Sabiendo la Iglesia que la abundancia de
gracias que la bondad de Dios quiere repartir a los fieles con tanta
liberalidad en las mayores festividades, depende por lo regular del modo con
que ellos se disponen; destina a la oración, al ayuno, a las vigilias y a la
penitencia el dia inmediato que las precede, para que, purificada y preparada
el alma con estos santos ejercicios, se halle en estado de tener más parte en
estos divinos favores. Regocijémonos, mostremos nuestra alegría, y demos la gloria al
Señor Dios nuestro, dice
el ángel del Apocalipsis, porque se llegó el dia de las bodas del
Cordero, y ya está ataviada la esposa:
Diósele licencia para que se vistiese de un lino
blanquísimo y delicado; porque este lino representa las buenas obras de los
santos. Este es con propiedad el motivo y el fin para que fueron instituidas las vigilias en las festividades más
solemnes.
Nota san Agustín que la costumbre de comenzarse la
solemnidad del domingo y de las fiestas, desde las primeras vísperas, esto es,
desde la tarde precedente, pasó de la sinagoga a la Iglesia, fundándose en las
mismas órdenes que intimó Dios a Moisés en favor del pueblo escogido. Observemos, hermanos
míos, dice el
santo doctor, el dia de domingo y las
demás fiestas, y santifiquemos estos santos días desde la víspera, como el
Señor lo había ordenado ya en la ley antigua.
Celebraréis vuestras
fiestas de un dia a otro, como se lee en el Targun de Jerusalén, esto es, en la
glosa, o paráfrasis caldaica de la Escritura. Así
se contaban entre los judíos de una tarde a otra, no solo las fiestas, sino
también los ayunos; y la Iglesia retiene aun esta costumbre en el oficio divino
y la solemnidad de las fiestas grandes, comenzándola desde las primeras
vísperas; es decir, desde la tarde precedente.
Por eso se daba principio a la pascua de los
hebreos, que era la mayor de sus solemnidades, por el sacrificio del cordero, que
se hacía, según la Escritura, el dia precedente hacia la tarde o entre las dos
tardes, como se explica el texto hebreo: Inter duas vesperas. Por estas dos tardes se entiende todo
el tiempo que corre desde un poco después de mediodía hasta ponerse el sol; de
suerte que cuando el sol comienza a bajar hacia el ocaso, es la primera tarde;
y cuando se pone, es la segunda. Refiriendo san Mateo el milagro de los cinco panes que bastaron
para dar de comer y para hartar a cinco mil hombres, dice que, llegada ya la
tarde, advirtieron los discípulos a su divino Maestro que podía despedir al
pueblo que le seguía; pero que el Salvador mandó que todos se sentasen, y que
se les distribuyesen los cinco panes, con que todos quedaron satisfechos,
después de lo cual los despidió. Inmediatamente se retiró el Salvador a un
monte para orar; y
añade el evangelista que, Habiendo llegado ya la tarde, vespere autem facto, se encontró solo. En este texto están bien señaladas
las dos tardes, y entre ellas comenzaba la solemnidad de la fiesta. De la misma
manera los días que David consagraba al servicio de Dios, los comenzaba desde
la tarde del dia precedente: Vespere et mane, et meridie, narrabo et
annuntiabo. Por la tarde, por la
mañana y a mediodía cantaré las alabanzas al Señor.
Siendo el mismo Espíritu
Santo el
que anima la santa Iglesia, siguió el mismo orden en sus solemnidades. Desde el tiempo de los apóstoles,
esto es, desde, aquellos primeros siglos y días de fervor, comenzaron los fieles a celebrar las fiestas desde el
día precedente, pasando toda la noche en oración y en otros devotos ejercicios.
Por razón de estas sagradas vigilias, cuyo mérito y cuya santidad
ignoraban los gentiles, llamaban a los cristianos gente enemiga de la luz y
amiga de las tinieblas (Cels.); Gens
lucífuga, natío tenebrosa: hombres que gustan de
hacer sus oraciones y de celebrar sus misterios en la oscuridad de la noche: Soliti
statutc die ante lucem convenire, carmen Christo quasi Deo dicere secum
invicem, escribía
Plinio el Menor
en su célebre carta al emperador Trajano sobre las
costumbres de los cristianos. Acostumbran, dice, en ciertos días señalados
a levantarse antes de nacer el sol, y cantar a coros ciertos himnos en honor de
Cristo a quien tienen por su Dios. De
donde se infiere que el pasar las noches en oración y en devociones los
primitivos cristianos, no era por la persecución, ni por el miedo de los
tormentos, sino por práctica constante de aquellos primeros fieles; y que las sagradas vigilias de aquellos tiempos eran la
principal parte de las fiestas más solemnes, como las primeras vísperas son el
dia de hoy la parte principal del oficio divino en las mayores solemnidades. Por
eso, Tertuliano, Minucio Félix, san
Cipriano, san Ambrosio y san Agustín
exhortan mucho a los fieles a la observancia de
estas vigilias (Canon 1).
El segundo concilio de Macón, celebrado el año de 585, cuenta la noche del
sábado al domingo como si fuera parte de este, suponiendo se debe pasar toda en
oración y en vigilia. Noctem quoque ipsam spiritualibus
exigamus excubiis, porque solo serán cristianos de
nombre, añade el concilio, los que no
velaren y oraren en las noches que preceden a las fiestas: Nomine tenus
christiani esse noscuntur; sed oremus et vigilemus. Teodulfo, obispo de Orleans, que floreció en el noveno siglo, ordena que todos los cristianos concurran a la iglesia el sábado
para celebrar el domingo y la vigilia de las festividades mayores; Conveniendum
est sabbato die cuilibet christiano.
De esa manera siempre comenzaba la fiesta desde el dia precedente. Los obreros y todos los oficiales dejaban su trabajo, y
asistían a las primeras vísperas; concluidas estas, se retiraban a sus casas, y
pocas horas después se volvían a juntar en la iglesia para hallarse presentes a
las Vigilias y a los maitines. Acabados los maitines, se iban a tomar algún
descanso, y después asistían a la misa solemne, y comulgaban en ella. Por la noche, durante la vigilia, se celebraba otra misa, y era
la que se llamaba missa vespertina, de la que se hace tan frecuente mención en
los sagrados cánones. A los fieles que no podían pasar la noche en la iglesia,
los exhortan mucho los santos padres que a lo menos la pasen en oración dentro
de sus casas, para santificar las vigilias de las mayores solemnidades.
Duraron por mucho
tiempo estas vigilias tan santamente instituidas; pero después se introdujeron
en ellas tantos abusos, que fué preciso prohibirlas a las personas legas. Primero se prohibieron a las mujeres
por el concilio de Elvira en España; pero el de Auxerre en Francia las prohibió
a todo el pueblo generalmente. San Bonifacio, obispo de Maguncia, se queja de aquellos
que, después del oficio de la noche, se iban a comer y a beber, profanando con
su intemperancia la santidad de las vigilias. No es lícito beber
después de la media noche, ni en la vigilia de Navidad, ni en las otras de las
fiestas más solemnes.
De todas ellas solo
conservó la Iglesia la referida vigilia de Navidad. No obstante, se continuó por largo
tiempo la de Pascua, hasta que, en fin, se suprimió enteramente, contentándose
con celebrar el oficio la mañana del sábado santo, como lo muestran aquellas
palabras del prefacio que se canta en la misa: In hac potissimum nocte; y el Exullet jam angélica turba coelorum, que antiguamente solo se cantaba a
media noche. Pero, aunque la Iglesia prohibió
dichas vigilias nocturnas, no por eso fué su intento privar a los fieles del
mérito que pueden tener, celebrando las de las mayores solemnidades. Fuera
del ayuno que intima en los días que las preceden, desea
que en estos mismos días se multipliquen las buenas obras, las penitencias y
las oraciones. Aunque siempre indulgente con sus hijos, cuando les
dispensa el velar, no les dispensa los saludables rigores de la mortificación. Quiere que se supla el silencio de la noche con el recogimiento
interior que se debe observar entre dia, y que se disponga el alma para
santificar el dia siguiente con devotos ejercicios, con aumento de fervor, con
la meditación y la oración. Ya en los primitivos tiempos de la Iglesia
se comenzaba a celebrar el domingo desde las vísperas del sábado, y todas las
demás fiestas solemnes desde sus primeras vísperas. Observad cuidadosamente
el ayuno,
dice san Ambrosio, porque es eficaz medio para celebrar la fiesta
con provecho.
Esta es la misa que se llamaba vespertina, porque no se separaba de las
vísperas, y aun se retiene hoy alguna memoria de esta antigua rúbrica el sábado
santo, en que las vísperas están como incorporadas con la misa.
Los
verdaderos fieles, dice
san Bernardo, que quieren celebrar en
espíritu y en verdad las fiestas de los santos, deben celebrar también sus
vigilias. Porque las vigilias se hicieron para que nos despabilemos, si acaso
estamos dormitando, amodorrados con algún pecado, o con alguna culpable
negligencia. Pasemos las vigilias, prosigue
el mismo santo, en ejercicios de devoción y de penitencia, si en el dia de la
fiesta queremos estar dispuestos para recibir las gracias que por los méritos y
por la intercesión de los santos derrama Dios en un corazón puro y preparado. Es cierto que, entre todas las
solemnidades de la Iglesia, después de los principales misterios de Jesucristo,
la que más nos interesa, y la más célebre es la fiesta de la Asunción de la santísima Virgen; esto es, aquella fiesta que celebra la santa Iglesia en honor
de haber sido milagrosamente elevada en cuerpo y alma a los cielos: fiesta no menos solemne en la iglesia
de Oriente que en la de Occidente, cuyo rito es el mismo que el de Navidad y el
de Pascua.
En el misal gótico todas las fiestas de la
Virgen se comprenden en la de su Asunción: Assumptio sanctæ Mariæ
matris Domini nostri. En
el leccionario galicano se llama por excelencia la
fiesta de santa María: Festivitas sanctæ Mariæ.
En el orden romano se
asigna en este dia una procesión solemne, que se dice instituida por el papa
Sergio en el séptimo siglo. Se celebraba de noche;
las calles estaban adornadas y las ventanas de las casas iluminadas con
faroles; se llevaba una imagen de la santísima Virgen, cantándose himnos en
honor suyo, y repitiéndose cien veces el Kyrie, eleison, y otras tantas el
Christe, eleison. En el sacramentarlo de san Gregorio el Magno, que ocupaba la silla apostólica en
el sexto siglo, se lee la vigilia de esta gran fiesta: Vigilia
Assumptionis beatæ Mariæ, con misa propia. El
papa Nicolao I,
que floreció en el siglo nueve, escribiendo a los búlgaros, habla de la vigilia de la Asunción como de costumbre
antigua, haciendo también mención de una cuaresma que precedía a esta
festividad; la que muchos santos y santas observaron después muy religiosamente,
y muchas comunidades religiosas observan aún en el dia de hoy para disponerse
mejor a celebrarla, como la cuaresma de la Iglesia es disposición para la
solemnidad de la resurrección del Señor. El gran padre
san Francisco y su hija santa Clara
se disponían para la fiesta de la Asunción con una
cuaresma de cuarenta y seis días, que comenzaban el último dia de ayuno. No
pide hoy tanto a los fieles la santa Iglesia; solamente los obliga a ayunar la
vigilia, y es el único ayuno de obligación que impone en todas las fiestas de
la Virgen. ¿Pues
qué se podrá pensar de los que sin justo motivo se dispensan en él? No se puede dudar, dice san Jerónimo, que todo lo que se hace en honra de la Madre
de Dios, cede en gloria de Jesucristo. “Abre María a todos los hombres, dice san Bernardo, su seno misericordioso, para recibirlos en él
como en seguro asilo. El cautivo halla en María su rescate; el enfermo, la
salud; el triste, el consuelo; el justo, la gracia; el pecador, la misericordia
y el perdón. En ella enviamos desde la tierra al cielo una abogada, continúa el
mismo padre, que, siendo madre de nuestro juez y madre de misericordia, tratará
eficazmente el negocio de nuestra salvación”. El que encontró a María, dice el sabio
Idiota, encontró en ella todo el
bien; porque no solo ama a los que la aman, sino que ella misma sirve a los que
la sirven. Este
es el concepto que tienen hecho todos los santos y todos los fieles verdaderos.
Si en los tres o cuatro primeros siglos de la iglesia se mostraron los santos
padres menos celosos, y al parecer un poco reservados en hablar de la devoción
a la Madre de Dios; y si los primeros cristianos no se dieron priesa a erigir
muchos templos en su honor, ni a celebrar con aparato sus festividades, fue
porque en aquellos tiempos temía prudentemente la Iglesia que los nuevos
fieles, como criados en las supersticiones de la idolatría, no tuviesen a la
Madre de Dios por alguna diosa, principalmente si se les hablara mucho de su
Asunción al cielo en cuerpo y alma, y de todas sus excelentes prerrogativas.
Adoraban los paganos una máquina de diosas, como madres de sus falsos dioses, y
era de recelar que los cristianos adorasen como tal a la Madre del verdadero
Dios; por lo que era razón proceder en este punto con tiento y con cautela. Por
la misma razón, había prohibido Dios a los israelitas tener imágenes de
escultura ni pintadas para adorarlas; porque era fácil que con esta ocasión se
deslizase en la idolatría un pueblo nacido y criado en Egipto entre tanta
multitud de ídolos. Sabemos la precaución con que se hablaba de la Eucaristía y
de la Trinidad en aquellos primeros tiempos de la Iglesia, en los cuales se
echaba mano de todo para hacer burla, y para desacreditar a los cristianos,
dando siempre la más maligna interpretación a nuestros más sagrados misterios.
Pero luego que cesaron las persecuciones, y se tuvo libertad para predicar
descubiertamente las mayores verdades de nuestra religión, sin temerse el
contagio de la idolatría, ¡con qué elocuencia, con qué franqueza y efusión de
corazón se extendieron los santos en las alabanzas de la Madre de Dios, y en el
culto que se debía a la santísima Virgen!
Entonces se publicaron sin miedo la gloria y
las maravillas de su admirable Asunción. ¡Cuántos templos se consagraron a Dios con
la advocación de su nombre! ¡cuántas fiestas se instituyeron en su honor! ¡qué
elogios tan magníficos no le tributaron para excitar a los pueblos y los
corazones a la confianza en María! No porque esta confianza
ni esta devoción no fuesen tan antiguas como la misma Iglesia; pues desde la
misma cruz la recomendó el Salvador a todos los fieles en la persona de san Juan, como dicen los padres, Ten continuamente el nombre de María en la
boca; grábale en el corazón,
dice san Bernardo; invócala, y ten en ella una entera confianza.
AÑO CRISTIANO
POR
EL P. J. CROISSET, DE LA CAMPAÑÍA DE JESÚS.