de la cólera de Dios. ¡Ah! ¡Cuán agradable te resultarán las cruces si consideras que has merecido el infierno! ¡Dios mío, hiéreme, castígame en esta vida, con tal que me perdones en la otra! (San Agustín).

 

III. Eres cristiano y debes vivir la vida de Jesucristo, vale decir, continuar su pasión en tu cuerpo. He ahí a lo que te obliga tu bautismo. ¿Has reflexionado en las distintas razones que tienes para soportar pacientemente tus penas? ¿Habría algo capaz de afligirte si estuvieras realmente persuadido de estas verdades? Puesto que es preciso sufrir necesariamente en este mundo, suframos con paciencia, suframos con alegría, para hacernos dignos de nuestro título de cristiano.

 

Pedid la alegría en los sufrimientos. Orad por el Japón.