lunes, 24 de abril de 2017

No me atrevo a comulgar sin confesarme, y no puedo confesarme a cada momento –– Por Monseñor de Segur.




   Y ¿quién te pide esa perpetua confesión? La Iglesia, que nos exhorta encarecidamente a comulgar a menudo y hasta, si es posible, a comulgar cada día, nunca nos ha impuesto la obligación de confesarnos cada vez que comulguemos.

   No hemos de ser más católicos que el Papa, no hemos de crearnos obligaciones que, lejos de habernos sido impuestas, ni siquiera se nos aconsejan. Aún más añado que en el caso presente tu temor es opuesto al espíritu de la Iglesia. No hay más que un caso en que, según el concilio de Trento, haya establecido la obligación de confesar antes de comulgar; a saber: cuando se tiene conciencia de haber cometido un pecado mortal. Pero las almas cristianas que se acercan con frecuencia a los Sacramentos, pocas veces caen en pecado mortal.

   Por lo que toca  sobre aquellas faltas menos graves que se llaman veniales y que son inherentes a la flaqueza humana, la fe nos enseña expresamente que quedan completamente borradas con un acto de amor de Dios y de sincero arrepentimiento; y para facilitarnos todavía más esta purificación, la Iglesia en su solicitud maternal ha establecido, con el nombre de Sacramentales, medios muy sencillos con cuyo empleo quedan purificadas nuestras conciencias: tales son, entre otros, hacer la señal de la cruz con agua bendita, rezar el Padre nuestro, el Confiteor en la misa, etc.

   Y si después de esto titubeases aún en comulgar a causa de algunos pecados veniales que hubieses cometido desde la última confesión, oye al concilio de Trento, la gran voz de la Iglesia católica, declarar que “la sagrada Comunión preserva del pecada mortal y borra las culpas veniales.”

   Medita y comprende bien estas palabras del Concilio; no fué instituida la confesión para borrar las faltas de cada día, sino la Comunión, esa Comunión a la que tienes tanto miedo. Las culpas cotidianas, con tal que te arrepientas sinceramente de ellas, con tal que las detestes, la Comunión las devorará directamente como el fuego devora la paja; el fuego no consume las piedras ni el hierro; pero sí que devora y consume la paja. Ahora bien, las piedras y el hierro son los pecados mortales que solo pueden desmenuzar y reducir a polvo el rudo martillo de la confesión; la paja son esas faltas más graves que por desgracia cometemos cada día, a pesar de nuestros buenos deseos.

   El jansenismo es el que introdujo entre nosotros este temor anticatólico, que, bajo pretexto de mayor santidad, ensalza la confesión a expensas de la Comunión, nos fatiga con una carga abrumadora de escrúpulos, falsea nuestras conciencias, y con tenernos respetuosamente alejados de la Eucaristía, foco vivo y fuente de toda santidad y hace las delicias del diablo.

   Si Dios reina en tu corazón, comulga valerosamente, sin temor, antes bien con gozo, a pegar de tus cotidianas flaquezas. Si fueses a encontrar muy a menudo a tu confesor, podrías tener acaso temor de cansarle; pero yendo a comulgar a menudo y aun cada día, no cansarás a Jesús que tanto te ama: te lo aseguro.



“LA SAGRADA COMUNIÓN”

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