La palabra “Novísimos” (del latín novíssimus — último, postrero) o Postrimerías, significa
las últimas cosas que a todos nos aguardan, y son cuatro: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria.
La meditación seria y frecuente de estas
cuatro verdades es el medio mejor para evitar el pecado como dice el Espíritu
Santo: En todas tus acciones acuérdate
de tus postrimerías, y nunca jamás pecarás (Eccli; VII, 40).
Así como la amenaza del castigo aparta al
niño de sus travesuras; del mismo modo el temor de los castigos de la otra vida
aparta a muchos hombres del camino de la perdición.
Se confirma con el ejemplo de innumerables
santos, quienes se convirtieron o se perfeccionaron con el pensamiento de la
muerte o de los otros Novísimos.
La muerte. – Su naturaleza.
La muerte es la separación del alma y del
cuerpo.
La unión del alma con el cuerpo, al cual
anima y comunica el movimiento y la acción, constituye la vida; al romperse
esta unión, el hombre deja de vivir, ha muerto.
La muerte es para el cuerpo la desaparición absoluta
de la sensibilidad: el cuerpo ya no ve nada, no oye nada, no siente nada. Es el
estado más humillante y más próximo a la nada por cuanto el cuerpo se
descompone y lentamente se deshace, es devorado por los gusanos y se reduce a
polvo, cumpliéndose asi las palabras de Dios a Adán prevaricador: “Polvo eres y en polvo te convertirás”
(Gen; III, 19).
Por lo que toca al alma, la muerte la desata
del cuerpo, de donde sale como de una cárcel y súbitamente se halla en la
eternidad.
Causas de la muerte.
Causas próximas de la muerte son las
enfermedades, los accidentes, etc…, cuyo estudio interesa a la medicina. Causa
remota de la muerte es el pecado.
El hombre no había sido formado para morir;
Dios, al crearlo, había animado su cuerpo con un soplo de inmortalidad; pero
también le dijo al prohibirle comer del árbol de la ciencia del bien y del mal:
“Cualquier día que comieres de él, infaliblemente morirás” (Gén; II, 17). Por
lo tanto Adán, al comer esa fruta firmó para sí y para todos sus descendientes;
la sentencia de muerte.
Lecciones de la muerte.
Hay cuatro
certidumbres o cosas ciertas de la muerte; y tres incertidumbres o cosas inciertas.
Cuatro certidumbres:
1) La muerte es segura.
— Todos hemos de morir. Jamás ha habido hombre cuerdo que haya creído, que no
debía morir.
Todo lo que nos rodea nos habla de muerte:
las hojas que caen de los árboles, las flores que se marchitan, el sol que
aparece y se oculta luego, el rio que corre a la mar, la leña que es reducida a
cenizas, el humo que se disipa.
Moraleja: Si la muerte es segura y nadie se libra de
ella, es lógico que nos consideremos como viajeros en esta tierra, en la que
estamos de paso. No imitemos a aquéllos que viven como si nunca debiesen morir,
que sólo piensan en acumular riquezas y bienestar para la vida presente sin
preocuparse de la futura.
2) La muerte vendrá pronto.
— Dice la Escritura: “Acuérdate que la
muerte no tarda en venir” (Eccli; XIV, 12); y en otro pasaje: “Vendrá temprano
y no tardará”.
“Breves son los días (o la vida) del
hombre”, dice Job (XIV, 5) y corren más velozmente que una posta (IX, 25).
Moraleja: Si los días de nuestra vida son cortos,
hemos de aprovecharlos todos y bien, desde temprano.
3) La muerte viene una sola vez. — Dice San Pablo: “Está decretado que el hombre muera una sola vez”
(Hebr; IX, 27).
Moraleja:
No es posible remediar las consecuencias de una mala muerte; por consiguiente
hay que hacer todo lo posible para morir bien, en gracia de Dios, la única vez
que se muere.
4) La muerte despoja de todo: de amigos,
parientes, riquezas, dineros, casas, fábricas… el enfermo al hacer testamento
sólo usa la palabra “dejo”: dejo esto a… dejo lo otro a… dejo… dejo.
Moraleja:
Es por lo tanto, una locura, apasionarse desordenadamente por los bienes de la
tierra, que algún día habrá de dejar; como asimismo adornar con exceso este
cuerpo que pronto será pasto de gusanos.
Tres incertidumbres o cosas inciertas tienen la muerte:
1) ¿Cuándo vendrá? — Hoy, mañana, de aquí a
uno o varios años. La poca edad, la buena salud no son razones suficientes para
suponer que la muerta está lejana.
2)
¿Dónde vendrá? — En la cama, en la clase, en el trabajo, en el teatro, durante
un paseo, un viaje… no lo sabemos. La muerte nos sigue de cerca, pero jamás nos
dice dónde nos alcanzará.
3) ¿Cómo vendrá? — Nada más incierto; ¿será
repentina? ¿Será de enfermedad, de mi accidente: un choque, uña bomba, un
asalto…?
Moraleja: Dios ha dispuesto estas
incertidumbres para obligarnos a estar siempre preparados a la muerte. Dice
Jesús: “Tened esto por cierto, que si el padre de familias supiese a qué hora
había de venir el ladrón, estaría ciertamente velando para no dejarlo entrar en
su casa. Así vosotros estad siempre prevenidos porque a la hora que menos
pensáis, vendrá el Hijo del hombre” (S. Lucas, XII, 39-40).
“Dichosos aquellos siervos a los cuales el
amo al venir encuentra velando”; es decir, preparados para darle cuenta de su
administración (Luc., id., 37).
Estar
preparados quiere decir vivir habitualmente en gracia de Dios, llevar vida
cristiana en conformidad con los divinos preceptos y las obligaciones del propio estado.
Andan muy engañados y muy expuestos a condenarse
eternamente los que viven mal con la esperanza de arreglarlo todo a la hora de
la muerte.
“LA RELIGIÓN EXPLICADA” (Año 1953)
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