viernes, 31 de enero de 2020

SAN JUAN BOSCO, Confesor. 16 de agosto de 1815, I Becchi, Italia; † 31 de enero de 1888, Turín, Italia





   Patrono de estudiantes; jóvenes; niños; adolescentes; muchachos; aprendices; obreros; editores.

SAN JUAN BOSCO, Confesor

   Quien quisiere salvar su vida (obrando contra mí), la perderá; mas quien perdiere su vida por amor de mí, la encontrará. (Mateo 16, 25)


SAN JUAN BOSCO, Confesor

   Nacido en 1815, San Juan Bosco, hijo de humildes campesinos, perdió a su padre a la edad de dos años y fue educado por su piadosa madre Margarita. Desde que fue elevado al diaconado, comenzó a reunir, los domingos, a los obreros y niños abandonados de Turín. Construyó para ellos un asilo y una iglesia, dedicada a San Francisco de Sales. En 1854, sentó las bases de una nueva congregación, la de los salesianos, que hoy se llaman sacerdotes de Don Bosco; en 1872, fundó las Hijas de María Auxiliadora. Murió el 31 de enero de 1888, venerado por todo el mundo por su santidad y sus milagros.


MEDITACIÓN SOBRE LA NECESIDAD DE MORTIFICARNOS

   I. Aquél que odia su alma en este mundo, la conserva para la vida eterna. Estas palabras de Nuestro Señor indican la necesidad que se nos impone de mortificarnos. La ciudad de Babilonia, es decir, de los réprobos, comienza por el amor a sí mismo y termina por el odio a Dios, dice San Agustín. La ciudad de Jerusalén, es decir, de los predestinados, comienza por el odio al cuerpo y termina por el amor a Dios. El amor a Dios crecerá en ti en la misma proporción que el odio a tu cuerpo. Mide con este metro: para conocer en qué medida eres perfecto, considera en qué medida te mortificas.

   II. Tu mortificación debe comenzar cortando por lo vivo todos los placeres y deseos que pudieran impedirte cumplir los mandamientos de Dios. Corta todo lo que pueda impedirte cumplir con los deberes que te impone el estado de vida que hayas abrazado. En fin, hay una mortificación que no es como la anterior, obligatoria, sino sólo de consejo; consiste en abstenerse aun de los placeres permitidos. Es la que practican las almas santas; ¿las imitas?

   III. La mortificación será para ti cosa fácil, si consideras que ella te impide caer en muchas faltas. Además, eres pecador: debes, pues, hacer penitencia y mortificarte para disminuir, por compensación, lo que debes a la justicia de Dios en el purgatorio. Eres cristiano: ¿concuerda acaso el vivir en el placer y adorar a un Dios crucificado? No temas los rigores de la mortificación; ella posee dulzuras escondidas que sólo pueden gustar los que la abrazan decididamente. Ves la cruz pero no conoces sus consuelos (San Bernardo).

La imitación de Jesucristo.
Orad por la educación de la juventud.


ORACIÓN
   Señor, que habéis hecho de San Juan Bosco, vuestro confesor, padre y maestro de los adolescentes, y habéis querido hacer florecer en la Iglesia, por su intermedio, nuevas familias religiosas con la ayuda de la Santísima Virgen María, haced que inflamados con el mismo amor busquemos las almas y os sirvamos sólo a Vos. Por J. C. N. S.



miércoles, 29 de enero de 2020

MEDITACIÓN SOBRE EL CORAZÓN DE SAN FRANCISCO DE SALES



   



   


   I. El corazón de San Francisco de Sales ardía con el fuego del amor divino. Este amor le hizo emprender todo lo que juzgó apto para contribuir a la gloria de Dios y a la salvación del prójimo. Sus predicaciones, sus pláticas, sus libros, son pruebas de esta verdad. ¡Ah! si amases a Dios como él, te burlarías de las riquezas, de los placeres, de los honores, y no dejarías perder las ocasiones de incitar a los demás a amar al Señor. ¡Oh Dios que sois tan amable! ¿Por qué sois tan poco amado? ¡Oh fuego que siempre ardéis, fuego que nunca os extinguís, abrasad mi corazón!

   II. El corazón del Santo sólo tenía dulzura y ternura para el prójimo; después de su muerte no se le encontró hiel en el cuerpo. Consolaba a los enfermos, daba limosna a los pobres, instruía a los ignorantes, y con su afabilidad trataba de que se le allegasen los pecadores, a fin de conducirlos enseguida al redil de Jesucristo.

  III. Ese corazón, en fin, que era todo amor para Dios y toda dulzura para el prójimo, trataba a su cuerpo como a enemigo; para domar sus pasiones no retrocedía ante mortificación alguna, ante sacrificio alguno. Examina la causa de tus penas, y verás que provienen de las pasiones que no supiste domeñar. Aquél que ha vencido a sus pasiones adquirió una paz duradera.

La dulzura.
Orad por la orden de la Visitación.


ORACIÓN

Dios, que habéis querido que el bienaventurado Francisco de Sales, vuestro confesor y pontífice, fuese todo para todos para salvar a las almas, difundid en nosotros la dulzura de vuestra caridad, y haced que, dirigidos por sus consejos y asistidos por sus méritos, lleguemos al gozo eterno. Por J. C. N. S.


martes, 28 de enero de 2020

GRITOS DE UN CHISMOSO CONDENADO AL INFIERNO – Por el Dr. José Boneta.






   El murmurador y el  de dos lenguas es maldito, porque mete confusión entre muchos que vivían en paz.   (Eclesiástico Cap. XXVIII. Ver 15)

    HABLA UN CONDENADO AL INFIERNO POR CHISMOSO: Mujer, u hombre chismoso, sabe que tienes más mal que el que sabes. Ya casi en esa vida te puedes llorar por tan condenado como yo, si no deshaces el chisme, desencantando y esa amistad que con él tienes esas conversaciones; porque si para la condenación es menester un pecado grave, ya viste que el tuyo es el más grave. Si es menester que preceda una muerte sin tiempo para remediarlo, ya viste que lleva consigo esa culpa que muerde irremediable, y de manera repentina. Si es menester demonio que acuse, ya viste que lo eres, y peor. Si es menester Juez que te declare por maldito, ya viste que Dios piensa sobre el tema y te declara por tal: Susurro, bilinguis maledictus. Si es menester fuego, ya viste que en tu misma boca lo llevas. Si es menester gusano, ya viste el gusano de fuego que padeció Doeg, a cuyas manos murió en ese mundo; y que le roe en este sin que haya de morir jamás: Vermis corum non morietur. (Isaías. Cap. LXVI. VER .24.).

   ¿Cómo, pues, vives un instante sin deshacer ese chisme, viendo que mientras no lo haces llevas contigo todo el recado de condenarte? ¿Y cómo te consuelas  dilatando para otro tiempo, viendo que te amenaza una muerte tan sin tiempo, como inopinada? Mors súbita, non meditata.

   ¿Cómo la pena no te amedrenta?, ¿cómo la culpa no te horroriza? Culpa, que a diferencia de otras no basta confesarla, si no se quita la causa que turbo la paz: Culpa, que aun entre Gentiles era afrentosa, y enfrentada: Culpa , que especialmente se opone a Dios, en quanto Dios, y en cuanto Hombre: Culpa, que como el fuego del Infierno prende en las animas, el tuyo en los ánimos: Culpa, que hace pedazos al Cuerpo místico del Redentor, porque divide la unión de sus miembros que son los prójimos: Culpa, en fin, incomparable, por privar del bien de la amistad, que no tiene comparación: Amico fideli nulla est comrparatio. (Ecli.6.) ¡Y con todo esto hay quien a cada paso la comete! ¡O dolor! Pero aún es más el que nadie la impida, el que nadie la castigue, y que sean tantos los que en sus oídos la fomentan.

   Si un Tigre entrara por un Lugar arrancando a unos un brazo, y a otros una pierna, se pondrían todos en armas, y le tirarían a matar: y despedazando un chismoso al místico Cuerpo de un Hombre Dios, y dividiendo sus miembros, nadie se mueve contra él, antes suele hallar en la misma persona que ofende acogida, y premio.

   Quejase por David el Redentor (Psal. 21.) de que le contaron los huesos: entre las reglas del arte de contar una es la del partir; y como los fieles son sus huesos, se queja de que se los parta el chismoso con la discordia que introduce en ellos. Expresamente se explicó: (Eccli. 28.) Plaga lingua. El hueso dislocado tiene remedio, pero no el partido, porque es insoldable su rotura; asi hay chismes, que han partido por el medio algunas amistades que no han podido jamás soldarse. Esta es la culpa que le arranca quejas a Dios, y a que corresponde una pena, que tampoco tenga medicina, ni jamás se pueda soldar: Nec habebit ultra medicinam.

   Esta es (¡O mortales!) mi pena, porque esta fue mi culpa. Yo hallaba gusto en contar lo que había de dar disgusto a otro. Callaba lo que disminuía el dicho, y añadía el modo o la circunstancia que Habia de agravar la queja. Representóme el Juez en su Tribunal los ocultos efectos de estos chismes; vi entonces con tanta perspicacia, la confusión, la malicia de este pecado que tenía yo por cosa sin importancia; en fin, fui por él condenado, a que en pena de la paz que quité a muchos, no tenga aquí paz con alguno, sino implacable guerra con todos, y conmigo mismo. ¡O, si supieras que tormento es este! Idéate, que en ese mundo nadie te pudiera ver; que de tu casa te arrojaran a palos; que en la calle los vecinos te ahuyentaran con piedras, y que si acudías al Templo te daban con la puerta en los ojos; que si huías a otro lugar se conjuraban también todos a echarte de él con látigos, oprobios, y salivas. ¿No te parece que sería ésta gran miseria? Pues nada es comparable a la mía; porque, en fin, estos te perseguían con un odio mortal, y aquí todos con un inmortal odio me abominan, me aborrecen, me atormentan, y baldonan. Ay, aunque todos te quisieran mal, pero en fin, tú ya te amabas, y con huir esperabas hallar refugio aunque nunca lo encontrases; pero aquí ni aun pasar puedo de un lugar a otro, por estar clavado como escollo en medio de espesas llamas, que me sitian, embisten, y atraviesan: con que no puedo volver a nadie los ojos que no sea de corazón un enemigo, y verdugo mío: Non habent réquiem, nec amicum in quo requiescat. Eccli. 28. ¿Y quién creerá, que aún no es este mi mayor tormento? El mayor es el despecho, y furor que tengo contra mí mismo, y con que siempre quisiera acabar, y nunca podré. En ese mundo se desahoga este furor con un dogal (cuerda con que se ahorca a un reo) que lo ahoga, pero aquí ni aun esta salida tan desesperada me queda, porque he de sufrir siempre esta vida desesperada, sin acabar jamás, ni con la vida, ni con la desesperación.

   Esta es una angustia mayor que lo que puedo explicarte, ni puedes concebir; y si no mira el estrago que hace la discordia interior en lo insensible de un peñasco; rasga el corazón de la tierra, hace temblar la comarca, vomita Ciudades, y estremece al mundo. Si esto hace la interna contradicción en una montaña que no siente, ¿qué hará en el alma de una delicada criatura? Pues esto, y más que esto obra en mí la paz que no tengo conmigo, por haberla quitado a otros con mis chismes, no haciendo otra cosa, en pena de mis chismes dichos en ese mundo, que maldecir en este; todo en mí son maldiciones contra Dios, y Dios también me maldice a mí, como lo hace en la cita antes dicha: Maledictus,...

   Pero ay, ¡Cuán otra es la maldición de Dios que la del hombre! Como esta no está en su mano, tarde, o rara vez se cumple; pero como Dios es Omnipotente, nada maldice, que al punto no se hace, como se vio en la higuera que maldijo, se cumplió en el acto y como se vio en mí cuando en su juicio me fulminó las maldiciones de: Los Demonios te arrebaten;  te sorba el Infierno; arde eternamente en sus hornos; no sepas jamás qué cosa es paz, ni conmigo, ni contigo, ni con otro alguno; todos te aborrezcan, pisen, y opriman; vive siempre luchando contra tí mismo por acabarte, y nunca te acabes de acabar. ¡O portento! Apenas pronunció estas maldiciones, cuando luego se cumplió lo que dijo. ¡O mujeres! ¡OH hombres! ¡Que por un chisme de palabra os tragáis tantos, y tales tormentos de obra, que por quitar la paz de uno con otro, no queréis tener paz con Dios, con nadie, ni con vosotros mismos! Que por decir el mal que este dijo dé aquel, os cargáis con las maldiciones tan ejecutivas, cómo irremediable de un Dios: MALDITOS. Abrid los ojos para no caer en semejante vicio, y para llorar los cometidos, y para ver cómo podéis reintegrar la amistad que con el chisme quebrasteis, o entibiasteis, o suspendisteis. Mientras no llores ya como un condenado, y por ser tan malditos como yo: Susurro, bilinguis maledictus.


“GRITOS DESDE EL INFIERNO”



MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA DE SAN PEDRO NOLASCO.





   I. El primer efecto de la caridad de nuestro santo fue consagrar todos los bienes al alivio de los desventurados; por ahí debes comenzar a imitarlo. ¿Qué has hecho hasta ahora para aliviar a tu prójimo en sus necesidades? ¿Qué puedes hacer? Por lo menos ruega a Dios por él, si no puedes hacer más. Sufre con paciencia las imperfecciones de los demás.

   II. El segundo efecto de su caridad fue obligarse, con voto, a sacrificar su libertad, si era necesario, para el rescate de los cautivos. ¿Cómo comprometerías tu libertad por el prójimo, tú, que le rehúsas una moneda? Sin embargo, por ti ha pagado Jesús y quiere que le pagues lo que le debes, en la persona del prójimo. Visita a los encarcelados, consuela a los afligidos y cuídate de no afligir a nadie con tus palabras o tu mal humor. Esa persona a quien menosprecias es más cara a Jesús que el mundo entero.

   III. El propósito principal de este ilustre fundador fue arrancar de la perdición eterna las almas de los cristianos a quienes el tedio de una prolongada cautividad invita a renegar de la fe; así quería, al mismo tiempo, salvar el cuerpo y el alma de esos desventurados. La mejor caridad que puedes hacer a tu prójimo es contribuir a la salvación de su alma; no pierdas ocasión alguna de hacerlo, todas son preciosas.

La caridad para con el prójimo.
Orad por los pobres cautivos.

ORACIÓN.

   Oh Dios, que enseñasteis a San Pedro Nolasco a imitar vuestra caridad, inspirándole fundara en vuestra Iglesia una nueva familia para el rescate de los cautivos, concedednos por su intercesión que, libres de la servidumbre del pecado, gocemos en el cielo de libertad perpetua.  Por J. C. N. S.




lunes, 27 de enero de 2020

MEDITACIÓN SOBRE EL BUEN EJEMPLO



   I. San Juan Crisóstomo predicaba tanto con sus ejemplos como con sus discursos. El buen ejemplo produce tres diferentes impresiones en nuestro espíritu. Nos hace amar lo que admiramos, pues la virtud tiene encantos que arrebatan nuestro corazón; en segundo lugar, nos hace falta desear llegar a ser semejantes a los que admiramos; en fin, facilita la práctica de la virtud. Cada uno de nosotros querría ser virtuoso si no existieran las dificultades que imaginamos que encontraremos en el camino de la virtud. El buen ejemplo derriba este obstáculo al mostrar que no es difícil hacer lo que tantos jóvenes y tantas personas delicadas hacen sin pena, y aun con placer. Ánimo, alma mía, nada han hecho los santos que no puedas llevar a cabo con la gracia de Dios.

   II. Nada podemos hacer que sea más agradable a Dios, más útil al prójimo y a la salvación de nuestra alma, que predicar la virtud con nuestro ejemplo. Los justos, dice San Juan Crisóstomo, son cielos que narran la gloria de Dios y dan a conocer su poder y su bondad. Acaban la obra de la Redención, convirtiendo al prójimo mediante su vida santa. ¡Qué felicidad para ti, poder contribuir con tus buenos ejemplos a la conversión de un alma por la cual ha muerto Jesucristo, y que sin ti no hubiera aprovechado la sangre derramada por el Salvador! ¿Dejará Dios de recompensar tu celo?

   III. Realiza todas tus acciones por el doble motivo de agradar a Dios y edificar al prójimo. Suprime tus acciones, aun las indiferentes, que puedan escandalizar a tu hermano. ¡Jesucristo murió por él y tú no te quieres privar de un pequeño placer para contribuir a su santificación! Señor, si no puedo predicar la modestia y la humildad desde el púlpito, las predicaré mediante una vida humilde, mediante un exterior modesto y recatado. Es el medio con que cuento para imitaros, oh Señor Jesús, a Vos que durante treinta años nos habéis enseñado con vuestro ejemplo, y que sólo durante los tres últimos años de vuestra vida predicasteis. El testimonio de la vida es más eficaz que el de la lengua: cuando la lengua calla, hablan los actos (San Cipriano).


El respeto por la palabra de Dios.
Orad por los predicadores.


ORACIÓN


   Señor, dignaos difundir cada vez más las riquezas de vuestra gracia en vuestra Iglesia, que habéis querido ilustrar con los gloriosos méritos y doctrina de vuestro confesor San Juan Crisóstomo. Por J. C. N. S.

domingo, 26 de enero de 2020

MEDITACIÓN SOBRE LAS LÁGRIMAS DE SANTA PAULA.





   I. Santa Paula se retira del mundo para dedicarse libremente a los ejercicios de piedad por todo el resto de sus días. Imita a esta santa; deja las compañías demasiado bullangueras, ama la soledad de tu interior y la lectura de los buenos libros. ¿Por qué tardas? ¿Por qué no consagras a Dios el tiempo que te queda de vida? ¡Ay! tanto has trabajado para el mundo; ¿acaso es mucho dar a Dios si le das sus restos?

   II. Santa Paula llora aun sus menores pecados veniales. Aquélla que tanto buscó agradar al mundo, decía la santa, nunca debe desagradar a Dios. Llora igualmente el tiempo que diste a la vanidad y a los placeres. ¿Dónde están ahora? ¿Dónde esos dorados días de tu juventud? Todo pasó, no te queda sino el triste recuerdo de haber ofendido a Dios por algo que ya no existe más. Borra esos pecados con tus lágrimas. ¡Cuán agradables te parecerán estas lágrimas si consideras que extinguen el fuego que debía quemarte en el purgatorio! Repasaré todos los años de mi vida en la amargura de mi alma (Isaías).

   III. Las aflicciones, las persecuciones, te arrancan incesantemente lágrimas. Se te priva de tus bienes, se empaña tu reputación, se te agobia con menosprecios; consuélate, seca tus lágrimas, no pongas tu confianza en los hombres, vete a desahogar el corazón delante de Jesús crucificado; quéjate a Él, pídele consejo y serás pronto consolado.

La confianza en Dios.
Orad por las viudas.
ORACIÓN

   Escúchanos, oh Dios, que sois nuestra salvación, y que la fiesta de la bienaventurada Paula, al mismo tiempo que regocije nuestra alma, la enriquezca con los sentimientos de una tierna devoción. Por J. C. N. S.

viernes, 24 de enero de 2020

MEDITACIÓN SOBRE LOS TRES EFECTOS DEL CELO POR LAS ALMAS





   I. Aunque no todos los cristianos sean apóstoles, deben con todo tener celo por la salvación del prójimo. Pero a fin de que ese celo esté bien ordenado, cada uno debe comenzar por convertirse a sí mismo. Tú tienes celo por la conversión de tus parientes, de tus amigos, de tus servidores; les adviertes caritativamente sus faltas; este celo es digno de alabanza; pero, si no te adviertes a ti mismo, es indiscreto; mira si no tienes los defectos que reprochas a los demás.

   II. Contribuye todo lo que puedas, con tus palabras, a la salvación de los demás. Jesucristo no tuvo a menos conversar con los niñitos, ni con la Samaritana, para mostrarles el camino del cielo. Una buena palabra que digas a ese pariente, a ese amigo, a ese servidor, ganará su alma para Dios. Jesucristo ha derramado toda su sangre para rescatar esa alma, ¿y tú no quieres decir una palabra para impedir que se condene? ¿Dónde está tu caridad?

   III. ¿Quieres ser un verdadero apóstol? Predica con tus actos. Lleva una vida ejemplar; más conmoverás cuando te vean, que oyendo al más famoso de los predicadores; tu modestia detendrá aun a los más libertinos. ¿Cuántas ocasiones de trabajar por el prójimo dejas escapar? Es seguro, dice San Gregorio, que Dios te pedirá cuenta del alma de tu prójimo, si descuidas trabajar en su salvación en la medida en que lo puedas.


El celo por las almas.
Orad por los eclesiásticos.


jueves, 23 de enero de 2020

Gritos de un adúltero condenado al infierno





¡Ay de mí una, y mil veces! Y ay de mí, ahora más que nunca, tanto por cuanto aquí padezco (el infierno), como por lo que padezco en compelerme a desviarte del adulterio, porque deseo inflexiblemente tu condenación; y como sé cuán cierta será, si estás encartado en ese vicio, no quisiera que amedrentado de oír lo que padezco yo por adultero dejases tú de serlo, y te salvaras: pero fio te sucederá lo que a mí, que este miedo solo me movía a proponer dejar la mala amistad, pero no a dejarla; y como tú te portes asi, yo no he menester más para salir con mi pretensión que es tu eterna ruina: porque, como con ese propósito nos condenamos todos los adúlteros, también tú te condenarás con él.

   La razón por que este vicio nunca se piensa proseguir, y nunca se llega a dejar, es, porque cuando falta el deleite del apetito, se sigue por la estimación de la persona; y cuando uno, y otro falta se continúa, porque en castigo de los pecados antecedentes, permite Dios los siguientes; y en pena de estos, y aquellos, el morir (¡O qué horror!) sin penitencia, o por falta de tiempo, o por sobrada confianza del perdón, o por no ver la puerta para entrar en él, muriendo tan ciegos como vivimos; motivo por qué en Grecia antiguamente castigaban al adultero, arrancándole los ojos.

   Con que ahora solo es mi temor, no sea cosa, que escarmentando en mí, no te contentes con el propósito, sino que rompas luego por todo, y ahora mismo cortes esa amistad, te arrepientas, y confieses. Esto es lo que me da pena, porque esto es lo que a tí te ha de dar la Gloria; y no es solo por el odio que a tí tengo, sino por el que tengo a Dios; del cual, como no puedo vengarme en su persona, quisiera verlo aquí arder en su estatua, que eres tú. Quisiera, porque veo en tí, como en espejo su imagen, hacer pedazos el espejo, ya que no puedo la imagen, y que ardieras como yo en estas atroces llamas, pero me obligan a que con ellas te desvíe de ellas, forzándome a que para esto te intime lo que Jeremías en el Tema: Póngate Dios como a Sedequias, y Acab, que fueron freídos en el fuego por necios, porque adulteraron con las mujeres de sus amigos.

lunes, 20 de enero de 2020

El PURGATORIO.




Los Novísimos – El Purgatorio.

   El purgatorio es un lugar de expiación para las almas de aquellos que, si bien murieron en gracia de Dios, no han satisfecho enteramente a la   divina Justicia.

   ¿Quiénes van al Purgatorio? 1) Los que mueren con pecados veniales. 2) Los  que no han satisfecho en esta vida la pena temporal merecida por sus pecados. Con la confesión bien echa se perdonan las culpas graves y la pena eterna, el Infierno, pero no siempre queda perdonada la pena temporal. Dios, perdonando el pecado mortal, ordinariamente conmuta la pena eterna en una temporal, que debe pagarse en esta vida Con penitencias y obras buenas, o en el Purgatorio.

Existencia del Purgatorio.

   Niegan la existencia del Purgatorio los protestantes y otros herejes. Nosotros afirmamos su existencia con los siguientes argumentos:

   Pruebas de fe.1) En el libro de los Macabeos se lee que, después de una batalla, Judas Macabeo mandó a Jerusalén doce mil dracmas de plata para que se ofrecieran sacrificios por los pecados de los que habían muerto en el combate. Esto arguye que, aun después de muertos, tenían aquello soldados penas que expiar. No pena eterna, porque en el Infierno no hay redención; luego se habla allí de pena temporal, o sea del Purgatorio.

A renglón seguido dice el mismo autor inspirado: Es, pues, santa y saludable obra el rogar por los muertos, para que sean libres de sus pecados.

   Los protestantes que rechazan el dogma del Purgatorio, han quitado de la Biblia este pasaje de los Macabeos, o bien dicen que este libro no es inspirado; pero los judíos y  cristianos no dudan de su inspiración.

   2) Testimonio de Jesucristo. — Al hablar de los pecados contra el Espíritu Santo, dice qué no se remitirán ni en este mundo ni en el otro. Con estas palabras da a entender que  hay pecados que se remiten en la otra vida, y que por lo tanto existe Un lugar donde se remiten, a saber el Purgatorio.

   Pruébase por la razón, — Muchos mueren en gracia de Dios, pero con el alma manchada de pecados veniales o sin haber satisfecho enteramente a la divina Justicia. Estas almas no pueden ir al infierno porque son amigas de Dios; tampoco pueden ir a la Gloria porque escrito está: No entrará en ella ninguna cosa contaminada. (Apoc., XXI, 27). Luego es forzoso que antes de ir al Cielo pasen un tiempo en lugar de  expiación; luego debe admitirse el Purgatorio.

Penas.

Las hay de dos clases:

sábado, 11 de enero de 2020

El cura Don Filemón Rochero – Por Hugo Wast: Tomado de la Novela “Flor de Durazno” (El caso de una mujer que no quería morir ni confesar).



Nuestro comentario: Esta demás decir que recomiendo a los Curitas leer este libro y lo lleven a la práctica. Y también para edificación de los laicos, ya que es una obra impregnada de profundo  espíritu católico. “La edición Libertad” dice de esta obra: “Libro que podemos leer delante de nuestros hijos y  conservar sin rubor en nuestra biblioteca, sea la de un obrero, la de un artista, la de un sabio, la de una niña.” Sin más preámbulos va el fragmento que escogí hoy para mis amigas y amigos.

   La noche en que lo vemos costeando el arroyo en su mula, regalo de un amigo, debía andar en el ejercicio de su ministerio, pues aunque no era hombre de recelarse por garúa más o menos, no estaba el tiempo para paseos, y mejor le habría sentado quedarse en su escritorio calentándose los pies en la piel del león y rezando su oficio o leyendo algunas de las pocas cosas que él leía, mientras llegaba la hora de cenar, que no andaba lejos.

   Y así era. Venía de la Cumbre, cuatro o seis leguas atrás, adonde fué el día antes para una confesión.

   En treinta años de jabonar almas de paisanos, había enjuagado muchas suciedades, pero ninguna encontró jamás tan percudida con tan mezquinos pecados, como la que esa tarde despachó a la gloria cristianamente pensando.

   Era una ricacha porteña, instalada en las sierras hacía dos o tres años, por prescripción médica.

   Muchas obras buenas tenía en su haber, muchas caridades, pero de esas caridades hechas “coram gentibus”, como decía don Filemón, desvirtuadas por la vanidad que las inflaba, vanidad de aparecer generosa más que nadie, dando mil, sólo porque otros dieron cien.

   —Que tu mano derecha ignore lo que hace tu izquierda—gruñía don Filemón, cuando la enferma le contaba sus muchas larguezas.

   Además, había en ella un apego desmedido a las cosas del mundo y un horror excesivo a la muerte, cuyo solo nombre la hacía prorrumpir en gritos que crispaban los nervios de los que la rodeaban.

   Un día entero había pasado el cura, esperando que espontáneamente pidiera confesión. Rodeábanla los deudos complacientes, para impedir que don Filemón entrara directamente en la ardua cuestión, con riesgo de espantar a la enferma; y él, que veía aquella estúpida prudencia humana delante de la muerte que avanzaba, se sentía en ascuas.

   Al fin no pudo más y dijo resueltamente:

   —Señora, ¿quiere usted confesarse? Cuando uno está en estos trances, bueno es tener el pingo (caballo) ensillado, por lo que “potest contingere...”

   — ¡Jesús, padre Rochero! ¡No diga eso! yo no me pienso morir. Dios no puede permitir tamaña injusticia; yo soy joven y hago mucha falta. Mire, padre, le he prometido a la Virgen de Dolores, si me cura, hacerle este verano una iglesia mejor que la que tiene. Porque yo no me quiero morir; ¿qué sería de tanto pobre sin mí? no quiero, no puedo morir... ¡Jesús!

   —Y, sin embargo, señora—acabó por gritar sulfurado el cura, — ¡se está usted muriendo a chorros!

   Los espantados deudos que oyeron tamaña impertinencia, se agruparon en tropel, creyendo que la enferma se habría muerto de la impresión.