jueves, 29 de marzo de 2018

Los fenómenos extraordinarios de orden corporal – “LAS LÁGRIMAS Y SUDOR DE SANGRE” Por Fr. Antonio Royo Marín O.P.




1) El hecho. —El fenómeno del sudor de sangre consiste en la salida en cantidad apreciable de líquido hemático a través de los poros de la piel, particularmente por los de la cara. Las lágrimas de sangre consisten en una efusión sanguinolenta a través de la mucosa palpebral.

   2)  Casos históricos. —Ante todo, tenemos un caso augusto, absolutamente indiscutible: el de Nuestro Señor Jesucristo. Torturado por la angustia, previendo con su ciencia divina los últimos dolores del sacrificio redentor y la agonía del Calvario, el Salvador del mundo derramó un copioso sudor de sangre: “y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra”, dice expresamente el Evangelio (Lc. 22,44). El sudor de la augusta Víctima de Getsemaní tuvo que ser muy abundante para inundar su rostro divino y gotear hasta la tierra...

   Después de Él, un cierto número—pequeñísimo desde luego—de santos y personas piadosas han presentado sudores de sangre: Santa Lutgarda (1182-1246), la Bienaventurada Cristina de Stumbeln (1242-1312), Magdalena Morice (1736-1769), María Dominica Lazzari (1815-1848), Catalina Putigny (1803-1885), etc.

   Más raros todavía son los casos de lágrimas de sangre. La historia de la Mística sólo ha podido registrar hasta ahora dos: Rosa María Andriani (1786-1845) y Teresa Neumann, que vive todavía.

   3) Explicación de estos fenómenos. —Benedicto XIV, Cayetano, Suárez, Maldonado, Dom Calmet y otros muchos teólogos y exegetas han pensado que el sudor de sangre del Señor en Getsemaní haya podido ser natural. He aquí cómo expresa esta misma opinión el moderno biógrafo de Jesús, José Ricciotti: “Conocido es de los médicos un fenómeno fisiológico denominado hematidrosis, es decir, sudor sanguíneo. La observación había sido hecha ya por Aristóteles, quien emplea también el término donde dice que algunos sudaron un sanguíneo sudor” “El fenómeno producido en Jesús puede ser objeto de búsquedas científicas de los fisiólogos, si bien teniendo en cuenta las especiales circunstancias del paciente. El fisiólogo Lucas, al transmitir solo esta noticia, parece invitar tácitamente a tales investigaciones”.

   Los médicos hablan, en efecto, de casos de hematidrosis obtenidos en los hospitales. Pero el Dr. Surbled afirma que  el fenómeno sigue siendo tan maravilloso como inexplicable. “Aun cuando lo digan nuestros más sabios teólogos, el terror y la aflicción no bastan a producirla ni tampoco nos explican los sudores de sangre; y lo demuestra el que estas pasiones son comunes a todos los hombres y que el sudor de sangre es absolutamente excepcional”.

   A continuación examina el Dr. Surbled las hipótesis propuestas para explicar este singular fenómeno—hemofilia, imaginación, dermografismo, vexicación de la piel, equimosis, etc. —, para terminar diciendo que “hay que confesar nuestra ignorancia sobre las causas y naturaleza de la hematidrosis”.

   El Dr. Bon es menos pesimista que su colega, aunque no deja de reconocer también la dificultad de dar a este fenómeno una explicación satisfactoria. Después de estudiar algunos casos de hematidrosis—relacionadas a veces con las reglas periódicas de la mujer—, termina diciendo que “el factor nervioso no parece debe invocarse en el caso de simple suplencia menstrual. El factor discrásico-sanguíneo interviene para ciertos casos médicos, y, por último, el factor nervioso es innegable para otros”. Y añade a continuación que “para los casos religiosos es evidente que los mismos elementos pueden entrar en juego, pues no solamente no están los santos libres de las dolencias humanas, sino todo lo contrario. Pero nosotros sabemos de la salud perfecta, física y moral, de Cristo; conocemos también el dominio soberano que los santos han ejercido generalmente sobre su “andrajo” (quiere decir su envoltura corpórea); en fin, sabemos que los sudores y lágrimas de sangre, en lugar de coincidir con períodos fisiológicos, sobrevienen en las personas piadosas en relación con ciertos momentos del año litúrgico o con sus meditaciones religiosas. Esto nos obliga a admitir, al lado de casos provenientes de una diátesis hemorrágica o de un estado nervioso con reacciones exageradas, otros ligados a una potencia de alma excepcional o a una acción sobrenatural”.

   La ciencia moderna no sabe decirnos nada más. Por nuestra parte, añadimos que este fenómeno no rebasa las fuerzas naturales del demonio y que, si en algún caso se produjeran las lágrimas o el sudor de sangre por influencia sobrenatural, habría que catalogarlo entre las gracias gratis dadas. No parece, en efecto, que tales lágrimas o sudores sean de suyo santificantes para el que los padece; y, desde luego, no entran en modo alguno en el desarrollo ordinario y normal de la gracia.


“TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA

miércoles, 21 de marzo de 2018

San Benito, abad. — 21 de marzo. (+ 543.)





   El gran patriarca San Benito Padre de tantas y tan sagradas religiones, fué de nación italiano y nació en la ciudad de Nursia de nobles y piadosos padres. Mientras estudiaba en Roma las letras humanas, diéronle en rostro los vicios y travesuras de algunos de sus compañeros, y dejando los estudios, y a sus padres, deudos, comodidades y regalos de esta vida, se fué a un desierto, donde se hizo discípulo de un santo anacoreta llamado Romano, encerrándose en una cueva abierta en la roca, que parecía una sepultura. Como viese el demonio el rigor y aspereza con que vivía, encendió en su imaginación una tentación sensual, terrible y vehemente; entonces el honestísimo mancebo, desnudándose de sus vestidos, se echó en un campo lleno de espinas y abrojos, y comenzó a revolcarse en ellos, hasta que todo su cuerpo quedó lastimado y llagado, y apagó con sangre aquel ardor que Satanás había encendido en sus miembros. Fué tan grato al Señor este sacrificio, que de allí adelante, (como el mismo santo lo dijo a sus discípulos) nunca tuvo otra tentación semejante, antes comenzó a ser maestro de todas las virtudes. Quedaban en el monte Casino algunas reliquias de la gentilidad y había allí un templo e ídolo de Apolo a quien adoraba la gente rústica que aún era pagana. Fué allá San Benito e hizo pedazos la estatua, derribó el altar, y en aquel sitio fundó después el famoso monasterio de Monte Casino, que fué como la cabeza de otros once monasterios que edificó, llenos de santos y escogidos religiosos. Traíanle muchos caballeros y señores sus hijos para que los instruyese y enseñase desde la tierna edad en las cosas de la virtud. Estaban todos aquellos campos hechos un paraíso habitado de moradores del cielo, y el Señor ilustraba la santidad del glorioso San Benito con prodigios innumerables. Llegó a Totila, rey de los godos, la fama del santo y su don de profecía: y quiso hacer experiencia de ello. Para esto mandó a un cortesano suyo, llamado Riggo, que se vistiese de sus ropas reales y con grande acompañamiento fuese a visitarle. Más asi que el santo que estaba en su celda, vio al rey fingido, le dijo: “Deja, hijo, ese vestido que traes, que no es tuyo.” Visitóle después el rey Totila, y echándose a sus pies le reverenció como a santo y San Benito con santa libertad le reprendió sus crueldades y desafueros, diciendo: “Muchas malas obras haces, y muchas malas has hecho; cesa ya de la maldad: tomarás a Roma, pasarás el mar, vivirás nueve años y al décimo morirás.» Finalmente también profetizó el santo el día en que él mismo había de morir, y seis días antes mandó abrir su sepultura y el día sexto se hizo llevar a la iglesia, donde, recibidos los santos Sacramentos, dio su alma al Señor, que para tanta gloria le había criado.

   Reflexión: Es cosa de grande admiración y mucho para alabar a Dios, ver la perfección y excelencia de la Regla que escribió San Benito en tan pocas palabras, y las muchas y diversas religiones así monacales como militares que militan debajo de ella, y los innumerables monasterios, de esta Orden que ha producido más de tres mil santos, más de doscientos cardenales, cuarenta Sumos Pontífices y una infinidad de santos e insignes obispos y prelados; y pues hasta muchos duques, reyes y emperadores han dejado sus cetros y estados por el pobre hábito de San Benito, procuremos aficionarnos a las virtudes de tan santísimo Padre, para que siguiéndole en la vida, merezcamos su compañía en la gloria.

   Oración: Suplicámoste, Señor, que la intercesión del bienaventurado abad San Benito nos haga agradables en tu divino acatamiento, para conseguir por su patrocinio lo que no podemos conseguir por nuestros propios méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.




“FLOS SANCTORVM”

domingo, 18 de marzo de 2018

Cómo San Francisco paso una Cuaresma en el lago de Perusa con la mitad de un panecillo.





   Por cuanto el venerable siervo de Dios San Francisco en algunas cosas fué otro Cristo, dado al mundo para la salvación de las gentes, Dios Padre lo quiso hacer en muchos actos semejante y conforme a su Hijo Jesucristo, como se ve en el venerable colegio de los doce compañeros, en él hecho admirable de las sagradas llagas y en el ayuno continuado de la santa Cuaresma, que hizo de este modo:

   Una vez pasaba San Francisco, el día de carnaval, cerca del lago de Perusa, en casa de un devoto que lo había hospedado aquella noche se sintió inspirado por Dios para pasar la Cuaresma en una isla del lago; rogó, pues, a su devoto, por amor de Dios, que lo pasase en su barquilla a una isla que no estuviese habitada, y que lo hiciese la noche del Miércoles de Ceniza, de modo que nadie los viese; y aquel hombre, por la grande devoción que le tenía, le cumplió cuidadosamente el deseo. San Francisco no llevó más que dos panecillos. Cuando llegaron a la isla, y aquel amigo se marchaba para volver a su casa, San Francisco le rogo afectuosamente que no descubriese a nadie que estaba allí, y que no viniese a buscarlo hasta el Jueves Santo; y con esto partió, quedando solo San Francisco.

   Como no había habitación donde guarecerse, entró en una espesura de pinos y arbustos, que formaban como una pequeña cabaña o covacha, y se puso en oración entregándose a la contemplación de las cosas celestiales. Allí estuvo toda la Cuaresma sin comer ni beber, si no es la mitad de uno de los panecillos, según observó aquel devoto suyo el Jueves Santo cuando fué a buscarlo, pues de los dos panecillos encontró uno entero y la mitad del otro. La otra mitad se cree que la comió el Santo por reverencia, para no igualarse a Cristo bendito, que pasó cuarenta días y cuarenta noches sin tomar ningún alimento material; de este modo, con aquel medio pan, apartó de sí San Francisco el veneno de la vanagloria y, a ejemplo de Cristo, ayunó cuarenta días y cuarenta noches.

   Después, en el lugar en que San Francisco había hecho tan maravillosa abstinencia, obró Dios muchos milagros por los méritos del Santo, por lo cual comenzaron los hombres a fabricar casas y habitarlas, y en poco tiempo se formó en aquel sitio un pueblo bueno y grande. Allí está el convento de nuestros frailes, llamado de la Isla, y aun hoy día los vecinos de aquel pueblo tienen grande reverencia y devoción al lugar en que San francisco ayunó la dicha Cuaresma. En Alabanza de Cristo Amén.


“FLORECILLAS DE SAN FRANCISCO”

martes, 13 de marzo de 2018

Impedimentos que ponen a la perfección los combates del demonio – Por el P. JUAN B. SCARAMELLI, S. J.





   Ante todo nótese que las almas que caminan a la perfección están muy expuestas a los combates de los demonios.

   Los fines porque Dios permite las tentaciones son los siguientes: l) Para probar nuestra fidelidad y amor; 2) Para fundarnos en virtud y principalmente en la humildad; porque quien no es tentado no se conoce; 3) Para enriquecernos de muchos méritos en esta y en la otra vida.

   Mas no deben ser las tentaciones objeto de nuestros deseos, pues nos excitan al mal; pero debemos aceptarlas cuando vengan con paz y resignación, pasando por ellas con profunda humildad y gran valor.

Medios para vencer las tentaciones.

   El primero y principal para vencerlas, es la diligencia y prontitud en sacudirlas de sí, pues mucho peligra quien se detiene en ellas. El segundo medio es la oración, recurriendo a Dios con todo fervor y usar de la señal de la cruz.

   Para conseguir una especial asistencia de Dios en las tentaciones, no hay medio más seguro que el recurso a María Santísima; recurso lleno de confianza en Dios y la propia desconfianza.

   Para excitar la confianza persuádanse estas verdades: que el demonio no puede sino lo que se le permite; que este permiso no ha de ser sobre nuestras fuerzas; que Dios está presente en nuestras batallas para auxiliarnos, no sólo suficiente sino sobradamente para vencer.

   Más para que el recurso pronto y confiado en Dios tenga toda la fuerza para vencer las tentaciones, es necesario que vaya acompañado de la manifestación de nuestro interior al Padre espiritual.

   Es muy necesario a todos, aunque sean santos para debilitar la fuerza del demonio y no caer.

   Mas sobre todo guárdese el que es tentado de ponerse en las ocasiones.

ADVERTENCIAS SOBRE LO ANTES DICHO.

lunes, 12 de marzo de 2018

SOBRE LAS CRUCES – Por Cornelio Á Lápide (Parte II)





Las cruces vienen de Dios.


   Los sufrimientos, las cruces y las pruebas no deben atribuirse al demonio, ni a la carne, ni a un enemigo cualquiera, sino a Dios; pues, desde toda la eternidad, Dios las ha previsto, preparando a cada cual las suyas: a uno le prepara unas, a otro otras, a fin de que por medio de ellas todos nos asimilemos a Jesucristo, que sufrió, murió y resucitó.

   A Dios atribuye el Real Profeta todas las cruces: Nos habéis probado, experimentado, Señor; nos habéis acrisolado al fuego, como se acrisola la plata. (I.XV. 10). Hemos pasado por el fuego y por el agua; más nos habéis conducido a un lugar de refrigerio. (L.XV. 12). Nos habéis ceñido con una faja de dolor. (LXV.11) ¿Hasta cuándo nos has de alimentar con pan de lágrimas, y hasta cuándo nos darás a beber lágrimas con abundancia? (LXXIX. 6).

   Dios me ha dado bienes, dice Job, y él me los ha quitado; ha sucedido lo que el Señor ha dispuesto: bendito sea el nombré del Señor. (I. 21). No dice Job: Dios me ha dado bienes, y el demonio me los ha quitado; sino: Dios me ha dado, Dios me ha quitado...

   Manifestaré a Pablo, dijo el Señor, cuánto ha de sufrir por mi nombre. (Act. IX. 16). El que obraba contra el nombre de Jesucristo, dice San Agustín, debía sufrir por este sagrado nombre: ¡Oh severidad llena de misericordia! (De laudib. Paul).

   Las cruces que Dios envía en el tiempo, vienen siempre de su misericordia: si Dios no entregase la humanidad a los sufrimientos en la tierra, comenzaría su justicia eterna y terrible...

   Que padezcan los malos, dirá alguno, es justo; ¿pero los buenos?

   Los buenos nacen culpables; con las cruces se purifican más y más y aumentan el número de sus coronas; sin las cruces se volverían malos, y no hallaríamos ya conformidad entre ellos y Jesucristo; los buenos sufren para obtener la conversión de los malos y para expiar sus pecados.

Por otra parte, suele tenerse mala idea de las cruces. Las cruces son un tesoro. Nada es malo sino el pecado. El trabajador a quien el amo paga su jornal, ¿puede hallar a mal que le hayan hecho trabajar? El soldado ¿puede hallar injusto quo le ejerciten y le envíen a la batalla?




“TESOROS DE CORNELIO Á LÁPIDE”

LAS TRES ESPECIES DE TEMOR – Por el P. REGINALDO GARRIGOU-LAGRANGE, O. P. (Tercera parte y final de esta publicación)



   3) El temor filial es bastante diferente de los dos precedentes: es el temor de un hijo, no el de un mercenario ni de un simple servidor; es el temor no de los castigos divinos, sino del pecado, que nos aleja de Dios. Difiere sustancial y específicamente del temor servil y, a mayor abundamiento, del temor mundano.

   Este temor filial no sólo es útil para la salvación, como el temor servil, sino que es un don del Espíritu Santo, que ayuda mucho a resistir las grandes tentaciones. Por eso dice el salmista (Ps., CXVIII): “Penetra de temor, oh Señor, mi carne”, a fin de que evite el pecado. Este temor filial es el menos elevado entre los siete dones del Espíritu Santo, pero es el principio de la sabiduría, al ser ésta como el efecto inicial de este don superior; es verdadera sabiduría temer el pecado que aleja de Dios. Corresponde a la bienaventuranza de los pobres y los humildes, que temen a Dios y lo poseen ya.

   Es más: mientras el temor servil, o de los castigos divinos, disminuye al crecer la caridad, el temor filial aumenta, porque cuanto más se ama a Dios, más se aborrece el pecado que nos separa de Él.

   Los siete dones están vinculados a la caridad, como las virtudes infusas; son como las diversas funciones de nuestro organismo espiritual: se desarrollan juntas, como los cinco dedos de la mano, dice Santo Tomás (I, II, q. 61, a. 2).

   Santa Catalina de Siena dice (Diálogo, cap. 74) que al crecer la caridad, mientras disminuye el temor servil, aumenta el filial y desaparece por completo el temor mundano. “Por eso—dice ella—los Apóstoles, después de Pentecostés, lejos de temer los sufrimientos, se gloriaban de ellos y se sentían felices de ser juzgados dignos de sufrir por Nuestro Señor.”

domingo, 11 de marzo de 2018

LAS TRES ESPECIES DE TEMOR – Por el P. REGINALDO GARRIGOU-LAGRANGE, O. P. (Segunda parte)





   2) El temor servil es muy distinto: es el temor, no ya de la persecución del mundo, sino de los castigos de Dios. Es útil, por cuanto nos induce a observar los divinos mandamientos. Se revelaba de modo especial en el Antiguo Testamento bajo el nombre de la ley del temor, mientras que en el Nuevo Testamento es llamado ley del amor.

   Semejante temor, útil a la salvación, puede, sin embargo, hacerse malo, si los castigos divinos se temen más que el ser separados de Él y si se evita el pecado sólo por el miedo de ellos, de tal modo que se pecaría si no fuese por el castigo eterno. Este temor se llama entonces temor servilmente servil, y manifiesta evidentemente que más que a Dios nos amamos a nosotros mismos; es, pues, malo, y no puede, bajo esta forma, existir, junto con la caridad, amor de Dios sobre todas las cosas.

   El temor servil es, por tanto, bueno sustancialmente.

   Pero cuando no es servilmente servil, el temor servil de los castigos divinos es útil: ayuda al pecador a acercarse a Dios. No obstante, no es una virtud ni un don del Espíritu Santo. “Es, dice Santa Catalina de Siena (Diálogo, C. 94), como un viento huracanado que sacude a los pecadores.” Es insuficiente para la salvación, pero puede conducir a la virtud. Del mismo modo que, durante la tempestad, el marinero se acuerda de que es necesario rezar y, aun encontrándose en pecado mortal, reza mejor de lo que puede por una gracia actual, que le es entonces concedida y que es ofrecida a todos en casos semejantes.

   En el justo, el temor servil subsiste, pero disminuye al crecer la caridad. En efecto, cuanto más se ama a Dios, más disminuye el egoísmo y menos atento está uno a su propio interés; por lo mismo, se ama más a Dios y más se espera ser recompensado por El. El temor servil, o de los castigos divinos, no existe ya en el Cielo, como es evidente.

   “Pero es malo su modo de ser (es decir, de servilidad), cuando se temen los castigos de Dios más que el pecado y la separación de Dios, ya que entonces nos amamos más a nosotros mismos que a Dios y se conserva afecto al pecado mortal, que se cometería si no fuese castigado con las penas eternas.”


“LA VIDA ETERNA Y LA PROFUNDIDAD DEL ALMA”


Fenómenos místicos extraordinarios (de orden corporal) – Perfume Sobrenatural – Por el R. P. Fray. Antonio Roy Marín. O.P.





EL PERFUME SOBRENATURAL

   El hecho. —Consiste este fenómeno— conocido técnicamente con el nombre de osmogenesia— en cierto perfume de exquisita suavidad y fragancia que se escapa a veces del cuerpo mortal de los santos o de los sepulcros donde reposan sus reliquias. Acaso permite Dios este segundo aspecto del fenómeno como símbolo del “buen olor” de las virtudes heroicas que practicaron sus fieles servidores.

Casos históricos. —Se han dado multitud de casos entre los santos. Los más notables son los de Santa Ludwina, Santa Catalina de Ricci, San Felipe Neri, San Gerardo María Mayela, San Juan de la Cruz, San Francisco de Paula, Santa Rosa de Viterbo, Santa Gema Galgani y, sobre todo, San José de Cupertino, que en este fenómeno —lo mismo que en el de la levitación— va a la cabeza de todos.

   Vamos a describir un poco el caso de este último tal como lo resume el doctor Bon en su obra citada:

El P. Francisco de Angelis —uno de los testigos del proceso de beatificación— declara que no podía comparar el perfume que exhalaban su cuerpo y sus vestidos más que al del relicario que contenía los restos de San Antonio de Padua. El P. Francisco de Levanto lo comparaba al del breviario de Santa Clara de Asís, conservado en la iglesia de San Damián.

   Todas las personas cerca de las cuales pasaba nuestro Santo sentían este olor mucho tiempo después que él se había alejado. Su habitación estaba impregnada; se adhería a los muebles y penetraba en los corredores del convento; de suerte que los que querían visitarle, sin conocer su celda, podían distinguirla fácilmente por este olor, que era de tal modo penetrante, que se comunicaba por mucho tiempo a los que les tocaban o aun a los que les visitaban; así, el P. De Levanto lo conservó durante quince días después de una visita que le hizo en su celda, aunque no dejaba cada día de lavarse.

   La celda del Santo conservó este buen olor durante doce o trece años...; se adhería de tal modo a sus hábitos, que ni el jabón ni la lejía podían quitarlo. Se comunicaba a los hábitos sacerdotales que había llevado y a los armarios en que se guardaban. Este olor no producía ningún efecto desagradable incluso a los que no podían sufrir perfume alguno; por el contrario, les parecía suave en extremo”

   Entre los santos cuyas reliquias o sepulcros han exhalado suaves olores se citan a San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, Santo Tomás de Aquino, San Raimundo de Peñafort, Santa Rosa de Lima, Santo Tomás de Villanueva, Santa Teresa, Santa Francisca Romana, la Beata Catalina de Raconixio y muchos más.

   Naturaleza del perfume. — Generalmente se trata de un aroma singular que no tiene nada de común ni parecido a los perfumes de la tierra. Los testigos que los experimentaron agotan todas las analogías y semejanzas para dar a entender la suavidad y fragancia de este perfume misterioso, y acaban por decir que se trata de un aroma inconfundible, de una suerte de emanación de la bienaventuranza eterna que no tiene nada comparable sobre la tierra.

sábado, 10 de marzo de 2018

LAS TRES ESPECIES DE TEMOR – Por el P. REGINALDO GARRIGOU-LAGRANGE, O. P. (Primera parte)



LAS TRES ESPECIES DE TEMOR – Por el P. REGINALDO GARRIGOU-LAGRANGE, O. P. ( Parte 1)

   Qué hay que entender por temor de Dios. Tema realmente bastante difícil, porque se confunden con frecuencia tres especies de temor, muy diferentes entre sí. Una es mala simplemente.

   Las dos restantes, buenas, pero desiguales entre sí: la primera disminuye al aumentar la caridad, mientras la otra aumenta con ella. Es, pues, necesario precisar qué relaciones hay entre estas diversas especies de temor con el amor de Dios, que siempre debe prevalecer.

   El temor, en general, es el abatimiento del alma vencida por la gravedad de un peligro que la amenaza.

   El temor hace temblar y se relaciona tanto con el mal terrible que amenaza, como con el que puede ser causa de dicho mal. Con frecuencia, el temor no es más que una emoción de la sensibilidad, que hay que dominar con la virtud de la fortaleza, pero puede subsistir también en la voluntad espiritual y puede ser bueno o malo.

   Los teólogos y los autores espirituales distinguen tres especies de temor muy distintos entre sí; y, empezando por el inferior, son : 1), el temor mundano, o temor de la oposición del mundo que aleja de Dios; 2), el temor servil, que es el temor de los castigos de Dios, y es útil para nuestra salvación; 3), el temor filial, o del pecado como ofensa a Dios : temor que aumenta con el amor divino y subsiste incluso en el Cielo bajo forma de temor reverencial. Veamos lo que enseña la teología y especialmente Santo Tomás acerca de estas tres especies de temor, específicamente diversas entre sí.

   1) El temor mundano: es aquel por el cual tanto se teme el mal temporal que el mundo puede vencernos, que llegamos a estar dispuestos a ofender a Dios para evitar este mal. El temor mundano es, por consiguiente, siempre malo. Se presenta bajo muchas formas. En primer lugar es respeto humano, o timidez culpable, que se asusta de los juicios del mundo e impide cumplir los deberes para con Dios; por ejemplo, el de oír la Santa Misa en domingo, comulgar por Pascua, acercarse a la Confesión. Se teme el juicio de esta o aquella persona; hay miedo de perder la situación que tenemos si nos mostramos fieles a los deberes cristianos. Y este temor puede llegar hasta la vileza. En tiempo de persecución, el temor mundano puede impulsar incluso a renegar de la fe cristiana para evitar la pérdida de los bienes terrenos, de la libertad personal, o la pérdida de la vida en el martirio. Jesús dijo: “No temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero que no pueden matar el alma. Temed, más bien, a Aquel que puede echaros el alma y el cuerpo a la gehena” (Math., X, 28). Dijo también (Luc, IX, 26): “¿De qué sirve ganar el universo, si se pierde el alma?” Y más: “Si alguno se avergüenza de Mí y de mis palabras, el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga en su gloria y en la del Padre y de los santos Ángeles.”

   El temor mundano es, por consiguiente, siempre malo. Hay que pedir a Dios que nos libere de él.

   Los que no quieren oír hablar del temor de Dios, como si no fuese un sentimiento bastante noble, padecen de este respeto humano, envilecedor, indigno de una conciencia recta. Avergonzarse de asistir a la Santa Misa es la completa inversión de los valores, porque la Misa, que perpetúa sacramentalmente el sacrificio de la Cruz, es lo más grande que hay, es de un valor infinito y, lejos de avergonzarnos de ello, persuadámonos de que el asistir a ella es de un gran honor y un gran provecho para el tiempo y para la eternidad.


“LA VIDA ETERNA Y LA PROFUNDIDAD DEL ALMA”



viernes, 9 de marzo de 2018

MEDITACIÓN SOBRE EL MODO DE GOBERNAR LOS OJOS






COLABORADORA DEL BLOG.


   I. Pon los ojos en las miserias de esta vida: mira cuántos pobres, cuántos enfermos, cuántas personas afligidas; a la vista de tantos sufrimientos, te conmoverás y exclamarás: ¿Qué hice yo, oh Dios amabilísimo, para ser preservado de estas aflicciones? Agradece a Dios esta merced; humíllate viendo que no puedes o que no quieres soportar nada, mientras tantas otras personas sufren tan crueles dolores.

   II. Mira a los que el mundo llama dichosos, a los que, reuniendo en sí los bienes de la naturaleza y de la fortuna, parece estuvieran a cubierto de toda miseria común al resto de los mortales. Cuando hayas considerado a estos favoritos del mundo, pregúntate a ti mismo: ¿Cuánto durará esta aparente felicidad? ¿Cuántas penas, deseos, remordimientos de conciencia, aprensiones terribles, acompañan a estas riquezas y a estos placeres? ¡Ah! ¡Cuántas miserias y tristezas se esconden bajo el oro y la púrpura! Brillan por afuera, por adentro no son sino miseria (Séneca).

   III. Cuando te tiente el espíritu de orgullo, mira la tierra y di en ti mismo: ¿De qué te enorgulleces tú, que pronto estarás encerrado en una tumba y serás pisado por los transeúntes? Si estás afligido, mira el cielo, anímate y di: ¡Ah! esta vida no durará siempre, iré al cielo, donde Dios enjugará mis lágrimas y calmará mis penas. Busquemos, amemos ardientemente los bienes que permanecen para los que los hallaron, que no pueden ser arrebatados a los que los adquirieron (San Gregorio). La modestia.

Orad por los que se hallan en pecado mortal.

jueves, 8 de marzo de 2018

HUYE DEL HOMBRE HEREJE





COLABORADORA DEL BLOG.

Las señales de la Predestinación – Por el P. Garrigou Lagrange. O.P






   Como declara el Concilio de Trento (Denz., 805 y 806), no se puede tener, en la Tierra, sin una revelación especial, la certeza de que se está predestinado. Ningún justo, a menos que tenga una especial revelación, sabe si perseverará en las buenas obras y en la oración.

   ¿Hay, no obstante, algunos signos de predestinación, que dan una especie de certeza moral acerca de nuestra perseverancia?

   Los Padres, especialmente San Juan Crisóstomo, San Gregorio Magno, San Bernardo, San Anselmo, a base de ciertas afirmaciones de la Sagrada Escritura, han indicado algunas señales de predestinación, que los teólogos han enumerado con frecuencia como sigue:

   1.°, una buena vida; 2.°, el testimonio de una buena conciencia, pura de culpas graves y dispuesta a la muerte antes que a ofender a Dios gravemente; 3.°, la paciencia en la adversidad, por amor de Dios; 4.°, el gusto por la palabra de Dios; 5.° la misericordia para con los pobres; 6.°, el amor a los enemigos; 7.°, la humildad; 8.°, una devoción especial a la Santísima Virgen, a la que pidamos todos los días que ruegue por nosotros en la hora de nuestra muerte.

   Entre estas señales, algunas, como la paciencia cristiana en las adversidades, muestra cómo la diversidad de condiciones naturales es a veces compensada y hasta superada por la gracia divina. Es lo que llaman las Bienaventuranzas evangélicas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, porque de ellos es el reino de los Cielos.” Llevar pacientemente y por largo tiempo una cruz pesada es una gran señal de predestinación.
         
   Hay, pues, estados indicados como signos especialísimos; una gran intimidad con Dios en la oración, la perfecta mortificación de las pasiones, el deseo ardiente de sufrir mucho por la gloria de Jesucristo, el celo infatigable por la salvación de las almas. El misterio de la predestinación nos advierte que sin la gracia de Cristo nosotros no podemos hacer nada en el terreno de la salvación: Y “¿qué es lo que tenemos nosotros—dice San Pablo—que no lo hayamos recibido?”.

   Pero, por otra parte, la predestinación no hace superfluo el trabajo de la santificación, porque nosotros tenemos que merecer la vida eterna; nadie entrará en el Cielo si no ha muerto en estado de gracia, y nadie irá al Infierno a no ser por su culpa. Recordemos las palabras de San Pablo (Rom., VIII, 17): “Somos herederos de Dios, coherederos de Cristo, sufrimos con El para ser con El glorificados.”



“LA VIDA ETERNA Y LA PROFUNDIDAD DEL ALMA”

SOBRE LAS CRUCES – Por Cornelio Á Lápide (Parte I)





Necesidad de las cruces.


   Todos   los  que  quieren   vivir  virtuosamente  según  Jesucristo, han de padecer persecución, dice San Pablo: (II. Tim. III.  12).

   Preguntaréis tal vez qué  significan estas palabras,  pues  muchas almas piadosas y cristianas observan tranquilamente y sin persecución una vida  santa. San  Crisóstomo responde  que por persecución debemos entender todas las dificultades, los  trabajos y dolores que experimentan los que se aplican a la piedad,  a causa de los esfuerzos que  se ven precisados a hacer para poner un freno a sus pasiones, practicar la  continencia,  la  humildad, la templanza, y aplicarse al servicio y al amor de Dios.  (Homil, de Cruce).

   Jamás, dice San León, faltan cruces ni persecuciones, si somos fieles observadores de la virtud. Y como hemos de vivir en todo tiempo piadosamente, añade este santo Doctor, también en todo  tiempo hemos de llevar la cruz.

   San Agustín dice que las almas fervientes sufren por la mala vida do los impíos.  (De Morib).

   Asi sucedía con el Rey Profeta, que decía: Veíalos prevaricar y me consumía de dolor: (CXVIII.158).


   Por otra parte, las almas piadosas sufren muchas veces las burlas que les dirigen  los  impíos...

   Pero por persecución es preciso entender sobre todo las tentaciones del demonio. Por esto dice  el Eclesiástico: Hijo mío, cuando te dispongas a entrar al servicio de Dios, persevera firme en la  justicia y en el temor, y prepara tu alma para la  tentación: (II. 1). Es imposible, dice San  Crisóstomo, que el que hace la guerra a los malos espíritus esté al abrigo de las vejaciones: (Homil, de Cruce). No le es lícito al  atleta de Dios buscar las delicias; no les es lícito a  los  combatientes entretenerse en  festines. Y la vida presente es un combate, una lucha, una guerra, una persecución, un camino  sembrado de lazos, una arena ardiente. Otra época será la del reposo; el tiempo actual es el de las  cruces......

miércoles, 7 de marzo de 2018

Santo Tomás de Aquino, doctor. — 7 de marzo. (+ 1274.)






   El bienaventurado santo Tomás de Aquino, doctor angélico y luz de la iglesia católica, fué hijo de los nobilísimos condes de Aquino, y nació en la ciudad de Nápoles. A los cinco años de su edad fue enviado al monasterio de Monte Casino; a los diez, volvió a Nápoles, en donde aprendió las letras humanas, y a los catorce tomó el hábito de santo Domingo.

   No, es posible decir ni casi imaginar lo que su madre, sus dos hermanas y dos hermanos hicieron para rendir al santo mancebo y estorbar su santo propósito: porque le maltrataron, pusieron las manos en él, y por fuerza quisieron quitarle el hábito y se lo rasgaron. Mandáronle llevar preso con buena guardia a la fortaleza de Rocaseca donde le apretaron sobremanera, 
no sólo con la cárcel penosa, sino con otros medios infernales, concertándose con una mujer recién casada y lasciva para que le trajese a mal; mas el purísimo joven, viendo que las razones no bastaban con ella, echó mano de un tizón de fuego que estaba en la chimenea, y arrojó aquel demonio del infierno, por cuya victoria mereció que dos ángeles del cielo le pusiesen un cíngulo de perpetua castidad.

   Pasados dos años de prisión, oyó Teología en la ciudad de Colonia, donde sus condiscípulos, viendo que siempre callaba, y que de su complexión era grueso y abultado, le, llamaban el Buey mudo; mas su maestro, que era el famoso Alberto Magno, les dijo: ¿A éste me llamáis buey mudo? Pues yo os aseguro que ha de dar tales mugidos que se oirán por toda la tierra.
Y en efecto, cumplise este pronóstico, desde que santo Tomás fué graduado de doctor en la universidad de París, porque así en las cátedras como en los libros, asombró al mundo con su maravillosa sabiduría.

   Acudía siempre a Dios en sus dudas, y estando en Nápoles orando en la capilla de san Nicolás,
se comenzó a arrebatar y a levantarse una braza en alto, y le habló el crucifijo que está en el altar, y le dijo: “Bien has escrito de mí, Tomás: ¿qué recompensa quieres?”. Y él respondió: “Ninguna cosa quiero, Señor, sino a Vos”.

   Finalmente, después de haber escrito la Suma Teológica y otros muchos libros, y predicado como apóstol el santo Evangelio, y edificado con sus excelentes virtudes a toda la Iglesia de Dios, a los cincuenta años de su edad, recibió el premio suspirado de sus merecimientos, resplandeciendo  eternamente como sol y guía segura de las escuelas.


   Reflexión: Entre las excelencias que tuvo el ingenio del santo, fué una encerrar en breves palabras grandes sentencias.

   Preguntóle una vez su hermana cómo se podría salvar, y él respondió: Queriendo.

   Otra vez le preguntó cuál era la cosa que más se había de desear en esta vida, y respondió: Morir bien.

   Decía que la ociosidad era el anzuelo con que el demonio pescaba, y que con él cualquier cebo era bueno.

    Aseguraba que no entendía cómo un hombre que sabe que está en pecado mortal, podía reírse ni alegrarse en ningún tiempo.
   Preguntado cómo se conocería si un hombre era perfecto, respondió: Quien en su conversación habla de niñerías y burlas; quien huye de ser tenido en poco y le pesa si lo es, aunque haga maravillas, no le tengáis por perfecto, porque todo es virtud sin cimientos., y quien no quiere sufrir, cerca está de caer.

   Recoge, pues, hijo mío, alguna de estas sentencias, en las cuales está encerrada la verdadera sabiduría.

   Oración: Señor Dios, que con la admirable erudición de tu bienaventurado confesor, Tomás de Aquino, esclareces a tu Iglesia, y con sus santos ejemplos la fecundizas, rogámoste nos concedas tu divina gracia así para entender su doctrina, como para imitar sus buenas obras. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.



“FLOS SANCTORVM”