miércoles, 31 de mayo de 2017

¿Qué es la Confesión? ¿Y si es de absoluta necesidad el confesarse? – Por Monseñor de Segur.




¿Qué es  la Confesion?

   Confesar equivale a descubrir. La Confesión es el descubrimiento que debemos hacer de nuestros pecados a un sacerdote, para obtener el perdón de Dios. Confesarse es ir a encontrar a un sacerdote, a un ministro de Jesucristo y descubrirle con sencillez y arrepentimiento todas las faltas que se ha tenido la desgracia de cometer.

   Los que no se confiesan se forman de la confesión las ideas más extravagantes y ridículas. Una señora protestante que frecuentemente tomaba consejos de Monseñor de Cheverus, obispo de Boston, le decía que la Confesion le parecía muy absurda. “No tanto como os parece, le dijo sonriendo el buen obispo; sin que lo dudéis, vos sentís su valor y su necesidad; porque hace tiempo que os confesáis conmigo sin saberlo. La Confesión no es otra cosa que el contarme las penas de conciencia que queréis exponerme para descargarla.” Aquella señora no tardó mucho en confesarse formalmente y en hacerse católica.

   Por lo demás nada hay más natural que la Confesión. Hasta Voitaire (enemigo de la Iglesia católica), autoridad nada sospechosa por cierto, asi lo confesaba en uno de sus momentos lúcidos: “Quizás no hay, escribía, institución más útil; pues la mayor parte de los hombres, cuando han caído en grandes faltas, sienten por natural consecuencia el aguijón del remordimiento; y solo encuentran consuelo sobre la tierra, pudiéndose reconciliar con Dios y consigo mismos” (Notas sobre Olympia.)

   Así pues cuando nos confesamos descargamos nuestra conciencia de los pecados que la deshonran, y vamos a buscar en el Sacramento de la Penitencia la paz del corazon y la gozosa tranquilidad del alma.

¿Y es de absoluta necesidad el confesarse?

   Absolutamente, querido amigo, y no hay que oponerse. Nuestro buen Dios es quien lo quiere, y él es nuestro supremo dueño. Se suele y  no hay duda de ello pasa (por desgracia), clamar y protestar, maldiciendo este soberano precepto; más Dios es quien lo manda; él mismo ha instituido la Confesión, y sus mandatos e instituciones deben acatarse y cumplirse.

   Al bajar nuestro Señor a este miserable mundo, escogió un cierto número de discípulos a quienes hizo ministros suyos, confiándoles la santa misión de predicar la penitencia a todos los hombres y dándoles al propio tiempo a ellos y a sus sucesores el poder de perdonar en su nombre todos los pecados.

   Y por lo mismo nos ha impuesto a todos, sin excepción alguna, la obligación de manifestar, de confesar nuestras faltas a estos hombres que son sus ministros y sus representantes en la tierra; sin el cumplimiento de esta obligación permaneceremos sumidos en el lodo de nuestros pecados, y después de la muerte seremos castigados con el infierno.

   Es el mismo Dios, es nuestro Señor Jesucristo quien dijo a sus Apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo. Serán perdonados los pecados de aquellos a quienes vosotros se los perdonáreis, y retenidos a aquellos que vosotros retuviéreis. Todo lo que atáreis en la tierra, atado será en los cielos, y todo lo que vosotros habréis desatado en la tierra, también lo será en los cielos.” ¿Queréis nada más claro, nada más formal que estas palabras divinas: los pecados serán perdonados a aquellos a quienes vosotros los perdonáreis? Luego es el mismo Dios quien ha instituido la Confesión en la tierra; él es quien nos manda que vayamos a confesar con sus sacerdotes, con el fin de obtener, por su ministerio, la remisión de nuestros pecados, y librarnos del fuego eterno.

   De buen grado o por fuerza es necesario pasar este camino: o la Confesión o el infierno; el infierno de interminables tormentos. A cada uno toca escoger.


“LA CONFESIÓN”


martes, 30 de mayo de 2017

¡Es necesario que María Reine! – Por el R. P. Lombaerde (misionero de la Sagrada Familia)




EJEMPLO: Santo Domingo

   Se puede afirmar que ese grito de amor: ¡Es necesario que Ella reine! era la divisa de este gran santo. Extender el culto de María y ganar corazones a su dulce Reina era el fin de su existencia.

   Desde su más tierna infancia escogió a María por Madre y la tomó por modelo de todas sus acciones. Se acostumbró a vivir en la intimidad de su cariñosa Madre y puso en la consecución de la vida de unión su tranquilidad resignada y el celo ardiente que en él admiramos.

   Desconfiando de sí mismo, sin embargo se reconoció elegido para apóstol de María y como tal todo lo esperaba de su protección. Su nombre bendito no se caía de los labios del santo y al pronunciarlo o pensar en su celestial Madre se derretía en amorosas lágrimas y era arrebatado en dulce éxtasis. Daba comienzo a todas sus obras con la invocación: “¡Permitid que os alabe, oh Virgen, santa! ¡Dadme fortaleza contra vuestros enemigos!”

   Esta vida de intimidad produjo en su alma ardoroso celo por hacer a los demás partícipes de sus convicciones personales. ¡Es necesario que Ella reine!, exclamaba con transportes de entusiasmo sagrado. Es necesario que Ella reine primero para establecer por su medio el reinado de su Hijo. Y para realizar esta aspiración nunca predicaba sin hablar algo de su divina Reina, ni daba comienzo a sermón alguno sin rogarle antes que bendijese su palabra. A él se atribuye la costumbre, tan antigua, de terminar los predicadores el exordio con el Avemaria.

   En los comienzos de su predicación el resultado no correspondía al trabajo; los herejes, a cuya conversión se había consagrado, seguían sordos a sus apremiantes exhortaciones y, a pesar de los prodigios de fe y de penitencia, el santo derramaba frecuentes e inconsolables lágrimas al ver la esterilidad de su apostolado.

   Permitió el Señor estos primeros fracasos porque intentaba revelar al mundo el poder de su santa Madre y los frutos admirables que su devoción produce.

   Cierto día en que el santo se quejaba confiadamente a la Santísima Virgen y la conjuraba a que bendijese sus trabajos, fue arrebatado en éxtasis. María se le mostró hermosa y radiante y le mandó que cesase ya en su inconsolable llanto. “Aquí tienes mi Rosario —le dijo—: predícalo en todas partes; él será eficaz remedio para todos los males”. Tomó el santo el Rosario con piadosa avidez y comenzó a predicar por doquiera esta devoción. Nada es capaz de contener su celo en propagarlo, y bien pronto el éxito más impensado corona sus esfuerzos. Los herejes se convierten en masa...

   Estos pacíficos triunfos inflamaron su celo de tal suerte que el santo no admitía descanso y eran sus resultados tan brillantes que en una sola provincia de Italia, la Lombardía, convirtió por el Rosario a cien mil herejes.

   Así pudo decirnos San Vicente Ferrer que de Santo Domingo se sirvió la Santísima Virgen para salvar y alegrar el mundo.



“Espíritu de la vida de intimidad con la Santísima Virgen”

LA VIDA DE UNIÓN CON EL ESPÍRITU SANTO – Por San Pedro Julián Eymard.




   “Si vivimos del Espíritu, caminemos también en el Espíritu”. (Gálatas., V, 15.)

   El principio de nuestra santidad es el Espíritu Santo, el espíritu de Jesús, este espíritu divino que Jesús ha venido a traer al mundo. La vida interior no es otra cosa que estar el alma unida con el Espíritu Santo y obedecer sus mociones. Estudiemos estas operaciones en nosotros mismos.

   Notad ante todo que el Espíritu Santo es quien nos comunica a cada uno en particular los frutos de la Encarnación y de la Redención. EI Padre nos ha dado a su Hijo, y el Verbo se da a nosotros y nos redime en la cruz: estos son los efectos generales de su amor. ¿Quién sino el Espíritu Santo nos comunica estos divinos efectos? EI Espíritu Santo forma a Jesucristo en nosotros y le completa. Este es, pues, el tiempo de la venida del Espíritu Santo, así como el que siguió a la Ascensión del Señor. Esta verdad nos la mostró el Salvador cuando dijo: “Os conviene que yo me vaya para que venga el Espíritu Santo.”

   Jesús nos ha adquirido las gracias, ha reunido el tesoro, ha puesto en la Iglesia el germen de la santidad: la misión del Espíritu Santo es cultivar este germen y conducirlo hasta su término; acaba y perfecciona la obra del Salvador; asi decía Nuestro Señor: “Yo os enviaré mi Espíritu, y este Espíritu os enseñará todas las cosas; os explicará y os dará a entender todas las palabras que yo os he dicho; si no viniera, seríais débiles e ignorantes.” En el principio el Espíritu se extendía sobre las aguas para fecundarlas. Esto mismo hace con las gracias que nos ha dejado Jesucristo: las fecunda y nos las aplica, porque habita en nosotros y en nosotros obra. El alma justa es mansión y templo del Espíritu Santo; Él habita en ella, no solamente por Su gracia, sino por sí mismo; su adorable Persona mora en nosotros, y cuanto más pura es nuestra alma, más lugar halla en ella el Espíritu Santo y mayor es en ella su poder.

   Este divino Espíritu no puede obrar ni morar allí donde hay pecado, porque el pecador está muerto, porque sus miembros están paralíticos y no pueden cooperar a su acción; cooperación que siempre es necesaria. Cuando nuestra voluntad es perezosa o son desordenados nuestros afectos, puede, es verdad, morar en nosotros, pero no puede obrar. El Espíritu Santo es una llama que siempre sube y quiere hacernos subir consigo. Si queremos ponerle obstáculos, se extingue esta llama, o más bien el Espíritu Santo acaba por alejarse de nuestras almas paraliticas y adheridas a la tierra, porque no tardamos en caer en pecado mortal. La pureza es, pues, condición necesaria para que el Espíritu Santo habite en nosotros. “No consentirá que ni siquiera haya una paja en el corazón El posee, y si la hay la quemará, dice San Bernardo

   La misión del Espíritu Santo es formar a Jesús en nosotros. Es cierto que su misión general en la Iglesia consiste en dirigirla y guardar su infalibilidad; pero su misión especial en las almas es formar a Jesucristo. Esta nueva creación, esta transformación la hace mediante tres operaciones, en las cuales es absolutamente necesaria nuestra asidua cooperación.

domingo, 28 de mayo de 2017

EL DIOS DEL CORAZÓN – Por San Pedro Julián Eymard.




   “Pensad dignamente del Señor en lo tocante  su bondad” (Sap., I, 1.)

   Al respeto instintivo de homenaje exterior, debe unirse un respeto de amor: el primero honra la dignidad de Jesucristo, este último, su bondad; el primero es el respeto del siervo, éste es el respeto del hijo.

   Pues bien, a éste precisamente concede Jesucristo el mayor valor; y contentarse con el respeto de honor externo, sería quedarse a la puerta: Jesús quiere sobre todo ser honrado en su bondad.

   En la Ley antigua sucedía de otro modo; Dios había escrito sobre su templo: “Temblad cuando os aproximéis a mi Santuario.” Era necesario hacer temblar á aquellos judíos carnales, conduciéndolos por el temor.

   Pero en la actualidad, después de haberse encarnado Jesucristo, quiere que le sirvamos por amor, y ha escrito sobre su Tabernáculo: “Venid todos a mí, y yo os consolaré; venid, pues soy dulce y humilde de corazón.”

   Durante su vida, Jesucristo se conquistó el título de bueno, y los discípulos, y aun sus mismos enemigos, le llamaban diciéndole: Magister bone, buen Maestro.

   Pero ahora es, en la Eucaristía, donde quiere Jesucristo gozar del dictado de bueno, de buen Maestro; lejos de cambiar, ha aumentado su familiaridad con nosotros, desea que pensemos en su ternura, que dilatemos nuestro corazón, que la dicha de verle sea lo que nos conduzca a sus pies.

   Esta es la razón de su velo sacramental. Se corre más hacia lo que es grande que hacia lo que es bueno: si Jesucristo mostrase su gloria, nosotros nos detendríamos allí, sin llegar hasta su corazón. Seriamos judíos; mas Jesucristo nos quiere hijos.

   Por esto Nuestro Señor no quiere el respeto exterior sino como un acto primero, que nos conduzca a su corazón, que nos haga permanecer en su paz.

   Si viésemos a Jesucristo en la plenitud de su grandeza, temblaríamos como tiembla la hoja al más ligero huracán, caeríamos al suelo, jamás haríamos un acto de amor. ¡Ah! ¡Todavía no estamos en el cielo!

LOS TRES EFECTOS DEL ESPIRITU SANTO – POR SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA.




El espíritu santo, al venir al mundo, esto es, al corazón que se ha entregado al mundo, obra tres efectos:

   1) Convencernos del pecado, mostrándonos su fealdad.

   2) Hacernos ver la belleza de la justicia, enseñándonos toda la verdad.

   3) Elevar nuestros afectos, con la consideración de los bienes o castigos futuros, esto es, nos enseña las cosas que han de venir.


   CONVENCE DEL PECADO. Sera como fuego fundido y como leña de batanero, y se pondrá a fundir y depurar la plata…, y la depurara como se depura el oro (Malaquías. 3,2). Así obra el Espíritu Santo en nuestros corazones, quemando todo lo que sea vicio y pecado. Estos sus reproches interiores son un signo de su amor, mayor inclusive que los castigos materiales, que no tienden más que a hacernos advertir tales reproches. Cuando el Hijo se ha marchado de nosotros, ha ido al Padre para excusar nuestros pecados; cuando el Espíritu Santo viene, es para echárnoslos en cara y que los conozcamos. El uno y el otro nos excusan, y los dos trabajan para una sola cosa, para salvarnos.

   Miserables los que no conocen su pecado, porque se creen tan ricos que no necesitan a nadie, cuando en realidad no pasan de ser ciegos y desnudos (Apoc. 3,17). Me avergüenzo de ver a un mundo en la iniquidad, viviendo alegre y tranquilo. Ya está la segur en la raíz del árbol (Lc. 3,9).   Pasan los días, y en un momento caeréis en el infierno. Vivís en una paz bien amarga (Is. 38,17), porque no vivís en la paz de la virtud, sino en la paz de la inconsciencia, de las tinieblas del espíritu, la deformidad del corazón y la falta de la luz divina. Cuando Dios se aleja del corazón, descienden sobre él las tinieblas y el endurecimiento, y los pecados se convierten en castigo del pecador.

   ILUMINA LA INTELIGENCIA. Os enseñará toda verdad (Juan. 16,13). ¡Oh doctor, cuyo púlpito está en el cielo y los alumnos en la tierra; que en un momento nos instruye y da toda ciencia! Yo quisiera ver aquellos antiguos maestros que fueron profetas, a quienes ilumino el Espíritu santo, junto a aquellos niños y pastores convertidos en salmistas, a aquel perseguidor convertido en doctor de las naciones, a aquel publicano en evangelista. Pero todavía me admira más lo que los apóstoles y santos han hecho después que el Paráclito descendió sobre la tierra, Enséñenos a todos este mismo Espíritu y repártanos el olor de su perfume.

   ANUNCIA EL PORVENIR. Todo hombre es un profeta. Su vida anuncia el cielo. No considerar las cosas que se ven, sino las que no se ven; vivir de la fe y no de la tierra, es también profetizar. El solo hecho de huir de los bienes presentes es anunciar las delicias del cielo y hacer temer los tormentos del infierno. Los que se mortifican profetizan la eternidad.


jueves, 25 de mayo de 2017

Testimonio del poder de María Santísima y su Santo Rosario sobre el infierno y sus demonios – Por San Luis María Grignion de Montfort.




   …Entonces los demonios comenzaron a gritar:

   “¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos obligados —a pesar nuestro— a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra confusión y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas!

   ¡Oíd, pues, cristianos! “Esta Madre de Cristo es omnipotente, y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena con nosotros. Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. Ea tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos contra sus fieles servidores.

   Tened también en cuenta que muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta —así la llamaban en su furia— no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías! Tenemos que añadir, con mayor claridad y precisión —obligados por la violencia que nos hacen—, que nadie que persevere en el rezo del rosario se condenará. Porque Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos.”



“EL SECRETO ADMIRABLE DEL SANTÍSIMO ROSARIO”

LOS SACRIFICIOS DEL CORAZÓN – Por Augusto Saudreau (canónigo honorario de Angers)



   Es también voluntad de Dios que nuestro corazón sea muy suyo, y para que ame perfectamente a Dios se le exigen sacrificios que purifiquen y sobrenaturalicen mucho las afecciones más legítimas. Es tan dulce el amar; es la gran necesidad de toda naturaleza inteligente, porque Dios que es amor: Deus charitas est, formó a su semejanza las más nobles de sus criaturas. Amar será la gran felicidad del cielo; es también la verdadera dicha en la tierra: amar a un padre, a su madre, a los hermanos, a  las hermanas, amar aquellos a los cuales hemos hecho algún bien o que nos lo han hecho, amar a su patria, ¿hay cosa mejor, y quien no es feliz y se enorgullece sintiendo en su corazón estas dulces afecciones? Sólo los corazones depravados por el egoísmo o corrompidos por el vicio quieren deshacerse de esos afectos y siempre consiguen disminuirlos. Pero tales sentimientos no deben menoscabar el amor divino. “El que ama a su padre, a su madre, a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí”, dice el Salvador (Mat. X, 37).

   El amor es el principio de todas nuestras acciones; obramos o por amor de Dios o por amor de uno mismo o por amor del prójimo; si pues queremos que nuestra vida sea en todo de Dios es necesario que ordenemos por entero nuestro amor, que esté dominado e inspirado por el amor divino. Debemos amar a Dios con todo nuestro corazón; para cumplir perfectamente este mandamiento, no será necesario que lo que existe de más íntimo, de más ardiente, de más delicado en los sentimientos del corazón humano pertenezca a Dios, lo dirijamos a Dios. ¿No es menester que la gracia insinuándose en el fondo de esta facultad del alma que es la potencia amativa se apodere de ella, la transforme, la sobrenaturalice enteramente? Pero esto no será posible sino después de purificar el corazón, o cuando lo que hay en él demasiado natural sea destruido. Una afección muy viva por legítima que sea produce fácilmente actos que no son irreprochables, como procurar con ahínco satisfacciones personales que desagradan al Dios de la santidad, y dificultan la operación de la gracia. Se quiere gozar con exceso de la afección (apego) de un ser querido, nos complacemos sin medida en las diversiones con perjuicio del deber; y así con estos sentimientos legítimos de un afecto querido por Dios, nacen y se confunden y barajan juntamente otros muy humanos, los cuales arraigan, y no se pueden desarraigar sino como despedazando al alma que ama. Toda persona ferviente pues debe imponer a su corazón generosos sacrificios, pero Dios que la ama y quiere su santificación no se contentará con eso: será preciso que las penas del corazón ocasionadas por las separaciones, los duelos, las desgracias de los que amamos, o también por sus resistencias a los buenos consejos, por sus flaquezas y caídas, destruyan lo demasiado humano que hay en el afecto que entrañan, y que en lugar de sentimientos imperfectos reine un amor más puro y muy sobrenatural.

   Despojándose por estos sacrificios y privado con estas pruebas de los goces humanos de la afección, el alma fiel se despega de ellos; ya no ama para gozar, no quiere ya amar sino según Dios y para Dios; su amor desinteresado, es por eso mismo más fuerte. Abrahán no amó menos a Isaac después de consentir en sacrificarlo, su amor fué un amor más santo, más puro y más fuerte que hasta entonces.



“EL IDEAL DEL ALMA FERVIENTE”

miércoles, 24 de mayo de 2017

No esta en uso en nuestro país comulgar a menudo –– Por Monseñor de Segur




   Di más bien abuso que uso. Cubiertos con el nombre de usos y costumbres, se han manifestado entre nosotros una infinidad de preocupaciones tales, que poco a poco han ahogado, especialmente en la hermosa y cristiana Francia, todos los principios de la vida religiosa; este trabajo de destrucción ha durado más de un siglo, y ha logrado hacer casi imposible, bajo las hipócritas apariencias del respeto, toda práctica de piedad, dejar vacías nuestras iglesias y secar nuestros corazones, A remediar estos males, a sacudir este polvo, a desterrar estos usos desastrosos se encaminan desde hace veinte años, todos nuestros trabajos y sacrificios.

   Han tocado ya los excelentes efectos producido por la práctica de la frecuente Comunión un gran número de parroquias, que han entrado otra vez en el verdadero camino de la piedad por medio da las santas doctrinas católica y por el ilustrado celo de buenos y animosos sacerdotes. Conozco algunas comarcas que en pocos años han sufrido una trasformación completa; viniendo a deducir de todo esto, que tanto para una parroquia como para una comarca, lo mismo que para un alma, la sagrada Comunión es, sin duda alguna, el principio y el foco de la vida.

   Así, pues, dejando a un lado todos los respetos humanos, sin pusilanimidad ni cobardía, emprendamos todos por el amor de Dios la obra de nuestra regeneración, y sacudamos el yugo de la mentira; que rompiendo la capa de hielo que impide penetren los rayos del sol hasta el agua viva, salvaremos a estos pobres pececillos, harto tiempo aletargados, y volveremos a dar la vida y la alegría a una multitud de almas que languidecen, porque se les niega a Jesucristo.

   Cuanto más respetables son los buenos usos, tanto más peligrosos son los abusos; pero este es el peor entre todos, y al mismo tiempo uno de los obstáculos más fuertes para la regeneración cristiana de nuestra patria.



“LA SAGRADA COMUNIÓN”

ORACIÓN DE CONFIANZA A MARÍA AUXILIADORA




   Madre amable de mi vida auxilio de los cristianos, la pena que me atormenta, pongo en tus divinas manos. Dios te salve María...

   Tú qué sabes mis congojas, pues todas te las confío, da la paz a los turbados y alivia el corazón mío. Dios te salve María...

   Y aunque tu amor no merezco, no recurriré a Ti en vano, pues eres madre de Dios y auxilio de los cristianos. Dios te salve María...

   Acuérdate, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección haya sido abandonado; animado con esta confianza, me presento a ti. ¡Oh Madre de Dios!, no desoigas mis súplicas; escúchalas y acógelas benignamente, ¡oh clemente, oh dulce Virgen María!

(Pedir la gracia que se desea y rezar una Salve)



martes, 16 de mayo de 2017

Los Novísimos (el Juicio particular)




   Por juicio se entiende el estricto examen de toda nuestra vida ante el tribunal de Dios, seguido de la sentencia que decidirá nuestra suerte por toda la eternidad.

Hay dos juicios: uno particular entre el alma y Jesucristo inmediatamente después de la muerte; y otro universal al fin del mundo entre Jesucristo y todos los hombres reunidos. El juicio universal es una ratificación o confirmación del particular.

Certeza o pruebas de este Juicio.

   Pruebas de fe. — En varios pasajes de la Escritura hallamos sentencias, ejemplos o parábolas que prueban la realidad del juicio de Dios. He aquí algunas citas: Dice San Pablo: Está establecido que los hombres mueran una sola vez y que a la muerte siga el juicio.

   Jesucristo habló del juicio cuando dijo: Estad siempre preparados (para morir) porque a la hora que menos penséis el Hijo del hombre va a pediros cuenta de vuestra vida.

   Y en otra ocasión: Vigilad, pues, porque ignoráis el día, y la hora (de la muerte y del juicio).

   También hacen a este propósito las parábolas del rico Epulón y Lázaro, la del mayordomo injusto (Lucas, XVI, 1-9) de las diez vírgenes (Mat., XXV).

   Pruebas racionales.l) Dice Santo Tomás: El hombre puede ser considerado como individuo aislado y como parte del género humano; luego debe someterse a un doble juicio: a) uno particular en el cual sea premiado o castigado según sus obras, pero, sin que trascienda su sentencia, b) Otro juicio, universal en el que llegue a conocimiento de todos la sentencia merecida y todos alaben la justicia o misericordia de Dios.

   2) Por analogía. — En toda sociedad bien constituida nunca se condena a un hombre sin antes juzgarlo; asi también Dios, juez rectísimo y sapientísimo,  juzga al hombre para que este comprenda el motivo de su salvación o condenación.

   3) Testimonio de los pueblos. Aun los pueblos privados de la luz de la fe creían en un juicio de las almas. Se han hallado  en las tumbas egipcias dibujos que representan ese juicio bajo el símbolo de una balanza donde es pesada el alma. El poeta Virgilio en su “Eneida” (libro sexto, versos 565 y siguientes) hace ver cómo las almas se presentan al juez Radamanto, quien las obliga a confesar sus delitos. Análogas creencias existen en los pueblos salvajes.

Celebración del Juicio.

   El juez será Jesucristo, según lo dijo Él mismo: El Padre no juzga a ninguno: mas todo el juicio ha dado al Hijo. La razón es porque Jesucristo ha sido nuestro Redentor y como a tal le corresponde pedirnos cuenta del uso que hemos hecho de su redención.

   Jesucristo cuando nos juzgue estará revestido ya no de los atributos de la misericordia, pero sí de la justicia: será un juez justo que dará a las obras buenas y malas su verdadero valor; sabio, que todo lo conoce, hasta los más leves pensamientos; no podrá ser engañado como los jueces de la tierra; incorruptible, que no se deja desviar, como los jueces humanos, por premios o amenazas; inapelable, del cual no se puede apelar a otro juez superior para que cambie la sentencia.

   Lugar del juicio. — Donde la muerte sorprendiera al hombro, allí se levantará el tribunal del supremo Juez.

   Modo. — Dios iluminará el alma con una luz tan viva, que abarcará de una sola mirada todos los detalles de su vida, la fealdad y gravedad de sus pecados, como también la belleza y méritos de sus obras buenas.

   Materia. — Jesucristo nos juzgará sobre todo lo bueno y lo malo que hubiéramos hecho, a saber:

   a) El mal cometido, juzgado en sus causas, en su malicia, en sus efectos.
   b) El bien voluntariamente omitido (pecado de omisión) hecho con negligencia, practicado con hipocresía o por fines humanos, p. ej: para ser  visto, aplaudido, etc.
   c) Los escándalos dados a las almas, a los niños, a los criados, a los ignorantes.
   d) Las gracias de que se abusó: sacramentos, instrucciones, remordimientos, buenos ejemplos, enfermedades, reveses de fortuna, bienes materiales.
Será tan riguroso  este juicio, que apenas se salvará el justo. Dice San Pedro en su primera epístola: “Si el justo a duras penas se salvará, ¿Dónde irán el impío y el pecador?

La sentencia.

San Isidro, labrador. — 15 de mayo. (+ 973)




   El gloriosísimo patrón de la villa de Madrid y corte de los reyes de España, san Isidro labrador, fué hijo de Madrid, casado con santa María de la Cabeza, y hombre del campo, que se sustentaba con el sudor de su rostro.

    Solía madrugar mucho para oír las misas que se decían en algunas iglesias de Madrid antes de comenzar las labores del campo en la casería de un caballero de la misma villa, llamado Juan de Vargas; y como los labradores de las caserías vecinas le pusiesen mal con su amo, diciéndole que no cuidaba de su hacienda, quiso un día aquel caballero enterarse por sí mismo de lo que pasaba, y viendo que se había puesto muy tarde a arar, fuese para él con intención de reprenderle; mas acercándose a la heredad, vio como estaban arando a una parte y a otra de su criado dos pares de bueyes más, los cuales eran blancos como la nieve; con lo que entendió que los ángeles le ayudaban en su labranza.

   Otra vez sucedió que yendo unos hombres a buscar a san Isidro a la heredad, no le hallaran, sino sólo a los bueyes uncidos, que estaban por sí arando, sin regirlos nadie, y habían arado mucha tierra.

   Cuando se dirigía el santo labrador a sembrar, repartía el trigo que llevaba a los pobres, echando también puñados de él a las avecillas del campo diciendo: Tomad avecillas de Dios, que cuando Dios amanece, para todos amanece: y aunque en el camino iban los costales menguados con tanto repartimiento, en llegando a la heredad, los hallaba llenos de trigo.

   Acontecíale también, yendo al molino, repartir gran cantidad de trigo a los pobres y a las aves, y moliendo después lo poco que había quedado, salía tanta harina, que no cabía en el costal.

   Era tan caritativo que tenía costumbre todos los sábados de hacer una olla aparte para los pobres en honra de la Virgen santísima, y para dar un día de beber a su amo en la heredad, hirió con su aguijada una piedra, y al punto salió una fuente clara y milagrosa, la cual dura hasta hoy cerca de Madrid, en una ermita del santo.

   Resucitó a una hija de aquel caballero, cuando estaba ya preparada la cera y todo lo demás que era necesario para el entierro: y habiéndose un día ahogado en el pozo un hijo del santo, se puso éste con su mujer en oración; y estando así, creció el agua del pozo hasta el brocal, apareciendo el hijo vivo sobre las aguas.

   Finalmente siendo ya san Isidro muy lleno de años y virtudes, y habiendo recibido devotísimamente los sacramentos, entregó su humilde espíritu al Criador, y cuarenta años después fué hallado su bendito cuerpo sin corrupción alguna, y trasladado con grande pompa a la iglesia de san Andrés, tocando todas las campanas de aquel templo por sí mismas, y sanando milagrosamente muchos enfermos. Muchas veces ha remediado el Señor faltas muy grandes de agua por intercesión de este santo.

   Reflexión: Es de admirar la sabiduría de Dios que ha hecho a un santo labrador patrón de la corte de los reyes de España, para que los príncipes y grandes venerasen a un pobre quintero e implorasen su favor y ayuda. ¡Oh! ¡Cuántos monarcas se han postrado al pie del sepulcro de San Isidro, confesando la ventaja que hace la virtud a todas las grandezas humanas! De ella dice el Sabio, “que vale más que los tronos y cetros reales y que todas las riquezas del mundo: porque todo el oro es en su comparación un poco de arena, y la plata es como lodo delante de ella.” (Sapient. VII)

   Oración: Rogámoste, oh Dios misericordioso, que por la intercesión de tu bienaventurado confesor Isidro, nos concedas tu gracia para no sentir vanamente de nosotros mismos, y servirte con aquella humildad que te agrada. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



“FLOS SANCTVM”

lunes, 15 de mayo de 2017

Mis deseos serian comulgar a menudo; pero mi confesor no me lo permite.




   ¿Qué motivos tendrá tu confesor para no permitirte que comulgues a menudo? De seguro que si conociese que tienes las debidas disposiciones para reportar las inmensas ventajas que produce la Comunión frecuente, no solo te lo permitiría, sino que te incitaría a ello. Y yo pregunto: ¿le has suplicado tú alguna vez seriamente que te otorgue este precioso favor? Casi puedo afirmar desde ahora que no. Dice el evangelio: “Llamad, y se os abrirá: pedid, y recibiréis” Así, pues, créeme: manifiesta tu buen dedeo al director espiritual, removiendo para eso los obstáculos, modificando las costumbres, y amerándote más y más en el cumplimiento de las prácticas piadosas, sin lo cual no obtendrías quizás una respuesta favorable; y te convencerás fácilmente de que si no comulgabas más a menudo no tenía la culpa el confesor, sino que la tenías tú solo. Ahora me dirás: “Pero si yo hago todo lo que buenamente puedo, vivo del mejor modo que se, y todavía se me niega.” Si es realmente así, y dado caso de que no te engañes a tí mismo, haciéndote la ilusión de que eres bueno entonces sí que compadezco al confesor, no solo porque falta a sus deberes, sino también por la inmensa responsabilidad que pesa sobre él a los ojos de Dios, siendo la causa de tu desaliento para continuar por la verdadera senda de la piedad.

   Todos los santos sacerdotes que están animados del verdadero espirita de la Iglesia son partidarios de que se comulgue con frecuencia; siendo por esta misma razón fieles servidores del evangelio, puesto que, con un celo infatigable, conducen las pobres almas a Jesús, inspirándoles una completa confianza, e incitándolas a que se acerquen, cuanto antes les sea posible, al banquete Eucarístico, cumpliendo así el mandato del divino Maestro: “Compéleles a entrar para qué así se llene mi casa” Y siguiendo ésta máxima, no hacen más que aplicar y poner en práctica una regla general, formalmente ordenada por la misma Iglesia.

   Efectivamente, no tenemos nosotros libertad sobre este principio de la Comunión frecuente, antes bien tenernos reglas precisas que todos debemos seguir cuando se trata de la dirección de las almas, reglas que no podemos infringir sin fallar gravemente a nuestros deberes. La Iglesia las ha resumido en el célebre “Catecismo Romano de Trento” se publicó por disposición del sagrado concilio Tridentino y por los especiales cuidados del papa San Pío V, siendo su objeto el trazar a los sacerdotes el camino que deben seguir en la enseñanza de los fieles. Ahora bien; el Catecismo del sagrado concilio de Tiento declara, que los curas párrocos están obligados en conciencia a exhortar a sus feligreses a que se acerquen a comulgar con frecuencia, y hasta diariamente, puesto que el alma, lo mismo que el cuerpo, tiene necesidad de alimentarse diariamente; y añade que esta es la doctrina de los santos Padres y la de los Concilios.

La Comunión bien hecha nos preserva de los pecados veniales.




   “Llegamos al final de esta larga y edificante publicación. Si de algo les sirvió por favor eleven una oración por el ya difunto Padre José Luis Chiavarino, quien es el autor de esta obra muy antigua”

Discípulo. —Dígame, Padre: ¿cómo borra los pecados veniales la Santa Comunión?

Maestro. —La Sagrada Comunión es también medicina que sana, y fuego que abrasa y purifica. Pero, antes, dime, ¿qué es pecado venial?

D. —Es una mancha del alma que la afea, la deforma y, a veces, la hace asquerosa.

M. —Muy bien.

La Sagrada Comunión es como el hierro y como el fuego del médico, que quema y hace desaparecer las llagas del alma, quitándole las manchas. Nuestra alma se vuelve cada vez más hermosa y limpia, encontrando Jesús sus delicias en comunicarnos sus gracias especiales.

D ¡Oh Padre, qué grande es el bien que nos reporta la Comunión frecuente! Jamás se debería dejar, aunque sólo fuera por conseguir este solo efecto.

M. –– ¡Así es!...

De la misma manera que todas las mañanas nos lavamos las manos y la cara para quitarnos el polvo y las manchas y estar limpios, así cada mañana debemos lavar nuestra alma en la Sagrada Comunión. Para esto la instituyó Jesucristo, y la Iglesia desea que nos sirvamos de ella como remedio cotidiano para las deficiencias de cada día.

D. —Cosas son éstas, Padre, en las que nunca había pensado seriamente, a pesar de ser tan hermosas. Dígame ahora cómo preserva la Sagrada Comunión de los pecados mortales.

M. —De dos maneras: interna y externamente. Ante todo, nos preserva internamente nutriendo y robusteciendo nuestra alma hasta hacerla casi invulnerable al pecado mortal. La comprenderás mejor con dos ejemplos sacados de la obra Las grandezas de la Comunión.

Cuentan los misioneros venidos de Africa que en aquellas regiones se cría un animal un poco más grande que nuestro gato y que le llaman gato salvaje.

Este animal, casi siempre está en lucha con las serpientes, tan abundantes en aquella tierra: y cuentan que casi siempre vence, porque conoce bien una hierba que tiene la propiedad extraordinaria de preservar de las mordeduras venenosas de las serpientes. Cuando le asaltan, apenas ha sentido el mordisco, se revuelca en aquella hierba y la come; así está siempre dispuesto a luchar.

Herido dos y tres veces, vuelve siempre a la hierba y recupera fuerzas, hasta que logra aplastar la cabeza de su enemiga.

También nosotros estamos constantemente luchando con la serpiente infernal, que de mil formas y maneras acecha a nuestra alma.

¿Queremos salir vencedores? Tomemos el remedio infalible, el contraveneno, que es la Comunión frecuente y bien hecha, y el demonio no podrá con nosotros.

viernes, 12 de mayo de 2017

VIRGEN DE FÁTIMA Y LOS ENFERMOS –– SALUS INFIRMORUM (Salud de los Enfermos)




   ¿Cómo explicar aquel creciente entusiasmo de los fieles hacia Cova de Iria?

   La Virgen Santísima, al manifestarse a los tres pastorcitos, había prometido que escucharía las súplicas de los que confiadamente recurrieran a Ella, y los hechos han manifestado hasta la .evidencia que no fué vana su promesa:

   Hemos visto que desde la primera aparición, los fieles frecuentaron aquel lugar bendecido por la presencia de la Madre de Dios. A Ella acudían invocándola en sus necesidades espirituales y temporales, convirtiéndose Cova de Iria en escenario de continuos milagros.

   Los enfermos que llegan hasta ese lugar aumentan de año en año; la estadística oficial del: Santuario registra desde 1926 a 1987 el número de 14.725 enfermos. El 13 de mayo de 1946 en que fué solemnemente coronada la milagrosa estatua de Nuestra Señora de Fátima concurrieron a aquel sagrado lugar unos 6 mil enfermos.

   Cuando llegan los enfermos son atendidos por los Siervos de Nuestra Señora y conducidos a la Oficina de Verificación, en donde unos treinta doctores examinan los documentos y certificados médicos de cada uno, y después de someterse a una nueva inspección médica reciben el boleto de entrada al pabellón de los enfermos, donde asisten al Santo Sacrificio y reciben la bendición con el Santísimo Sacramento. Los enfermos graves, en todo momento tienen preferencia.

   Si en Fátima no se viera nada más que aquel amor desinteresado por los enfermos, sería suficiente para afirmar: “en verdad, aquí, está el dedo de Dios”; así lo nota el nombrado doctor Fischer.

   “Sería presunción pensar — escribe el Padre Da Fonseca — que en Fátima todos los enfermos recuperan milagrosamente, la salud. Es cierto, no se curan todos los que allí afluyen, pero todos regresan a su hogar espiritualmente regenerados. Allí, todos reciben un alivio espiritual, la gracia sobrenatural, que puedan, conforme a la voluntad de Dios, llevar su cruz, cruz de dolencias y contrariedades”.

   Según el registro oficial del Santuario, en veinte años recuperaron allí milagrosamente la salud más de ochocientos enfermos. Entre éstos había tuberculosos en los últimos grados de avanzamiento, ciegos, sordos, paralíticos, diversas clases de meningitis, úlceras, cáncer, etc.

   Expondremos a continuación algunas curaciones, las más notables, extraídas del libro del P. Luis G. Da Fonseca “NOSSA SENHORA DA FATIMA” y “As Grandes Maravilhas da Fátima”, de Visconde De Montelo:

NOTA: Iremos en sucesivas publicaciones contando estos milagros baste por hoy el primer ejemplo.

   —Rosa María Ribeiro, de 22 años, soltera, natural de Santo Tomé de Vade, Ponte Da Barca, hacía 16 meses que sufría los dolores de una úlcera gástrica, sin ningún mejoramiento positivo a pesar de los esfuerzos del doctor Bernardo Ribeiro Vieira. Después de permanecer internada dos meses en el hospital de Ponte da Barca, fué enviada a Porto para someterse a una intervención quirúrgica, donde permaneció otros seis meses, sin resolverse a ser operada; en la casa de la familia Pestana recibía las atenciones médicas del doctor Albino dos Santos; además, se interesó por el curso de su salud el doctor Cuoto Soares, siendo de opinión de que debía ser internada inmediatamente en un hospital por el estado en extremo grave en que se hallaba.

   Su estómago, llegado a un ínfimo grado de debilidad, no admitía ninguna alimentación. En tan crítica situación, la paciente manifestó deseo de ser trasladada a Fátima y obtener del cielo lo que el esfuerzo humano no había podido otorgarle: la salud. No obstante opinión contraria del facultativo, se sumó al número de 32 peregrinos que se dirigían a Cova de Iria de los cuales tres viajaban en busca de salud, regresando dos físicamente sanos, y otro, moralmente. El 13 de septiembre arribaron a Cova de Iria, asistiendo a la Misa de los enfermos y recibiendo en ella la paciente el sacramento de la Eucaristía a la una de la tarde. Durante la bendición especial con su Divina Majestad dada a los enfermos, no sintió ninguna mejoría, más cuando minutos más tarde, el sacerdote bendecía al pueblo, se encontró repentinamente curada, así como su compañera Narcisa de Jesús Texeira.

   Retornó a su hogar con la alegría que es fácil suponer, agradecida a la Santísima Virgen,  que bondadosamente le había devuelto la perdida salud.


“APARICIONES de la SANTÍSIMA VIRGEN en FÁTIMA”

P. Leonardo Ruskovic O. F. M.


(Año 1946)

miércoles, 10 de mayo de 2017

DE QUÉ MANERA DEBE PONERSE EN MANOS DE DIOS EL HOMBRE DESOLADO –– Por el Beato Tomás de Kempis.




El discípulo: Señor Dios, Padre santo, bendito seas ahora y para siempre, porque se hizo lo que quisiste, y es bueno lo que tú haces. Que tu siervo se alegre en ti, no en sí ni en otro alguno, porque tú solo eres la alegría verdadera, tú eres mi esperanza y corona, tú eres, Señor, mi alegría y mi honor.

¿Qué tiene tu siervo sino lo que tú le diste, aun sin merecerlo? Todas las cosas son tuyas: tú las hiciste y tú nos las diste. “Soy pobre y moribundo desde niño” (Sal 87, 16). Algunas veces mi alma llora de tristeza, y otras se alarma por la furia de mis pasiones.

Deseo la alegría de la paz. Suspiro por la paz de tus hijos, a quienes sustentas con la luz de tus consuelos.

Si me das la paz, si en mi pecho derramas alegría santa, estará el alma de tu siervo llena de armonía, y fervorosa cantará tus alabanzas.

Pero si de mí te alejas, como tantas veces lo haces, no puede mi alma correr por el camino de tus preceptos; antes cae de rodillas y se golpea el pecho, porque no se siente como antes, cuando la claridad de tu luz la iluminaba, y contra la furia de las tentaciones bajo tus alas la protegías.

Padre justo y digno de sempiternas alabanzas, ha llegado a tu siervo la hora de la prueba.

Padre amable, es justo que ahora sufra tu siervo un poco por ti. Padre digno de adoración eterna, ya llegó la hora que desde toda la eternidad previste que llegaría, en la que por breve tiempo y exteriormente sucumba tu siervo, pero interiormente viva sin cesar contigo; en la que los hombres lo vilipendien y humillen un poquito, y en su presencia se anonade; en la que tentaciones y dolencias lo torturen; más para volver a levantarse contigo en la aurora de un nuevo día y ser glorificado en el cielo.

Padre Santo, así lo mandaste, así lo quisiste: se hizo lo que ordenaste.

martes, 9 de mayo de 2017

GRACIAS ESPIRITUALES EN FÁTIMA –– Varios ejemplos conmovedores.






   La Santísima Virgen, en su Santuario de Fátima no solamente dispensa múltiples gracias curando las dolencias físicas de quienes fervorosamente acuden a Ella; dispensa también otro género de gracias, para nosotros de muchos más subidos quilates, gracias tan necesarias para nuestra salvación.

   Estos milagros morales, milagros en sentido espiritual, son consoladoramente más numerosos que las curaciones instantáneas de enfermedades materiales. No hay peregrinación en que no se registren varios de estos milagros morales. Referiremos los principales, extraídos del libro ya anteriormente citado del Padre Luis G. Da Fonseca, profesor del Instituto Bíblico en Roma.

   Ya hace tiempo debí haber venido aquí. Era el 13 de mayo de 1928. Después de la bendición con su Divina Majestad, impartida a los enfermos por Monseñor José Alves Correira Da Silva, cayó ante él un joven elegantemente vestido, llorando amargamente...

   — ¿Hay algún enfermo más? —preguntó el doctor Pereira Gens, director del hospital del Santuario, quien siempre acompaña al Santísima Sacramento, en el acto de la bendición a los enfermos para registrar los diversos efectos producidos en ellos. Nadie respondió a la pregunta del doctor.

   — ¿Qué se le ofrece a usted? —preguntó entonces el doctor, dirigiéndose al joven.

—Soy un enfermo del alma —contestó éste— y también quiero recibir la bendición.

   Conmovido el señor obispo, lo bendijo. Se levanta, abraza al doctor, y todo emocionado le dice:

   —Ya: hace tiempo que debí haber venido aquí.

   —Amigo —contesta el doctor—, mientras vivimos nunca es tarde.

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Vino a burlarse y la Santísima Virgen lo convirtió.

   En otra ocasión, durante la procesión nocturna, encontrábase muy cerca un grupo de señores que llegaron a Cova de Iria para ver y hacerse ver.

   Estaban con los sombreros puestos y en actitud evidentemente irónica. De improviso, uno de ellos, impulsado por una fuerza superior, se quita el sombrero, se arrodilla y empieza a rezar.

   — ¡Hola!... ¿Y tú también sabes rezar? —le decían mofándose de él sus compañeros.

   — Aquí se aprende —fué la respuesta, y siguió rezando.


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No era ni bautizado.

   El 12 de mayo de 1930, entre la multitud de fieles que esperaban el turno para confesarse, se destacaba un hombre de cuya actitud fácilmente se podía deducir que no estaba preparado para confesarse. Y al acercarse al confesionario, el sacerdote le preguntó:

   — ¿Qué deseaba usted?

   — Padre —contestó—, querría confesarme, comulgar y bautizarme.

   De la contestación, el sacerdote dedujo, que hablaba con un hombre ignorante en la doctrina cristiana. Y en verdad; el improvisado penitente era un comerciante de Lisboa, que se había trasladado a Fátima con el fin de “divertirse” un poco de los fanáticos..., pero cuando contempló con sus propios ojos aquella fe viva y ardiente de los peregrinos, brotó en su alma vivo deseo de ser cristiano y buen cristiano. Lo que, gracias a la Santísima Virgen, consiguió allí.

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Un chófer hecho misionero.