martes, 18 de diciembre de 2018

“La intercesión individual y social de Nuestra Señora” – Tomado de las obras del CARDENAL PIE, comentarios a cargo del Padre Alfredo Sáenz S. J.




   En varios de los sermones donde comparece la figura de Nuestra Señora, Mons. Pie destaca su carácter de abogada, “madre de la santa esperanza”. La entera tradición de los Padres y Doctores coincide en que el amor a María es una señal, la más cierta, de predestinación. La salvación depende de la caridad, y Nuestra Señora es la madre del amor hermoso, mater pulchrae dilectionis (Eccli 24, 24). Al engendrar a Cristo, dio a luz al amor divino encarnado, convirtiéndose en madre de la caridad y del amor hermoso en cuanto principio general. Pero lo es también con respecto al nacimiento particular de la caridad en el corazón de cada uno de los hombres.

   La intercesión salvadora de María no se limita tan sólo al plano personal. Es ella también la que mejor conducirá el mundo entero a Dios, la que llevará de nuevo a las naciones hasta el corazón de Jesucristo. A una sociedad desde hace tanto tiempo mutilada, o mejor, decapitada, no será sino ella quien le devolverá su verdadera cabeza, que es Cristo.

   Nuestra Señora será la mejor consoladora de los buenos en su combate por la realeza social de su Hijo. La debilidad, observa Pie, se advierte por doquier, en los individuos, en los pueblos, e incluso entre los mismos católicos. Es cierto que el número de los perversos es ingente, mucho mayor que en otras épocas. Sin embargo, los malvados constituyen un pequeño número en comparación con los débiles. Y lo que resulta espantoso es que la debilidad está en las inteligencias más aún que en las voluntades y en el carácter; o mejor, las voluntades están sin fuerza, sin decisión, porque las inteligencias carecen de luz, de convicción. “Nuestro tiempo tiene la pretensión de ser el tiempo de los espíritus fuertes; la historia lo llamará el tiempo de los espíritus débiles. La «pusilanimidad», tal es justamente la palabra adecuada. Las almas son pequeñas, sin altura, sin amplitud, sin anchura, sin profundidad; carecen de firmeza, de consistencia.”

   Pues bien, frente al espectáculo de esta multitud de cobardes, Pie clama con toda su alma: Sancta María, juva pusillanimes (Santa María, ayuda a los pusilánimes), pidiéndole que venga en ayuda de este mundo de apocados. Ella, que ha dado a luz al Verbo, que es el poder y la sabiduría de Dios (cf. 1 Cor 1, 24), hará que Cristo habite por la fe en nuestros corazones (cf. Ef 3, 17); y “un alma ya no es pequeña, ya no es estrecha, ya no es débil; es grande, es amplia, es fuerte cuando lleva a Cristo en sí misma”.

   Asimismo suplica Pie a Nuestra Señora: refove flebiles (reanima a los desanimados), refiriéndose a los católicos decaídos. “¿Qué hacemos desde hace varios años sino lanzar suspiros?”. La lucha es por cierto sumamente ardua; el mundo se goza -mundus gaudebit- y nosotros gemimos -vos autem contristabimini (Job 16,20)-; de ahí que sea más necesario que nunca tener aliento largo para soportar y para sufrir con paciencia. No en vano dijo Cristo: “Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados” (Mt 5, 5). Y ninguno mejor que Nuestra Señora para consolar abundantemente a los que lloran en la batalla.

   Que socorra también a los desgraciados -sucurre miseris-, es decir, al mundo entero. “Yo sé que los que inventaron la deificación de la humanidad no toleran que se dude de su satisfacción y de su bienestar. La divinidad no es compatible con la miseria; y si el mundo es Dios, resulta lógico proclamar que el mundo es feliz. Pero la respuesta a esta pretensión está escrita en los libros santos: «Pueblo mío, dice el Señor, los que te declaran bienaventurado», por tanto, los que te deifican, «ésos te engañan»: Popule meus, qui te beatum dicunt, ipsi decipiunt (Is 3, 12).” El mundo moderno es profundamente desgraciado, aunque se esmere por afirmar lo contrario. Los más infelices de todos son los que no sienten su infelicidad, los que se pavonean en su desamparo. La mayor calamidad de nuestro tiempo es que los hombres modernos “siendo realmente desgraciados, miserables, pobres, ciegos, desnudos, se jactan de ser ricos y opulentos, de estar provistos de todo (cf. Ap. 3, 17) [...] Oh María, ven en ayuda de estos infortunados que no tienen conciencia de su propia miseria; ábreles los ojos sobre ellos mismos: Sucurre miseris”.

   Que socorra finalmente a los restos supérstites de la Cristiandad: Ora pro populo (Ruega por tu pueblo). En el lenguaje de la Iglesia, observa Pie, el pueblo fiel no es sólo un grupo de individuos, sino el concierto de las naciones cristianas, la “respublica christiana”, aquello que David había profetizado al hablar de la unión entre los pueblos y los reyes al servicio de un único Señor: In conveniendo papulos in unum et reges ut serviant Domino (“Encontrándose pueblos y reyes para servir al Señor”, Ps 101, 23). Pues bien, a pesar de que Cristo sea ese Rey en torno al cual deben congregarse los pueblos y sus reyes respectivos, hoy existen pueblos infieles, naciones apóstatas, y los hombres de nuestro siglo no sólo se glorían de haber extirpado el cristianismo social, sino que intentan destruir incluso su clave de bóveda, para que no quede siquiera el recuerdo de la antigua Cristiandad. Frente a todo esto, Sancta María, ora pro populo, ruega por la Cristiandad, por los restos del mundo cristiano.


“El CARDENAL PIE. Lucidez y coraje al servicio de la verdad”

Padre Alfredo Sáenz S.J. Serie “Héroes y Santos”

GLADIUS
Buenos Aires
2007

lunes, 3 de diciembre de 2018

San Francisco Javier, confesor. — 3 de diciembre. (+1552)





   San Francisco Javier, ornamento de la Compañía de Jesús, gloria de su nación, taumaturgo de estos últimos siglos, apóstol de las Indias y del Japón, admiración de todas las naciones, era navarro y descendía de los reyes de Navarra. Escogióle el Señor para resucitar en el siglo XVI, que fué el de las herejías, todos los prodigios y gracias de los apóstoles. Inclinado a las letras y al estudio de la sabiduría, pasó a la universidad de París, donde graduado de maestro en artes, enseñó filosofía en aquella universidad, con grande aprobación y aplauso de sus discípulos. Fue compañero del beato Pedro Fabro, y los dos lo fueron de san Ignacio de Loyola en la fundación de la Compañía de Jesús. Con deseo de visitar los santos Lugares, pasó a Venecia: y frustrado el viaje a Jerusalén, recorrió varias ciudades de Italia predicando y dando ejemplos de heroica humildad y mortificación.

   Fué designado para anunciar el Evangelio a las tierras de la India descubiertas por los portugueses, y pasó allá con el título y autoridad de Nuncio apostólico, que le dio Paulo III. Llegado a Goa después de una larga y penosísima navegación, se dio del todo al trabajo apostólico, recorriendo a pie, y a veces descalzo, aquellas vastísimas regiones, y navegando a todas las islas de la Oceanía en que residían portugueses. Cuando entre los oyentes los había de varias lenguas, cada uno oía a Javier como si le hablase en la suya natural: y sucedió algunas veces que haciéndole muchos a la vez preguntas sobre la doctrina, o por no entenderla bien o por dudar de ella, Javier con una sola respuesta satisfacía a todas las preguntas.

   Lo que daba especial eficacia a su predicación eran los numerosos milagros que hacía, sanando enfermos, librando de peligros, calmando los mares embravecidos y los vientos tempestuosos, haciendo retroceder ejércitos enteros de bárbaros enemigos, descubriendo lo más oculto de los corazones, anunciando lo que estaba por venir, resucitando muertos, y acompañando todas estas maravillas con la no menor de sus apostólicas virtudes, el celo, la paciencia, la mansedumbre, la humildad, la misericordia con los desgraciados, el respeto a los superiores, la caridad con los iguales, la afabilidad con los inferiores.

   Tuvo noticia del Japón recientemente descubierto por los portugueses, y al momento voló allá, exponiéndose a mil peligros: y con los ejemplos de sus virtudes y las maravillas que hemos dicho, plantó la fe en aquellos reinos, cuyos moradores la abrazaron con tal fervor, que semejaban los primeros cristianos convertidos por la predicación de los apóstoles.

   Establecidas aquellas cristiandades y dejados en ellas ministros que las cultivasen, volvió él a Malaca, donde supo que se había descubierto la China; y se dirigió allá a predicar a Cristo. Llegado a Sancián, isla cercana al continente chino, alegre con la vista de la tierra y con la esperanza de nuevos triunfos, dióse el Señor por satisfecho de sus trabajos y lo llamó al descanso eterno.

   Reflexión: El recuerdo de Javier trae a la memoria millones de almas convertidas por su celo. ¡Oh! ¡Cuánto amó y estimó el Hijo de Dios las almas! ¡La caridad nos habría de estar siempre solicitando y compeliendo a trabajar por salvarlas! Que no se puede sufrir que muera Dios por un alma y que la veamos irse a perder y a caerse en el infierno y que la podamos ayudar y no lo hagamos: esto no lo puede sufrir la caridad.

   Oración: Oh Dios, que por la predicación y milagros de san Francisco Javier, te dignaste agregar a tu Iglesia los pueblos de las Indias; concédenos benigno, ya que veneramos los gloriosos merecimientos de sus virtudes, que también imitemos sus ejemplos. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.

“FLOS SANCTORVM”