miércoles, 24 de noviembre de 2021
viernes, 19 de noviembre de 2021
Regla para distinguir la verdad católica del error – Por San Vicente de Lerins.
Habiendo interrogado
con frecuencia y con el mayor cuidado y atención a numerosísimas personas,
sobresalientes en santidad y en doctrina, sobre. cómo poder distinguir por
medio de una regla segura, general y normativa, la verdad de la fe católica de
la falsedad perversa de la herejía, casi todas me han dado la misma respuesta: “Todo cristiano que quiera desenmascarar
las intrigas de los herejes que brotan a nuestro alrededor, evitar sus trampas
y mantenerse íntegro e incólume en una fe incontaminada, debe, con la ayuda de
Dios, pertrechar su fe de dos maneras: con la autoridad de la ley divina ante
todo, y con la tradición de la Iglesia Católica”.
Sin embargo, alguno podría objetar: Puesto
que el Canon de las Escrituras es de por sí más que suficientemente perfecto
para todo, ¿qué necesidad hay de que se
le añada la autoridad de la interpretación de la Iglesia?
Precisamente porque la Escritura, a causa de
su misma sublimidad, no es entendida por todos de modo idéntico y universal. De
hecho, las mismas palabras son interpretadas de manera diferente por unos y por
otros. Se podría decir que tantas son las interpretaciones como los lectores.
Vemos, por ejemplo, que Novaciano explica
la Escritura de un modo, Sabelio de otro, Donato,
Arrio, Eunomio, Macedonio de
otro; y de manera diversa la interpretan Fotino,
Apolinar, Prisciliano, Joviniano, Pelagio, Celestio y, Nestorio.
Es pues, sumamente necesario, ante las
múltiples y enrevesadas (complejas, difícil de entender) tortuosidades del
error, que la interpretación de los Profetas y de los Apóstoles se haga
siguiendo la pauta del sentir católico. En la Iglesia Católica hay que poner el mayor cuidado
para mantener lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos.
Esto es lo verdadera y propiamente
católico, según la idea de universalidad que se encierra en la misma etimología
de la palabra. Pero esto se
conseguirá si nosotros seguimos la universalidad, la antigüedad, el consenso
general. Seguiremos la
universalidad, si confesamos como verdadera y única fe la que la Iglesia entera
profesa en todo el mundo; la antigüedad, si no nos separamos de ninguna forma
de los sentimientos que notoriamente proclamaron nuestros santos predecesores y
padres; el consenso general, por último, si, en esta misma antigüedad,
abrazamos las definiciones y las doctrinas de todos, o de casi todos, los Obispos
y Maestros.
“El
Conmonitorio”
viernes, 12 de noviembre de 2021
SAINT – YVES D’ALVEYDRE (1842–1909) La Iglesia Católica en el sistema sinárquico – Por Pierre Virion
Saint–Yves era
Cabalista, amigo de Stanislas de Guaita; Martinista
con Papus; se había formado en el ocultismo
estudiando a Fabre d’Olivet.
La Iglesia Universal Sinárquica, tal como
Saint–Yves la describe en sus obras, es el conjunto sincretista de todas las
religiones, consideradas como iguales, con cierta primacía de animación atribuida
a la Cábala y, especialmente hacia el final de su vida, una importancia
particular atribuida al Hinduismo. He aquí las familias religiosas llamadas a
entrar en esa Iglesia Universal:
1. La
Iglesia Evangélica [sic] con el Evangelio y sus autoridades: episcopado, Papa,
Concilio.
2. La Iglesia mosaica, con la Torah y su
autoridad, el Gaon de Jerusalén.
3. La Iglesia de los Vedas y su autoridad,
la Logia “Agartha”, inspirada directamente por los ángeles, según Saint–Yves.
Y añade: “El Protestantismo de Lútero, el
Islam de Mahoma y el Budismo de Cakya-Monni son las tres ramas de ese triple
tronco universal”.
En Occidente ese sincretismo tiene que
convertirse, en su opinión, no sólo en orgánico sino también en doctrinal.
“Jesucristo,
el poder de consagración de los obispos, he aquí, con la Cosmogonía de Moisés y
el Decálogo, el fondo religioso sobre el cual puede y debe llegarse a un entendimiento,
a través de todos los cultos de la cristiandad”.
Misión de los Soberanos, p. 444.
Una iglesia nueva, otra fe, otro culto, un ecumenismo masónico.
“LA
MASONERÍA DENTRO DE LA IGLESIA”
El rico que no quería restituir a la hora de su muerte – Por monseñor Gaume
Un sujeto muy rico, cuya opulencia se debía en gran parte a injusticias las más notorias, contrajo una enfermedad peligrosa. Sabía que la gangrena corroía sus úlceras, y sin embargo no podía resolverse a restituir, y cuando le tocaban esta cuerda, respondía: ¿Que será de mis tres hijos? ¡Van a, quedar sumidos en la indigencia! Esta respuesta llegó a oídos de un eclesiástico, quien, so pretexto de conocer un gran remedio contra la gangrena, logró introducirse cerca del enfermo.
—El remedio que yo
sé, dijo, es infalible y muy sencillo, y además no le causará a Ud. ningún
dolor; pero es caro, carísimo.
—Cueste
lo que cueste, respondió el enfermo, doscientos, dos mil duros, ¿qué importa?
¿Cuál es?
—Se
reduce, contestó el Religioso, a verter en las partes gangrenadas un poco de
gordura de una persona viva, sana y robusta; es insignificante lo que se
necesita: toda la dificultad está en encontrar una persona que por dos mil
duros se deje abrasar una mano un cuarto de hora a lo más.
—¡Triste de mí! exclamó el enfermo. ¿Dónde
encontrar esa persona?
—Tranquilícese Ud., repuso el sacerdote. ¿No tiene Ud.
hijos? ¿Sabe Ud. de lo que son capaces a favor de un padre que les deja tantas
riquezas? Llame Ud. al mayor, le ama tiernamente y es su heredero; bastará
decirle: Puedes salvar la vida a tu padre si consientes en dejarte quemar una
mano, y no dudo aceptará. Si rehusare, llame Ud. al segundo, prometiendo dejarlo
por heredero; y si también rehusare, haga lo mismo con el tercero.
Llamaron, en efecto, a los hijos, hiciéronles
la proposición, pero todos se negaron rotundamente, diciendo: ¡Está loco
nuestro padre!
—No
lo alcanzo, dijo entonces el sacerdote volviéndose al enfermo; sólo sé que será
Ud. un insensato en perder su cuerpo y su alma, y sufrir eternamente el fuego
del infierno, por unos hijos que no quieren salvarle la vida sufriendo durante
un cuarto de hora el fuego de la tierra. Este sí que sería el mayor de los
dislates.
—Tiene Ud. razón, repuso el enfermo; Ud. me
ha abierto los ojos. Vayan luego por el notario, y entre tanto sírvase Ud.
confesarme.
Entonces, poniéndose de acuerdo con el
sacerdote, dispuso lo conveniente para reparar sus injusticias en lo posible,
sin consideración a la futura suerte de sus hijos.
“CLAMORES
DE ULTRATUMBA”
M.
R. P. Fr José Coll.
Año
1900.
Algunos luciferianos o abogados de Lucifer: Boullan y los Mariavitas – Por Monseñor Cristiani.
La secta de los
Mariavitas, están vigente como hace más de 100 años, cuando asomó por primera vez
su cabeza de serpiente. Nació en el seno de la alta magia negra. Pero no me voy
adelantar con este tema. Lo vamos a profundizar, porque actualmente existen y están
en varios países. Hace unos cinco años más o menos me consultaron sobre esta
secta, condenada por el Papa SAN PÍO X. Muchos son los incautos que caen en
ella, porque esta secta luciferina se auto-demonima “católica” y porque profesan
una herética y blasfema devoción a María. Vamos a comenzar con un texto de
Monseñor Cristiani, Luego vamos profundizar sobre esta secta. Será necesario
profundizar sobre ciertos personajes de la Magia negra, sobre todo de los siglos
XIX y XX (no en sus obras) sus libros son demasiado peligrosos leerlos, pero si
a manera de breve reseña biográfica, así, se van a tener una visión de conjunto
en la que nace y se expande esta terrible secta diabólica. Muchos de los
nombres que van ir apareciendo en nuestra investigación el autor PIERRE VIRION
los vincula con el CVII, según Virion el “Concilio Vaticano II” se gestó en las
entrañas de las logias masónicas y en las mentes de estos brujos, versados en
la alta magia…
En el presente
capítulo, desearíamos dar algunos ejemplos recientes de luciferianismo. El primero será el del abate Boullan (Seguimos
de cerca aquí las páginas que le son dedicadas en Satán de los Estudios
carmelitanos, completándolas con algunos datos extraídos de la Enciclopedia
católica).
Jean-Antoine Boullan
nació el 18 de febrero de 1824,
en Saint- Porchaire (Charente-Maritime), y murió en Lyon el 4 de enero de 1893.
Sabemos poca cosa de su carrera, aparte de que se hizo sacerdote en 1848.
Frecuentó a escritores ocultistas, vivió en un medio que él mismo definió, en su “Confesión”,
como de mujeres “locas y demoníacas,
según el juicio que uno puede formarse”. Una de estas mujeres es, además, epiléptica. Ahora bien, en esa misma “Confesión” reconoce que “no tenía aptitudes” para dirigir a las
mujeres.
Parece mucho más probable que fuese “dirigido” por ellas. Es, no obstante,
inteligente. Pero está trabajando por una curiosidad malsana a la vez que por
inclinaciones sensuales que llegan hasta la obsesión. Explica él mismo sus
faltas en la forma siguiente: “Mis pecados
— escribe — tienen una triple fuente, origen y principio: en primer lugar, la
debilidad y la fragilidad de mi naturaleza corrompida; las ilusiones del
demonio propias a engañarme y extraviar mi espíritu; por fin, mi modo de entender
las cosas, que me arrastra a varias cosas dignas de censura y reprensión.”
Semejante confesión presenta las marcas de
la sinceridad. El abate Boullan reconoce entonces sus errores y sus faltas.
Existe en él una mezcla de buenas intenciones, mediante las cuales se ciega, y
de acciones culpables sobre las cuales intenta ilusionarse. Pretende haber querido
sanar a posesos. Para ello ha tratado de estudiar los efectos del pecado y los
límites de la acción del diablo en el transcurso de sus “experiencias” con mujeres perversas. Se deja —podemos creerlo — convertir por Satán al punto de considerarse
“Juan Bautista vuelto a descender sobre la tierra”. Se hace sucesor del
herético Vintras,
quien “se consideraba una reencarnación
del profeta Elias”.
Sabemos
que en el Evangelio, Juan Bautista está presentado como un nuevo Elias. Un
sucesor de Vintras no podía ser, pues, sino Juan Bautista. Desde el momento
que es esto, tiene una misión. Ha nacido reformador. Necesita agrupar a su alrededor
discípulos para levantar el “poder de
Dios” contra la Iglesia Romana. Según él, la Iglesia Romana está librada a
Satán. Los sacerdotes católicos son, de acuerdo con su expresión, “los demonios
del sacerdocio”.
La cuestión dinero le preocupa en grado
sumo. Su “Confesión” nos lo muestra
“ganando mucha plata” en París, antes de fundar su obra. No dice de dónde viene
este dinero. Pero se le va a la cabeza. Compra un castillo y gasta en él sumas
considerables. En su espíritu el bien y el mal se han convertido en algo tan
confuso que comete una estafa en 1861 y, después de ser enjuiciado, pasa tres
años en la cárcel (1861-1864). La investigación judicial establece que utilizaba
sus seudoconocimientos sobrenaturales para explotar a las almas crédulas y
substraerles dinero. Este dinero, por otra parte, no lo guardaba. Tenía el
placer extraño de recibirlo de unos para repartirlo entre otros.
En su “Confesión”,
pronuncia anatemas incendiarias contra los “demonios
del sacerdocio” que lo han
denunciado a Roma para hacerlo condenar junto con su amiga la ex religiosa Adéle Chevalier, quien fué objeto de un milagro en
La
Salette y que después cayó en el vicio, arrastrando al abate Boullan
junto con ella en su caída. Será llevado ante los tribunales eclesiásticos
romanos y encarcelado en las prisiones del Santo Oficio, de donde lo liberará
la invasión de los piamonteses en 1870.
A todos los que lo persiguieron, el abate
Boullan les prometía las penas del infierno, eternas o temporales, como
asimismo la prisión en la torre de Babel, o el castigo de pagarle todas sus
deudas.
Sus extravagancias son tales que los mismos
discípulos de Vintras lo excluyen de su círculo.
La
historia de este sacerdote extraviado, que fué víctima del ocultismo y el
erotismo, sería sencillamente lamentable y común si no hubiera pertenecido a
una cadena y dejado una continuación.
Perteneció
a una cadena y su caso nos da una vislumbre afligente de todo un mundo de
manifestaciones y de intrigas tenebrosas. El ocultismo de Eliphas Lévi, el ilusionismo de Vintras,
ésta reencarnación de Elias, la teosofía de Madame Blavatsky, las creaciones de
Guaita, luego de sár Péladan, bajo el título de Rosa-Cruz, y quizá también, en
un plano más amplio todavía, los ritos misteriosos de la francmasonería
“iniciática” — condenando el ateísmo del Gran Oriente de Francia — no son más que una cantidad determinada de estas
doctrinas esotéricas que se agitan en las profundidades de nuestras sociedades
modernas. Y en todo esto no es indudablemente injusto ver formas del satanismo
actual.
Pero el abate Boullan ha dejado también una
descendencia: el cisma de los Mariavitas.
¿Qué son los Mariavitas?
Los
Mariavitas son una secta seudomística fundada en Polonia, en 1906, por un
sacerdote excomulgado, Jan Kowalski, y por
una visionaria, Felicitas Kozlowska (1862-1922).
Ahora bien, los fundadores se vinculaban
estrechamente con el abate Boullan. Habían
pertenecido a sus obras, participado en su actuación, compartido su ilusionismo. Kowalski y su colega Procnievski
eran ambos franciscanos. María Felicitas
Kozlowska era una religiosa
franciscana. Habían pertenecido a la clientela del abate Boullan y de su profetiza, la ex religiosa Adéle Chevalier, la
que fué objeto de un milagro en La Salette.
Se los encuentra en este medio sospechoso entre 1888 y 1893. En esta fecha
el abate Boullan muere. Los polacos
regresan, entonces, a su país. En 1894, empiezan los
vaticinios de María Felicitas, a quien
pronto llamarán la Matouchka: la madre.
El nuevo movimiento profesa una devoción
particular por la Virgen María. No hablan, muy piadosamente, sino de “imitar la vida de la Virgen María” —Mariae
vitam imitari—. De ahí el nombre de Mariavitas.
María Felicitas Kozlowska no teme
atribuirse a sí misma la “inhabitación
de la Virgen”. En 1903, el santo papa Pío X, los condena. Lejos
de someterse, los Mariavitas se separan en
masa de la Iglesia. Se ha calculado
en casi un millón el número de sus adherentes, y en trescientos el de los
sacerdotes y religiosas que los dirigen o fanatizan, en la época de la
fundación oficial del cisma, en 1906. Kowalski se
convierte en patriarca de la secta. Obtiene, para él y algunos colegas, la consagración
episcopal — válida — por parte del episcopado viejo-católico y jansenista de
Utrecht, en 1909.
En
diciembre de 1910, la condenación con la cual el papa Pío X los ha marcado es
confirmada y publicada en el Acta Sanctae Sedis.
Pero pronto estalla el escándalo. En la
secta se tiene la presunción de autorizar la práctica de los “casamientos místicos” y jactarse de
ello, plagiado, como el resto, del abate Boullan. Estos casamientos están
destinados, se asegura, a obtener “la
procreación sin concupiscencia de hijos que, en esta forma, no tendrán el
pecado original”. Del “casamiento
místico” se pasa muy rápido a la “poligamia
mística” o “poligamia espiritual”.
Los Viejos Católicos, entonces, protestan
y se enfadan. En el Congreso Internacional de su secta, en 1924, en Berna,
excomulgan a toda la Iglesia Mariavita, que cuenta aún en esa fecha con
seiscientos mil fieles. Desde esa época
el patriarca y varios de sus obispos han tenido que responder, en su país, por
graves acusaciones sobre cuestiones de costumbre, y la Corte de Justicia los ha
sentenciado a condenas ruidosas. Según la Enciclopedia
Católica, en el vocablo Mariaviti, tomo VIII, de 1952, su número no pasaba entonces de los cincuenta
mil, con un arzobispo, tres obispos, treinta sacerdotes y quinientas hermanas. Los Mariavitas viven, según ellos, de
acuerdo con las Reglas de San Francisco: los sacerdotes obedecen a la primera
Regla, las religiosas a la segunda y los fieles a la de la Tercera Orden.
De
nuevo ahí el satanismo se limita a “parodiar” las organizaciones ortodoxas.
¡Ensucia al franciscanismo, por falta de poder hacer mejor!
“PRESENCIA
DE SATÁN EN EL MUNDO MODERNO”
miércoles, 10 de noviembre de 2021
¿Por qué beso la mano del sacerdote? – Por José Vicente Álvarez de Alonso.
1° Porque
ella fué la que trazó sobre mi pecho y mi corazon la señal de la cruz. Dos
beneficios dispensa el sacerdote señalando solemnemente con la cruz: ennoblecer
las ideas y los afectos. La cruz es el arma espiritual que aleja de la inteligencia
las dudas y vacilaciones que la nublan; es la figura de aquella cátedra gloriosa
levantada en la cumbre del Calvario, desde la cual el maestro de las almas, la verdad
encarnada, con sus sufrimientos nos enseñó a creer, y derramó con la fe, cimentada con su
sangre, la luz indefectible del espíritu. Señalando mi corazon con la figura de
la cruz, unió mis sentimientos a los que agitaron al dulcísimo corazon de mi
Redentor, Jesús, se vuelca inmensurable de caridad, y asi la mano del sacerdote
amparó mi frente contra las invasiones del error y mi corazon contra la tiranía
del odio. La cruz me sujeta a la verdad y enciende en mí el amor.
2°
Porque esa mano, derramando sobre mi cabeza el agua santa de la regeneración,
me purificó de la culpa original y me abrió las puertas de la Iglesia. — En
efecto, por el bautismo fui inscrito en el libro de la vida, fui libertado de
la esclavitud del maligno espíritu, obtuve el derecho de ser llamado hijo de
Dios y de participar de la herencia del Padre celestial. Asi como el maligno espíritu
se valió de la mano de Eva para ofrecer a Adán, padre del género humano, la
fruta prohibida, germen de la muerte, asi el Espíritu Santo, que anima la
Iglesia, se sirve de la mano del sacerdote para alargar la fruta de la gracia
divina, vinculada en el bautismo, que es fruta de resurrección y de
inmortalidad.
La beso, pues, respetuosamente, recordando que
esa mano me levantó del abismo de las tinieblas y me trasladó de la región del
pecado a la de la gracia.
3° Porque esa mano es la que, autorizada por
Dios, me dispensa el perdón, absolviéndome de mis culpas; la que cura las
heridas abiertas en mi alma por las pasiones; la que me conforta y sostiene
cuando vacilo en la pendiente de la tentación.
Sí; la besaré reverente y me acercaré con frecuencia al tribunal de la misericordia. Junto al confesonario, que es la piscina de curación espiritual, está el sacerdote que me espera para tenderme la mano y acompañarme a tocar las aguas medicinales de mi alma. Me examinaré, me arrepentiré de mis culpas, las confesaré y me haré digno de recibir la absolución de esa mano que beso. El paralitico, de que nos habla el Evangelio, estuvo treinta y ocho años al borde de la piscina de curación, sin alcanzarla salud apetecida, y preguntándole el Salvador por qué no estaba curado despues de tanto esperar “Señor, contestó, no tengo quien me tienda la mano; baja el ángel, mueve el agua, otro desciende, y yo me quedo postrado.” Yo soy más dichoso, porque el sacerdote está siempre junto a mí, y asiéndome de la mano me hará tocar el agua regeneradora.
4° Porque me señala el camino que conduce de
la tierra al cielo, abriendo ante mis ojos libros de santa instrucción y
presentándome ejemplares de sólida virtud. Los que no me quieren tan
sólidamente como me quiere el ministro de Dios, me señalarán senderos más apacibles
a la degenerada naturaleza, mostrándome el camino del deleite, de la fortuna,
de la gloria terrenal; pero la mano del sacerdote, es la del amigo que me
entrega el libro de la ley de Dios y el de la vida de los santos. “Estudia, me
dice la doctrina de salvación, contempla los actos edificantes de los santos que
fueron los discípulos de esta doctrina. De este modo me enseña el sacerdote a
ser discípulo de Jesucristo, a ser firme en mi fe, y a precaverme de los que
quieran pervertirme.
5° Porque
me alarga el pan santo de la Eucaristía, con el que me alimento y robustezco cuando,
abatidas las fuerzas por el cansancio del combate que sostengo contra mis
pasiones, desfallecería sin el auxilio de la adorable comunion. — La mano del
sacerdote es la que me administra la celestial comida, que se llama el pan de
los fuertes. El pan que el sacerdote me da, es el que fortificó el corazon de
las vírgenes que, no obstante su debilidad, supieron desafiar el furor de las
fieras en los circos paganos; es el que comunica fuerza a los vacilantes para
arrostrar las contradicciones dirigidas contra la fe y la virtud: el sagrado
pan sostiene la vida, eleva los sentimientos, desarrolla el amor divino, agiganta
las fuerzas del alma, purifica el corazon y nos inmortaliza. Al darme la
comunion el sacerdote, me da la semilla más fecunda de la santidad.
6° Porque sostiene y eleva la Sagrada
Hostia, convertida en el adorable cuerpo de mi Dios, y el cáliz venerable que
contiene la preciosísima sangre de aquel que me redimió.
Santa es la mano escogida para ser el trono en que se eleva la suprema Majestad de Jesucristo, en el Sacrificio incruento de la misa. Si toda alma devota se postra con respeto ante el pesebre de Belén, porque sirvió de cuna al tierno hijo de María; si con respetuoso temor se inclina el hombre ante el Lignum crucis, por ser fragmento de aquel madero Sagrado que sostuvo al Redentor agonizante y muerto, ¿cómo no había de besar la mano, que es el pesebre en que Jesús nace y la cruz en que Jesús se sacrifica cada día en el Belén y en el Calvario del altar? Dichoso de mí si al besar la mano del sacerdote avivo la fe en los grandes misterios que por ella se repiten en la santa misa.
martes, 9 de noviembre de 2021
DE LA ORACIÓN (incluye ejemplos) – Por el R. P. ÁNGEL MARÍA DE ARCOS.
Pregunta: — Decid: ¿Qué cosa es orar?
Respuesta:
– Levantar el corazón a Dios.
P. — ¿Qué se hace en la oración?
R. — Adorar a Dios nuestro Señor y alabarle,
agradecerle y suplicarle, conocerle más y amarle, llorar nuestra ingratitud, y
ofrecernos a imitar las virtudes de Nuestro Señor Jesucristo.
En la oración hablamos con el Rey del cielo
con el fin principal de alabarle, poderle servir e ir al cielo. A Dios y al
cielo hemos de dirigir entonces nuestros pensamientos y afectos, orando de lo
íntimo de nuestro corazón y no sólo con los labios, y procurando alejar de
nosotros cuanto nos distraiga. La oración es
un acto nobilísimo; porque si se estima en mucho ser admitido en
audiencia ante un príncipe terreno, ¿cuánto
más hemos de apreciar el tener esa audiencia con el mismo Dios, Señor el más poderoso y
bondadoso, que nos da cuanto somos y tenemos, que murió por nosotros, a quien
tanto nos importa aplacar, único; que puede remediarnos en todas las
necesidades y llevarnos al cielo? Algunos no hablan
con Dios sino para pedirle.
Nótese bien todo lo que el Catecismo dice
que se hace en la oración, y cuide cada
cual de poner por Obra, uno después de otro, todos esos actos de que están llenas
las oraciones que usa la Iglesia. El adorarle humillando nuestro espíritu ante
la Majestad divina, y abajándolo hasta el polvo de la tierra; sirve para
levantar el corazón hacia el cielo, y es la reverencia y saludo con que nos
ponemos en la presencia de Dios, persignándonos
y santiguándonos en seguida devotamente.
El alabarle por su grandeza y darle gracias
por sus beneficios, hace propicio al Señor para que despache nuestras súplicas.
Estos son los memoriales que le presentamos,
y con los demás actos acabamos de ganarnos su voluntad y sacamos por fruto de
la oración lo que más le agrada, y lo que para nosotros es más útil, a saber:
el servir a Dios, imitando las virtudes de Jesucristo en el cumplimiento de
cuanto quiere de nosotros, que es la práctica de nuestros deberes.
P. — ¿De cuántas maneras es la oración?
R. — Mental
o interior y vocal o exterior, que llamamos rezar, pudiendo juntarse y
alternarse la una con la otra.
Sin la oración mental no suele hacerse bien
la vocal. Los que puestos en oración
piensan despacio y en silencio, que esto es “meditar”, alguno de los cuatro
Novísimos, o un paso de la vida o pasión de Jesucristo, y al mismo tiempo consideran
lo mal que sirven a un Señor tan grande y tan bueno; se sienten profundamente penetrados
del santo temor y amor de Dios, conocen la propia vileza y penetran la malicia
de sus pecados, con lo cual prorrumpen espontáneamente, ayudados de la gracia,
en actos de contrición perfecta, en propósitos de enmendarla vida, y en
súplicas pidiendo a Dios que los ayude.
Así, de la oración mental se pasa a la
vocal, y se junta la una con la otra rezando pausada y consideradamente, tanto
que, rezando solos, es bueno a veces irse deteniendo, como el tiempo de un
resuello, entre una palabra y otra, diciendo así el Padrenuestro, la Salve u
otra oración. También se puede reflexionar un rato en un Mandamiento o en una
virtud, suplicando el perdón de lo mal hecho y proponiendo enmienda.
El
Libro de la oración y la Guía de pecadores, ambos por Fray Luis de Granada, son excelentes para leerse y meditarse.
Por lo menos, nunca nos hemos de poner a rezar sin pensar antes, que vamos a
hablar con Dios, y recoger el pensamiento y atención a lo que recemos. El que
muchos se fastidien rezando, procede de que rezan maquinalmente, como lo haría un
papagayo.
P. — ¿Es preciso orar?
R. –– SÍ, que quien no quiere orar se
condena; y Dios nos encarga la costumbre de orar.
Asi lo ha establecido la divina Providencia;
nos concede las primeras gracias antes de pedírselas, pero quiere que con esas
gracias le pidamos otras; y esto constantemente, como mendigos de Dios, reconociendo nuestra continua miseria, y que
de Dios esperamos como de Padre nuestro que es, todos los bienes. No hay santo que no se haya dado a larga,
fervorosa y constante oración, y en ella negociaban con Dios todas sus cosas.
P. –– ¿Hemos de confiar
que Dios nos dé lo que pedimos?
R. –– Sí; porque lo ha prometido,
principalmente si estamos en su amistad.
P. — ¿Cómo a veces no
lo otorga?
R. –– O
porque no nos conviene, o porque pedimos mal.
P. — ¿Cómo se ora bien?
R. ––
Con piedad y confianza, humildad y perseverancia.
P. –– Y quien de todo esto se siente falto ¿qué ha de
hacer?
R. —Procurarlo,
y perseverar en hacer lo que pueda.
A cada paso nos repite esta promesa la
Sagrada Escritura; Jesucristo mismo la
predicó e inculcó con extraordinaria aseveración, y valiéndose de las más
tiernas comparaciones. “Si vosotros, dice, siendo malos, dais cosas buenas a
vuestros hijos, y si os piden un huevo no les dáis un escorpión, ¿cuánto más el
Padre celestial dará buen espíritu a quien se lo pida?”
Cuanto
pidiereis en la oración, se os dará; pero habéis de pedir a nombre mío, esto
es, cosas que me agraden a mí, alegando mis méritos; no los propios, como el
soberbio fariseo. Orando así, vemos que los buenos cristianos obtienen
muchas gracias de Dios, por lo cual hasta los malos en sus aprietos acuden por
oraciones, a los que tienen por varones de Dios y almas muy santas. ¿Y oye el Señor
las súplicas de los que están en pecado?
También, sobre todo si le piden
la propia conversión, y hacen esfuerzos y no cejan hasta lograrla.
Con
todo, es cierto que no siempre concede Dios lo que piden aun los buenos. Pide
un niño a la madre el cuchillo, y no se lo da, sino que ella le parte el pan;
pues así Dios, si ve que le pedimos, lo que será malo o peligroso, nos da otra
cosa mejor. Pide uno buen éxito en un negocio, creyendo que le conviene, y
ve Dios que si aquel es rico, será avaro; si consigue aquella colocación,
soberbio; si se enlaza con tal persona, que le sobrevendrán mil desgracias; por
eso, atendiendo a los ruegos, le niega misericordiosamente lo que sería un
castigo concedérselo.
Porque, desengañémonos de una vez: servir a
Dios y salvarnos es nuestro supremo bien, y el pecado el mayor mal de todos.
Los que piden bienes de la tierra o verse libres de alguna enfermedad, lo han
de pedir á condición de que convenga para su alma a gloria divina.
Peregrinó
un ciego al sepulcro de San Vedasto; rogóle que le alcanzara ver sus reliquias;
obtúvole el santo la vista, y viólas:
pero vuelto el agraciado a su casa, comenzó a pensar que acaso para salvarse le
hubiera estado mejor no ver; y cavó tanto en su corazón esta duda, que fué de
nuevo al Santo, y pidió que sí le era mejor para salvarse, le volviera la
ceguera, y en efecto quedó ciego como anteriormente. Si se hubiera de entender
en absoluto la promesa hecha a la oración, nadie sería pobre, ni estaría
enfermo; siempre habría excelentes cosechas, y no nos moriríamos nunca. El Apóstol suplicó varias veces a Dios que
le quitase una molesta tentación, y se le respondió que le bastaba la gracia,
con que luchando vencía la tentación; y al paso que le hacía sentir su propia miseria,
le ayudaba a ser humilde, y le aumentaba el mérito y la corona. ¡Qué males más
acerbos que los que Jesucristo padeció en su sagrada Pasión! Rogó una, dos y
tres veces con ahínco, que no viniera sobre El; pero siempre a condición, de
que así lo quisiera su Padre celestial. No lo quiso, y Jesucristo bebió hasta las
heces cáliz tan amargo con entera buena voluntad; y de esa pasión resultó
gloria al mismo Jesucristo y la salvación del género humano. Además que ciertas quejas de que Dios no
acceda a nuestros ruegos, cuando van mezcladas de poca fe y menos humildad, son
prueba clara de que nuestra oración no es la que debe, y quizá hasta la hemos
abandonado por despecho y desesperación.
Por
otra parte, el Señor no ha fijado plazo; antes ha dicho que no desfallezcamos
nunca en la oración.
Vemos a cada paso que en necesidades
urgentes se nos socorre con sólo llamar a Jesús o a María, mientras que los
mismos santos tardan años en conseguir alguna merced. Cuarenta seguidos rogó San Pedro Claver por la conversión de un negro, y al fin la
logró. Por las oraciones del Santo enviaba Dios mayores gracias al negro; pero
como el perverso resistía a ellas, y el Señor no fuerza a nadie; por eso no
tuvo efecto la conversión, hasta que por fin se rindió el pecador a la gracia.
Si el Santo hubiera cesado de rogar, el negro no hubiera recibido tales gracias,
o hubiera muerto desdichadamente
antes de aquel tiempo.
Otras veces es tal la gracia que demandamos y nosotros o los demás la tenemos tan desmerecida, que es preciso unir a la oración las penitencias, ayunos y limosnas, con que la misma oración es más humilde, confiada y fervorosa. Véase por todo lo dicho, cuánto importa conservar hasta la muerte la costumbre cristiana que aprendimos de nuestras madres, rezando devotamente todas las mañanas y todas las noches.
sábado, 6 de noviembre de 2021
LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA – Por JUAN VÁZQUEZ DE MELLA Y FANJUL.
Nota
de Nicky Pío. Estas líneas escritas en 1934, fueron providencialmente escritas
para estos tiempos en que vivimos. La talla de su autor, hace de estás pocas
líneas casi una profecía, que Vázquez de
Mella nisiqueira podría imaginar. Pero Dios que conoce el futuro hace surgir
estas mentes prodigiosas para edificación de los católicos pusilánimes de hoy.
“Los
caracteres del mal”
Quizá
algunos católicos, de esos que sólo se alarman cuando ven caer a hachazos las
puertas de los templos y el puñal de los sectarios tinto en la sangre de los
sacerdotes, nos tachen de exagerados al saber que no nos referimos a
pueblos extraños al hablar de persecución religiosa, sino a la nación propia, a
España, que, siendo eminentemente católica por su pasado y, a pesar de la
maldad revolucionaria, por su presente, vive, hace muchos lustros, bajo el poder
de Gobiernos contrarios a sus creencias y a su historia.
Y,
sin embargo, digan lo que quieran la hipocresía y la imbecilidad, la
persecución religiosa existe feroz y sañuda como se ha visto pocas veces en el
transcurso del siglo.
Verdad es que aún no se nos impide
congregarnos en la iglesia a oír Misa, ni se nos prohíbe rezar ni aun defender
por escrito los fueros de la Esposa de Cristo; pero está ciego quien no vea que,
si aún la Revolución no ha dicho a sus hordas que echen los cristianos a las
fieras, ya se considera con alientos
bastantes para amordazar, por medio de iniquidades legales, al sacerdote y
poner a la palabra divina en estado de sitio; y aun hacer descender del púlpito
al ministro de Dios y encarcelarlo como al más abyecto criminal. Y sordo se
necesita ser para no oír los rugidos salvajes de la impiedad, que sobre los
escombros del altar canta la muerte de la fe en muchos corazones y la victoria
de Luzbel.
No manifiesta sus excesos con tiranía material y sanguinaria que hace del cuchillo su arma de combate, y que con sus mismas violencias despierta a los dormidos y alienta a los cobardes y pusilánimes, y es causa indirecta de saludable reacción, no; esos procedimientos los desdeña ya por anticuados, y, con doblez farisaica, va derecha a su objeto mintiendo tolerancia y libertad, y estableciendo legislaciones inicuas para clavar a su amparo el diente ponzoñoso en las almas sencillas, arrancándoles las creencias católicas, dejándolas desoladas y sombrías, apagando en ellas el fuego amoroso de la caridad y la lumbre de la esperanza, para sepultarlas bajo el doble hielo de la indiferencia y del más frío positivismo, o abrasarlas con la calentura de los odios sectarios.
Sí:
la Revolución, o, para, hablar más claro, el liberalismo en todos sus grados y
matices, no necesita ya de circos ni tormentos para destrozar carne de
cristianos; le basta y le sobra con las legalidades doctrinarias para hollar y
escarnecer a la Esposa de Cristo.
Esta
guerra sorda, corrosiva y mansa que va envenenando los entendimientos con lluvias
de sofismas y torciendo las voluntades con ríos de cieno, es lo más implacable
y criminal que pudo concebir el genio satánico, porque en ella, si salen ilesos
los cuerpos, perecen los corazones y resultan heridas las almas.
No
hay en el mundo espectáculo más dolorosamente triste que el que ofrece un
pueblo católico caminando, en medio del orden material, a perderse en los abismos
de la apostasía, acaudillado por ateos y sofistas que se fingen sus
libertadores.
Y conviene observar que, en la historia del género
humano, no hay memoria de un solo pueblo que se haya apartado voluntariamente
de la verdad religiosa; porque, si las revoluciones materiales se verifican
muchas veces de abajo arriba, los trastornos morales siempre se realizan de arriba
abajo. De aquí que el poder público sea la primera ciudadela que asalta la
impiedad para corromper una nación, y que sea también la primera que hay que
reconquistar para cristianizar una sociedad e impedir que se consume su
apostasía.
Y por eso también la más arbitraria tiranía personal
no puede compararse en maldad con la que toma cuerpo y se encarna en las
instituciones y en las leyes.
Cuando
esto sucede, los hombres se acostumbran a ver florecer y desarrollarse, bajo
las disposiciones del poder soberano, la iniquidad y la injusticia; y el hábito de contemplar el mal llega a matar el instinto
del bien, o a considerar como natural y corriente el desorden moral y los males
sociales como hechos completamente indestructibles.
Entonces es cuando, según la frase de Lacordaire, los pueblos se extinguen en una agonía insensible,
que aman como si fuera dulce y agradable reposo.
Y, o mucho nos equivocamos, o España, si la
corriente de los hechos no cambia o no se altera profundamente, marcha hacia
uno de esos períodos que aparecen como lagunas fétidas en la historia de las
naciones.
Pero se dirá: enhorabuena que se conceda que
la Iglesia no vea respetados sus derechos como deben serlo. Pero ¿no se deberá reconocer igualmente que el cuadro
anterior está cargado de tintas demasiado sombrías y pesimistas? De ninguna
manera. En los artículos siguientes demostraremos que la realidad es más negra
que nuestras palabras, y, para no ser meros declamadores, señalaremos las
causas del mal y buscaremos su remedio.
“La
persecución religiosa y la Iglesia independiente del Estado ateo”
(AÑO
1934)
Sociedades secretas –Por el P. Niceto Alonso Perujo. (Parte IV. Final)
Sociedades clérico-liberales. — “No podemos, dice el Santo Padre, disimular
el amarguísimo dolor que nos aflige al ver que hay en Italia miembros de uno y
otro clero hasta tal punto olvidados de su vocación, que en ninguna manera se
avergüenzan aún por medio de escritos muy perniciosos, de diseminar falsas doctrinas,
de excitar los ánimos de los pueblos contra Nos y esta Sede apostólica, atacar
nuestro principado civil y de esta Santa Sede, y favorecer impudentemente con
todo género de esfuerzos y auxilios a los perversos enemigos de la Iglesia
católica y de esta Sede. Estos eclesiásticos, después de haberse apartado de sus
Prelados, de Nos y de esta Sede, apoyados en el favor y auxilio del Gobierno
del Piamonte y de sus Magistrados, llegaron a tal punto de temeridad, que
despreciando enteramente las censuras y penas eclesiásticas, en ninguna manera
han temido establecer ciertas sociedades absolutamente reprobables, llamadas Clérico-liberales, de socorro mutuo, Emancipadora
del Clero italiano, y otras animadas del mismo depravado espíritu; y aunque sus
Obispos les hayan justamente prohibido ejercer el santo ministerio, sin
embargo, de ningún modo temen, a modo de intrusos, ejercerle criminal e ilícitamente
en muchos templos. Por lo cual reprobamos y condenamos las detestables
sociedades mencionadas y la mala conducta de dichos eclesiásticos. Al mismo tiempo
amonestamos y exhortamos una y otra vez a estos infelices eclesiásticos que se
arrepientan y vuelvan dentro de sí mismos, y atiendan a su propia salvación,
considerando seriamente que ningún daño tolera menos Dios que el causado por
los Sacerdotes, al ver que habiéndoles puesto para que sirvan de corrección a
los demás, dan ejemplos de maldad.”
Las Sociedades clérico-liberales se componen de clérigos impíos, libertinos y de
costumbres corrompidas, como son generalmente todos los que abrazan el
liberalismo, los cuales, mal avenidos con la disciplina y regularidad de su
estado, niegan la obediencia a sus prelados, censuran las disposiciones de la
autoridad eclesiástica, y apoyan a los gobiernos revolucionarios, y hasta
secundan sus leyes contrarias a la libertad y derechos de la Iglesia.
Estos clérigos tan altaneros contra la
autoridad eclesiástica, son los más serviles hacia la autoridad civil. Son,
pues, una peste para el clero, a quien tientan al par que afrentan, y por eso
tales sociedades han sido justísimamente condenadas. — Si todos los fíeles están obligados a obedecer a sus Obispos, con
mayor motivo los clérigos, por razón — de su estado, — de su ministerio — y del
juramento que prestaron al recibir la ordenación. Pero los clérigos liberales son la piedra de escándalo de los fíeles, a
quienes están obligados a edificar. Y en el delito llevan generalmente la pena,
porque pierden la estimación pública, y son
despreciados por los hombres de Estado, que los emplean como viles instrumentos
de sus planes, Podrían citarse muchos ejemplos recientes. —Los liberales aplauden en público y
desprecian en su interior a los infelices clérigos que
piensan como ellos, al paso que aborrecen en secreto; pero no pueden menos de
respetar a los clérigos que ellos mismos persiguen y acusan, cuando son un
obstáculo a sus planes, en cumplimiento de su deber. No
lo olviden los clérigos jóvenes para lo que pueda ocurrirles en el porvenir. (Nota de
Nicky Pío. Y ese porvenir profético de este
escrito ya llegó para quedarse)
“LECCIONES
SOBRE EL SYLLABUS”
(Año
1894)
Sociedades secretas –Por el P. Niceto Alonso Perujo. (Parte III)
Nota
de Nicky Pío: En esta parte se van a encontrar entre otros temas, con las
llamadas “Sociedades Bíblicas” tema en la que pueden profundizar. Para los que
no sepan los masones profanan las Sagradas Escrituras, colocándole en el centro
de todas sus logias. Pero ellos dicen que sólo es parte del mobiliario. Aviso
que esta es la penúltima entrega…
Después de esto a nadie sorprenderán los
repugnantes alardes de ateísmo que han hecho algunas logias, sus horrendas
blasfemias, sus excitaciones incesantes contra la Iglesia y los sacerdotes, y
aun contra toda religión positiva, y como consecuencia, la infernal secta de los solidarios, que se obligan entre sí,
por medio de un pacto formal, a vivir sin religión y morir sin sacerdotes, a no
bautizar a sus hijos, a los entierros civiles, a la enseñanza laica,
a seguir las inclinaciones de la
naturaleza, y otras cosas que la pluma se resiste a escribir.
Por lo que hace a revoluciones políticas,
lodo el mundo sabe que han tomado parte activa, o a lo menos han apoyado todas
las acaecidas desde un siglo a esta parte, y en especial la de España en
Septiembre de 1808, como lo ha demostrado cumplidamente: el erudito Sr. Lafuente en su obra citada arriba (1).
(1) De
hecho y por la fuerza de las cosas, escribe Mgr. Dupanloup, la Masonería es una
sociedad política y revolucionaria: ella ejerce una influencia directa sobre
las revoluciones, ella las prepara, ella las hace; y cuantos en la masonería marchan
a la cabeza del movimiento, arrastrando consigo toda la masa de los adeptos,
éstos, verdadero corazón y alma de la secta, tienen por fin supremo el
convertirla, según la enérgica y profunda expresión de M, Enrique Martín, en
Laboratorio de la revolución, ó según el Il. Pial, en iglesia de la revolución.
— Estudio sobre la francmasonería, parte III, y a continuación lo demuestra con
testimonios de los mismos masones, y hechos de la historia contemporánea.
Pueden verse Los
Misterios de la Masonería, por León Taxil, donde se ponen de manifiesto
las ridiculeces de estos sectarios y las maldades de que son capaces, y La Iglesia y la Masonería, por X, en la que se citan
con abundancia de datos la mayor parte de los
crímenes realizados por esta secta en la presente centuria. — (Nota del Editor).
De lo cual se infiere que estas sectas merecen verdaderamente el
nombre de pestes, y que han sido justísimamente condenadas por la Iglesia
en nombre de los intereses de la religión, de la tranquilidad pública y de la
moralidad.
Sociedades bíblicas. — “Las sociedades bíblicas y las asociaciones de los misioneros protestantes,
decía en 1833 el Monthly Review, hace más de treinta años que han empezado sus
trabajos. Han reunido y gastado más rentas que un príncipe, y tienen agentes en
todas las partes del globo. Las islas más apartadas de los mares del Sud, del
Océano Pacífico y de los mares de la India, han sido visitadas por sus enviados.
Los hemos oído proclamar mil veces, no solamente que la idolatría estaba
destruida en sus islas pequeñas, sino que aun la Tartaria, la Persia y la India
estaban a punto de ceder a los esfuerzos de los misioneros y abrazar la
religión de la cruz... La sociedad bíblica de Londres tiene solamente en
Inglaterra 625 sociedades auxiliares que trabajan bajo su dirección; y hay otras
muchas semejantes en París, Lyon, Tolosa y otros ¡michos puntos de Francia, asi
como también en his principales capitales de Europa y América.”
Perrone
nos da una idea de la asombrosa actividad que emplean estas sociedades. “Se estableció la sociedad, dice, en 1805, y
desde esta fecha al 1810, o sea en un espacio de treinta y seis años,
distribuyó doce millones de ejemplares de la Biblia, traducidos a 148 idiomas.
En el año 1838 recaudaron estas sociedades, solo en Inglaterra, 846.316 libras
esterlinas, que equivalen a unos 80 millones de reales; y los ingresos en el
resto del mundo subieron a 1.500.000 libras esterlinas, o sea unos 150 millones
de reales. En 1839 contaba la sociedad con cinco mil misioneros, cincuenta
imprentas, trescientos coadjutores y maestros y centenares de ministros indígenas.”
Tan colosales sacrificios, lejos de producir
fruto alguno saludable, han causado gravísimos daños. Inundado el mundo de versiones
Ínfleles, mutiladas y llenas de errores graves, y constituyendo a los simples
fieles, y aun a los paganos, en jueces supremos del sentido de los libros santos,
han convertido en germen de errores y de corrupción esas páginas enviadas del
Cielo para luz de los entendimientos y santificación de las almas (2).
Además exponen la Biblia a la profanación y al desprecio de los infieles, retardando
así su conversión, en lugar de promoverla, pues sabido es que aquellos la
destinan a usos profanos y aun indignos, y se burlan de muchas cosas que chocan
con sus viejas preocupaciones. Y algunas veces han sido causa de persecuciones contra
los cristianos, como sucedió en la China, por haber abandonado en la orilla del
mar multitud de ejemplares vertidos al idioma de aquel país.
(2) Por
tal causa, dice el Papa Gregorio XVI en su Encíclica de 8 de Mayo de 1844, que
como ya en su tiempo se lamentaba San Jerónimo, hacen común el arte de entender
las Sagradas Escrituras a la habladora vieja, al anciano chocho, al palabrero
sofista y a todos, de cualquiera condición que sean, con tal que sepan leer, y
lo que es aún más absurdo y casi inaudito, ni aun a los infieles se niega esa
común inteligencia de los libros divinos.
Con razón, pues, han condenado repetidas
veces los Romanos Pontífices estas sociedades, manifestando sus verdaderos
propósitos, que son hacer la guerra a la Iglesia católica, como claramente han
confesado muchos de sus miembros. Los Papas, celosos de la pureza de las Sagradas
Escrituras y del respeto que merecen, han calificado a las sociedades bíblicas
con el nombre de pestes (3), atendiendo a los funestos efectos que han
producido. Ellas son para las almas lo
que es la peste para los cuerpos.
Pero no es extraño que las hayan condenado
los Romanos Pontífices, cuando los mismos protestantes las han combatido como inútiles
y perjudiciales. En un folleto titulado Razones
por las que no soy miembro de la sociedad bíblica, M. Arturo Perceval hacia revista de las traducciones de la Biblia
hechas en Europa y Asia, y declaraba que contienen errores tan groseros y
herejías tan monstruosas, que son capaces de alarmar todas las conciencias, aunque
sean poco timoratas. En su indignación contra los innobles autores de estas
traducciones, que habían ya costado a la sociedad muchos millones, exclamaba: “Sepan,
pues, ya los pobres engañados de Inglaterra, con qué fin se emplean sus sueldos
por semana. Seguramente que es para helarse la sangre en las venas de un cristiano
el pensar en la presunción sacrílega de una sociedad que así se atreve a
burlarse de la revelación del Todopoderoso, y que tiene la osadía de presentar a
las naciones paganas, y de ofrecer a la credulidad de los que la sostienen, estos
ejercicios de niños de escuela, como la palabra sagrada de Dios.
(3) Las sociedades bíblicas han sido
condenadas por todos los Pontífices que ha habido desde su origen, El nombre de
peste se lo aplicaron Pío VII en su Breve de 29 de Junio de 18I6, León XII en
su Encíclica de 3 de Mayo de 1821, y Pío IX en el párrafo 4° del Syllabus.
“LECCIONES
SOBRE EL SYLLABUS”
(Año
1894)