Las hijas tienen
respectivamente para con sus padres las tres principales obligaciones que dejamos
intimadas a los hijos, que son el honor, amor y reverencia, la obediencia en
todo lo justo que las manden, y el socorrerlos y asistirlos cuando los vieren
necesitados. Todo esto las obliga en su modo a las hijas como a los hijos, pues
con todos habla el divino precepto, que dice: Honrarás padre y madre.
Lo primero es, que las hijas desde sus
primeros años se críen humildes y respetuosas a sus padres, a imitación de la
Virgen santísima, que es la bendita entre todas las mujeres, y el Señor la
elevó a tan alta dignidad, porque atendió a la humildad de su corazon, como se
dice en e1 santo evangelio (Luc., I, 48).
Aprendan las hijas a dejarse enseñar de
sus madres con humilde y dócil corazon, considerando que la Virgen santísima se
dejaba enseñar de su santa madre aun en aquellas cosas que ya sabía; porque
estaba llena de sabiduría del cielo, como se dice en la divina historia de la
Mística Ciudad de Dios.
Muchas veces han de besar la mano las
hijas a su padre y a su madre, como también se dijo arriba de los hijos, y
especialmente en los tiempos despues de comer y cenar, y cuando salen o vuelven
fuera de casa. Este debido acto de humildad en reverencia de sus padres, lo han
de practicar todos los días de su vida, porque los tienen en lugar de Dios
nuestro Señor.
Otra virtud principal han de tener las
hijas desde su niñez, y es el ser silenciosas, vergonzosas, y de pocas
palabras, a imitación también de la Virgen santísima, cuyas palabras fueron tan
contadas y bien pensadas, como se infiere del santo evangelio.
De las mujeres habladoras y litigiosas
dice horrores la divina Escritura, como se contiene en los misteriosos
proverbios de Salomon. (Prov. XIX; v. 13)
La modestia, rubor natural, encogimiento y
discreto silencio son prendas muy estimables en las hijas; como al contrario,
la desenvoltura y audacia en ellas confunde a sus padres, según lo dice el
Espíritu Santo (Eccli., XXII, 5).
De las hijas virtuosas y vergonzosas dice
grandes excelencias la divina Escritura, y computa entre los felices y bien
afortunados a los hombres que han de vivir con ellas; porque son un tesoro muy
estimable en las mujeres esas principales condiciones.
Despues de, haber dicho el sabio Salomon
muchas y grandes excelencias de la mujer fuerte, concluye diciendo, que la
mujer temerosa de Dios es la que se ha de alabar en el mundo, porque su precio
es inestimable, y las buenas obras de sus manos dan testimonio de su persona
(Prov., XXXI, 30).
Entre las hijas, dice el Espíritu Santo,
hay una mejor que otra (Eccli., XXXVI, 23); y las madres virtuosas y diligentes
han de aspirar a que sus hijas sean las mejores; y las mismas hijas, como
principalmente interesadas, se han de dejar enseñar de sus madres con humilde
corazon.
Siempre las hijas han de estar al lado de
sus madres, porque asi lo dice un santo profeta, que los hijos vendrán de
lejos, y las hijas se levantarán del lado de su madre, que bien las cría: Filii
tui de longe venient, et filiae tuae de latere surgent; y con misterio se dice
que se levantarán, porque la buena fortuna de la hija consiste en no apartarse gamas
del lado de su madre.
Las hijas inquietas, que no saben estar
sosegadas en compañía de su madre dice el Espíritu Santo, que afrentarán la
casa de su padre, porque son origen de muchos males, que se atribuyen a su mala
crianza.
Cuál es la madre, asi es la hija, dice un
profeta santo (Ezech., XVI, 44); pero esta sentencia debe entenderse de las
hijas, que en todo siguen a sus madres, mas no de aquellas, que con virtud y
discreción saben distinguir entre el bien y el mal; y también sucede algunas
veces, que no basta la virtud de la madre para regular y componer a la hija.
Las hijas ventaneras son las que afrentan
a sus madres virtuosas, y nunca se prosperan, porque la inquietud y curiosidad
en las mujeres jóvenes a ninguno parece bien, y la muerte entra por las
ventanas, como lo dice llorando el profeta Jeremías (Jer, IX, 21).
Si Diná la hija de Lía se hubiera estado
al lado de su madre, y no se hubiera dejado llevar de la curiosidad, no hubiera
sido tan infeliz y desventurada como lo fue, según se refiere en la sagrada
Escritura. (Gen., XXXIV, Ver. 1 y ss.)
En todas sus acciones y modales han de ser
las hijas muy compuestas, porque según se dice en la Mística Ciudad de Dios, la
demasiada afabilidad en las mujeres está expuesta a muchos peligros; y de dos
extremos, mejor es que la mujer exceda en entereza y modestia, que en
afabilidad halagüeña, principalmente en el trato y conversación con los
hombres.
Hasta en el modo de andar han de ser bien
reguladas las hijas, y bien enseñadas de sus diligentes madres, porque dice un
proverbio, que en el modo de andar de la mujer se conoce su condición, y es
indicio de sus virtudes, y también de sus vicios (Prov., XX, 11).
El Espíritu Santo dice, que de la mujer
procede la iniquidad del varón; por lo cual deben criarse las hijas, y ellas
componerse con tan ejemplares modales en sus acciones, que nadie tome mal
ejemplo con ellas.
Los ojos de las mujeres jóvenes ocasionan
muchos escándalos, porque de ellos dice el Espíritu Santo, que son índices del
corazón (Eccli., XXVI, 24); por lo cual, si las hijas se crían poco modestas,
altaneras en su mirar, y disolutas en ojos, convendrá mucho que los padres las
corrijan desde su niñez, antes que tengan hábito en el vicio, y las hagan poner
los ojos en tierra, para que queden en una racional modestia.
En el sagrado libro del Eclesiástico se
dice, que la maldad de la mujer inmuta su cara, y solo con el aspecto exterior
disoluto da testimonio de su torpeza (Eccli., XXV, 44). Consideren esto las
hijas de pocos años, para que siquiera por su mismo crédito conserven el
encogimiento natural de modestia cristiana, de que resultará su mayor
estimación.
Tengan mucho cuidado de que sus vestiduras
sean siempre limpias y aseadas, y de esto tengan más que de preciosas y
profanas, porque lo primero cede en crédito de su propia habilidad, y lo
segundo da testimonio de su locura. En todo las convendrá atender al gusto
decente de sus padres; pero también será de cristiana edificación que sepan
distinguir los días y los tiempos, como lo hacía la insigne Judit (Judith, X,
5).
Jamás estén ociosas las hijas bien
criadas, porque con su labor en las manos dan glorioso ejemplo a cuantos las
atienden, y se libran de los vicios y ruindades que enseña a las criaturas la
perniciosa ociosidad.
Con más urgente razón se previene a las
hijas que nunca jamás hablen en secreto a ningún criado; porque de esto se
pueden seguir graves inconvenientes, envidias y recelos, que deben precautelar
mucho los virtuosos y honrados padres.
Hasta con sus hermanos han de portarse con
recato las hijas prudentes y virtuosas, y deben tener muy en la memoria la
desventura lamentable que la sucedió a Thamar con un hermano suyo en la casa de
su mismo padre (II Reg., XIII, 6).
La estimación de una mujer es muy
delicada; y si desde la casa de sus padres no la sacan muy constante, raras
veces se puede restaurar, porque es como la fractura del cristal, que tanto
tiene de precioso, como de frágil, y con un aliento se empaña. (Eccli., XLIII,
22, exp.)
La composición de las hijas en la iglesia
ha de ser más cuidadosa, no solo por la especial presencia del Señor, sí
también por atención a los ángeles, como dice el apóstol; y los ángeles son los
sacerdotes (I Cor., XI, 10).
Las hijas inquietas y vagas son infelices,
como dice la divina Escritura, y aunque en todas partes se nota su inquietud,
mas principalmente en el templo santo del Señor, donde los fieles concurren
para el mayor bien de sus almas, y no conviene que allí tengan la piedra del
escándalo, donde tropiecen y ofendan al altísimo Dios.