Y ¿quién
te pide esa perpetua confesión? La Iglesia, que nos exhorta encarecidamente
a comulgar a menudo y hasta, si es posible, a comulgar cada día, nunca nos ha
impuesto la obligación de confesarnos cada vez que comulguemos.
No hemos de ser más católicos que el Papa, no
hemos de crearnos obligaciones que, lejos de habernos sido impuestas, ni
siquiera se nos aconsejan. Aún más añado que en el caso presente tu temor es
opuesto al espíritu de la Iglesia. No hay más que un caso en que, según el concilio de
Trento, haya establecido la obligación de confesar antes de comulgar; a saber: cuando se tiene
conciencia de haber cometido un pecado mortal. Pero las almas cristianas que se acercan con
frecuencia a los Sacramentos, pocas
veces caen en pecado mortal.
Por lo que toca sobre aquellas faltas menos graves que se
llaman veniales y que son inherentes a la flaqueza humana, la fe nos enseña
expresamente que quedan completamente borradas con un acto de amor de Dios y de
sincero arrepentimiento; y para facilitarnos todavía más esta purificación, la
Iglesia en su solicitud maternal ha establecido, con el nombre de Sacramentales,
medios muy sencillos con cuyo empleo quedan purificadas nuestras conciencias:
tales son, entre otros, hacer la señal de la cruz con agua bendita, rezar el
Padre nuestro, el Confiteor en la misa, etc.
Y si después de esto titubeases aún en
comulgar a causa de algunos pecados veniales que hubieses cometido desde la
última confesión, oye al concilio de Trento, la gran voz de la Iglesia
católica, declarar que “la sagrada Comunión preserva del pecada mortal y borra las culpas veniales.”
Medita
y comprende bien estas palabras del Concilio; no fué instituida la confesión
para borrar las faltas de cada día, sino la Comunión, esa Comunión a la que
tienes tanto miedo. Las culpas cotidianas, con tal que te arrepientas
sinceramente de ellas, con tal que las detestes, la Comunión las devorará
directamente como el fuego devora la paja; el fuego no consume las piedras ni
el hierro; pero sí que devora y consume la paja. Ahora bien, las piedras y el hierro son los
pecados mortales que solo pueden desmenuzar y reducir a polvo el rudo martillo de
la confesión; la paja son esas faltas más graves que por desgracia cometemos
cada día, a pesar de nuestros buenos deseos.
El
jansenismo es el que introdujo entre nosotros este temor anticatólico, que,
bajo pretexto de mayor santidad, ensalza la confesión a expensas de la Comunión,
nos fatiga con una carga abrumadora de escrúpulos, falsea nuestras conciencias,
y con tenernos respetuosamente alejados de la Eucaristía, foco vivo y fuente de
toda santidad y hace las delicias del diablo.
Si Dios reina en tu corazón, comulga
valerosamente, sin temor, antes bien con gozo, a pegar de tus cotidianas
flaquezas. Si fueses a encontrar muy a menudo a tu confesor, podrías tener
acaso temor de cansarle; pero yendo a comulgar a menudo y aun cada día, no
cansarás a Jesús que tanto te ama: te lo aseguro.
“LA
SAGRADA COMUNIÓN”
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