miércoles, 31 de octubre de 2018

EN QUÉ CONSISTEN EL VERDADERO PROGRESO ESPIRITUAL Y LA SÓLIDA PAZ DEL CORAZÓN – Por Tomás de Kempis.








CRISTO: Hijo mío, yo dije: “O dejo mi paz, os doy mi paz, yo no la doy como el mundo la da” (juan 14,27)

Todos desean la paz; pero lo que a la verdadera paz conduce no todos lo procuran.

Mi paz está con los mansos y humildes de corazón. Tu paz consistirá en tener mucha paciencia.

Si me oyes y sigues mis consejos, gozarás de mucha paz.

EL DISCÍPULO: ¿Qué debo hacer, pues?

CRISTO: En toda ocasión vigila tus acciones y palabras; y ten siempre recta intención de agradarme a mí solo, y de no desear ni buscar nada fuera de mí.

Además, no juzgues temerariamente de dichos o hechos ajenos, ni te entrometas en lo que no te importa.


Así podrá suceder que pocas veces o raramente te turbes.

Porque no sentir jamás ninguna turbación, ni sufrir nunca molestia alguna, ni en el cuerpo, ni el alma, no es posible en la vida presente, sino en el estado del eterno descanso.

No creas haber hallado la paz verdadera por no sentir ninguna pena, o que todo va bien, por no tener adversarios, o que ya eres perfecto, porque todo sucede conforme a tus deseos.

Ni tampoco te creas una gran cosa o amado especialmente, por sentir gran favor y dulzura; porque al hombre verdaderamente virtuoso no se le conoce en eso, ni  consiste en eso el progreso espiritual y la perfección del hombre.

EL DISCÍPULO: ¿Pues en qué consiste, Señor?

CRISTO: En sacrificarse de todo corazón a la voluntad divina, no buscando el interés propio ni en lo poco ni en lo mucho, ni en el tiempo ni en la eternidad, sin mudar de semblante, pesando todas las cosas en la misma balanza.

Si tuvieras fortaleza y longanimidad  para esperar, que viéndote privado de la consolación interior prepararas el alma a sufrimientos aún más graves; si no creyeras que no merecías cosas tan duras, antes reconocieras mi justicia y santidad en cuanto ordeno; entonces estarías en el camino recto y cierto de la paz, y tendrías segura esperanza de volver a ver mi rostro entre transportes de alegría. Y ten entendido que si llegaras al desprecio perfecto de ti mismo gozarías de una paz tan imperturbable como es posible en este destierro.


“LA IMITACIÓN DE CRISTO”

martes, 30 de octubre de 2018

Reglamento de vida PARA UN CRISTIANO –– CAPÍTULO I — Medios para conservarse en la gracia de Dios (segundo medio) –– Por San Alfonso María de Ligorio.





SEGUNDO MEDIO.
LA ORACIÓN MENTAL.


   El segundo medio, es la oración mental, sin la que es difícil mantenerse mucho tiempo en la gracia de Dios. El Espíritu Santo ha dicho: Memorare novissima tua, et in aeternum non peccabis: (Eccli. 7.40.) El que medita con frecuencia los novísimos o postrimerías, es decir, la muerte, el juicio, y la eternidad del infierno y del paraíso, no caerá en el pecado. —Pero estas verdades no se ven con los ojos del cuerpo, pues que solo el alma puede concebirlas: y si no las consideramos frecuentemente, se borran de nuestra memoria, cuando se presentan los placeres de los sentidos; el que pierde de visto las verdades eternas, se deja arrastrar fácilmente por lo que a ellos halaga: he aquí porque tantos desgraciados se entregan al vicio y se condenan. Todos los cristianos saben y creen que deben morir y ser juzgados; pero como no piensan en esto, viven apartados de Dios.

   Sin la oración mental estamos privados de luz y andamos a oscuras; y andando a oscuras no descubrimos los riesgos, no tomamos precauciones y no imploramos los auxilios de Dios: tal es la causa de nuestra perdición. Sin la oración nos falta luz y fuerza para adelantar en el camino de Dios, porque sin la oración, no pedimos; a Dios que nos ayude, y el que siendo débil por naturaleza no pide auxilios para sostenerse ¿qué extraño es que caiga?

   Esto es lo que hacía decir al Cardenal Belarmino, que si un cristiano no medita las máximas eternas, le es moralmente imposible perseverar en la gracia de Dios.

   Por el contrario, el que tiene todos los días su meditación, caerá difícilmente en el pecado, y si alguna vez tiene la desgracia de sucumbir en algún encuentro, continuando la oración, volverá muy luego a Dios. “Un devoto siervo del Señor ha dicho, que la oración mental y el pecado mortal, no podían vivir juntos.”

   Proponte pues, hacer cada día a la mañana o a la tarde, aunque es mejor por la mañana, oración durante media hora. Mira el capítulo siguiente en el que hallarás una breve explicación del modo como se ha de practicar este ejercicio con facilidad. Por lo demás, basta que consagres esta media hora a leer o  algún libro de meditaciones, cualquiera de tantos como existen, teniendo cuidado de promover de tiempo en tiempo algún buen sentimiento.

   A de rezar alguna oración, del modo que lo hallarás consignado en el capítulo siguiente. Te ruego encarecidamente que no omitas hacer oración al menos una vez cada día, en cualquier desconsuelo en que te halles: y cualquiera que sea la repugnancia que tengas para hacerla, Si no la abandonas, no hay duda, que te salvarás.

   Además de la oración, es muy útil ejercitarse también cada día, en la lectura espiritual por media hora o al menos un cuarto de hora en un libro que trate de la vida de un santo o de las virtudes cristianas. Cuántos hay que leyendo un libro devoto se han resuelto a mudar de vida y han llegado a ser grandes Santos, como San Juan Colombino, San Ignacio de Loyola y tantos otros. Sería aún en extremo ventajoso hacer cada año los ejercicios espirituales en el retiro de una casa religiosa. Pero al menos no omitas tu meditación diaria.


“Pequeños tesoros escogidos de San Alfonso María de Ligorio”

viernes, 12 de octubre de 2018

Tercer Secreto de Fátima (No revelado todavía) ¡¡¡Imperdible!!



Conferencia sobre el tercer secreto de Fátima. Monseñor Williamson basado en una entrevista realiza al Padre Paul Kramer por la revista “Fátima Crusader” pronuncia una conferencia exponiendo los posibles contenidos del Tercer Secreto, todavía no revelado según los expertos en el estudio sobre Fátima.




lunes, 8 de octubre de 2018

Cuán grande sea la obra de ayudar a los enfermos – Por el V.P.D. Lorenzo Escupoli – De la Orden los Clérigos Regulares de San Cayetano.





Clara cosa es que la salud verdadera del hombre no está en la vida, sino en la muerte; porque donde cayere el árbol, allí tendrá siempre su morada (Eccles. XI); de que se infiere, que el ayudar a bien morir a los enfermos es obra de no pequeña caridad, y mayor de lo que muchos se imaginan: porque si se considera el hombre que se ha de salvar, lo hallamos de inestimable valor, habiendo sido criado a imagen y semejanza de la Trinidad altísima: después de esto, si se vuelve el pensamiento a las obras que el Hijo de Dios ha hecho por salvarle, ¿quién podrá jamás comprender la estimación y grandeza de la salud humana? Y finalmente, si se considera el fin principal de ella, que es la gloria de Dios, queda de todos modos inefable en su grandeza.

De las consideraciones que debemos hacer cuando nos llaman a ayudar a los enfermos.

   Para excitarnos mejor a la caridad cuando nos llaman a ayudar a los enfermos, además de las consideraciones sobredichas, debemos de premeditar las cosas siguientes: la primera, que no nos llaman estas o aquellas personas, sino Dios, que nos da por ejemplo a su Hijo santísimo, al cual envió desde el cielo a la tierra para redimir y salvar al mundo: donde considerarás cuán infatigable se mostró siempre por nuestro bien, sin que el frio, el calor, el hambre, la sed, ni pena alguna, ni aun la ignominia de la cruz detuviese el curso de su fineza. Asi, pues, si no quieres contristar a tu Señor, está advertido para no rehusar este piadoso y caritativo oficio por motivo alguno, no por cansancio, no por alguna comodidad propia, no por alguna mortificación o pena que se padece en los aposentos o estanques de los enfermos, y últimamente considera aquella sentencia del Señor: Con la misma medida con que midiereis, seréis medidos. (Marc. IV, 24).

De los medios principales de que necesitamos para ayudar a los enfermos.

   Para ejercitar bien esta santa obra de ayudar a los que están para morir, necesitamos de cinco cosas: de la buena vida, de la desconfianza de nosotros mismos, de la confianza en Dios, de la oración, y de saber el arte y modo de ayudarlos. Pero habiendo discurrido ya de las cuatro primeras en el Combate espiritual, trataré solamente en este lugar, con el auxilio divino, de la quinta con toda la brevedad posible.

“COMBATE ESPIRITUAL”





Reglamento de vida PARA UN CRISTIANO –– CAPÍTULO I — Medios para conservarse en la gracia de Dios (Primer medio) –– Por San Alfonso María de Ligorio.





   Este Reglamento se divide en tres capítulos: el primero trata de los medios de conservarse en la gracia de Dios; el segundo contiene los actos y las prácticas de piedad que han de observarse y el tercero tiene por objeto las principales virtudes que un cristiano debe practicar.

   Debemos estar, persuadidos que para para conseguir la salvación eterna, no basta querer salvarse, sino que es necesario valerse de los medios que Jesucristo nos ha dejado. De otro modo, si caemos en el pecado, vanamente alegaremos en el día del juicio que las tentaciones han sido fuertes y que nosotros éramos débiles; porque Dios nos ha proporcionado los medios de vencer con su gracia todos los ataques de nuestros enemigos; y si no queremos aprovecharnos de ellos y sucumbimos, la culpa será nuestra.

   Ciertamente que todos los hombres quieren salvarse; pero como no todos hacen caso de los medios de salvación, esta es la causa de que tantos pequen y se pierdan.

PRIMER MEDIO.

HUIDA DE LAS OCASIONES.

   El primer medio es evitar la ocasión. EL que no tiene cuidado de evitar las ocasiones de pecar, con especialidad en materia de placeres sensuales, caerá miserablemente en el pecado. “En la guerra de los sentidos, decía San Felipe Neri, los cobardes que huyen, son los que vencen” La ocasión es como una venda que nos cubre los ojos y no nos deja ver nada, ni a Dios, ni el infierno, ni las resoluciones que hicimos. La Sagrada Escritura, dice, que es imposible andar sobre carbones encendidos sin quemarse. (Prov. 6. 27,) Es pues moralmente imposible exponerse voluntariamente a la ocasión sin sucumbir, por más que se hayan tomado mil resoluciones y hecho a Dios mil promesas.

   Esta verdad está demostrada todos los días por la desgracia de tantas almas tristemente caídas, por no haber evitado las ocasiones.

   Y el que ha vivido en la costumbre de pecar torpemente sabe que no le bastará para contenerse evitar las ocasiones totalmente próximas, porque si no procura evitar aun las que no son del todo próximas, fácilmente caerá. Guardémonos también de dejarnos engañar por el demonio, bajo el pretexto de que la persona que es causa de nuestras tentaciones, es de grande virtud: porque muchas veces sucede, que cuanto más piadosa es esta persona, tanto más fuerte es la tentación.

   Se lee en Santo Tomás, (de modo conf, a 22.) que las personas más santas son por lo mismo mucho más atractivas.

   La tentación comienza por el espíritu y acaba por la carne. Un gran siervo de Dios, el Padre Sertorio Caputo, de la compañía de Jesús, decía que el demonio hacia primero amar la virtud; después a la persona; y que al fin nos ciega y nos precipita.

   Es necesario también evitar las malas compañías porque nosotros somos muy débiles; el demonio nos tienta continuamente, los sentidos nos inclinan al mal, y el ejemplo de una mala compañía no dejará de hacernos caer en el pecado.

   Lo primero pues, que debemos hacer para salvamos, es apartarnos de las ocasiones y do las compañías peligrosas. Y en esto es necesario que nos hagamos violencia, y que cueste lo que costare a nuestra inclinación natural, tengamos bastante resolución para sobreponernos a todo respeto humano. Sin hacernos violencia no nos salvamos. Es verdad que no podemos poner nuestra confianza en nuestras propias fuerzas sino únicamente en los auxilios de Dios: sin embargo. Dios quiere que cooperemos también por nuestra parte, haciéndonos violencia cuando es necesario, para ganar el paraíso: (Math. 11, 12.).


“Pequeños tesoros escogidos de San Alfonso María de Ligorio”

MÁXIMAS ETERNAS – MEDITACIÓN VII y final de estas máximas – Por San Alfonso María de Ligorio – SOBRE LA ETERNIDAD DE LAS PENAS.







PRIMERO.

   Considera que el infierno no tiene fin: en él se padece todos los suplicios y todos son eternos. Asi, después de cien, después de mil años de sufrimientos; el infierno no hará más que comenzar; y si se pasarán cien mil, o cien millones, o mil millones de años y de siglos el infierno no por eso acabará, sino que estará comenzando. Si un Angel llevase ahora a un condenado la noticia de que Dios quiere librarle del infierno, cuando hayan pasado tantos millones de siglos, o como gotas hay  de agua, como las hojas de árboles y los granos de arena en la mar y por toda la tierra: — tú te espantarías; pero este desgraciado experimentaría seguramente con esta noticia, más gozo que tú, aunque supieses que ibas a ser elevado sobre el trono de un gran reino. En efecto, el condenado se diría a sí mismo; es verdad que deben transcurrir tantos siglos, más al fin vendrá un día en que hayan pasado. — ¡Ay! ¡Todos estos siglos, pasarán efectivamente, y el infierno no pasará; todos estos siglos se multiplicarán tantas veces como hay granos de arena, gotas de agua, hojas de árboles, y el infierno no se acortará por ello! Todos los réprobos dirían a Dios de buena gana: “Señor, aumentad mi suplicio tanto como os plazca; hacedle durar tanto tiempo como queráis y con tal que les pongáis un término estoy contento” — pero no, este término no vendrá jamás –– Si al menos el desgraciado pudiese hacerse ilusión diciendo: ¿quién sabe? ¡Puede ser que algún día tenga Dios compasión de mí y me saque del infierno! No, vuelvo a decir, el réprobo tendrá siempre delante de sus ojos la sentencia de su condenación eterna y se verá siempre obligado a decir: todas estas penas que sufro, este fuego, estos dolores y estos gritos, jamás, jamás acabarán ¿cuánto durarán? ¡Siempre! ¡Siempre! ¡Oh jamás! ¡Oh siempre! ¡Oh eternidad! ¡Oh infierno! ¡¡¡Cómo!!! ¡Los hombres están convencidos de que esto es lo que les espera, y sin embargo, pecan y continúan viviendo en el pecado!

SEGUNDO

   Hermano mío, fija bien en esto tu atención; reflexiona que el infierno, si pecas, es también para ti. Ya arde bajo tus pies este horrible horno; y mientras lees estas líneas, ¡cuántas almas se precipitan en él! Piensa bien que si una vez caes en él, y a no podrás salir. Si desgraciadamente has merecido ya el infierno por alguna falta grave, da gracias a Dios por haberte perdonado hasta hoy; y pronto, apresúrate a poner a esto remedio: llora tus pecados y aprovecha los medios, más seguros que puedas para salvarte.

Confiésate con frecuencia, ten cada día un rato de  lectura espiritual; ten especial devoción a la Santìsima Virgen rezando lodos los días el rosario y ayunando todos los sábados; resiste a las tentaciones, invocando frecuentemente a Jesús y a María; evita las ocasiones de pecar y si Dios te llama a dejar el mundo, ¡ah! hazlo, hazlo sin vacilar. Por más que lo hagas sólo por escapar a una eternidad de tormentos, es pequeña cosa lo que se te pide, no es nada.

   Digamos con San Bernardo: Para asegurar uno su eternidad (salvación), no hay precaución que baste. — ¡Mira cuantos anacoretas, para evitar el infierno han ido a vivir a las grutas y a los desiertos! –– ¿Y tú que haces, después de haber merecido tantas veces el infierno? ¿Qué haces, mi querido hermano, que haces? ¡Ah! teme por tu condenación, vuélvete a Dios y dile de todo corazón:
   Señor, heme aquí, yo soy vuestro, y quiero hacer todo lo que exijáis de mí. — Oh María, asistidme bajo el seguro asilo de vuestra protección, pues sois refugio de pecadores.



¡VIVA JESÚS NUESTRO AMOR!
Y
¡MARÍA NUESTRA ESPERANZA!



“Pequeños tesoros escogidos de San Alfonso María de Ligorio”







miércoles, 3 de octubre de 2018

LA VIGILIA o privación prolongada de sueño – Por Antonio Royo Marín O.P. (Fenómenos místicos extraordinarios).





   El hecho. — Paralelo y análogo al fenómeno anterior es la privación de sueño o vigilia casi constante que se ha registrado también en la vida de muchos santos.

   Casos históricos. — He aquí algunos de los más notables: San Macario de Alejandría pasó veinte días seguidos sin dormir, pero al cabo hubo de ceder al sueño sintiendo desvanecerse su cabeza. Santa Coleta solía dormir una hora a la semana y una vez en su vida permaneció un año entero en vigilia absoluta. Durante más de treinta años Santa Ludwina no durmió más de lo equivalente a tres noches. San Pedro de Alcántara durmió durante cuarenta años tan sólo hora y media diariamente, como el mismo Santo refirió a Santa Teresa, añadiendo que éste había sido el mayor trabajo de penitencia que había tenido al principio hasta acostumbrarse. Santa Rosa de Lima restringía a dos horas el tiempo concedido al descanso, y a veces menos aún. Santa Catalina de Ricci desde pequeña no dormía jamás más de dos o tres horas cada noche; al llegar a los veinte años, cuando el éxtasis se apoderó de su vida, no dormía sino una hora por semana, y a veces apenas dos o tres horas por mes. Y, en fin, la Bienaventurada Águeda de la Cruz pasó los ocho últimos años de su vida en constante vigilia.

   Explicación del fenómeno. — Admitiendo la historicidad de estos hechos—algunos no podría rechazarlos la crítica más severa —, hay que pensar en algo sobrenatural para explicar el fenómeno. El sueño, como el alimento, es absolutamente necesario para la conservación de la vida. El organismo se gasta con el ejercicio y se repara con el reposo. Cuando el insomnio se prolonga, su necesidad se vuelve imperiosa; y cualquiera que sea la fuerza de voluntad con que el hombre quiera contrarrestarlo, acaba por sucumbir a él.

   Cuando, pues, la vigilia se prolonga sin la menor interrupción durante semanas y meses enteros sin que disminuya el vigor y el ejercicio de la vida corporal, no se puede menos de atribuir el fenómeno a algo superior a la simple naturaleza humana. Se puede restringir progresivamente la imperiosa necesidad de dormir, pero sin milagro no se la puede dominar completamente.

   Los médicos y fisiólogos están de acuerdo en que sin salir de las leyes normales de la naturaleza orgánica no se puede llegar a privarse totalmente del sueño ni de los alimentos. La dificultad está en fijar en qué momento comienza la derogación de esas leyes; pero esa derogación se impone necesariamente.

   Sin embargo, aun sin recurrir al milagro, nos parece que puede intentarse — en parte al menos —una explicación dentro del estado de sobrenaturalidad alcanzado por las almas que han practicado estas largas vigilias. Los santos —en efecto — se han esforzado siempre en restringir las necesidades de la vida sensitiva y animal. Aparte de su amor a la mortificación, les movía a ello el deseo de encontrar tiempo para prolongar su oración. Lo mismo que la abstinencia, las largas vigilias se encuentran, sobre todo, entre los contemplativos y extáticos.

   Ahora bien: está perfectamente comprobado que la contemplación y, sobre todo, el éxtasis casi continuo desprenden y liberan al alma de la esclavitud de la vida animal. Durante el éxtasis, la actividad del alma es intensísima, pero el cuerpo reposa profundamente, teniendo como tiene suspendido el ejercicio de sus sentidos internos y externos. De ahí que el éxtasis equivalga —desde el punto de vista corporal y en orden a la restauración de las fuerzas del organismo — a un verdadero sueño. Y por eso, Santa Teresa dice de sí misma que al salir de sus éxtasis se encontraba —incluso corporalmente — mucho mejor y con la cabeza más despejada que antes.
   Acaso, pues, en esta sobrenaturalidad sublime alcanzada por las almas de los santos pueda encontrarse una explicación suficiente de este fenómeno y del anterior. A medida que el alma se nutre y embriaga de Dios, gusta menos de los groseros alimentos corporales; cuanto más se absorbe y concentra en Dios, menos está sujeta a la somnolencia y pesadez de la carne. Es como un glorioso anticipo de las condiciones excelsas de los cuerpos glorificados, para los que la visión beatífica será a la vez su alimento y su reposo.


“TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA”

lunes, 1 de octubre de 2018

LA INEDIA (ayuno absoluto) – Por Antonio Royo Marín. (Fenómenos místicos extraordinarios).

Teresa Neumann




El hecho. — En la historia de los santos se han registrado muchas veces fenómenos de inedia o ayuno absoluto durante un tiempo muy superior al que resisten las fuerzas naturales.

   Casos históricos. — He aquí algunos de los más notables: la Bienaventurada Angela de Foligno estuvo doce años sin tomar ningún alimento; Santa Catalina de Sena (1347-80), ocho años aproximadamente; la Bienaventurada Elisabeth de Reute, más de quince años: Santa Ludwina de Schiedman (1380-1433), veintiocho años; el Bienaventurado Nicolás de Flüe (1417-87), veinte años; la Bienaventurada Catalina de Raconixio (1468-1547), diez años. De época más reciente podemos citar a Rosa María Andriani (1786-1845), veintiocho años; Domenica Lazzari (1815- 1848) y Luisa Lateau (1850-1883), catorce años.

   En nuestros días es famoso el caso de Teresa Neumann, rigurosamente comprobado por una observación que la crítica más severa se ha visto obligada a admitir como indiscutible

   Explicación del fenómeno. — La fisiología y patología humanas han demostrado plenamente que el hombre no puede naturalmente sobrevivir a una abstinencia total de alimentos prolongada durante algunas semanas. He aquí algunos datos curiosos sobre este particular:

   a) En 1831, el bandido Granié, condenado a muerte, rehusó todo alimento, salvo un poco de agua; murió al cabo de sesenta y tres días en convulsiones. No pesaba más que 26 kilos.
   b) En 1924, el Dr. P. Noury publicó en el Concours medical la observación de una nonagenaria que, habiéndose fracturado el cuello del húmero, declaró que no quería quedar imposibilitada y prefería morir. Rehusó toda alimentación, salvo un poco de líquido y algunos granos de uvas. Se extinguió en cuarenta y nueve días.

   c) De nuestros días es también el caso del lord alcalde de Cork—Mac Swiney—, que se hizo famoso en todo el mundo al dejarse morir de hambre como protesta por la dominación inglesa sobre Irlanda. Su agonía, en el curso de la cual tomó solamente líquidos, duró aproximadamente dos meses y medio (setenta y tres días).

   De estos y otros datos similares se desprende que la vida humana no puede prolongarse en inedia absoluta más allá de diez o doce semanas, no habiéndose registrado hasta la fecha ningún ayuno natural prolongado por más de tres meses.

   ¿Cómo se explican, pues, aquellos ayunos de los santos prolongados por meses y años enteros, no solamente sin morir, sino incluso sin perder peso y sin que su salud se quebrantara por ello?

   Ante todo parece que es preciso rechazar todo intento de explicación puramente natural. El organismo humano no puede naturalmente mantener su vitalidad sin combustiones internas. Toda combustión acarrea una pérdida considerable de ácido carbónico y de residuos; de ahí el adelgazamiento y la muerte al cabo de cierto tiempo si no hay aporte de material de recambio.

   Notemos, por otra parte, que los santos y personas piadosas que practicaron tales ayunos no solamente no llevaban una vida aletargada y somnolienta, sino, al contrario, llena de vitalidad y dinamismo, con poquísimas horas de descanso o sueño. Sus gastos de energía vital tenían, pues, que llegar al máximum. Esto es cosa del todo clara y evidente.

   ¿Habrá que concluir, sin más, que un ayuno prolongado por tiempo superior al que la simple naturaleza puede ordinariamente soportar es forzosamente sobrenatural? Creemos que no.

   La Iglesia no tiene en cuenta el ayuno prolongado—aunque se haya comprobado plenamente—para decidirse a una beatificación o canonización.

   Es preciso tener en cuenta no sólo la posible intervención diabólica, sino también las posibilidades desconocidas y ocultas de la misma naturaleza.

   ¿Podría el hombre en determinadas condiciones asimilar, como las plantas, el ácido carbónico y el nitrógeno atmosférico? ¿Puede recibir su energía vital de otra fuente distinta de sus combustiones internas? Un autor en 1934, en la revista Hipócrates, proponía para Teresa Neumann la hipótesis de una asimilación de las radiaciones solares. Estamos muy lejos de compartir esta opinión, pero es indudable que se abre con ella, para la ciencia moderna, una perspectiva insospechada.

   Sólo la comparación y contraste con el resto de la vida del paciente podrá darnos la clave para juzgar de la sobrenaturalidad de un ayuno prolongado.

   Es preciso comprobar la duración del ayuno, la conservación de las fuerzas físicas y morales, la ausencia del hambre en plena salud y la exclusión de toda causa morbosa del ayuno. Y, sobre todo, es necesario estar seguro de la santidad del ayunador, de la heroicidad de sus virtudes, de sus dones sobrenaturales de éxtasis, etc., que suelen casi siempre acompañar a estos fenómenos portentosos cuando son sobrenaturales, como parecen serlo en el caso de Teresa Neumann. Debe examinarse diligentemente si en el ayuno se encierra algún motivo oculto de vanidad o presunción o, si por el contrario, se practica bajo la moción del Espíritu Santo y con plena y rendida sumisión a la obediencia. El ayunador debe, además, no ser sostenido durante su largo ayuno sino por la recepción de la Sagrada Eucaristía y debe cumplir puntualmente todos sus deberes de estado. Únicamente cuando se reúnan todas estas circunstancias podrá juzgarse el fenómeno como verdaderamente sobrenatural y milagroso.

   Supuesta, finalmente, la sobrenaturalidad del fenómeno, habrá que explicarlo, desde el punto de vista teológico, por una especie de incorruptibilidad anticipada de los cuerpos gloriosos, que suspende la ley del incesante desgaste de los órganos y dispensa, por lo mismo, de la ley correlativa de la refección alimenticia.

“TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA”


EJEMPLO DE INEDIA: “SAN NICOLÁS DE FLUE”


 


El Padre Imer de Kerns escribió en 1487: Cuando el Padre Nicolás comenzó su vida de abstinencia total, y hubo alcanzado el decimoprimer día, me mandó llamar y me preguntó privadamente si debería comer o continuar absteniéndose. Él deseaba vivir totalmente sin comida, para separarse más del mundo. Toqué sus extremidades y noté sólo piel y huesos; toda la carne se había secado por completo, las mejillas estaban hundidas y los labios increíblemente delgados. Le dije que perseverara tanto como pudiera sin hacer peligrar su vida. Que si Dios lo había sostenido por once días, podría sostenerlo por once años.

Nicolás siguió mi consejo, y desde ese momento hasta el día de su muerte, por un período de veinte años y medio, no tomó ningún tipo de alimento ni bebió nada. Como era más cercano a mí que a cualquier otra persona, con frecuencia le hablé del tema. Me dijo que recibía el Sacramento una vez al mes, y sentía que el Cuerpo y Sangre de Cristo le comunicaba fuerza vital, que le servía como carne y bebida, y que de otro modo no habría podido sustentar su vida sin nutrición.

Los magistrados, queriendo verificar el hecho, enviaron guardias por todo un mes que rodearon el retiro del santo tanto de noche como de día para ver que nadie le llevase comida. El Príncipe-Obispo de Constancia envió a su sufragáneo, el Obispo de Ascalon, con órdenes estrictas de desenmascarar la impostura, si podía detectar alguna.

El sufragáneo tomó su morada en una capilla junto a la celda de Nicolás, y entrando a la celda le preguntó: “¿Cuál es el primer deber de un cristiano?”. “La obediencia”, dijo Nicolás. “Si la obediencia es el primer deber de un cristiano, yo te ordeno que comas tres piezas de pan, y que bebas este vino”, dijo el Obispo.

Nicolás pidió al Obispo que no insistiera en su orden, pero el Obispo no se dejaría convencer. Nicolás estaba obligado a obedecer; pero en el momento en que tragó un pedazo de pan, su agonía fue tan grande, que el Obispo dejó de presionarlo, y le dijo que sólo deseaba probar si Nicolás estaba poseso por un demonio; pero su obediencia le había mostrado que era un hijo de la gracia.

El Archiduque Segismundo de Austria envió al médico real, Buscard von Hornek, a examinar el caso, y él permaneció en la celda varios días y noches. El Emperador Federico III envió delegados para investigar, pero todos confesaron que era un hecho real, totalmente libre de engaños”.

Hasta aquí el relato del sacerdote contemporáneo del santo. Por su parte, el historiador protestante John de Muller, de la Confederación Suiza, escribió:

“Nicolás de Flue vivió veinte años sin comer otro alimento o bebida que no fuera la Santa Eucaristía que recibía cada mes. Esto se hizo por la gracia de Dios Todopoderoso, que creó de la nada el cielo y la tierra, y los mantiene como le place. Este milagro fue examinado durante su vida, relatado y entregado a la posteridad por sus contemporáneos, y se mantiene incontestable”.

Descargar en PDF. ¡Batalla de frente! (contra la masonería) - Por el Presbítero Félix Sardá y Salvany





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