1) El hecho. —El fenómeno del sudor de sangre
consiste en la salida en cantidad apreciable de líquido hemático a través de
los poros de la piel, particularmente por los de la cara. Las lágrimas de
sangre consisten en una efusión sanguinolenta a través de la mucosa palpebral.
2) Casos históricos. —Ante
todo, tenemos un caso augusto, absolutamente indiscutible: el de Nuestro Señor Jesucristo. Torturado por la angustia, previendo
con su ciencia divina los últimos dolores del sacrificio redentor y la agonía
del Calvario, el Salvador del mundo derramó un copioso sudor de sangre: “y sudó como
gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra”, dice expresamente el Evangelio (Lc. 22,44). El sudor de la augusta Víctima de Getsemaní tuvo que ser muy abundante
para inundar su rostro divino y gotear hasta la tierra...
Después de Él, un cierto número—pequeñísimo
desde luego—de santos y personas piadosas han presentado sudores de sangre: Santa Lutgarda (1182-1246), la Bienaventurada Cristina de Stumbeln (1242-1312), Magdalena Morice
(1736-1769), María Dominica Lazzari (1815-1848),
Catalina Putigny (1803-1885), etc.
Más raros todavía son los casos de lágrimas
de sangre. La historia de la Mística sólo ha podido registrar hasta ahora dos: Rosa María Andriani (1786-1845) y Teresa Neumann, que vive todavía.
3) Explicación de estos
fenómenos. —Benedicto XIV,
Cayetano, Suárez, Maldonado, Dom Calmet y otros muchos teólogos
y exegetas han pensado que el sudor de sangre del Señor en Getsemaní haya
podido ser natural. He aquí cómo expresa esta misma opinión el moderno biógrafo
de Jesús, José Ricciotti: “Conocido es de los médicos un fenómeno
fisiológico denominado hematidrosis, es decir, sudor sanguíneo. La observación
había sido hecha ya por Aristóteles, quien emplea también el término donde dice que algunos
sudaron un sanguíneo sudor” “El fenómeno producido en Jesús puede ser objeto de
búsquedas científicas de los fisiólogos, si bien teniendo en cuenta las
especiales circunstancias del paciente. El fisiólogo Lucas, al transmitir solo
esta noticia, parece invitar tácitamente a tales investigaciones”.
Los
médicos hablan, en efecto, de casos de hematidrosis obtenidos en los
hospitales. Pero
el Dr. Surbled afirma que el fenómeno
sigue siendo tan maravilloso como inexplicable. “Aun cuando lo
digan nuestros más sabios teólogos, el terror y la aflicción no bastan a
producirla ni tampoco nos explican los sudores de sangre; y lo demuestra el que
estas pasiones son comunes a todos los hombres y que el sudor de sangre es
absolutamente excepcional”.
A continuación examina el Dr. Surbled las
hipótesis propuestas para explicar este singular fenómeno—hemofilia,
imaginación, dermografismo, vexicación de la piel, equimosis, etc. —, para
terminar diciendo que “hay que confesar nuestra ignorancia sobre las causas y
naturaleza de la hematidrosis”.
El
Dr. Bon es menos pesimista que su colega, aunque no deja de reconocer también
la dificultad de dar a este fenómeno una explicación satisfactoria. Después de
estudiar algunos casos de hematidrosis—relacionadas a veces con las reglas
periódicas de la mujer—, termina diciendo que “el factor nervioso no parece
debe invocarse en el caso de simple suplencia menstrual. El factor discrásico-sanguíneo
interviene para ciertos casos médicos, y, por último, el factor nervioso es
innegable para otros”. Y añade a continuación que “para
los casos religiosos es evidente que los mismos elementos pueden entrar en
juego, pues no solamente no están los santos libres de las dolencias humanas,
sino todo lo contrario. Pero nosotros sabemos de la salud perfecta, física y
moral, de Cristo; conocemos también el dominio soberano que los santos han ejercido
generalmente sobre su “andrajo” (quiere decir su envoltura corpórea); en fin,
sabemos que los sudores y lágrimas de sangre, en lugar de coincidir con períodos
fisiológicos, sobrevienen en las personas piadosas en relación con ciertos
momentos del año litúrgico o con sus meditaciones religiosas. Esto nos obliga a
admitir, al lado de casos provenientes de una diátesis hemorrágica o de un
estado nervioso con reacciones exageradas, otros ligados a una potencia de alma
excepcional o a una acción sobrenatural”.
La
ciencia moderna no sabe decirnos nada más. Por nuestra parte, añadimos que este
fenómeno no rebasa las fuerzas naturales del demonio y que, si en algún caso se
produjeran las lágrimas o el sudor de sangre por influencia sobrenatural,
habría que catalogarlo entre las gracias gratis dadas. No parece, en efecto,
que tales lágrimas o sudores sean de suyo santificantes para el que los padece;
y, desde luego, no entran en modo alguno en el desarrollo ordinario y normal de
la gracia.
“TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA