III
1. Hay que afligirse de los defectos con una
aflicción tranquila y valerosa. —
“No nos incomodéis ni asustéis al ver vivir
aún en vuestra alma todas las imperfecciones que me habéis contado; no, yo os
lo suplico; porque aunque hay que rechazarlas y detestarlas para enmendarse de
ellas, no hay que afligirse por eso con una aflicción enfadosa, sino con una
aflicción valerosa y tranquila que engendre un propósito bien firme y sólido de
corrección.”
“Hay
que huir del mal, pero es necesario que se haga apaciblemente, sin turbarnos; pues
de otro modo, al huir, podríamos caer y dar tiempo al enemigo para matarnos...
Hasta la penitencia hay que hacerla apaciblemente. He aquí, decía el gran
penitente, que mi muy amarga amargura está en paz. (Is., XXXIII, 17.)
“Nada
debe desagradarnos ni enfadarnos tanto como el pecado, pero aun
en
esto es necesario mezclar algo de júbilo y santo consuelo.”
“Quien sólo es de Dios, no se contrista nunca
sino de haber ofendido a Dios; y su tristeza, por eso, se pasa en una profunda,
pero tranquila y apacible humildad y sumisión, después de la cual se levanta uno
firme en la bondad divina, con dulce y perfecta confianza, sin disgusto ni
despecho.”
“En
suma: no os enfadéis, o a lo menos no os turbéis por haber sido turbados, no vaciléis
por haber vacilado, no os inquietéis por haber sido inquietados por esas pasiones
enfadosas; sino recobrad vuestro corazón y ponedle suavemente en las manos de
Nuestro Señor... Haciendo retornar tanto como podáis vuestro corazón a la tranquilidad
respecto de vosotros mismos, aunque os veáis tan miserables.”
Cuantas veces halléis vuestro corazón privado
de la dulzura, no hagáis sencillamente más que tomarle con las yemas de los
dedos y no apretándolo, es decir, no lo tratéis bruscamente... Hay que tener
paciencia consigo mismo y lisonjear a su corazón alentándole, y cuando esté bien
picado, refrenarle como al caballo con la brida y meterle firmemente en sí mismo,
sin dejarle correr tras sus sentimientos.”
“Tened un gran cuidado en no turbaros cuando
hayáis cometido cualquier falta, pero humillaos prontamente ante Dios, con una
humildad dulce y amorosa que os lleve a la confianza de recurrir inmediatamente
a su bondad, asegurándoos que os ayudará a enmendaros. Cuando cometáis algunas
faltas, cualesquiera que sean, pedid de ellas perdón suavemente a Nuestro
Señor, diciéndole que estáis bien seguro de que os ama bien y que os perdonará.
Y esto sencilla y dulcemente.”
EL
ARTE DE APROVECHAR NUESTRAS FALTAS. SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES. POR EL M. R.
P. JOSÉ TISSOT. OBRA DEL SIGLO XIX.