martes, 28 de febrero de 2017

DE LA CUARESMA (Catecismo Mayor de San Pío X)




¿Qué es la CUARESMA?
—La Cuaresma es un tiempo de ayuno y penitencia instituido por la Iglesia por tradición apostólica.

¿Con qué fin ha sido instituida la Cuaresma?
—La Cuaresma ha sido instituida:
1) para darnos a entender la obligación que tenemos de hacer penitencia todo el tiempo de nuestra vida, de la cual, según los Santos Padres, es figura la Cuaresma;
2) para imitar en alguna manera el riguroso ayuno de cuarenta días que Jesucristo practicó en el desierto;
3) para prepararnos con la penitencia para celebrar santamente la Pascua.

¿Por qué el primer día de Cuaresma se llama día de CENIZA?
— El primer día de Cuaresma se llama día de Ceniza porque en este día pone la Iglesia sobre la cabeza de los fieles la sagrada Ceniza.

¿Por qué la Iglesia impone la sagrada Ceniza al principio de la Cuaresma?
—La Iglesia, al principio de la Cuaresma, acostumbra poner la sagrada Ceniza para recordarnos que estamos compuestos de polvo y que al polvo hemos de reducirnos con la muerte, y así nos humillemos y hagamos penitencia por nuestros pecados, mientras tenemos tiempo.

¿Con qué disposiciones hemos de recibir la sagrada Ceniza?
—Hemos de recibir la sagrada Ceniza con un corazón contrito y humillado, y con la santa resolución de pasar la Cuaresma en obras de penitencia.

¿Qué hemos de hacer para pasar bien la Cuaresma según la mente de la Iglesia?
—Para pasar bien la Cuaresma según la mente de la Iglesia hemos de hacer cuatro cosas:

1) guardar exactamente el ayuno y la abstinencia, y mortificarnos no sólo en las cosas ilícitas y peligrosas, sino también en cuanto podamos en las lícitas, como sería moderándonos en las recreaciones;
2) darnos a la oración y hacer limosnas y otras obras de cristiana piedad con el prójimo más que de ordinario;
3) oír la palabra de Dios, no ya por costumbre o curiosidad, sino con deseo de poner en práctica las verdades que se oyen;
4) andar con solicitud en prepararnos a la confesión para hacer más meritorio el ayuno y disponernos mejor a la Comunión pascual.

¿En qué consisten el ayuno y la abstinencia?
—El ayuno consiste en no hacer más que una sola comida al día, y la abstinencia en no tomar carne ni caldo de carne.

¿Se prohíbe todo otro alimento los días de ayuno, fuera de la única comida?
—Los días de ayuno, la Iglesia permite un ligero alimento a la noche, o hacia el mediodía si la comida única se traslada a la tarde, y además la parvedad por la mañana.

¿Quiénes están obligados al ayuno y a la abstinencia?
—Al ayuno están obligados todos los que sean mayores de edad, hasta que hayan cumplido sesenta años y no estén legítimamente impedidos, y a la abstinencia los que han cumplido catorce años y tienen uso de razón.

¿Están exentos de toda mortificación los que no están obligados al ayuno?
—Los que no están obligados al ayuno no están exentos de toda mortificación, porque ninguno está dispensado de la obligación general de hacer penitencia, y así deben los tales mortificarse en otras cosas según sus fuerzas.



Santa Gema Galgani: Su perfecto desprendimiento.




   El desprendimiento de todas las cosas terrenas y hasta de sí mismo es la primera y más necesaria condición para conseguir la perfección, según aquel precepto de Jesucristo: “Quien desee seguirme, niéguese a sí mismo” (Mateo 16; 24).

   La santidad de Gema se asienta sobre este perfecto desprendimiento.

   No vivió para el mundo ni le interesaron las cosas de la tierra más que si estuviera muerta. Nacida en la abundancia y criada en el regalo, cuando de repente se vió en la miseria, no se turbó ni derramó una sola lágrima por ello, antes bendecía al Señor porque la colocaba en el camino de la humildad y el sufrimiento.

   Desde muy joven deseó renunciar al mundo ingresando en una Orden Religiosa. Imposibilitada de llevar al cabo su firme propósito, se consagró a Dios en el mundo por los tres votos religiosos.

   Nunca mostró afición a ese cúmulo de chucherías, como lazos, cuadros, dijes, cadenillas y semejantes bagatelas, a que tan aficionadas suelen mostrarse las jóvenes, aun aquellas que sientan plaza de espirituales.

   Este desprendimiento la llevaba a no preocuparse mayormente de sus vestidos, ni examinar si estaban en conformidad con los cánones de la moda.

   Le regaló en cierta ocasión su hermano una sombrilla de seda; no la quiso usar ni siquiera una vez, dando por razón que si la llevaba todo el mundo se fijaría en ella, lo que le repugnaba en extremo.

   Cuando, estando ya en casa de los señores Giannini, le enviaba su tía de Camaione algunas prendas de vestir nuevas, nunca pudieron conseguir que las usase.

   En cierta ocasión le prometió don Mateo un buen traje como premio de unas lecciones de francés que estaba dando a Eufemia (Madre Gema).

   –– Haré cuanto pueda porque Eufemia salga bien en el examen —respondió al punto—, pero en cuanto al traje renuncio a él desde ahora.

   También doña Cecilia quiso muchas veces hacerle un sombrero, en atención a que el que traía era de colegiala, ya muy pasado de moda y por demás descolorido. Nunca pudo vencer la resistencia de Gema.

   El peinado estaba en relación con el vestido.

   Lo usaba modestamente recogido y formando con todo; una trenza que caía sobre la espalda. Le sugirieron con frecuencia otras formas de peinado, pero siempre fué en vano.

   Superfluo parece decir que no llevaba pendientes, pulseras anillos, cadenillas al cuello, imperdibles de lujo, ni otro objeto de vanidad o adorno.

   Nunca tampoco la oyeron hablar de trajes, ni sufría oír tales conversaciones.

   Muerta para todos cuantos objetos pueden ser ídolos o incentivos de vanidad, lo estaba por igual al dinero. Ni lo poseía, ni lo deseaba, y si alguna vez recibía alguna ligera cantidad inmediatamente se desprendía de ella.

domingo, 26 de febrero de 2017

De la Acusación de los pecados, de la Absolución y de la Penitencia



Discípulo. — Padre, ¿en qué consiste la confesión?

Maestro. — La confesión, dice el catecismo, consiste en la acusación distinta de los pecados, hecha al confesor, con el fin de obtener la absolución y la penitencia.

D.¿Qué quiere decir la palabra distinta?

M. — Quiere decir que los pecados no basta confesarlos en general, como por ejemplo: he pecado contra la Ley de Dios y de la Iglesia, he dicho blasfemias, he cometido impurezas, etc., sino que se han de acusar distintamente, según que violen más o menos gravemente éste o aquel mandamiento, manifestando también el número y las circunstancias que hacen cambiar de especie el pecado.

D. — Padre, ¿se ha de manifestar el nombre de la persona con quien se pecó?

M.No, la confesión debe ser prudente, es decir, hay que guardarse de no descubrir los pecados de los otros y no manifestar el nombre del cómplice, porque nunca es lícito deshonrar a nadie.

D. —Y dígame, Padre, ¿cómo hay que manifestar ciertos pecados o ciertas circunstancias que mudan la especie del pecado?

M.En el caso de que no fuera posible decir el pecado, sin descubrir de alguna manera al cómplice, se debe manifestar no el nombre, sino la casualidad o grado de parentesco que se tiene con dicho cómplice, diciendo por ejemplo; hermano, hermana, primo, pariente próximo, persona religiosa, etc. Cuando interroga el confesor, el penitente debe contestar con toda sinceridad, pues si interroga es precisamente para suplir los defectos de la confesión del penitente, para averiguar la especie, el número o las circunstancias de los pecados, para conocer si el penitente se halla en ocasión próxima de pecado, si está habituado a cometerlos; mas siempre debe guardarse la regla de no descubrir el nombre de la persona que le fue cómplice en el pecado.

D. ¿Qué me dice de las mujeres que confiesen los pecados del marido o de los hijos?

M. — Digo que hacen mal.

D. — Pues bien, en cierta ocasión oí decir lo siguiente:

sábado, 25 de febrero de 2017

LAS PRÁCTICAS DE DEVOCIÓN EXTERIOR DE NADA SIRVEN SI NO SE ARROJA DEL ALMA EL PECADO – Por San Alfonso María de Ligorio.




   No os burléis más de las amenazas del Señor; no sea que vuestras cadenas se endurezcan más todavía. (Is; XXVIII, 22.)

   Dios manda a Jonás que vaya a predicar á Nínive; el profeta desobedece al Señor, y se embarca para ir a Tarsis. Levántase súbitamente una furiosa tormenta, que amenaza sumergir el navío. Advirtiendo Jonás que la tempestad no había sobrevenido sino para castigarle, dice a los marineros: arrojadme al mar. Los marineros echaron al profeta al mar, y calmó la tempestad. Si Jonás no hubiese sido arrojado al mar, la tempestad no hubiera cesado. Induzcamos de este ejemplo que, si no expelimos el pecado de nuestros corazones, no cesará la tormenta, esto es, la calamidad. Nuestros pecados son los vientos funestos que excitan las tempestades, y que nos hacen naufragar. Mientras nos afligen las calamidades hacemos penitencias exteriores, novenas, procesiones, exposiciones del Santísimo Sacramento; mas, si no nos corregimos, todo esto ¿de qué sirve? Todas nuestras devociones son poco menos que inútiles cuando no abandonamos el pecado, porque estas devociones no aplacan a Dios.

   Si queremos aplacar al Señor, preciso es que alejemos la causa de su cólera; debemos alejar el pecado. El paralítico pedía a Jesucristo la salud; mas el Salvador, antes de curarle de la enfermedad del cuerpo, le curó de la del alma: le concedió el dolor de sus pecados, y le dijo en seguida que ya estaban perdonados.

   El Señor aleja ante todo la causa de la enfermedad, dice Santo Tomás; es decir, los pecados, y luego después cura la enfermedad. La raíz del mal es el pecado: así el Señor, después que hubo curado aquel paralítico, le dijo: Guárdate, hijo mío, de pecar de nuevo; porque, si pecas, volverás a caer enfermo más de lo que estabas. Esta es la advertencia que da el Eclesiástico. (Eccl., XXXIX, 9.) Es menester primeramente dirigirse al médico del alma a fin de que os libre del pecado, y en seguida recurrir al médico del cuerpo a fin de que os libre de la enfermedad.

   En una palabra, el pecado, o mejor nuestra obstinación en el pecado, es el origen de todos nuestros castigos, dice San Basilio. Nosotros hemos ofendido al Señor, y no queremos de ello arrepentirnos. Preciso es escucharle cuando nos llama con la voz de las calamidades, pues de lo contrario se verá precisado a lanzar contra nosotros sus maldiciones. (Deut; XXVIII, 15.) Cuando ofendemos a Dios, provocamos a todas las criaturas a que se vuelvan contra nosotros. Cuando un esclavo se rebela contra su amo, dice San Anselmo, excita contra sí no solamente la cólera de su amo, sino también la de toda su familia: así, cuando ofendemos a Dios, llamamos a todas las criaturas para que nos aflijan. Irritamos sobre todo contra nosotros, dice San Gregorio (Hom; XXXV), las criaturas de que nos servimos para ofender a Dios. La misericordia de Dios impide que estas criaturas no nos destruyan; mas, cuando ve que despreciamos sus amenazas y que continuamos pecando, se sirve de estas criaturas para vengarse de los insultos que le hacemos. (Sap; V, 17-27.).

   Si no aplacamos al Señor corrigiéndonos, no podremos substraernos del castigo. ¿Hay locura mayor, dice San Gregorio, que figurarse que Dios cesará de castigarnos en tanto que no queremos cesar de ofenderle? Se asiste a la iglesia, se va al sermón; mas no nos acercamos a la confesión, no queremos mudar de vida, ¿Cómo queremos ser librados de las calamidades, si no alejamos la causa de ellas? No cesando de irritar al Señor, ¿a qué admirarse de que el Señor no cese de afligiros? ¿Creéis que el Señor se aplaca viéndoos practicar alguna obra exterior de piedad, sin pensar por otra parte en arrepentiros de vuestras faltas, sin restablecer el honor que habéis mancillado, sin restituir lo que habéis robado, sin alejaros, en fin, de estas ocasiones que os alejan del Señor? No os burléis del Señor, dice el profeta Isaías (Is; XXVII, 27), pues esto sería redoblar las cadenas que os arrastran al Infierno. No pequemos, pues, no irritemos al Señor; el azote está ya amenazando vuestras cabezas: no soy el profeta Isaías; más puedo aseguraros que el azote del Señor está para descargar si no nos rendimos a sus amenazas.

viernes, 24 de febrero de 2017

HAY QUE ESTAR EN AYUNAS PARA COMULGAR




ACLARACIÓN: Esta parte del libro se rige por el CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO DE 1917.


Discípulo. —Padre: Dígame aún algo sobre el ayuno prescrito antes de recibir la Sagrada Comunión.

Maestro. —El que se acerca a recibir la Sagrada Comunión sabiendo que no está en ayunas, comete siempre sacrilegio, si no hay razones especiales de enfermedad o la debida dispensa.

D.¿Y cuáles serían estos motivos especiales de enfermedad?

M. —Escucha con atención, y procura entenderlo bien. La Iglesia permite comulgar sin estar en ayunas a los moribundos y a los enfermos graves, a los cuales se les administra la Comunión como Viático. Permite comulgar por devoción dos veces a la semana a los que, sin estar graves, llevan más de un mes enfermos sin esperanza de un pronto restablecimiento. Estos, si les es difícil estar en ayunas, pueden, antes de comulgar, tomar algún líquido, como café, leche, medicinas liquidas, huevos batidos, caldo, etc.

D. —Padre, ¿no habrá abusos en esto?

M.¡Ya lo creo! ¡Hecha la ley, dice el proverbio, hecha la trampa! El engaño en esto lo sufren los mismos enfermos, los parientes y, con frecuencia, los sacerdotes y los confesores. Pero la trampa es siempre trampa, y por tanto una mala acción. La piedad falsa, que conduce a la desobediencia de la Iglesia, no agrada nunca a Dios.

D.¿Y de los que tienen dispensa?

M. —Estos, que son reducidos, muy pocos, pues la Iglesia en esto es rigurosa y procede con pies de plomo al conceder estas dispensas, deben atenerse estrictamente al tenor de la suya, ni extenderla ni interrumpirla según su capricho, sino entenderse con el confesor, quien se supone sabrá interpretar las normas de la Iglesia antes que condescender a los caprichos de los individuos.

D. —Y si alguno se encuentra en las mismas circunstancias y condiciones de otros que han obtenido la dispensa y con los mismos motivos señalados en ella, ¿podría, según su criterio, creerse dispensado del ayuno e ir a comulgar en este estado?

M. —Por buen criterio que tenga, debe sujetarse a lo que la Iglesia dispone, sin servirse por sí mismo de permisos no pedidos o todavía no concedidos. El que así obrara cometería sacrilegio cada vez que comulgara.

D.¿No podría el confesor autorizarle en determinados casos?

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OBSEQUIO CUARTO (4 de 10) A NUESTRA SEÑORA – Por San Alfonso María de Ligorio.



   Esta publicación es una colaboración de: Fátima de Jesús.


EL AYUNO



   Muchos son los devotos de María que el sábado y en la vigilia de las fiestas marianas acostumbran ofrecerle ayunar a pan y agua. Se sabe que el sábado es el día que la santa Iglesia dedica honrar a la Virgen María, porque en dicho día, dice san Bernardo, ella permaneció constante en la fe después de la muerte de su hijo. Por ello los siervos de María no omiten ofrecerle en dicho día algún obsequio particular y en especial el ayuno a pan y agua, como lo practicaban san Carlos Borromeo, el cardenal Toledo, y muchos otros. Más aún, el obispo de Bamberg, Nittard, y el P. José Arriaga, no probaban bocado el día sábado.

   Las gracias señaladas que la Madre de Dios ha dispensado a quienes les ha brindado este obsequio pueden leerse en el P. Auriemma. Recordemos solamente la misericordia excepcional que concedió a un jefe de bandidos. Gracias a esta devoción, él mereció permanecer vivo, a pesar de haber sido decapitado hallándose en desgracia delante de Dios, con el fin de que pudiera confesarse antes de morir. Luego de confesarse declaró que la Santísima Virgen, gracias al ayuno que le había ofrecido, lo había conservado vivo. Luego expiró.

   No será nada costosa esta práctica para quien pretende ser devoto especial de María, sobre todo si ya ha merecido el infierno. Por mi parte, afirmo que difícilmente se condena quien practica esta devoción. No en el sentido que si llega a morir en pecado mortal la Virgen tenga que librarlo del infierno milagrosamente, como a ese bandido, pues, tales prodigios de la misericordia divina, suceden muy raras veces, y sería locura esperar de ellos la salvación eterna, sino que quienes obsequien con esta práctica a la Madre de Dios, recibirán de ella fácilmente la perseverancia en la gracia divina y una santa muerte. Todos los miembros de nuestra humilde congregación, que pueden hacerlo, ayunan el sábado a pan y agua en honor de María. He dicho que pueden hacerlo, porque si alguno se halla impedido por falta de salud, puede contentarse el sábado con un solo plato o con el ayuno ordinario, o abstenerse de frutas u otros manjares gratos al paladar.

   Los sábado hay que hacer obsequios especiales a Nuestra Señora, tales como comulgar, oír la Santa Misa, visitar alguna imagen suya, llevar cilicio y otros semejantes. Procuren los fieles devotos de María en la víspera de las sietes fiestas marianas ofrecerle el ayuno a pan y agua o de la mejor manera que puedan.


“LAS GLORIAS DE MARÍA”



San Matías, apóstol. — 24 de febrero. (+ 60 de J. C.?)




Habiendo caído el traidor Judas de la cumbre del apostolado, y acabado la vida con desdichado fin, escribe san Lucas en los Hechos Apostólicos, que después de la Ascensión de Cristo nuestro Salvador a los cielos, estando todos los apóstoles y los otros discípulos del Señor juntos, se levantó san Pedro como cabeza y Pastor universal de todos, y después de haberles referido brevemente la maldad y castigo de Judas, les dijo que para cumplirse la profecía de David, se había de escoger uno de los que allí estaban y habían conversado con Cristo desde el bautismo de san Juan Bautista, hasta el día en que .subió a los cielos, y pareciendo bien a todos los que allí estaban, y eran como ciento y veinte personas, de común acuerdo escogieron dos entre todos: a José, que por su gran santidad llamaban Justo, y a Matías.

   Ambos eran de los setenta y dos discípulos. Pusiéronse luego todos en oración, suplicando humildemente al Señor que pues él solo conocía los corazones, les manifestase a cuál de los dos había escogido, y cayó la suerte sobre Matías, concurriendo con gran consentimiento los votos en su persona.

   Desde aquel día fue contado con los once apóstoles, y habiendo recibido con ellos y los discípulos el Espíritu Santo, comenzó a predicar el misterio escondido e inefable de la Cruz, con gran santidad de vida y con una lengua de fuego divino que encendía los corazones de los que le oían. Después, en el repartimiento que hicieron los sagrados apóstoles de las provincias en que habían de predicar, a san Matías le cupo Judea, donde convirtió muchos pueblos al Señor, y penetrando con su predicación doctrina hasta lo interior de Etiopía, padeció muchos y muy graves trabajos de caminos por tierras ásperas y fragosas, y de persecuciones de los gentiles.


   Finalmente, después de haber alumbrado con la luz de Cristo muchos pueblos que estaban asentados en tinieblas y sombras de muerte, selló como los demás apóstoles, con su sangre, la doctrina del Evangelio, muriendo apedreado y descabezado por amor de su divino Maestro.

   Su sagrado cuerpo, según la más constante tradición, fué traído a Roma por santa Elena, y hasta hoy se venera en la iglesia de santa María la Mayor, la más considerable parte de sus reliquias. Asegúrase que la otra parte de ellas se la dio la misma santa emperatriz a san Agricio, arzobispo de Tréveris, quien las colocó en la iglesia llamada de San Matías.

   Reflexión: Nos dice el Espíritu Santo: “Conserva la gracia que tienes para que no reciba otro tu corona.” Y la infelicísima suerte de Judas, a quien arrebató san Matías la corona gloriosa del Apostolado, nos ha de hacer temblar y entender que no hay lugar seguro en esta vida, si el hombre no vive con cuidado y recato, pues Lucifer cayó en el cielo, nuestro padre Adán en el paraíso, y Judas en el Colegio apostólico en compañía del Señor. ¡Oh qué tremendos son los juicios divinos! Teme, pues, y ama a Dios. Guarda con toda diligencia tu corazón y procura tenerlo siempre limpio y puro; si pecares, humíllate, y por muchos y muy graves que sean tus pecados, aunque negares a Dios y vendieres a Cristo (que nunca el Señor lo permita), nunca desesperes, como Judas, del perdón, porque nunca puede ser tan grave tu malicia, que sobrepuje a la misericordia de Dios. Más si te obstinares en tus pecados, si quisieres estar de asiento en tus vicios, teme a aquel Señor que puede dar a otro la corona que te había reservado en el cielo.

   Oración: ¡Oh Dios! que te dignaste agregar al Colegio de tus apóstoles al bienaventurado san Matías, concédenos por su intercesión que experimentemos siempre los efectos de tus misericordiosas entrañas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



“FLOS SANCTORVM”

jueves, 23 de febrero de 2017

LA SANTÍSIMA VIRGEN ES MEDIADORA ENTRE DIOS Y EL PECADOR – Por San Alfonso María de Ligorio. (Una consoladora lectura para nosotros los grandes pecadores, una lectura bella, pero bellísima)




   Yo soy como un muro, y mi seno es como una torre para aquellos que imploran mi protección. (CANT; VIII, 10.)

   La gracia divina es un tesoro inestimable, pues nos hace amigos del Señor. (Sap; VII, 14.) El mayor de los bienes es la gracia de Dios, así como el más horrendo de los males es caer en la desgracia del Señor por el pecado, que nos hace enemigos de Dios. (Sap; XIX, 9.) Más, si habéis perdido la gracia de Dios por el pecado, no os abandonéis a la desesperación. Consolaos, porque Dios le ha dado a su mismo Hijo, que puede, si queréis, obtener el perdón de vuestras faltas, y haceros recobrar la gracia que habéis perdido. (Joan., II, 2.) ¿Qué temor podéis tener, dice San Bernardo, si os dirigís a este gran Mediador? Él lo puede todo para con su Eterno Padre; Él ha satisfecho por vos a la justicia divina; clavó en su cruz vuestros pecados y os ha librado de ellos. Más si, a pesar de todo esto, añade, teméis dirigiros a Jesucristo; si os espanta su majestad divina, Dios os ha dado una Protectora cerca de su Hijo: tal es la Santísima Virgen María.

   María es Mediadora universal entre Dios y el pecador. Ved lo que el Espíritu Santo le hace decir en los Cantares (Cant; VIII, 10): Yo soy el refugio de todos aquellos que a Mí se recomiendan: mi seno, es decir, mi misericordia, es un lugar de seguridad para todos aquellos que le buscan: sepan todos cuantos se hallan en desgracia del Señor, que Yo he sido puesta en el mundo para restablecer la paz entre Dios y los pecadores. Se dice en los Cantares que María es bella como las tiendas de Salomón. (Cant, XIV.) En las tiendas de David no se trataba sino de guerra, al paso que en las de Salomón no se trataba sino de paz: lo cual significa que, en el Cielo, María no se ocupa sino en alcanzar la paz y el perdón para nosotros, pobres pecadores. Ella no se emplea en otra cosa que en rogar a Dios sin cesar por nosotros: sus súplicas son muy poderosas para obtener todas las gracias, con tal que nosotros no las rehusemos. Y ¿qué? ¿Habría hombres capaces de rehusar los favores que esa Madre divina está dispuesta a obtener para ellos? Sí, existen tales hombres. El que no quiere renunciar al pecado, alejar sus relaciones peligrosas; el que no quiere evitar las ocasiones o restituir el bien de otro; todos, todos éstos rehúsan los favores de María; ellos los rechazan, porque María quiere obtenerles la gracia de dejar el pecado, y ellos no quieren hacerlo. Más no por esto deja de tener compasión de nosotros: Ella ve de lo alto de los Cielos todas nuestras miserias y todos nuestros peligros; Ella siempre tiene para nosotros la ternura de una madre; Ella procura siempre socorrernos.

   Un día Santa Brígida oyó que Jesucristo decía a María: Pedidme, Madre mía, todo lo que queráis; y Ella le respondió: Hijo mío, ya que Vos me habéis constituido Madre de misericordias y Protectora do los pecadores, os pido únicamente que seáis misericordioso con estos desgraciados. En una palabra, entre todos los santos del Cielo, ninguno hay, según San Agustín, que más desee nuestra salud que María, ni que se ocupe más que Ella en alcanzarla de Dios por sus oraciones.

   Lamentábase Isaías con el Señor, y le decía (Is; LXIV, 7): Con razón estáis indignado a causa de nuestros pecados, y nadie hay que pueda interceder por nosotros y aplacar vuestro furor. Observa San Buenaventura que en aquella época podía el Profeta hablar en éstos términos, porque María no existía aún; mas, si hoy día un pecador, a punto de ser castigado por el Señor, se encomienda a María, desde que Esta ruega por él ablanda a su divino Hijo y libra a este pecador del castigo. Nadie tiene tanto poder como María para detener el cuchillo de la divina Justicia: San Andrés la llama Pacificadora entre Dios y los hombres; San Justino le da el nombre de sequestra, es decir, de arbitra, encargada de conciliar los intereses de las partes litigantes, porque a Ella es a quien remite Jesucristo los derechos que tiene como Juez sobre el pecador, a fin de que negocie la paz; y, por otro lado, el pecador se entrega también en manos de María, y entonces María procura al pecador el arrepentimiento y el cambio de vida; después le alcanza el perdón de su Hijo, y así es como queda concluida la paz. Tal es el empleo sublime en que no cesa de ejercitar su misericordia.

lunes, 20 de febrero de 2017

Cuanto importa seguir la vocación al estado religioso – Por San Alfonso María de Ligorio

SEMINARISTAS DE LA FSSPX



   NUESTRO JOVEN COLABORADOR BENITO JAVIER DE NURSIA. “Con la ayuda de Dios quiere hacer tomar conciencia a nuestros jóvenes, que se encuentran perdidos en cuanto al estado que van a elegir, y que decidirá el destino no sólo de su vida sino también de su eterna salvación o perdición”

   De más está decir que recomendamos encarecidamente sigan estas publicaciones. Quien sabe, si de estas lecturas salga alguna Vocación Religiosa.

   Está fuera de duda que nuestra eterna salvación depende principalmente de la elección de estado. El Padre Granada dice que esta elección es “la rueda maestra de la vida”. Y así como descompuesta la rueda maestra de un reloj queda todo él desconcertado, así también, respecto de nuestra salvación, si erramos en la elección de estado, “toda nuestra vida, dice San Gregorio Nacianceno, andará desarreglada y descompuesta”.

   Por consiguiente, si queremos salvamos, menester es que, al tratar de elegir estado, sigamos las inspiraciones de Dios, porque solamente en aquel estado a que nos llama, recibiremos los necesarios auxilios para alcanzar la salvación eterna. Ya lo dijo San Cipriano: “La virtud y gracia del Espíritu Santo se comunica a nuestras almas, no conforme a nuestro capricho, sino según las disposiciones de su adorable Providencia”. Que por esto escribió San Pablo: Cada uno tiene de Dios su propio don. Es decir, como explica Cornelio a Lapide: “Dios da a cada uno la vocación que le conviene y lo inclina a tomar el estado que mejor corresponde a su salvación”. Esto está muy conforme con el orden de la predestinación, que describe el mismo Apóstol cuando dice: Y a los que ha predestinado, también los ha llamado; y a quienes ha llamado, también los ha justificado; y a quienes ha justificado, también los ha glorificado.

   Fuerza es confesar que en esto de la vocación el mundo bien poco o nada entiende, y por esto muchos apenas se cuidan de abrazar aquel género de vida a que los llama el Señor; prefieren vivir en el estado que se han escogido, llevando por guía sus propios antojos, y así viven como viven, esto es: perdidamente, y a la postre se condenan.

   Esto no obstante, de la elección de estado pende principalmente nuestra salvación eterna. A la vocación va unida la justificación, y de la justificación depende la glorificación, es decir: la eterna gloria; el que trastorne este orden y rompa esta cadena de salvación, se perderá. Trabajará mucho y se fatigará, pero en medio de sus fatigas y trabajos estará siempre oyendo aquella voz de San Agustín: “Corres bien, pero fuera de camino”, es decir: fuera de la senda que el Señor te había trazado para llegar al término final de tu carrera. Dios no acepta los sacrificios que le ofrecemos siguiendo nuestros gustos. De Caín y de las ofrendas suyas, dice la Escritura, no hizo caso el Señor. Además amenaza con tremendos castigos a los que menosprecian su voz por seguir los consejos de su amor propio. ¡Ay de vosotros, hijos rebeldes y desertores, dice por Isaías, que forjáis designios sin contar conmigo y emprendéis proyectos, y no según mi deseo!

   Es que el llamamiento de Dios a vida más perfecta es una de las gracias mayores y más señaladas que puede conceder a un alma, y por eso, con sobrada razón, se indigna contra el que las menosprecia. ¿No se daría por ofendido el príncipe que al llamar a su palacio a un vasallo para hacerle su ministro y favorito, el súbdito no obedeciese y menospreciase la oferta? Y Dios, al verse desairado, ¿no se dará también por ofendido? Harto lo siente, y este su sentimiento lo dio a entender cuando dijo por Isaías: ¡Desdichado aquél que contraria los planes de su Hacedor! La palabra Vae de la Escritura, que aquí traducimos por desdichado, envuelve una amenaza de eterna condenación. Comenzará el castigo para el alma rebelde en este mundo, en el cual vivirá en perpetua turbación, porque como dice Job: ¿Quién jamás resistió a Dios que quedase en paz? Se verá, además, privado de los auxilios especiales y abundantes que necesita para llevar vida compuesta y arreglada. Ésta es doctrina del teólogo Habert, que dice así: “No sin gran trabajo alcanzará la salvación y vivirá en el seno de la Iglesia como miembro dislocado del cuerpo humano, que penosamente y con mucha imperfección podrá desempeñar su oficio”. Por donde se puede concluir, con el mencionado teólogo, “que aunque absolutamente hablando se pueda salvar esta alma, con dificultad, sin embargo, entrará en la senda de la salvación y escogerá los medios que a ella le conduzcan”. Del mismo parecer son los Santos Bernardo y León. Y San Gregorio, escribiendo al Emperador Mauricio, el cual por general decreto había prohibido a los soldados entrar en religión, le dijo que su ley era injusta, por cerrar a muchos las puertas del paraíso, puesto que en la religión se salvarían muchos que, de permanecer en el siglo, a buen seguro se condenarían.

   Célebre es el caso que refiere el P. Lancicio. Estudiaba en el Colegio Romano un joven de claro talento. Al hacer los Santos Ejercicios, preguntó al confesor si era pecado no corresponder a la vocación religiosa. Respondióle el confesor que de suyo no era pecado mortal, porque el entrar en religión es de consejo y no de precepto; pero que de no seguir la voz de Dios se ponía en grave riesgo de condenarse eternamente, como aconteció a tantos otros que por esta causa se perdieron. El joven, con esta respuesta, se creyó dispensado de responder a la voz de Dios; se trasladó a la ciudad de Macerata a proseguir los estudios; poco a poco abandonó la oración y la comunión, acabando por entregarse a las más vergonzosas pasiones. Al salir una noche de la casa de una mujer infame, cayó herido de muerte por un rival suyo; a la noticia del caso acudieron algunos sacerdotes al lugar del suceso; ya era tarde: acababa de expirar a las puertas del colegio, queriendo dar a entender con esto el Señor que lo castigaba con muerte tan afrentosa por haber menospreciado su llamamiento.

   Admirable es también el caso que refiere el P. Pinamonti en su obrita La Vocación triunfante. Meditaba un novicio los medios que debía emplear para abandonar la vocación, cuando se le apareció Jesucristo sentado en trono de majestad, el cual, con rostro airado y ademán severo, mandaba que borrasen del libro de la vida el nombre del novicio infiel. El joven, en presencia de Jesucristo, quedó aterrado y determinó perseverar en la religión.

sábado, 18 de febrero de 2017

A Dios sólo se va de rodillas; pero el hombre es demasiado orgulloso y fatuo para doblarlas (San Agustín).



  
   Con esta publicación queremos exhortar a los católicos a que se arrodillen ante “EL SANTÍSIMO” y, sobre todo a la hora de COMULGAR. 


   —A Dios sólo se va de rodillas; pero el hombre es demasiado orgulloso y fatuo para doblarlas (San Agustín).

   — Al nombre de Jesús, dóblese toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos (San Pablo).

   Si los hombres pudieran verte con los sentidos del cuerpo, tal y como estás en el Santísimo Sacramento, todos caerían de rodillas, rostro en tierra, para adorarte en forma irresistible, inclusive tus más acérrimos enemigos. Pero Tú me has dicho muchas veces que la libertad sin prueba es una palabra hueca que no tiene sentido alguno. Y porque creaste al hombre libre has puesto un velo en este Sacramento, Misterio de Amor y Fe, para que sólo te contempláramos con ese sexto sentido de la fe, que se agranda con la humildad y se atrofia y anula con la fatuidad y el orgullo, para probar de esta suerte el libre albedrío.

   Si pues te viera con los sentidos corporales me arrodillaría, ¿y por qué no te veo con ellos voy a permanecer de pie? ¿Dónde está en mí el “hombre nuevo”? ¡Oh, no! Ahora, más que nunca, me postraré. Me arrodillaré, como lo hizo Tomás cuando, reconociendo tu divinidad, exclamaba ¡Señor mío y Dios mío! Como se postraba Pedro cuando te confesaba por Hijo de Dios; como se postraba Magdalena, como se arrodillaban los rengos y leprosos, y los cieguitos a quienes Tú curabas; así me postro de hinojos, con esa rúbrica, ese gesto, el más natural, que constituye de por sí un acto de fe, al igual que haría si corrieras el velo del Sacramento y pudiera verte cara a cara.

   Sé, Señor, que los israelitas comieron de pie el cordero pascual, pero porque aquello era sólo una figura, un símbolo, una promesa; pero... nada más, y las promesas se esperan de pie. Pero en la plenitud de los tiempos, Tú, en la Eucaristía, ya no eres símbolo, como muchos pretenden, sino la más viva realidad: eres Carne y Sangre, alimento nuestro. Y en todos los tiempos has puesto antorchas vivientes que dan testimonio de esta realidad. Así Ángela de Foligno, así Isabel de Reute, Nicolás von Flue, Catalina de Siena, Luisa Lateau, Ana Catalina Emmerich, sor María Marta Chambón, Teresa Neumann y tantos otros. Si dejaste la Eucaristía como memorial de tu Pasión y Muerte, y ya al comienzo te postraste en el suelo junto a la roca de Getsemaní, ¿qué menos puedo hacer yo que postrarme contigo, en el momento de recibir aquella misma sangre que sudaste y derramaste?

   “De rodillas ante este gran Sacramento; que el Antiguo Testamento ceda lugar al Rito nuevo y supla la fe la flaqueza de nuestros sentidos”; así reza la Iglesia en el “Tantum ergo”. Tú bien claro dijiste, Señor: “no se puede poner vino nuevo en odres viejos”. Si los israelitas permanecieron de pie, alentando la esperanza de una promesa, nosotros, que de veras hemos progresado, DESEAMOS ARRODILLARNOS para recibir y comer la Misma Realidad.



Revista “Roma” N° XIII. Marzo de 1970

OBSEQUIO TERCERO (3 de 10) A NUESTRA SEÑORA – Por San Alfonso María de Ligorio.



   Esta publicación es una colaboración de: Fátima de Jesús


EL ROSARIO Y EL OFICIO

   Se sabe que la devoción al santo Rosario le fue revelado a Santo Domingo por la Madre de Dios misma, cuando hallándose afligido y quejándose con Nuestra Señora de los herejes albigenses, que hacían entonces terrible daño a la Iglesia, le dijo la Virgen: “Este terreno será siempre estéril, mientras no caiga lluvia en él”. Comprendió entonces Santo Domingo que esa lluvia era la devoción del Rosario, que él debía propagar públicamente. Así lo hizo predicando el Rosario por todas partes, de manera que todos los católicos abrazaron esta devoción; hoy día no existe devoción más universal y practicada por los fieles en cualquier estado que la del santísimo Rosario.

   ¿Qué no han hecho los herejes modernos, como Calvino, Bucero y otros, para desacreditar la devoción del Rosario? Pero todos conocen el bien inmenso que esta noble devoción ha aportado al mundo. ¡Cuántos, por medio de ella han sido liberados del pecado!, ¡Cuántos, guiados hacia la santidad!, ¡Cuántos tuvieron buena muerte y se han salvado! Léanse tantos y tantos libros que tratan de esta materia.

   Basta saber que esta devoción ha sido aprobada por la santa Iglesia y que los soberanos Pontífices la han enriquecido con indulgencias.

   Para ganar las indulgencias concedidas a la recitación del Rosario, es preciso, al mismo tiempo, contemplar los misterios que se hallan transcritos en diferentes libros. Y aun cuando alguien no lo sepa, le basta con que contemple algunos de los misterios de la pasión de Jesucristo, como la flagelación, la muerte, etc. Además, hay que recitar el Rosario con devoción. Adviértase al respecto lo que la Virgen misma le dijo a santa Eulalia, a saber, que le agradaban más cinco decenas recitadas con calma y devoción, que quince de carrera y sin devoción. Por ello es conveniente recitar el Rosario de rodillas, delante de alguna imagen de la Virgen, y al comenzar cada decena hacer un acto de amor a Jesús y María, pidiéndoles alguna gracia. Adviértase también que es más provechoso recitar el Rosario acompañado de otros, que rezarlo solo.

   Acerca del oficio de Nuestra Señora, la Iglesia ha concedido muchas indulgencias quien lo recita. Y la Santísima Virgen ha patentizado cuánto le agrada esta devoción, como puede verse consultando al P. Auriemma

   Mucho agradan a María LAS LETANÍAS, el himno AVE MARIS STELLA, que mandó a santa Brígida recitar cada día, y más aún, el cántico del MAGNÍFICAT, porque con éste la alabamos con las mismas palabras con que ella alabó a Dios.


“LAS GLORIAS DE MARÍA”

Dolor y propósito (necesarios en la confesión) Que nadie deje pasar esta lectura si quiere hacer una buena confesión.




Discípulo. — Padre, ¿es cosa importante tener dolor de los pecados?

Maestro. — El dolor de los pecados es cosa no sólo importantísima, sino absolutamente indispensable para toda buena confesión. Sin él es imposible que exista el sacramento. No es posible que exista el sacramento de la Penitencia sin el dolor.

D. — Entonces, ¿todos aquéllos que ponen su preocupación en examinar los pecados, y se cuidan poco en excitarse al dolor, hacen buena confesión?

M.Todos esos hacen confesión sacrílega o nula: sacrílega si advierten la propia falta de dolor; nula si no atienden a ello. Sin embargo, la buena voluntad que tiene de confesarse bien y la diligencia con que hacen el examen incluyen por lo general el dolor, por lo que no hay que inquietarse.

D.¿Qué hay que hacer para excitarse al dolor de los pecados?

M.Debemos dar una mirada al infierno que hemos merecido con nuestros pecados, al Paraíso que por ellos hemos perdido. Miremos al Crucifijo, consideremos cómo Jesucristo agoniza y muere por nuestros pecados.

Pensemos que Dios es todo y nosotros nada; que podría abandonarnos de un momento a otro; que muchos otros más jóvenes que nosotros. Muchos que tal vez han cometido menos pecados que nosotros, están en el infierno y que si nosotros estamos aún aquí, es porque Él nos ama y porque ha querido usar de su misericordia con nosotros.

Era un jueves santo, he aquí que, un oficialillo muy elegante se presentó al confesionario, y sin más ni más, díjole al Padre:

— Perdone si le hablo con franqueza; soy militar, no vengo a confesarme: es que deseo satisfacer a mi madre y hermanas que desde el banco me espían. Quieren que cumpla con Pascua, mas yo no creo, pues me río de todo eso.

–– ¿Luego usted se ríe de la Religión y de los Sacramentos?

— ¿Se ríe de la verdad eterna, del Infierno y del Paraíso?

— Sí, Padre, también de eso me río.

— Siendo así, ya comprende que no le puedo absolver ni mandarle a comulgar.

— Sin embargo, debo ir a comulgar para contentar a mi madre y a mis hermanas.

— Bien, vamos a hacer lo siguiente: Contemporice con su madre y hermanas. Dígales que el confesor le ha impuesto cumplir la penitencia antes de comulgar, usted, mientras tanto hará la siguiente penitencia y después volverá:

— ¿Qué penitencia? si no me he confesado.

— No importa, usted presentándose aquí finge que se confiesa y yo pierdo el tiempo en oírle: no está bien que se burle usted de mí. Así, a fuer de buen militar, me va a prometer que cumplirá la penitencia que le voy a imponer.

— Como quiera, la cumpliré, y ¿qué penitencia?

— En estas tres noches se abstendrá de ir al casino y de toda otra diversión, y en cuanto se acuerde dirá: “Dios mío, yo creo en Vos, pero me río de vuestra Religión y de los Sacramentos; creo en Vos, pero me río de la muerte y del juicio; creo en Vos, pero me río del infierno y de la eternidad” después puede dormirse tranquilamente. ¿Lo hará?

— Padre, lo haré; palabra de militar, palabra formal.

Se levanta y se va. El sábado por la noche hételo de nuevo en el confesionario, se arrodilla y le dice al Padre:

— Yo soy el oficial de la penitencia, la he cumplido y vengo a decirle que, pensando seriamente en las cosas que usted me mandó que dijera, siento grandes remordimientos y lejos de reírme, las temo grandemente. Así que tenga la bondad de ayudarme a hacer una buena confesión.

Se había obtenido el efecto. El pensamiento de los novísimos había convertido a aquel militar, que en el fondo todavía tenía fe, aunque amortiguada, a causa de la mala vida a que se había entregado y de la cual en presencia de Dios, de la muerte y de la eternidad, se sentía avergonzado.