sábado, 30 de enero de 2021

SANTA MARTINA, virgen y mártir. (+ 228)— 30 de enero.





   Nació esta nobilísima virgen en la ciudad de Roma: su padre había sido elevado tres veces a la dignidad de cónsul.


   Informada desde su niñez en las sagradas letras y en las costumbres cristianas, en el imperio de Alejandro Severo fue delatada ante los magistrados; los cuales le preguntaron por qué siendo doncella romana había de reconocer por Dios a un judío condenado por sus crímenes a muerte de cruz y no había de ofrecer incienso al grande Apolo.






   Respondió ella: Llevadme al templo de Apolo y veréis cómo en nombre de Jesús reduzco a polvo ese demonio que tanto veneráis.






   La condujeron, pues, al templo de aquel ídolo, y apenas lo divisó, alzó los ojos y las manos al cielo diciendo: Jesucristo, Señor mío, muestra que eres omnipotente Dios a la vista de este pueblo ciego.


   Y diciendo estas palabras, se sintió un espantoso terremoto que llenó a todos de horror, se desplomó una parte del templo y cayó hecha pedazos la estatua de Apolo.


   Pero los ministros del emperador, así como el populacho gentil, atribuyeron el suceso a una poderosa fuerza mágica de la cristiana virgen y la condenaron a los más atroces suplicios.





   La azotaron primero con palos nudosos, rasgaron su rostro con uñas de hierro; y entonces fue cuando la vieron cercada de un resplandor celestial que desarmó a los mismos verdugos, los cuales, echándose a sus pies, confesaron en alta voz que también eran cristianos.







   El fiero presidente ordenó que allí mismo les cortasen la cabeza, y arrastraron a la santa virgen al templo de Diana: más lo mismo fue entrar en el templo, que salir de él con espantoso ruido el espíritu infernal que residía en la estatua de la diosa y caerse ésta reducida a polvo.


   Mandó el juez traer la cabeza de santa Martina, diciendo que tenía en ella sus encantamientos; y habiendo sido conducida después al anfiteatro, le soltaron un león muy grande, para que la despedazase y la devorase: pero viéndola el terrible león, comenzó a bramar, sin querer arrojarse sobre la santa virgen, antes llegándose a ella, se echó a sus pies y comenzó a besárselos y lamérselos blandamente, sin hacerle ningún daño.






   Entonces levantó su voz santa Martina, y dijo: ¡Maravillosas son, oh Señor, tus obras!


   Y a los presentes añadió: ¿No veis cómo los ángeles de Dios refrenan la crueldad de las fieras?


   Viendo el presidente semejante prodigio, mandó tornar al león a la jaula; y cuando iba a ella, arrebató a Limeneo, pariente del emperador, y lo despedazó.






   Probó todavía el bárbaro tirano otros suplicios, atormentando a la santa Virgen con el hierro y con el fuego; hasta que, rugiendo de coraje, al ver que de todos salía victoriosa, mandó sacarla fuera de la ciudad, y cortarle la cabeza.





   Reflexión: El martirio de santa Martina está lleno de espantosos prodigios.



   Milagro fue el sufrir una doncella noble y delicada tan horrendos suplicios, milagro el arruinar el templo de los falsos dioses y hacer pedazos las estatuas de Apolo y de Diana, milagro el resplandecer con soberana luz en el rigor de los tormentos, milagro el convertirse los sayones de verdugo de la santa en compañeros de su martirio.







   Así glorificaba el Señor el martirio de los santos.



   No es maravilla, pues, que la sangre de los mártires fuese semilla de nuevos cristianos; lo que debe espantarnos es que haya tantos cristianos ahora que se deshonren de profesar la fe sellada con tanta sangre y con tantos prodigios.






Oración: Oh Dios, que entre las maravillas de tu poder hiciste victorioso aun al sexo frágil en los tormentos del martirio, concédenos benignamente la gracia da que, honrando el nacimiento para el cielo, de la bienaventurada Martina, tu virgen y mártir, nos sirvan de guía sus ejemplos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.




viernes, 29 de enero de 2021

LA INQUIETUD – Por San Francisco de Sales.


 



La inquietud no es una simple tentación, sino una fuente de la cual y por la cual vienen muchas tentaciones; diremos, pues, algo acerca de ella. La tristeza no es otra cosa que el dolor del espíritu a causa del mal que se encuentra en nosotros contra nuestra voluntad; ya sea exterior, como pobreza, enfermedad, desprecio, ya interior, como ignorancia, sequedad, repugnancia, tentación. Luego, cuando el alma siente que padece algún mal, se disgusta de tenerlo, y he aquí la tristeza, y, enseguida desea verse libre de él y poseer los medios para echarlo de sí. Hasta este momento tiene razón, porque todos, naturalmente, deseamos el bien y huimos de lo que creemos que es un mal.

 

   Si el alma busca, por amor de Dios, los medios para librarse del mal, los buscará con paciencia, dulzura, humildad y tranquilidad, y esperará su liberación más de la bondad y providencia de Dios que de su industria y diligencia; si busca su liberación por amor propio, se inquietará y acalorará en pos de los medios, como si este bien dependiese más de ella que de Dios. No digo que así lo piense, sino que se afanará como si así lo pensase.

 

   Si no encuentra enseguida lo que desea, caerá en inquietud y en impaciencia, las cuales, lejos de librarla del mal presente, lo empeorarán, y el alma quedará sumida en una angustia y una tristeza, y en una falta de aliento y de fuerzas tal, que le parecerá que su mal no tiene ya remedio. He aquí, pues, cómo la tristeza, que al principio es justa, engendra la inquietud, y ésta le produce un aumento de tristeza, que es mala sobre toda medida.

 

   La inquietud es el mayor mal que puede sobrevenir a un alma, fuera del pecado; porque, así como las sediciones y revueltas intestinas de una nación la arruinan enteramente, e impiden que pueda resistir al extranjero, de la misma manera nuestro corazón, cuando está interiormente perturbado e inquieto, pierde la fuerza para conservar las virtudes que había adquirido, y también la manera de resistir las tentaciones del enemigo, el cual hace entonces toda clase de esfuerzos para pescar a río revuelto, como suele decirse.

SAN FRANCISCO de SALES, obispo, confesor y doctor. (+ 1622) — 29 de enero.


 

  San Francisco de Sales nació en el castillo de Sales en el ducado de Saboya. Siendo niño, repartía a los pobres lo que le daba para su entretenimiento la condesa, su madre; y llegado a la edad competente, aprendió las letras humanas y divinas en el colegio que tenían en París los Padres Jesuitas, y tuvo por maestro de teología al sapientísimo Padre Maldonado, y por maestro de las lenguas hebrea y griega al famoso Genebrardo.

   Comulgaba cada ocho días, ceñíase el cilicio tres días a la semana; y siendo prefecto de la Congregación de María Santísima, hizo voto de perpetua virginidad. De París pasó a la universidad de Padua para estudiar Jurisprudencia, y escogió por confesor al insigne Padre Posevino de la Compañía de Jesús. Allí fue donde algunos malignos escolares le llevaron a la casa de una dama ruin, de cuya tentación hubo de librarse el castísimo mancebo tirándole a la cara un tizón que halló a mano.

   Habiéndose ordenado de sacerdote, le confiaron el ministerio de la palabra, y en su primer sermón convirtió trescientos pecadores. Andaba de aldea en aldea y de choza en choza, padeciendo fríos, lluvias, hielos, insultos y persecuciones de muerte por ganar almas a Cristo. 




   Siempre iba entre lobos aquel cordero mansísimo, pero con su caridad mudó los lobos en corderos. Cuando entró en Tonón no había más que siete católicos en toda la ciudad; y poco después pasaban ya de seis mil: y no paró hasta reducir a la verdadera fe los protestantes de Ger, de Ternier, de Gaíllac y del Chablais. El mismo heresiarca Teodoro Beza se convenció y lloró; aunque por haber diferido su conversión, murió apóstata en Ginebra.  




   El rey de Francia Enrique IV ofreció al santo el obispado de París, y el capelo cardenalicio; mas rehusó él estas dignidades: y si admitió la mitra de Ginebra, fue porque el sumo Pontífice se lo mandó con riguroso precepto. 


   Visitó a pie todas las parroquias poniéndose mil veces en peligro de muerte, predicó muchas Cuaresmas, fue como el oráculo de su tiempo, y escribió muchos libros de piedad y entre ellos la “introducción a la vida devota”, del cual se dice, que son más las almas que ha convertido que las letras que tiene; y el “Tratado del amor de Dios”, suficiente para encender en el amor divino los corazones más fríos y helados. 







   Fundó además la Orden de, la Visitación, inspirando a sus religiosas un espíritu de suavidad y caridad de Cristo, que jamás ha padecido menoscabo. 





   Finalmente, después de increíbles trabajos y méritos, a la edad de 56 años, murió el santo en el humilde aposento del hortelano de la Visitación. Su corazón precioso y conforme al de Cristo se conserva, en una urna de oro que mandó labrar el rey Luis XIII por haber recobrado la salud en el mismo instante que se le mostró aquella sagrada reliquia.



*



   Reflexión: La mansedumbre, hija de la caridad de Cristo, fue la virtud en que más se señaló el suavísimo y apostólico varón san Francisco de Sales; porque el Señor se propuso como ejemplar de ella, diciendo: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. (MAT. XI.).


   Imitémosle también nosotros, recordando que así como el desabrimiento, la altanería y la cólera suelen ser pruebas de una conciencia lastimada; así a la dulzura, la humildad y suavidad siempre han sido el propio carácter de la santidad verdadera.





   Oración: ¡Oh Dios! que ordenaste que el bienaventurado Francisco, tu confesor y pontífice, se hiciese todo para todos por la salud de las almas, concédenos benignamente, que llenos de la dulzura de tu caridad, por los consejos y méritos de este gran santo, consigamos los eternos gozos de la gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.




FLOS SANCTORVM


DE LA FAMILIA CRISTIANA



Parábola contra la falta de Modestia en mirar a las Mujeres.


 



   San francisco de Asís solía flagelar los ojos no castos con esta parábola: “Un rey poderoso envió a la reina, uno tras otro, dos embajadores. Vuelve el primero, y refiere, no más, la respuesta estrictamente; y es que los ojos del sapiente habían estado en la cabeza y no habían divagado. Vuelve el segundo, y después de la respuesta breve y corta, se entretiene tejiendo todo un discurso sobre la hermosura de la señora “Señor ––dice––, en verdad que he visto una mujer bellísima. ¡Feliz quien la posee!” Le replica el rey: “Siervo malo, ¿Has puesto en mi esposa tus ojos impúdicos? Está claro que hubieras querido poseer a la que has mirado con tanta atención”

 

   Manda a llamar otra vez al primero y le dice: “¿Qué te parece de la reina?” “Traigo muy buena impresión ––dice––, porque ha escuchado en silencio el mensaje y ha respondido sabiamente” “Y de su hermosura” ––Replica– ¿No dices nada?” “Señor mío ––responde––, a ti toca contemplarla; a mí llevarle tu embajada”.

 

   Y el rey dictamina: “Tú el de ojos castos, como de cuerpo también casto, quédate de cámara; y salga de esta casa ese otro, no sea que contamine también mi tálamo”.

 

   Y Solía decir el bienaventurado Padre (Francisco): “Donde hay bien defendida seguridad, preocupa menos el enemigo (el demonio). Si el diablo logra con habilidad asirse de un cabello del hombre, lo transforma con presteza en viga. Ni desiste aunque no haya podido por muchos años derribar al que tentó, esperando que ceda al fin. Este es su quehacer; día y noche no tiene otra preocupación”

 

VIDA SEGUNDA (de San Francisco de Asís) por Celano.


jueves, 28 de enero de 2021

LA FASE MODERNA - por Hilaire Belloc

 



   Nos acercamos ahora al más grande de todos los momentos.

 

   La Fe está ahora en presencia, no de una herejía particular como en el pasado —la arriana, la maniqueísta, la albigense, la mahometana—, ni tampoco está en presencia de una especie de herejía generalizada, como cuando tuvo que hacer frente a la revolución protestante de hace unos trescientos o cuatrocientos años. El enemigo que la Fe tiene que enfrentar ahora, y que puede llamarse “el ataque moderno”, es un asalto en masa contra los fundamentos de la Fe, contra la existencia misma de la Fe. Y el enemigo que ahora avanza contra nosotros está cada vez más consciente del hecho de que no puede haber cuestión de neutralidad. Las fuerzas actualmente opuestas a la Fe se proponen destruir. La batalla se libra en adelante en una línea definida de ruptura, y resultará en la supervivencia o la destrucción de la Iglesia católica. Y de toda su filosofía, no de una parte de ella.

 

   Sabemos, por supuesto, que la Iglesia católica no puede ser destruida. Pero lo que no sabemos es la extensión de la zona en la cual sobrevivirá; su poder de resurgimiento ni el poder del enemigo de hundirla cada vez más hasta sus últimas defensas, hasta que pueda parecer que ha llegado el Anticristo y que está por producirse la decisión final. Tal es la importancia de la lucha ante la cual se ve el mundo…

 

“LAS GRANDES HEREJÍAS”

SAN VALERIO o VALERO. (+ 313). —28 de enero.


     


—Zaragoza fue la patria de este célebre prelado de la iglesia de España. Dedicado al cultivo de las ciencias, alcanzó tal celebridad, que era reputado por uno de los hombres más sabios de su siglo. Sus méritos y virtudes le elevaron a la cátedra episcopal de Zaragoza elegido por consentimiento unánime del clero y pueblo por los años 290. Desde el momento en que se vió distinguido con el carácter episcopal, se ocupó con esmero en el cumplimiento de sus deberes, ejercitando especialmente la caridad para con los pobres y afligidos, y para que no fallara a sus feligreses el pasto de la espiritual doctrina, se valía de su diácono Vicente, hombre muy sabio y elocuente, quien a más de otras cosas se ocupaba en predicar al pueblo.

 




   Los emperadores Diocleciano y Maximiano suscitaron por aquellos tiempos una cruel persecución contra los cristianos, enviando por gobernador de la provincia Tarraconense al bárbaro y sanguinario Daciano, quien, cerciorado de la conducta religiosa de Valerio y Vicente, les mandó prender y conducir cargados de cadenas a Valencia. Ni los halagos, ni las promesas, ni los dolosos razonamientos pudieron recabar nada de estos dos atletas, antes no pudiendo Valerio, a causa de su impedimento de lengua, expresarse con aquel ardor que quisiera en defensa de la fe, encargó a Vicente respondiera por los dos en favor de la religión del Crucificado.

 




   Vicente fué atormentado con los más atroces tormentos alcanzando la palma del martirio, y Valerio fué desterrado. Retirado a un pequeño pueblo llamado Enate; distante una legua de Barbastro, permaneció allí catorce años ocupado en oración y ejercicios de penitencia, siendo ejemplo de edificación de todo el país, hasta que cargado de años y merecimientos murió en el Señor el dia 28 de enero del año 313.

 

 

LA LEYENDA DE ORO

PARA CADA DIA DEL AÑO.

VIDAS DE TODOS LOS SANTOS QUE VENERA LA IGLESIA.

(1853).


miércoles, 27 de enero de 2021

El martirio del padre Berteaux – A los pies del ídolo Cap. XXXV. “UNA FAMILIA DE BANDIDOS” (Fragmento) – Por El P. JUAN CHARRUAU S.J.


 



   Nota de S.M.A: Me temo amigos, que el fragmento escogido de estas memorias de una abuela en (1793) sean tan actuales. Si se mira con objetividad los sucesos del presente, me temo que estamos asistiendo a una verdadera Revolución Francesa. Pues muchos de los hechos de hoy, no son más que efectos de aquella trágica fecha, 1789,  y que jamás dejo de atacar a Cristo, y a su única, santa, católica y  apostólica iglesia…

   Los resaltados en negrita son de S.M.A.

 

   (…) Los republicanos tuvieron por muy preciosa la captura del presbítero Berteaux. Le habían sorprendido diciendo misa, sus cuentas eran claras y pronto se las arreglarían. Por unos momentos estuvieron deliberando los vengadores de Marat acerca de lo que habían de hacer con su prisionero. ¿Convendría matarle inmediatamente o llevarle, para observar las formalidades, al Tribunal revolucionario, o meterle en la cárcel para que pereciese después en el Loira o en la guillotina?




 

   Después de un momento de reflexión, uno de ellos hizo una propuesta que obtuvo todos los sufragios.

 

   —Ninguno de nosotros ignora—dijo—que hoy se celebra en Nantes la fiesta de la Razón. Todas las secciones han sido convocadas al templo de la Fraternidad, antes iglesia de la Santa Cruz. La diosa ha de recibir allí los homenajes de la población nantesa, para ir después a Bouffay, donde presidirá la ejecución de los aristócratas. Pues bien: vayamos a arrojar a sus pies a este miserable satélite del fanatismo, y que ella decida de su suerte. Esta será una revancha de la humana razón, ultrajada hace dieciocho siglos por los sacerdotes de la religión católica.

 

   Ruidosos aplausos acogieron esta proposición, que fué, sin más tardar, votada en medio de un frenético entusiasmo.

 

   Decidieron dejar al prisionero revestido con los sagrados ornamentos, a fin de llamar mejor la atención de la multitud y comunicar nuevo atractivo al espectáculo que se estaba preparando.

 

   Como el sacerdote Berteaux apenas podía dar un paso, creyeron cosa excusada el maniatarle, y se contentaron con dejarle custodiado por dos soldados hasta la hora señalada para la ceremonia. Enviaron una comunicación expresamente al Comité revolucionario y a los organizadores de la fiesta para darles cuenta del aprisionamiento del ex cura y darles tiempo de preparar el aparato escénico.

 

   Durante este tiempo nuestro santo amigo, sentado entre sus dos guardianes cerca del altar en que acababa de celebrar su última misa, daba gracias a Nuestro Señor por llamarle al honor de morir por Él, porque era indudable que le aguardaba el martirio. Había oído a los verdugos deliberar sobre su suerte, y su corazón saltó de gozo al pensar que iba a ser inmolado como sacerdote católico y revestido de los ornamentos sagrados con que todas las mañanas celebraba el santo sacrificio. Aquel día se cumplía precisamente el quincuagésimo aniversario de su primera misa. ¿De qué mejor manera podía coronar aquellos cincuenta años de su apostolado?

 

   En la efusión de su alegría, uniendo en su pensamiento el altar en que se inmola místicamente el Cordero inmaculado y el cadalso, que iba él mismo a enrojecer con su propia sangre, repetía en divino arrobamiento las palabras que pronunciaba todas las mañanas al principio de la misa; Introibo ad altare Dei ad Deum qui laetificat juventutem meam. (Me acercaré al altar de Dios, del Dios que alegra mi juventud.)

 

   Tonio, lejos de huir, como fácilmente lo hubiera podido hacer, se quedó con el señor cura para acompañarle hasta el patíbulo. El fué quien me refirió, algo después, los acontecimientos de aquel día.

 

   A eso de las once se hizo bajar al prisionero para conducirle a la muerte. Por burla y escarnio, se le había hecho montar de espaldas sobre un jumento, y, en medio de una estúpida muchedumbre, que le llenaba de injurias, dando aullidos, le condujeron hasta la iglesia de la Santa Cruz, profanada desde hacía muchos meses por las orgías revolucionarias.

 

   Tonio seguía al cortejo, porque deseaba ser testigo del martirio de su amadísimo padre.

 

   Mientras era conducido, el santo anciano, como insensible a los ultrajes de sus verduscos, conservó una paz y una serenidad maravillosas. Sus labios no cesaban de moverse, y a menudo sus oíos se alzaban al Cielo, como buscando el camino por donde iba a subir dentro de poco.

 

   Pocos minutos antes de mediodía llegaron al templo de la Fraternidad. Era tanta la multitud de gente, que las tres cuartas partes de los espectadores se quedaron fuera del edificio, sin poder penetrar en él. Hicieron bajar al sacerdote Berteaux de su cabalgadura, y se le obligó a entrar en la iglesia con las otras víctimas que debían ser guillotinadas aquel mismo día.

 

   Los representantes y Carrier a su cabeza, las autoridades del departamento, las delegaciones de los Comités, los generales y los oficiales del ejército del Oeste, que todavía no habían salido de Nantes: los vengadoras de Marat y otros personajes ocupaban ya toda la nave central. Se amontonó a las víctimas delante del altar, haciendo sentar en medio de ellas en un asiento alto, al sacerdote Berteaux, a fin de que todos pudiesen verle sin dificultad. El pueblo se rebullía en lo restante del templo.




 

Al dar las doce, la Razón y su cortejo hacían su entrada por la gran portada, y se dirigieron al coro en medio dé aclamaciones “Afirmaba mi abuela que tenía todos los detalles que se siguen de un proceso verbal de la fiesta de la Razón, que puso ante su vista durante su estancia en Nantes en 1803. Copió de su propio puño y letra el texto del discurso que se verá más adelante. (Nota del coronel Rembure,)”

 

   Rompían la marcha tres mujeres jóvenes, marchando de frente. La primera, que iba a la derecha, vestía de azul; la que marchaba en medio, de blanco, y de rojo la otra. A lo que parece, simbolizaban la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.

Fenómenos místicos extraordinarios (de orden corporal) – Perfume Sobrenatural – Por el R. P. Fray. Antonio Roy Marín. O.P.

 




EL PERFUME SOBRENATURAL

 

   El hecho. —Consiste este fenómeno— conocido técnicamente con el nombre de osmogenesia— en cierto perfume de exquisita suavidad y fragancia que se escapa a veces del cuerpo mortal de los santos o de los sepulcros donde reposan sus reliquias. Acaso permite Dios este segundo aspecto del fenómeno como símbolo del “buen olor” de las virtudes heroicas que practicaron sus fieles servidores.

 

Casos históricos. —Se han dado multitud de casos entre los santos. Los más notables son los de Santa Ludwina, Santa Catalina de Ricci, San Felipe Neri, San Gerardo María Mayela, San Juan de la Cruz, San Francisco de Paula, Santa Rosa de Viterbo, Santa Gema Galgani y, sobre todo, San José de Cupertino, que en este fenómeno —lo mismo que en el de la levitación— va a la cabeza de todos.

 

   Vamos a describir un poco el caso de este último tal como lo resume el doctor Bon en su obra citada:

 

El P. Francisco de Angelis —uno de los testigos del proceso de beatificación— declara que no podía comparar el perfume que exhalaban su cuerpo y sus vestidos más que al del relicario que contenía los restos de San Antonio de Padua. El P. Francisco de Levanto lo comparaba al del breviario de Santa Clara de Asís, conservado en la iglesia de San Damián.

 

   Todas las personas cerca de las cuales pasaba nuestro Santo sentían este olor mucho tiempo después que él se había alejado. Su habitación estaba impregnada; se adhería a los muebles y penetraba en los corredores del convento; de suerte que los que querían visitarle, sin conocer su celda, podían distinguirla fácilmente por este olor, que era de tal modo penetrante, que se comunicaba por mucho tiempo a los que les tocaban o aun a los que les visitaban; así, el P. De Levanto lo conservó durante quince días después de una visita que le hizo en su celda, aunque no dejaba cada día de lavarse.

 

   La celda del Santo conservó este buen olor durante doce o trece años...; se adhería de tal modo a sus hábitos, que ni el jabón ni la lejía podían quitarlo. Se comunicaba a los hábitos sacerdotales que había llevado y a los armarios en que se guardaban. Este olor no producía ningún efecto desagradable incluso a los que no podían sufrir perfume alguno; por el contrario, les parecía suave en extremo”

 

   Entre los santos cuyas reliquias o sepulcros han exhalado suaves olores se citan a San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, Santo Tomás de Aquino, San Raimundo de Peñafort, Santa Rosa de Lima, Santo Tomás de Villanueva, Santa Teresa, Santa Francisca Romana, la Beata Catalina de Raconixio y muchos más.

 

   Naturaleza del perfume. — Generalmente se trata de un aroma singular que no tiene nada de común ni parecido a los perfumes de la tierra. Los testigos que los experimentaron agotan todas las analogías y semejanzas para dar a entender la suavidad y fragancia de este perfume misterioso, y acaban por decir que se trata de un aroma inconfundible, de una suerte de emanación de la bienaventuranza eterna que no tiene nada comparable sobre la tierra.

 

   Hay un hecho histórico a este respecto. El perfumero de la corte de Saboya fué enviado al convento de la Bienaventurada María de los Ángeles para intentar reconocer la naturaleza del olor que exhalaba la sierva de Dios. Hubo de confesar que no se parecía a ninguno de los perfumes de acá abajo. Las religiosas, sus compañeras, solían llamarle “olor de paraíso o de santidad”

 

Explicación del fenómeno. —Vamos a darla en forma de conclusiones.

 

   Conclusión Primera: El fenómeno de los aromas exhalados por los santos no puede explicarse naturalmente.