El murmurador y el de dos lenguas es maldito, porque mete
confusión entre muchos que vivían en paz. (Eclesiástico
Cap. XXVIII. Ver 15)
HABLA UN CONDENADO AL INFIERNO POR
CHISMOSO: Mujer, u hombre chismoso, sabe que tienes más mal que el que
sabes. Ya casi en esa vida te puedes llorar por tan condenado como yo, si no deshaces
el chisme, desencantando y esa amistad que con él tienes esas conversaciones;
porque si para la condenación es menester un pecado grave, ya viste que el tuyo
es el más grave. Si es menester que preceda una muerte sin tiempo para remediarlo, ya viste que lleva consigo esa
culpa que muerde irremediable, y de manera repentina. Si es menester demonio que acuse, ya viste que lo
eres, y peor. Si es menester Juez
que te declare por maldito, ya viste que Dios piensa sobre el tema y te declara
por tal: Susurro, bilinguis maledictus.
Si es menester fuego, ya viste que
en tu misma boca lo llevas. Si es menester gusano,
ya viste el gusano de fuego que padeció Doeg, a cuyas manos murió en ese mundo;
y que le roe en este sin que haya de morir jamás: Vermis corum non morietur. (Isaías. Cap. LXVI. VER .24.).
¿Cómo,
pues, vives un instante sin deshacer ese chisme, viendo que mientras no lo
haces llevas contigo todo el recado de condenarte? ¿Y cómo te consuelas dilatando para otro tiempo, viendo que te amenaza
una muerte tan sin tiempo, como inopinada? Mors súbita, non meditata.
¿Cómo la pena no te amedrenta?, ¿cómo la culpa no te horroriza? Culpa, que a diferencia de otras no basta
confesarla, si no se quita la causa que turbo la paz: Culpa, que aun entre
Gentiles era afrentosa, y enfrentada: Culpa , que especialmente se opone a
Dios, en quanto Dios, y en cuanto Hombre: Culpa, que como el fuego del Infierno
prende en las animas, el tuyo en los ánimos: Culpa, que hace pedazos al Cuerpo místico
del Redentor, porque divide la unión de sus miembros que son los prójimos:
Culpa, en fin, incomparable, por privar del bien de la amistad, que no tiene
comparación: Amico fideli nulla est comrparatio. (Ecli.6.) ¡Y con todo esto hay quien a cada paso la comete! ¡O
dolor! Pero aún es más el que nadie la impida, el que nadie la castigue, y que
sean tantos los que en sus oídos la fomentan.
Si un Tigre entrara por un Lugar arrancando
a unos un brazo, y a otros una pierna, se pondrían todos en armas, y le
tirarían a matar: y despedazando un chismoso al místico Cuerpo de un Hombre
Dios, y dividiendo sus miembros, nadie se mueve contra él, antes suele hallar en
la misma persona que ofende acogida, y premio.
Quejase
por David el Redentor (Psal. 21.) de que le contaron los huesos: entre las reglas del arte de contar una es
la del partir; y como los fieles son sus huesos, se queja de que se los parta el
chismoso con la discordia que introduce en ellos. Expresamente se explicó:
(Eccli. 28.) Plaga lingua. El hueso dislocado tiene remedio, pero no el
partido, porque es insoldable su rotura; asi hay chismes, que han partido por
el medio algunas amistades que no han podido jamás soldarse. Esta es la culpa
que le arranca quejas a Dios, y a que corresponde una pena, que tampoco tenga
medicina, ni jamás se pueda soldar: Nec habebit ultra medicinam.
Esta es (¡O
mortales!) mi pena, porque esta fue mi culpa. Yo hallaba gusto en contar lo
que había de dar disgusto a otro. Callaba lo que disminuía el dicho, y añadía
el modo o la circunstancia que Habia de agravar la queja. Representóme el Juez en
su Tribunal los ocultos efectos de estos chismes; vi entonces con tanta
perspicacia, la confusión, la malicia de este pecado que tenía yo por cosa sin
importancia; en fin, fui por él condenado, a que en pena de la paz que quité a
muchos, no tenga aquí paz con alguno, sino implacable guerra con todos, y conmigo
mismo. ¡O, si supieras que tormento es
este! Idéate, que en ese mundo nadie te pudiera ver; que de tu casa te
arrojaran a palos; que en la calle los vecinos te ahuyentaran con piedras, y
que si acudías al Templo te daban con la puerta en los ojos; que si huías a
otro lugar se conjuraban también todos a echarte de él con látigos, oprobios, y
salivas. ¿No te parece que sería ésta
gran miseria? Pues nada es comparable a la mía; porque, en fin, estos te perseguían
con un odio mortal, y aquí todos con un inmortal odio me abominan, me
aborrecen, me atormentan, y baldonan. Ay, aunque todos te quisieran mal, pero
en fin, tú ya te amabas, y con huir esperabas hallar refugio aunque nunca lo
encontrases; pero aquí ni aun pasar puedo de un lugar a otro, por estar clavado
como escollo en medio de espesas llamas, que me sitian, embisten, y atraviesan:
con que no puedo volver a nadie los ojos que no sea de corazón un enemigo, y
verdugo mío: Non habent réquiem, nec
amicum in quo requiescat. Eccli. 28. ¿Y quién creerá, que aún no es este mi
mayor tormento? El mayor es el despecho, y furor que tengo contra mí mismo, y con que siempre quisiera acabar, y nunca podré. En ese mundo se desahoga este furor con un dogal
(cuerda con que se ahorca a un reo) que lo ahoga, pero aquí ni aun esta salida tan desesperada me queda, porque he de
sufrir siempre esta vida desesperada, sin acabar jamás, ni con la vida, ni con la desesperación.
Esta es una angustia mayor que lo que puedo explicarte,
ni puedes concebir; y si no mira el estrago que hace la discordia interior en
lo insensible de un peñasco; rasga el corazón de la tierra, hace temblar la
comarca, vomita Ciudades, y estremece al mundo. Si esto hace la interna contradicción
en una montaña que no siente, ¿qué hará en
el alma de una delicada criatura? Pues esto, y más que esto obra en mí la
paz que no tengo conmigo, por haberla quitado a otros con mis chismes, no
haciendo otra cosa, en pena de mis chismes dichos en ese mundo, que maldecir en
este; todo en mí son maldiciones contra Dios, y Dios también me maldice a mí,
como lo hace en la cita antes dicha: Maledictus,...
Pero ay, ¡Cuán otra es la maldición de Dios que la del hombre! Como esta no está
en su mano, tarde, o rara vez se cumple; pero como Dios es Omnipotente, nada
maldice, que al punto no se hace, como se vio en la higuera que maldijo, se cumplió
en el acto y como se vio en mí cuando en su juicio me fulminó las maldiciones
de: Los Demonios te arrebaten; te sorba el
Infierno; arde eternamente en sus hornos; no sepas jamás qué cosa es paz, ni
conmigo, ni contigo, ni con otro alguno; todos te aborrezcan, pisen, y opriman;
vive siempre luchando contra tí mismo por acabarte, y nunca te acabes de acabar.
¡O portento! Apenas pronunció estas
maldiciones, cuando luego se cumplió lo que dijo. ¡O mujeres! ¡OH hombres! ¡Que por un chisme de palabra os tragáis
tantos, y tales tormentos de obra, que por quitar la paz de uno con otro, no
queréis tener paz con Dios, con nadie, ni con vosotros mismos! Que por decir el mal que este dijo dé
aquel, os cargáis con las maldiciones tan ejecutivas, cómo irremediable de un
Dios: MALDITOS. Abrid los ojos para no
caer en semejante vicio, y para llorar los cometidos, y para ver cómo podéis
reintegrar la amistad que con el
chisme quebrasteis, o entibiasteis, o
suspendisteis. Mientras no llores ya como un condenado, y por ser tan malditos como yo: Susurro, bilinguis maledictus.
“GRITOS DESDE EL INFIERNO”