“Más en cuanto a mí, nunca suceda que me gloríe
sino en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo para mí ha sido
crucificado y yo para el mundo”. (Gálatas. VI. 14).
I. Esta
tierra es un lugar de mérito, y por lo tanto también de sufrimiento. La patria
donde Dios nos ha preparado para descansar en la alegría eterna es el paraíso.
El tiempo que pasamos aquí es breve, pero en ese breve lapso, hay muchos
sufrimientos que soportar. Normalmente, cuando la divina Providencia destina a
alguien a grandes cosas, también lo prueba con mayores adversidades.
Un
día, Jesucristo se apareció a la Beata Bautista Varano y le dijo: hay
tres beneficios selectos que concede a sus almas predilectas: el primero es no
pecar; el segundo es hacer buenas obras; el tercero y el mayor de todos,
hacerles sufrir por su amor.
Aún
más hermosas son las palabras que el propio Jesucristo dirigió a Santa Teresa: « Hija mía », le dijo, « ¿crees que el mérito
está en disfrutar? No, está en sufrir y amar. Cree, pues, hija mía, que quien
es más amado por mi Padre recibe de él los mayores sufrimientos; y pensar que
sin sufrir admite a alguien en su amistad es pura ilusión ».
Sin embargo, como la naturaleza humana en sí
misma aborrece tanto el sufrimiento, el Verbo Eterno, dice San Pedro, bajó del
cielo a la tierra para enseñarnos a llevar nuestras cruces con paciencia: Para esto fuísteis llamados. Porque también
Cristo padeció por vosotros dajándoos ejemplo para que sigáis sus pasos (Primera
carta de San Pedro. II. 21)
Jesucristo,
por tanto, quiso sufrir para animarnos a sufrir, no solo durante su Pasión,
sino a lo largo de toda su vida. ¿Qué fue la vida del Redentor en esta tierra?
Dice San Buenaventura: Dale vueltas, y dale vueltas cuantas veces quieras, de principio a fin,
y siempre encontrarás a Jesús clavado en la cruz:
De
hecho, todo su tiempo, desde que asumió la naturaleza humana hasta su último
aliento, fue un continuo sufrimiento. ¡Qué vergüenza para nosotros, que nos
jactamos de seguir a Jesucristo y, sin embargo, somos tan distintos de él!
Adoramos la cruz del Señor, celebramos sus fiestas, nos jactamos de luchar bajo
su bandera triunfante, ¡y, sin embargo, estamos tan ávidos de placer! ¿Tiene
que ser siempre así?
II. Inspirados por el ejemplo de Jesucristo,
los santos siempre han considerado la adversidad como un tesoro escondido,
valorándola más que una partícula del Santo Leño sobre el que el Señor murió
por nuestra salvación. ¡Cuántos jóvenes nobles, cuántas doncellas, incluso de
sangre real, repartieron todas sus riquezas entre los pobres, renunciaron a las
comodidades, honores y dignidades del mundo, y entraron en un monasterio para
abrazar la cruz de Jesucristo y ascender con él al Calvario, por un camino
sembrado de espinas!
El
Señor, sin embargo, que no se deja superar en generosidad y quiso premiar a
aquellas almas generosas que ya estaban en esta tierra, hizo muy dulces para
ellas los frutos del árbol de la cruz, que se alegraban en medio de las tribulaciones;
y tal vez nunca antes una persona mundana había estado tan ávida de placeres
como los santos de sufrir.
Santa Teresa, no queriendo vivir sin cruces,
exclamó: «O sufres o mueres». Santa
María Magdalena de Pazzi, pensando
que ya no hay sufrimiento en el cielo, dijo: «Sufre y no mueras». Cuando un día Jesucristo le preguntó a San
Juan de la Cruz qué recompensa deseaba por todo lo que había sufrido por amor a
Él, él respondió: «Señor, no deseo más
que sufrimientos, pero sufrimiento acompañado de humillación y desprecio”
Hermano
mío, no seas de esos necios que se asustan al ver la cruz y huyen de ella
porque solo conocen su exterior. Tú, por el contrario, « gusta y ve cuán dulce es el Señor » —Gustate et videte, quoniam
suavis est Dominus. Acepta con gusto las tribulaciones que el Señor quiere
enviarte, considera atentamente las ventajas que se derivan de ellas, y tú
también dirás: Una hora de sufrimiento
soportada con resignación en la voluntad de Dios vale más que todos los tesoros
de esta tierra. Cuando la naturaleza se rebele contra el sufrimiento, echemos
un vistazo al Crucifijo para animarnos y digamos con el Apóstol: — “Sufrimos
con Jesús, para que también seamos glorificados con él.”
Sí,
Jesús mío, esto es lo que me propongo hacer con tu ayuda. Si tú, siendo
inocente, quisiste sufrir tanto por mí y solo accediste a la gloria por el
camino del sufrimiento, ¿cómo podría yo, pecador como soy y merecedor de mil
infiernos, rechazar el sufrimiento? Ah, Señor, envíame las cruces que desees,
pero también dame la fuerza para soportarlas con paciencia por tu amor.
«Y tú,
oh Dios, que hoy nos alegras con la solemnidad anual de la exaltación de la
Santa Cruz: concédeme que, conociendo este misterio en la tierra, merezca la
recompensa de su Redención en el cielo». Hazlo por tu amor Jesús y el de María.
“Meditaciones:
Para todos los días y fiestas del año”