jueves, 29 de febrero de 2024

La esclavitud del rico y la libertad del pobre – Por San Juan Crisóstomo.

 




La esclavitud del rico.

 

   El rico es esclavo, expuesto como está a que se lo mate y blanco de todo el que lo quiera dañar; pero el que nada tiene, no tiene por qué temer una confiscación o la condenación de un tribunal. Si la pobreza quitara la libertad de palabra, no hubiera Cristo enviado pobres a sus discípulos para una misión que la exigía tan grande. Y es que el pobre es realmente muy fuerte, pues no tiene por dónde se lo dañe o se le haga mal. El rico, en cambio, es vulnerable por todos los costados. Es como quien llevara arrastrando muchas y largas cuerdas, que podrían ser asidas por cualquiera, mientras al desnudo no habría por dónde echarle mano. Así sucede aquí con el rico. Sus esclavos, su oro, sus campos, sus negocios infinitos, sus mil preocupaciones y percances y trances forzosos, son otros tantos asideros para todo el mundo. (Homilía XVIII, 2 y 3 – PG 63,136-8.)

 

La libertad del pobre.

 

   Nadie piense, pues, que la pobreza es motivo de ignominia. Si va acompañada de la virtud, toda la riqueza del mundo es, a su lado, un puñado de barro o de paja. Persigámosla, pues, si queremos entrar en el Reino de los Cielos. “Vende—nos dice el Señor— lo que tienes y dadlo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo” (Mt 19, 21). Y añade: “Difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos” (Mt 19, 23). Ya veis cómo, de no tenerla, hay que procurársela uno mismo. ¡Gran bien es la pobreza! Es mano que nos introduce en el camino que lleva al cielo, es unción de atletas, magno y admirable ejercicio, puerto de bonanza.

 “Pero yo —me dices— necesito muchas cosas y no quiero recibir favores de nadie.” Pues también en eso está el rico por debajo de ti. Porque acaso tú pidas el favor de la comida; pero él, por su avaricia, pide desvergonzadamente infinitas cosas. Así que de muchas cosas necesitan los ricos. Y no sólo muchas, sino, a menudo, indignas de ellos mismos; por ejemplo, a menudo tiene que apelar a soldados y esclavos. El pobre, empero, no tiene necesidad ni aun del emperador, y si sufre penuria, es por ello admirado, pues, pudiendo hacerse rico, aceptó voluntariamente ese estado.

 

“SERMONES”

 


miércoles, 28 de febrero de 2024

Mortificación del cuerpo – Por San Alfonso María de Ligorio.


 



   Muy sabia fue, según esto, la respuesta de aquel buen solitario de que habla el padre Rodríguez; maceraba tan extraordinariamente su cuerpo, que alguno le preguntó por qué lo castigaba tanto, y él respondió: “Atormento a quien me atormenta” y me quiera dar muerte. De igual modo respondió el abad Moisés cuando le reprendieron por su excesiva penitencia: “Que aflojen las pasiones y aflojaré yo”; que deje la carne de molestarme y dejaré yo de mortificarla.

 

Necesidad de la penitencia

   Si queremos, pues, salvarnos, y dar gusto a Dios, hay que reformar los gustos; debemos apetecer lo que rechaza la carne, y debemos rechazar lo que la carne apetece. Eso es lo que indicó un día el Señor a San Francisco de Asís: “Si quieres poseerme, toma lo amargo por dulce y lo dulce por amargo”.

   No se objete, como hacen algunos, que la perfección no consiste en mortificar el cuerpo, sino en contrariar la voluntad; a ésos les responde el padre Pinamonti: “Sin duda que la valla de zarzas no es el fruto de la viña; pero ella es la que guarda el fruto, y sin ella el fruto desaparecería”; como dice el Eclesiástico: Donde no hay cercado desaparecen los frutos.

   San Luis Gonzaga, aun siendo de quebrantada salud, tanta avidez tenía de mortificar su cuerpo, que su única preocupación era buscar mortificaciones y penitencias, y cuando alguien le dijo un día que no consistía en aquello la santidad, sino en la abnegación de la voluntad, respondió muy sabiamente con el Evangelio: Eso hay que hacer, pero no hay que omitir lo otro (Mt. 36, 27); con lo cual quería decir que, siendo lo más necesario la mortificación de la propia voluntad, no deja de ser necesaria la mortificación del cuerpo, para tenerlo a raya y sujeto a la razón. Por eso el Apóstol decía: Castigo mi cuerpo y Io trato como a un esclavo (1 Cor. 11,27). Si el cuerpo no está castigado, difícilmente se somete a la ley; por eso San Juan de la Cruz, hablando de algunos que no aman la mortificación, y, tomando aires de maestros del espíritu, desprecian la mortificación externa y disuaden de ella a los demás, escribió. “Si en algún tiempo le persuadiere alguno, sea o no prelado, doctrina de anchura y más alivio, no la crea ni la abrace, aunque se la confirme con milagros, sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas”.


“SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO”


lunes, 26 de febrero de 2024

Devoción a la Divina Providencia – Por el R. P. Antonio Donadoni. S. J.

 




    Devoción a la Divina providencia. Invocándola por medio de los Sagrados Corazones de Jesús y de María para alcanzar el remedio de toda especie de necesidades y para implorar su protección todos los días.

   Récese un Padrenuestro y Avemaria, y luego la siguiente:

 

ORACIÓN

     PROVIDENCIA divina, que elegiste al Sagrado Corazón de Jesús para fuente perenne de todos los bienes que concedes a los hombres, y a su Madre Santísima para dispensadora universal de ellos: a Ti recurro, animado de la confianza que me inspira la bondad paternal con que me has criado y me conservas, el amor con que ese mismo Corazón se ofreció a los tormentos y a la muerte por mí, y a la bondad con que esa Madre de misericordia me ha concedido tantos beneficios sin pretenderlos no aun conocerlos yo; concédeme, pues, lo que te pido si es para tu mayor gloria, honra y provecho de mi alma. Amén.

 

Díganse tres Avemarías, en reverencia del tránsito de la Santísima Virgen.

 

Oración a María Santísima

PARA LA HORA DE LA MUERTE

    ¡OH dulcísima Madre de misericordia! ¡Oh única esperanza de los pecadores! ¡Oh eficaz atractivo de nuestras voluntades! ¡Oh María, oh Reina, oh Señora! Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, recibe esas tres Avemarías que con afecto de mi corazón he rezado en honor de tu felicísimo tránsito, y por él te pido que en el trance y agonía de mi muerte, cuando, ya trastornados los sentidos, turbadas las potencias, quebrantada la vista, perdida el habla, levantado el pecho, postradas las fuerzas y cubierto el rostro con el sudor de la muerte, esté luchando con el terrible final del paroxismo, cercado de enemigos innumerables que procurarán mi condenación, y que estarán esperando que salga mi alma para acusarla de todas sus culpas ante el tremendo tribunal de Dios, allí, querida de nuestras almas; allí, única esperanza de nuestros corazones; allí, amorosísima Madre; allí, vigilantísima Pastora; allí, María, ¡oh dulce nombre!, allí, ampárame; allí, María, defiéndeme; allí asísteme como pastora a sus ovejas, como madre a sus hijos, como reina a sus vasallos; aquél es el punto de donde depende la salvación o la condenación eterna; aquél es el oriente que divide el tiempo de la eternidad; aquél es el instante en que se pronuncia la final sentencia que ha de durar para siempre, pues si me faltas entonces, ¿qué será de mi alma, cuando tantas culpas he cometido? No me dejes en aquel riesgo, no te retires en aquel horrible trance. Acuérdate, amabilísima Señora, que si Dios te eligió para Madre suya, fue para que fueses medianera entre Dios y los hombres; por tanto, debes ampararme en aquella hora, ¡oh María!, ¡oh segurísimo sagrado refugio mío!, pues puede ser que entonces no tenga fuerzas ni sentido para llamarte; desde ahora, como si ya estuviera en la última agonía, te llamo, desde ahora te invoco, desde ahora me acojo para librarme de los merecidos rigores del Sol de Justicia, Cristo, y desde ahora, como si ya agonizara, invoco tu dulcísimo nombre; y esto que ahora te digo, lo guardo para aquella hora; María, misericordia; María, piedad; María, clemencia; María, en tus manos santísimas encomiendo mi espíritu, para que por ellas pase al tribunal de Dios, donde intercedas por esta alma pecadora; en Ti confío, en Ti espero. Ya, yo voy a expirar; misericordia, Madre de mi corazón; misericordia, misericordia, María, misericordia. Amén.

 

Oración a Nuestra Señora de las Angustias

     ¡OH María, sin pecado concebida!

     Por los dolores que tu santísimo Hijo sufrió en la cruz por redimir nuestras culpas, vuelve a mí tus piadosos ojos, y escucha mis súplicas. Confiado en tu infinita bondad. Madre Santísima; me atrevo a dirigirte mis plegarias; no las desoigas, y consuela mis aflicciones en este valle de lágrimas y amarguras; te ofrezco un propósito firme de enmienda, Madre y Señora mía, porque a Ti te debo mucho, y soy tan pecador, que nada merezco. Estoy confiado en tu inefable bondad; y ¿cómo no reconocer tu grande misericordia y dedicarte los días que me restan de vida para amarte? Sí, Madre Santísima, no me abandones; dirige mis pasos, dame tu amparo y protección, líbrame de mis enemigos visibles e invisibles, de la maledicencia y la calumnia, e ilumina mi entendimiento para alabarte y bendecirte por tantos sacrificios como te debo. Amén.

 

“DEVOCIONARIO EN FAVOR DE LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO”


domingo, 25 de febrero de 2024

Especiales obligaciones de las hijas en la casa de sus padres – Por el R.P. Fray Antonio Arbiol – Año 1783.


 


Las hijas tienen respectivamente para con sus padres las tres principales obligaciones que dejamos intimadas a los hijos, que son el honor, amor y reverencia, la obediencia en todo lo justo que las manden, y el socorrerlos y asistirlos cuando los vieren necesitados. Todo esto las obliga en su modo a las hijas como a los hijos, pues con todos habla el divino precepto, que dice: Honrarás padre y madre.

     Lo primero es, que las hijas desde sus primeros años se críen humildes y respetuosas a sus padres, a imitación de la Virgen santísima, que es la bendita entre todas las mujeres, y el Señor la elevó a tan alta dignidad, porque atendió a la humildad de su corazon, como se dice en e1 santo evangelio (Luc., I, 48).

     Aprendan las hijas a dejarse enseñar de sus madres con humilde y dócil corazon, considerando que la Virgen santísima se dejaba enseñar de su santa madre aun en aquellas cosas que ya sabía; porque estaba llena de sabiduría del cielo, como se dice en la divina historia de la Mística Ciudad de Dios.

     Muchas veces han de besar la mano las hijas a su padre y a su madre, como también se dijo arriba de los hijos, y especialmente en los tiempos despues de comer y cenar, y cuando salen o vuelven fuera de casa. Este debido acto de humildad en reverencia de sus padres, lo han de practicar todos los días de su vida, porque los tienen en lugar de Dios nuestro Señor.

     Otra virtud principal han de tener las hijas desde su niñez, y es el ser silenciosas, vergonzosas, y de pocas palabras, a imitación también de la Virgen santísima, cuyas palabras fueron tan contadas y bien pensadas, como se infiere del santo evangelio.

     De las mujeres habladoras y litigiosas dice horrores la divina Escritura, como se contiene en los misteriosos proverbios de Salomon. (Prov. XIX; v. 13)

     La modestia, rubor natural, encogimiento y discreto silencio son prendas muy estimables en las hijas; como al contrario, la desenvoltura y audacia en ellas confunde a sus padres, según lo dice el Espíritu Santo (Eccli., XXII, 5).

     De las hijas virtuosas y vergonzosas dice grandes excelencias la divina Escritura, y computa entre los felices y bien afortunados a los hombres que han de vivir con ellas; porque son un tesoro muy estimable en las mujeres esas principales condiciones.

     Despues de, haber dicho el sabio Salomon muchas y grandes excelencias de la mujer fuerte, concluye diciendo, que la mujer temerosa de Dios es la que se ha de alabar en el mundo, porque su precio es inestimable, y las buenas obras de sus manos dan testimonio de su persona (Prov., XXXI, 30).

     Entre las hijas, dice el Espíritu Santo, hay una mejor que otra (Eccli., XXXVI, 23); y las madres virtuosas y diligentes han de aspirar a que sus hijas sean las mejores; y las mismas hijas, como principalmente interesadas, se han de dejar enseñar de sus madres con humilde corazon.

     Siempre las hijas han de estar al lado de sus madres, porque asi lo dice un santo profeta, que los hijos vendrán de lejos, y las hijas se levantarán del lado de su madre, que bien las cría: Filii tui de longe venient, et filiae tuae de latere surgent; y con misterio se dice que se levantarán, porque la buena fortuna de la hija consiste en no apartarse gamas del lado de su madre.

     Las hijas inquietas, que no saben estar sosegadas en compañía de su madre dice el Espíritu Santo, que afrentarán la casa de su padre, porque son origen de muchos males, que se atribuyen a su mala crianza.

     Cuál es la madre, asi es la hija, dice un profeta santo (Ezech., XVI, 44); pero esta sentencia debe entenderse de las hijas, que en todo siguen a sus madres, mas no de aquellas, que con virtud y discreción saben distinguir entre el bien y el mal; y también sucede algunas veces, que no basta la virtud de la madre para regular y componer a la hija.

     Las hijas ventaneras son las que afrentan a sus madres virtuosas, y nunca se prosperan, porque la inquietud y curiosidad en las mujeres jóvenes a ninguno parece bien, y la muerte entra por las ventanas, como lo dice llorando el profeta Jeremías (Jer, IX, 21).

     Si Diná la hija de Lía se hubiera estado al lado de su madre, y no se hubiera dejado llevar de la curiosidad, no hubiera sido tan infeliz y desventurada como lo fue, según se refiere en la sagrada Escritura. (Gen., XXXIV, Ver. 1 y ss.)

     En todas sus acciones y modales han de ser las hijas muy compuestas, porque según se dice en la Mística Ciudad de Dios, la demasiada afabilidad en las mujeres está expuesta a muchos peligros; y de dos extremos, mejor es que la mujer exceda en entereza y modestia, que en afabilidad halagüeña, principalmente en el trato y conversación con los hombres.

     Hasta en el modo de andar han de ser bien reguladas las hijas, y bien enseñadas de sus diligentes madres, porque dice un proverbio, que en el modo de andar de la mujer se conoce su condición, y es indicio de sus virtudes, y también de sus vicios (Prov., XX, 11).

     El Espíritu Santo dice, que de la mujer procede la iniquidad del varón; por lo cual deben criarse las hijas, y ellas componerse con tan ejemplares modales en sus acciones, que nadie tome mal ejemplo con ellas.

     Los ojos de las mujeres jóvenes ocasionan muchos escándalos, porque de ellos dice el Espíritu Santo, que son índices del corazón (Eccli., XXVI, 24); por lo cual, si las hijas se crían poco modestas, altaneras en su mirar, y disolutas en ojos, convendrá mucho que los padres las corrijan desde su niñez, antes que tengan hábito en el vicio, y las hagan poner los ojos en tierra, para que queden en una racional modestia.

     En el sagrado libro del Eclesiástico se dice, que la maldad de la mujer inmuta su cara, y solo con el aspecto exterior disoluto da testimonio de su torpeza (Eccli., XXV, 44). Consideren esto las hijas de pocos años, para que siquiera por su mismo crédito conserven el encogimiento natural de modestia cristiana, de que resultará su mayor estimación.

     Tengan mucho cuidado de que sus vestiduras sean siempre limpias y aseadas, y de esto tengan más que de preciosas y profanas, porque lo primero cede en crédito de su propia habilidad, y lo segundo da testimonio de su locura. En todo las convendrá atender al gusto decente de sus padres; pero también será de cristiana edificación que sepan distinguir los días y los tiempos, como lo hacía la insigne Judit (Judith, X, 5).

     Jamás estén ociosas las hijas bien criadas, porque con su labor en las manos dan glorioso ejemplo a cuantos las atienden, y se libran de los vicios y ruindades que enseña a las criaturas la perniciosa ociosidad.

     Con más urgente razón se previene a las hijas que nunca jamás hablen en secreto a ningún criado; porque de esto se pueden seguir graves inconvenientes, envidias y recelos, que deben precautelar mucho los virtuosos y honrados padres.

     Hasta con sus hermanos han de portarse con recato las hijas prudentes y virtuosas, y deben tener muy en la memoria la desventura lamentable que la sucedió a Thamar con un hermano suyo en la casa de su mismo padre (II Reg., XIII, 6).

     La estimación de una mujer es muy delicada; y si desde la casa de sus padres no la sacan muy constante, raras veces se puede restaurar, porque es como la fractura del cristal, que tanto tiene de precioso, como de frágil, y con un aliento se empaña. (Eccli., XLIII, 22, exp.)

     La composición de las hijas en la iglesia ha de ser más cuidadosa, no solo por la especial presencia del Señor, sí también por atención a los ángeles, como dice el apóstol; y los ángeles son los sacerdotes (I Cor., XI, 10).

     Las hijas inquietas y vagas son infelices, como dice la divina Escritura, y aunque en todas partes se nota su inquietud, mas principalmente en el templo santo del Señor, donde los fieles concurren para el mayor bien de sus almas, y no conviene que allí tengan la piedra del escándalo, donde tropiecen y ofendan al altísimo Dios.

jueves, 22 de febrero de 2024

EL ARTE DE APROVECHAR NUESTRAS FALTAS SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES. POR EL M. R. P. JOSÉ TISSOT. Cuarto Superior general de los Misioneros de San Francisco de Sales.

 




PRIMERA PARTE.

CAPÍTULO PRIMERO.

 

II

   1. Sin un privilegio especial, el hombre no puede evitar todos los pecados veniales. —En efecto: la fe nos enseña que las malas inclinaciones viven en nosotros, al menos en germen, hasta la muerte, y que ninguno puede, sin un privilegio especial, tal como el que la Iglesia reconoce en la Virgen Santísima, evitar todos los pecados veniales, por lo menos los indeliberados. Con frecuencia nos olvidamos en la práctica de esta doble tesis, y bueno será que la oigamos desarrollar por nuestro amable Santo en su sencillo e inimitable lenguaje:

   “No pensemos, mientras estemos en esta vida, poder vivir sin cometer imperfecciones, pues no es posible, ya seamos superiores o ya seamos inferiores, porque somos todos hombres y, por tanto, todos tenemos necesidad de creer esta verdad como muy segura, a fin de que no nos asombremos de vernos todos sujetos a imperfecciones. Nuestro Señor nos ha ordenado decir todos los días estas palabras que están en el Padrenuestro: Perdónanos nuestras deudas, asi como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no hay excepción en este mandamiento, porque todos tenemos necesidad de cumplirlo” (Conferencia XVI. De las aversiones.)

   El amor propio puede estar mortificado, pero no muere nunca; por eso, de tiempo en tiempo produce retoños en nosotros que dan testimonio de que, aunque esté cortado por el pie, no está desarraigado... No debemos en ningún modo extrañarnos de encontrar en nosotros el amor propio, aunque no se mueva. Duerme algunas veces como un zorro, que de repente se arroja sobre las gallinas; por esto es necesario velar con constancia sobre él y defenderse de él con paciencia y suavidad. Que si algunas veces nos hiere, desdiciendo lo que nos ha hecho decir o desautorizando lo que nos ha hecho hacer, estamos curados..., curados, pero temporalmente, hasta que se declaren nuevas enfermedades, pues “nunca estaremos perfectamente curados hasta que nos hallemos en el paraíso”—añade nuestro Santo—, y durante esta vida, cualquiera que sea nuestra buena voluntad, “es necesario tener paciencia, por ser de naturaleza humana y no de la angélica”, y resolvernos a vivir, según la expresión de un ilustre asceta, “como incurables espirituales” (Carta 333.)

miércoles, 21 de febrero de 2024

TENTACIONES – Por Cornelio Á Lápide. (Parte 3 y final)

 




Pueden vencerse las tentaciones con el auxilio de Dios.

 

   Si Dios está por nosotros, ¿quién con ventaja luchará contra nosotros? dice el gran Apóstol: (Rom. VIII. 31). Todo lo puedo en el que me mortifica: (Philipp,  IV. 13).

   Dios nos asiste en lo fuerte del combate. El que da la voluntad, da el poder para ser cooperadores de sus obras; y podemos decir con el Salmista: Dios es mi luz y mi salvador; ¿a quién he de temer? Dios es el protector de mi vida; ¿quién me hará temblar? (XXVI. 1).

   Deseo, dice el gran Apóstol a los corintios, que no os sucedan más que tentaciones humanas y ordinarias. Dios es fiel, y no sufrirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que hará también que salgáis de la tentación para que podáis permanecer firmes: (I, X. 13).

   Todas las naciones, dice el Real Profeta, se han armado contra mí; y en nombre del Señor venceré: Se han arrojado sobre mí como un enjambre de abejas: y en nombre del Señor venceré: Mis enemigos me han empujado para precipitar mi caída; pero el Señor me ha sostenido: El Señor es mi fuerza y mi gloria, y ha venido a ser mi salvador: Gritos de alegría y de victoria resuenan en la tienda de los justos: La diestra del Señor ha desplegado su fuerza la diestra del Señor me ha llevado, la diestra del Señor ha señalado su poder: (Psal. CXVII. 10)

   Marchareis, dice en otra parte el mismo profeta, sobre el áspid y el basilisco, y humillareis a vuestros pies al león y al dragón: (XC. 13).

   No tenemos un pontífice que no pueda participar de nuestras enfermedades, dice el gran Apóstol, sino un pontífice que ha sido tentado y experimentado en todo para ser semejante a nosotros, si se exceptúa que está libre del pecado: (Hebr. IV. 15).

   El Señor, dice el apóstol San Pedro, sabe librar a los justos de  tentaciones: (II. II. 9). Son Noé, Lot, Abraham, Jacob, José. Moisés, David, Susana, Daniel, Esther y Mardoqueo, Judith, Jael, Tobías, Judas Macabeo, Pedro, etc...

   Con razón, dice el Salmista: Grandes tentaciones están reservadas a los justos; pero el Señor los librará de todos los males: (XXXIIL 20).

   Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, dice el Rey Profeta; en las tentaciones hemos encontrado en él un poderoso auxilio. Por esto estamos sin temor aun cuando la tierra se turbase, y aun cuando las montañas cayesen en  medio del mar: (XLV. 1-2).

   Los soldados de Jesucristo no son menos victoriosos de las tentaciones huyendo, que sosteniendo el choque y quedándose firmes en el terreno. Dios, dice el Salmista, es mi ciudadela delante de mis enemigos: (LX 3).

   Levántese Dios, exclama, y disípense sus  enemigos; huyan de su presencia los que le aborrecen: (LXVII. 1). Asi  como se desvanece el humo y la cera se derrite delante de la llama, desaparecen los perseguidores delante del Señor: (LXVII 2). Queden estos tentadores cubiertos de confusión y de vergüenza, ellos que atacan a mi  alma: huyan y avergüéncense los que quieren mi ruina: (LXLX. 3-1).

   Aun cuando ejércitos enteros se acampasen al rededor mío, mi corazon no temería, dice el Salmista. Aun cuando se diese la señal del combate, me estremecería de esperanza. El Señor me ha establecido sobre una peña, y me ha elevado sobre mis enemigos: (XXVI 3-4).

   Bajo vuestra guardia, o Dios mío, atravesaré los campos enemigos; con vos atravesaré las murallas: (Psal. XVII. 30).

   ¿Quién es el fuerte, si no es nuestro Dios, el Dios que me ha revestido de fuerza? Ha instruido mis manos para el combate, y ha armado mi brazo con un arco de bronce. Perseguiré a mis enemigos, los alcanzaré, y no volveré sino después de haberlos visto derrotados. (Psal. XVII).

   Al hallarse David en presencia del gigante Goliat, le dijo: Vienes hacia mí  con la espada, la lanza y el escudo: pero yo vengo hacia ti en nombre del Señor de los ejércitos. Y hoy el Señor te hará caer bajo mi mano, y te heriré, y te cortaré la cabeza. (1. Reg. X V II. 45-46).

 

   A si es, dice San Agustín, y no de otra manera, y jamás de otra manera, como le derrota al enemigo. EI que pretende combatir con sus propias fuerzas, está ya vencido aun antes de empelar el combate: (De Morib.)

   Confía en Dios, él te librará, dice el Eclesiástico (II. 6).

   Señor, exclama Ezequías, mis enemigos me oprimen, respóndeles por mí: (Isai. XXXVIII. 14).

 

 

“Tesoros de Cornelio Á Lápide”

 

 


sábado, 17 de febrero de 2024

TENTACIONES – Por Cornelio Á Lápide. (Parte 2)




La tentación es una prueba que distingue al bueno del malo.

 

   La Escritura compara la tentación a un tamiz. (Luc. XXII. 31). El tamiz separa el trigo del mal grano y de la paja; el buen grano se queda, el grano malo cae y desaparece; asi los verdaderos fieles, los justos resisten a las tentaciones, mientras que los cobardes, los pecadores y los impíos sucumben y caen en el infierno...

 

Hay varias clases de tentaciones: son frecuentes y muchas veces terribles.

 

   Las tentaciones se suceden como las olas a las olas, los vientos a los vientos, el eslabón de una cadena a otro eslabón; y muchas veces se experimentan varias tentaciones a la vez...

 

   La tentación comprende también las aflicciones, las tribulaciones y las pruebas...

 

   La prosperidad es también una tentación peligrosa; la elevación, el honor y la alabanza son tentaciones terribles... (Nuestra nota: cuidado querido hermano con estas tentaciones, tan comunes en estas épocas, tentaciones de las cuales ya ni se hablan ni se predican contra ellas)

 

Hay tentaciones del demonio, del mundo y de la carne...

   Se llama propiamente tentación todo lo que incita  al hombre al pecado...

 

   Hay tentaciones que no hacen cometer más que un solo pecado; otras hacen cometer muchos a la vez, como la tentación de Adán y de Eva, que contenía en sí el orgullo, el descontento, la curiosidad, la fe en las palabras de la serpiente, la desobediencia y la gula.

 

   Siempre que hemos vencido a semejantes enemigos, dice San Gregorio, hemos de estar necesariamente dispuestos a vencer a otros. (In Job.)

 

   Dice el Apocalipsis que el dragón, es decir, Satanás, se fué, lleno de rabia, dispuesto a hacer una guerra cruel e incesante. (XII. 17).

 

Cobardía, mentira, habilidad, promesas, furor, crueldad y malicia, todo lo emplea el maligno espíritu...

 

   Cuando solo, o con todas sus legiones, no puede triunfar, Satanás llama en su auxilio a los demonios encarnados, es decir, a los escandalosos y corruptores... Llama en su auxilio a las tres concupiscencias de que habla San Juan. (1San Juan. II. 16).

 

Necesidad de las tentaciones.

 

   Nuestra vida en este destierro no puede pasar sin tentaciones, dice San Agustín porque nuestro adelanto espiritual se verifica por la tentación; no podemos conocernos sino por la tentación; no podemos ser coronados sin haber vencido; no podemos vencer sin combate, y no podemos combatir sin enemigos ni tentaciones.

 

   No hay victoria sin combate, dice San Cipriano. (Lib. de Mortalitate).

 

   No hay grandes obras de virtud sin las pruebas de las tentaciones, dice San León; la fe se confirma con las agitaciones, no hay combate sin enemigo, y no hay victoria sin llegar a las manos. Si queremos triunfar, es preciso combatir.

 

   Soldados de Jesucristo, sois  demasiado delicados, dice San Crisóstomo, si creéis vencer sin lucha y triunfar sin batiros. (Serm de Mart.)

 

   El humo precede a la llama, dice San Crisóstomo; y el combate procede a la victoria antes  del triunfo de Jesucristo en el último día, habrá la tentación del Anticristo. (Serm de Mart.)

 

   Porque erais agradable al Señor, dijo el ángel a Tobías, ha sido preciso que fuéseis experimentado por la tentación. (Tob. XII. 13).

 

   El reino de los Cielos sufre violencia, dice Jesucristo, y sólo por violencia puede arrebatarse. (Mateo. XI. 12).

 

   Por muchas tentaciones hemos de entrar en el reino de Dios, dice el gran Apóstol. (Act. XIV. 21).

 

El verdadero valor y la verdadera fuerza, consisten en vencer las tentaciones.

 

   ¿Quién es poderoso y valiente? El qne combate las tentaciones y las vence...

 

   El bienaventurado Pablo. Dice San Crisóstomo, veía cada día que montañas de tentaciones se desplomaban sobre él, y se alegraba, se conducía como si se hubiese hallado en medio del Paraíso.

 

   El mejor y el más grande de los reyes es el que puede mandar a sus pasiones, dice Sócrates. Heroísmo en vencer las tentaciones... Hay vergüenza y cobardía en dejarse vencer...

 

 

“Tesoros de Cornelio Á Lápide”

 

viernes, 16 de febrero de 2024

MEDITACIÓN EL MUNDO ES UN GRAN LIBRO.



I. El mundo es un gran libro en el cual San Antonio aprendió a amar a Dios y Santa Juliana a conocerlo. En este libro hay creaturas que nos representan la bondad de Dios. El sol y la luna nos alumbran, la tierra nos da frutos y flores para nuestro alimento y nuestro recreo. Consideremos estas creaturas, y demos gracias a Dios que nos las dio como otras tantas prendas de su amor. ¡Ah! si la tierra nos ofrece a la vista tantas cosas admirables, ¿qué delicias no nos reservará el cielo? Si el destierro es tan hermoso, ¿cuánto no la será la patria? (San Agustín).

 

II. Al lado de esas creaturas tan admirables, hay otras, en el mundo, que nos molestan y nos incomodan. Si en ocasiones ponen a prueba tu paciencia, agradece a Dios que te recuerda, por este medio, que estás en un lugar de destierro y no en tu patria. Sufre con paciencia, diciéndote a ti mismo: Si tanto hay que sufrir en este mundo, ¡cuáles no serán los tormentos de los condenados en el infierno!

 

III. Considera que en la tierra todo es pasajero, que en el cielo todo es eterno. Los hombres mueren, cambian las estaciones, sucédense los imperios, el mundo pasa, y tú también como él: tu vida y tus placeres huyen, lo que ves no es sino belleza fugitiva o, mejor dicho, un ligero rayo de la belleza permanente y eterna de Dios (Tertuliano).

 

La consideración de las obras de Dios.

Orad por la conversión de los infieles.