sábado, 30 de enero de 2021
SANTA MARTINA, virgen y mártir. (+ 228)— 30 de enero.
viernes, 29 de enero de 2021
LA INQUIETUD – Por San Francisco de Sales.
La
inquietud no es una simple tentación, sino una fuente de la cual y por la cual
vienen muchas tentaciones; diremos, pues, algo acerca de ella.
La tristeza no es otra
cosa que el dolor del espíritu a causa del mal que se encuentra en nosotros
contra nuestra voluntad; ya sea exterior, como pobreza, enfermedad, desprecio,
ya interior, como ignorancia, sequedad, repugnancia, tentación. Luego, cuando
el alma siente que padece algún mal, se disgusta de tenerlo, y he aquí la
tristeza, y, enseguida desea verse libre de él y poseer los medios para echarlo
de sí. Hasta este momento tiene razón, porque todos, naturalmente, deseamos el
bien y huimos de lo que creemos que es un mal.
Si el
alma busca, por amor de Dios, los medios para librarse del mal, los buscará con
paciencia, dulzura, humildad y tranquilidad, y esperará su liberación más de la
bondad y providencia de Dios que de su industria y diligencia; si busca su
liberación por amor propio, se inquietará y acalorará en pos de los medios, como
si este bien dependiese más de ella que de Dios. No digo que así lo piense,
sino que se afanará como si así lo pensase.
Si no
encuentra enseguida lo que desea, caerá en inquietud
y en impaciencia, las cuales, lejos de
librarla del mal presente, lo empeorarán, y el alma quedará sumida en una
angustia y una tristeza, y en una falta de aliento y de fuerzas tal, que le
parecerá que su mal no tiene ya remedio. He aquí,
pues, cómo la tristeza, que al principio es justa, engendra la inquietud, y
ésta le produce un aumento de tristeza, que es mala sobre toda medida.
La inquietud es el mayor mal que puede sobrevenir a un alma, fuera del pecado; porque, así como las sediciones y revueltas intestinas de una nación la arruinan enteramente, e impiden que pueda resistir al extranjero, de la misma manera nuestro corazón, cuando está interiormente perturbado e inquieto, pierde la fuerza para conservar las virtudes que había adquirido, y también la manera de resistir las tentaciones del enemigo, el cual hace entonces toda clase de esfuerzos para pescar a río revuelto, como suele decirse.
SAN FRANCISCO de SALES, obispo, confesor y doctor. (+ 1622) — 29 de enero.
Parábola contra la falta de Modestia en mirar a las Mujeres.
San francisco de Asís solía
flagelar los ojos no castos con esta parábola: “Un rey poderoso envió a la reina, uno tras otro, dos embajadores.
Vuelve el primero, y refiere, no más, la respuesta estrictamente; y es que los
ojos del sapiente habían estado en la cabeza y no habían divagado. Vuelve el
segundo, y después de la respuesta breve y corta, se entretiene tejiendo todo
un discurso sobre la hermosura de la señora “Señor ––dice––, en verdad que he
visto una mujer bellísima. ¡Feliz quien la posee!” Le replica el rey: “Siervo
malo, ¿Has puesto en mi esposa tus ojos impúdicos? Está claro que hubieras
querido poseer a la que has mirado con tanta atención”
Manda a llamar otra vez al primero y le
dice: “¿Qué te parece de la reina?” “Traigo muy buena impresión ––dice––,
porque ha escuchado en silencio el mensaje y ha respondido sabiamente” “Y de su
hermosura” ––Replica– ¿No dices nada?” “Señor mío ––responde––, a ti toca
contemplarla; a mí llevarle tu embajada”.
Y el rey dictamina: “Tú el de ojos castos,
como de cuerpo también casto, quédate de cámara; y salga de esta casa ese otro,
no sea que contamine también mi tálamo”.
Y Solía decir el bienaventurado Padre (Francisco): “Donde hay bien defendida
seguridad, preocupa menos el enemigo (el demonio). Si el diablo logra con
habilidad asirse de un cabello del hombre, lo transforma con presteza en viga.
Ni desiste aunque no haya podido por muchos años derribar al que tentó,
esperando que ceda al fin. Este es su quehacer; día y noche no tiene otra
preocupación”
VIDA SEGUNDA (de San Francisco de Asís) por Celano.
jueves, 28 de enero de 2021
LA FASE MODERNA - por Hilaire Belloc
Nos acercamos ahora al más grande de todos
los momentos.
La Fe está ahora en presencia, no de una
herejía particular como en el pasado —la arriana, la maniqueísta, la albigense,
la mahometana—, ni tampoco está en presencia de una especie de herejía
generalizada, como cuando tuvo que hacer frente a la revolución protestante de
hace unos trescientos o cuatrocientos años. El enemigo que la Fe tiene que enfrentar ahora, y que puede llamarse “el ataque moderno”, es un asalto en masa contra
los fundamentos de la Fe, contra la existencia misma de la Fe. Y el enemigo que
ahora avanza contra nosotros está cada vez más consciente del hecho de que no
puede haber cuestión de neutralidad. Las fuerzas actualmente opuestas a la Fe
se proponen destruir. La batalla se libra en adelante en una línea definida de
ruptura, y resultará en la supervivencia o la destrucción de la Iglesia
católica. Y de toda su filosofía, no de una parte de ella.
Sabemos,
por supuesto, que la Iglesia católica no puede ser destruida. Pero lo que no
sabemos es la extensión de la zona en la cual sobrevivirá; su poder de
resurgimiento ni el poder del enemigo de hundirla cada vez más hasta sus
últimas defensas, hasta que pueda parecer que ha llegado el Anticristo y que
está por producirse la decisión final. Tal es la importancia de la lucha ante la cual se ve el
mundo…
“LAS
GRANDES HEREJÍAS”
SAN VALERIO o VALERO. (+ 313). —28 de enero.
—Zaragoza
fue la patria de este célebre prelado de la iglesia de España. Dedicado al cultivo
de las ciencias, alcanzó tal celebridad, que era reputado por uno de los
hombres más sabios de su siglo. Sus méritos y virtudes le elevaron a la cátedra
episcopal de Zaragoza elegido por consentimiento unánime del clero y pueblo por
los años 290. Desde el momento en que se vió distinguido con el carácter
episcopal, se ocupó con esmero en el cumplimiento de sus deberes, ejercitando
especialmente la caridad para con los pobres y afligidos, y para que no fallara
a sus feligreses el pasto de la espiritual doctrina, se valía de su diácono
Vicente, hombre muy sabio y elocuente, quien a más de otras cosas se ocupaba en
predicar al pueblo.
Los emperadores Diocleciano y Maximiano
suscitaron por aquellos tiempos una cruel persecución contra los cristianos,
enviando por gobernador de la provincia Tarraconense al bárbaro y sanguinario
Daciano, quien, cerciorado de la conducta religiosa de Valerio y Vicente, les
mandó prender y conducir cargados de cadenas a Valencia. Ni los halagos, ni las
promesas, ni los dolosos razonamientos pudieron recabar nada de estos dos atletas,
antes no pudiendo Valerio, a causa de su impedimento de lengua, expresarse con
aquel ardor que quisiera en defensa de la fe, encargó a Vicente respondiera por
los dos en favor de la religión del Crucificado.
Vicente fué atormentado con los más atroces tormentos
alcanzando la palma del martirio, y Valerio fué desterrado. Retirado a un
pequeño pueblo llamado Enate; distante una legua de Barbastro, permaneció allí
catorce años ocupado en oración y ejercicios de penitencia, siendo ejemplo de edificación
de todo el país, hasta que cargado de años y merecimientos murió en el Señor el
dia 28 de enero del año 313.
LA LEYENDA DE ORO
PARA CADA DIA DEL AÑO.
VIDAS DE TODOS LOS SANTOS QUE VENERA LA
IGLESIA.
(1853).
miércoles, 27 de enero de 2021
El martirio del padre Berteaux – A los pies del ídolo Cap. XXXV. “UNA FAMILIA DE BANDIDOS” (Fragmento) – Por El P. JUAN CHARRUAU S.J.
Nota de S.M.A: Me
temo amigos, que el fragmento escogido de estas memorias de una abuela en
(1793) sean tan actuales. Si se mira con objetividad los sucesos del presente,
me temo que estamos asistiendo a una verdadera Revolución Francesa. Pues muchos
de los hechos de hoy, no son más que efectos de aquella trágica fecha, 1789, y que jamás dejo de atacar a Cristo, y a su
única, santa, católica y apostólica
iglesia…
Los resaltados en negrita son de S.M.A.
(…) Los republicanos tuvieron por muy
preciosa la captura del presbítero Berteaux.
Le habían sorprendido diciendo misa, sus cuentas eran claras y pronto se las
arreglarían. Por unos momentos estuvieron deliberando los vengadores de Marat acerca de lo que habían de hacer
con su prisionero. ¿Convendría matarle
inmediatamente o llevarle, para observar las formalidades, al Tribunal
revolucionario, o meterle en la cárcel para que pereciese después en el Loira o
en la guillotina?
Después de un momento de reflexión, uno de
ellos hizo una propuesta que obtuvo todos los sufragios.
—Ninguno de nosotros ignora—dijo—que hoy se
celebra en Nantes la fiesta de la Razón. Todas las secciones han sido
convocadas al templo de la Fraternidad, antes iglesia de la Santa Cruz. La
diosa ha de recibir allí los homenajes de la población nantesa, para ir después
a Bouffay, donde presidirá la ejecución de los aristócratas. Pues bien: vayamos
a arrojar a sus pies a este miserable satélite del fanatismo, y que ella decida
de su suerte. Esta será una revancha de la humana razón, ultrajada hace
dieciocho siglos por los sacerdotes de la religión católica.
Ruidosos aplausos acogieron esta
proposición, que fué, sin más tardar, votada en medio de un frenético
entusiasmo.
Decidieron
dejar al prisionero revestido con los sagrados ornamentos, a fin de llamar mejor
la atención de la multitud y comunicar nuevo atractivo al espectáculo que se
estaba preparando.
Como el sacerdote Berteaux
apenas podía dar un paso, creyeron cosa excusada el maniatarle, y se
contentaron con dejarle custodiado por dos soldados hasta la hora señalada para
la ceremonia. Enviaron una comunicación expresamente al Comité revolucionario y
a los organizadores de la fiesta para darles cuenta del aprisionamiento del ex
cura y darles tiempo de preparar el aparato escénico.
Durante
este tiempo nuestro santo amigo, sentado entre sus dos guardianes cerca del
altar en que acababa de celebrar su última misa, daba gracias a Nuestro Señor
por llamarle al honor de morir por Él, porque era indudable que le aguardaba el
martirio. Había oído a los verdugos deliberar sobre su suerte, y su corazón
saltó de gozo al pensar que iba a ser inmolado como sacerdote católico y
revestido de los ornamentos sagrados con que todas las mañanas celebraba el
santo sacrificio. Aquel día se cumplía precisamente el quincuagésimo
aniversario de su primera misa. ¿De qué mejor manera podía coronar aquellos
cincuenta años de su apostolado?
En la efusión de su alegría, uniendo en su
pensamiento el altar en que se inmola místicamente el Cordero inmaculado y el
cadalso, que iba él mismo a enrojecer con su propia sangre, repetía en divino
arrobamiento las palabras que pronunciaba todas las mañanas al principio de la
misa; Introibo
ad altare Dei ad Deum qui laetificat juventutem meam. (Me
acercaré al altar de Dios, del Dios que alegra mi juventud.)
Tonio,
lejos de huir, como fácilmente lo hubiera podido hacer, se quedó con el señor
cura para acompañarle hasta el patíbulo. El fué quien me refirió, algo
después, los acontecimientos de aquel día.
A eso
de las once se hizo bajar al prisionero para conducirle a la muerte. Por burla
y escarnio, se le había hecho montar de espaldas sobre un jumento, y, en medio
de una estúpida muchedumbre, que le llenaba de injurias, dando aullidos, le
condujeron hasta la iglesia de la Santa Cruz, profanada desde hacía muchos
meses por las orgías revolucionarias.
Tonio seguía al cortejo,
porque deseaba ser testigo del martirio de su amadísimo padre.
Mientras
era conducido, el santo anciano, como insensible a los ultrajes de sus
verduscos, conservó una paz y una serenidad maravillosas. Sus labios no cesaban
de moverse, y a menudo sus oíos se alzaban al Cielo, como buscando el camino
por donde iba a subir dentro de poco.
Pocos minutos antes de mediodía llegaron al
templo de la Fraternidad. Era tanta la multitud de gente, que las tres cuartas
partes de los espectadores se quedaron fuera del edificio, sin poder penetrar
en él. Hicieron bajar al sacerdote Berteaux
de su cabalgadura, y se le obligó a entrar en la iglesia con las otras víctimas
que debían ser guillotinadas aquel mismo día.
Los representantes y Carrier a su cabeza,
las autoridades del departamento, las delegaciones de los Comités, los
generales y los oficiales del ejército del Oeste, que todavía no habían salido
de Nantes: los vengadoras de Marat
y otros personajes ocupaban ya toda la nave central. Se amontonó a las víctimas
delante del altar, haciendo sentar en medio de ellas en un asiento alto, al
sacerdote Berteaux, a fin de que
todos pudiesen verle sin dificultad. El pueblo se rebullía en lo restante del
templo.
Al dar las doce, la
Razón y su cortejo hacían su entrada por la gran portada, y se dirigieron al coro
en medio dé aclamaciones “Afirmaba mi
abuela que tenía todos los detalles que se siguen de un proceso verbal de la
fiesta de la Razón, que puso ante su vista durante su estancia en Nantes en
1803. Copió de su propio puño y letra el texto del discurso que se verá más
adelante. (Nota del coronel Rembure,)”
Rompían la marcha tres mujeres jóvenes, marchando de frente. La primera, que iba a la derecha, vestía de azul; la que marchaba en medio, de blanco, y de rojo la otra. A lo que parece, simbolizaban la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad.
Fenómenos místicos extraordinarios (de orden corporal) – Perfume Sobrenatural – Por el R. P. Fray. Antonio Roy Marín. O.P.
EL PERFUME SOBRENATURAL
El hecho.
—Consiste este fenómeno— conocido técnicamente con el
nombre de osmogenesia—
en cierto perfume de exquisita suavidad y fragancia que se escapa a veces del
cuerpo mortal de los santos o de los sepulcros donde reposan sus reliquias. Acaso
permite Dios este segundo aspecto del fenómeno como símbolo del “buen olor” de las virtudes heroicas que practicaron sus
fieles servidores.
Casos históricos.
—Se han dado multitud de casos entre los santos. Los más notables son los de Santa Ludwina,
Santa Catalina de Ricci, San Felipe Neri, San Gerardo María Mayela, San Juan de
la Cruz, San Francisco de Paula, Santa Rosa de Viterbo, Santa Gema Galgani y,
sobre todo, San José de Cupertino, que en este fenómeno —lo mismo que en el de
la levitación—
va a la cabeza de todos.
Vamos a describir un poco el caso de este
último tal como lo resume el doctor Bon en su obra citada:
“El P. Francisco
de Angelis —uno de los testigos del proceso de beatificación— declara
que no podía comparar el perfume que exhalaban su cuerpo y sus vestidos más que
al del relicario que contenía los restos de San Antonio de Padua. El P.
Francisco de Levanto lo comparaba al del breviario de Santa Clara de
Asís, conservado en la iglesia de San Damián.
Todas
las personas cerca de las cuales pasaba nuestro Santo sentían este olor mucho
tiempo después que él se había alejado. Su habitación estaba impregnada; se
adhería a los muebles y penetraba en los corredores del convento; de suerte que
los que querían visitarle, sin conocer su celda, podían distinguirla fácilmente
por este olor, que era de tal modo penetrante, que se comunicaba por mucho
tiempo a los que les tocaban o aun a los que les visitaban; así, el P. De Levanto lo
conservó durante quince días después de una visita que le hizo en su celda,
aunque no dejaba cada día de lavarse.
La celda del Santo conservó este buen olor durante
doce o trece años...; se adhería de tal modo a sus hábitos, que ni el jabón ni
la lejía podían quitarlo. Se comunicaba a los hábitos sacerdotales que había
llevado y a los armarios en que se guardaban. Este olor no producía ningún
efecto desagradable incluso a los que no podían sufrir perfume alguno; por el
contrario, les parecía suave en extremo”
Entre los santos cuyas reliquias o sepulcros
han exhalado suaves olores se citan a San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán,
Santo Tomás de Aquino, San Raimundo de Peñafort, Santa Rosa de Lima, Santo
Tomás de Villanueva, Santa Teresa, Santa Francisca Romana, la Beata Catalina de
Raconixio y muchos más.
Naturaleza del perfume. — Generalmente se trata
de un aroma singular que no tiene nada de común ni parecido a los perfumes de la
tierra. Los testigos que los experimentaron agotan todas las analogías y semejanzas
para dar a entender la suavidad y fragancia de este perfume misterioso, y
acaban por decir que se trata de un aroma inconfundible, de una suerte de
emanación de la bienaventuranza eterna que no tiene nada comparable sobre la
tierra.
Hay
un hecho histórico a este respecto. El
perfumero de la corte de Saboya fué enviado al convento de la Bienaventurada
María de los Ángeles para intentar reconocer la naturaleza del olor que
exhalaba la sierva de Dios. Hubo de confesar que no se parecía a ninguno de los
perfumes de acá abajo. Las religiosas, sus compañeras, solían llamarle “olor de paraíso o de santidad”
Explicación del fenómeno. —Vamos a darla en forma de conclusiones.
Conclusión Primera: El fenómeno de los aromas exhalados por los santos no puede explicarse naturalmente.