viernes, 21 de abril de 2017

“LA PRIMERA MISA”. (De un nuevo sacerdote)

El bello grabado que podemos observar, representa el momento en que el nuevo Sacerdote, concluida su primera Misa, recibe en sus brazos y estrecha contra su corazón a su madre amada, la que, como indica su reverente actitud, no ve en aquel instante en el hijo de sus entrañas más que al ungido del Señor, mientras su anciano padre, alejado del grupo, llora de felicidad; gustando todos en aquel supremo instante la dicha intensa y pura por la que han suspirado tanto tiempo, y que no se parece en nada a las dichas de la tierra.



   ¡La primera Misa de un nuevo Sacerdote!... ¡Qué tema tan abundante en profundas consideraciones para un espíritu cristiano! ¡Qué horizontes tan extensos y luminosos presentan a la vista del alma esas palabras, y qué insondables abismos de amor infinito nos muestran!

   ¡Una nueva Misa que se celebra en el mundo! ¿Sabéis lo que esto significa?...

   ¡Jesucristo descendiendo una vez más a la tierra con las manos llenas de los infinitos tesoros de su infinita Misericordia para derramarlos con amor inagotable sobre los infelices pecadores! ¡Jesucristo extendiendo una vez más sus brazos santísimos sobre el mundo, como hace siglos los extendió sobre la Cruz para protegerle y detener la ira de su Eterno Padre, que de otro modo descendería sin cesar sobre la tierra! ¡Jesucristo ofreciéndose otra vez como Victima expiatoria por los pecados del mundo!

   ¡Un alma, muchas almas, muchísimas almas quizá, libradas de los terribles tormentos del purgatorio y convertidas para siempre en moradores del cielo! ¡Un pecador, muchos pecadores arrancados de las garras del demonio; aumento de fe y de fortaleza para los cristianos, multiplicación de las almas puras y santas sobre la tierra, oleadas de bendiciones y de gracias que descienden sobre el mundo, purificándole y disponiéndole para la perfección y la santidad!... ¡Eso, y mucho más que puede concebirse ni expresarse, es lo que significa una Misa más en el mundo!

   ¿Quién pudiera explicar lo que pasa en los cielos y en la tierra en el momento solemne en que el nuevo sacerdote, después de pronunciar con labios trémulos las palabras de la Consagración, levanta en sus manos, temblando de pavor, de amor y de respeto, a Jesucristo?... Dios Padre, conmovido a la vista de Aquél en quien se complace y que se interpone una vez más como medianero entre Él y el mundo, detiene el brazo de su Justicia y derrama a manos llenas sobre la tierra sus bendiciones. El Corazón de María Inmaculada se inunda de gozo al contemplarle, y los ángeles, pasmándose de asombro, rodean el altar y adoran en la tierra, mezclándose con los hombres, al que adoran eternamente en el cielo, mientras crujen y retiemblan en sus quicios las puertas de las horribles mansiones de los réprobos.

   ¡Qué puras, qué inmaculadas, qué santas deben ser las manos del sacerdote, aquellas manos que tocan al que es la Pureza misma y sostienen al que sostiene a la creación con su palabra! ¡Qué pura aquella boca que le recibe, y aquel pecho que le guarda! ¡Qué torrentes de luces y de gracias recibirá aquel corazón en Aquella primera Misa, para que luego las derrame sobre el mundo! ¡Qué ardiente caridad, qué felicidad purísima inundará en aquellos instantes el alma del nuevo Sacerdote!


   Y esa nueva Misa ha de repetirse muchas y muchas veces sobre la tierra, dando gloria al Señor, alivio al purgatorio, santos al cielo y paz a los hombres de buena voluntad. ¡Quién puede comprender los beneficios que recibe el mundo por una sola Misa que se celebre, y los poderosos auxilios de que priva por una sola que deje de celebrarse!



TEÓFILO.


Tomado de “Lectura dominical” Apostolado de la Prensa.

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