De
esa condición primaria del caballero, paladín de su propio ideal, derívanse un
cierto número de preferencias más concretas, que vamos a enumerar rápidamente.
En primer lugar, la preferencia de la grandeza sobre la mezquindad. Pero ¿qué
es la grandeza y qué es la mezquindad? Grandeza es el sentimiento de la
personal valía; es el acto por el cual damos un valor superior a lo que somos
sobre lo que tenemos. Mezquindad es justo lo contrario, esto es, el acto por el
cual preferimos lo que tenemos a lo que somos. El caballero cristiano cultiva
la grandeza, porque desprecia las cosas incluso las suyas, las que él posee.
Pone siempre su ser por encima de su haber. Se confiere a sí mismo un valor
infinito y eterno. En cambio, no concede valor ninguno a las cosas que tiene. Vale
uno por lo que es y no por lo que posse. Don Quijote lo afirma: “Dondequiera que yo esté, allí está la
cabecera.”
Antes, pues, consentirá el caballero
cristiano sufrir toda clase de penurias y de pobrezas y verse privado de toda
cosa, que rebajar su ser con el gesto vil, innoble, de la mezquindad, que es
adulación a las cosas materiales. El adulador atribuye falsamente al adulado
valores y modalidades que éste no tiene; de igual modo el mezquino supone
falsamente en las cosas materiales valores que éstas no poseen. El caballero
cristiano no adula ni a las personas ni a las cosas. Su grandeza le protege de
cualquier mezquindad. Prefiere padecer toda escasez y sufrir trabajos que
doblegar la conciencia que de sí mismo tiene.
Esta preferencia por lo grande sobre lo
mezquino, documentaríase fácilmente en mil hechos de la historia española, en innumerables
productos del arte y de la vida españoles. El Escorial, por ejemplo, es la
ilustración en piedra de esa preferencia; es pura grandeza pobre. La sobriedad
de las formas personales y estéticas —a veces rayana en austeridad y aun en
tosquedad— impresiona a todo el que se acerca a la vida española; y no es sino
un derivado inmediato de esa preferencia esencial de lo grande a lo mezquino.
La generosidad, a veces loca, del español; el desprecio impresionante con que
trata las cosas materiales; la sencillez sublime con que se despoja de todo; la
disposición tranquila al sacrificio de todo bien material; he aquí algunas de
las consecuencias prácticas de esa condición hispánica que hemos llamado
grandeza. El alma española no puede nunca conceder a lo material más valor que el
de un simple medio para realzar y engarzar el valor supremo de la persona.
“IDEA
DE LA HISPANIDAD”