Al
venerable religioso Fray Antonio de Niza, de la Orden de los HH. Ermitaños de
San Agustín. Año 1378.
En nombre de Jesucristo crucificado y de la
dulce María.
A vos, dilectísimo y carísimo padre y
hermano en Cristo Jesús. Yo, Catalina, sierva y esclava de los siervos de
Jesucristo, os escribo encomendándoos en la preciosa sangre del Hijo de Dios,
con deseo de veros sumergido y ahogado en el horno de la divina caridad y que
arda y vuestra voluntad propia se halle anegada, pues ésta nos quita vida y da
la muerte. Abramos los ojos, carísimo hermano, porque tenemos dos voluntades:
la sensitiva, que buscas las cosas sensibles, y la espiritual que, con especie
y color de virtud, mantiene firme su voluntad. Esto lo demuestra cuando quiere
elegir los lugares, tiempos y consuelos a su aire. Así dirá: “Yo quisiera esto para poseer más a Dios”.
Y es un gran engaño e ilusión del demonio, quien, no pudiendo engañar a los
siervos de Dios con la primera clase de voluntad (porque ya han mortificado a sus sentidos), a hurtadillas, toma
posesión de la segunda voluntad con lo espiritual. Muchas veces recibe el alma
consuelo y después se siente privada de él por Dios, que le dará otra cosa de
menos consuelo y más provecho. El alma, animada por lo dulce, al verse privada
de ello, siente pena y cae en el tedio. ¿Por
qué? Porque no quisiera carecer de ese consuelo. Y dice: “Me parece amar de este modo más que de
aquél. Con éste recibo algún fruto y ninguno con aquél, sino sufrimiento, y
muchas veces combates, y creo ofender a Dios”. Digo, hijo y hermano en
Cristo Jesús, que esta alma se engaña con la propia voluntad a no querer estar
sin aquella dulzura. Con este cebo la atrapa el demonio. Con frecuencia pierde
el tiempo, queriendo disponer de él a su modo, pues no ejercita lo que tiene
sino en sufrimiento y en tinieblas.
Nuestro dulce Salvador
dijo una vez a una hija suya (ella misma):
“¿Sabes cómo actúan los que quieren cumplir su voluntad en los consuelos,
dulzuras y deleites? Al encontrase privados de ellos, quieren apartarse de
mi voluntad, pareciéndoles que no hacen bien y que no me ofenden; pero en ellos
se halla oculta la parte sensitiva y, pretendiendo huir de los sufrimientos
caen en el pecado y no se dan cuenta. Si el alma actuase sabiamente y tuviera
la luz (Divina) consideraría el fruto y no la dulzura. ¿Cuál es el fruto del alma? El
aborrecimiento de sí y el amor a Mí. Ese aborrecimiento y amor han nacido del
conocimiento de sí misma. Se reconoce defectuosa, no ser nada. Contempla en sí
misma mi bondad, la que le conserva la buena voluntad. Ve que lo he realizado
Yo, por lo que mi sierva está en mayor perfección y piensa que lo he hecho por
ser lo mejor para su bien. Es tal, carísima hija, que no quiere el momento a su
modo, porque es sumisa; conoce su enfermedad y no confía en su querer sino que
me es fiel. Se viste de mi suma y eterna voluntad, porque Yo no doy ni quito si
no es para su santificación y ve ella que sólo el amor me mueve a daros la
dulzura y a quitarla. Por eso no se puede doler que se le prive de algún
consuelo interior o exterior, por parte del demonio o de las criaturas, ya que
ve que si no fuese para bien suyo no le permitiría Yo. Se goza en ello porque
tiene la luz dentro y fuera y, tan iluminada se encuentra que, llegando el
demonio con las tinieblas a su mente para confundirla, diciéndole “esto es por tus pecados”, ella
contesta como persona que no esquiva sufrimiento diciendo: “gracias sean dadas a mi Creador que se ha acordado de mí en el tiempo
de las tinieblas, castigándome con sufrimientos en el tiempo perecedero. Gran
amor es este, pues no me quiere castigar en el tiempo que no termina”. ¡Oh, qué
tranquilidad de espíritu tiene esta alma por haberse despojado de la voluntad
que produce tempestad! No obra así el que tiene interiormente viva su
voluntad y busca las cosas de su agrado, pues parece que cree saber lo que
necesita mejor que Yo. Ese dice con frecuencia: “me parece que ofendo a Dios. Que me quite la ocasión de pecado y que
haga lo que Él quiera”. Cuando en vosotros veáis la voluntad de no ofender
a Dios y el aborrecimiento del pecado, es señal de que el pecado ha
desaparecido, por lo cual debéis tener confianza, puesto que, aunque todas las
obras exteriores y consuelos interiores disminuyesen, permanecería siempre
firme la voluntad de agradar a Dios. Sobre esta piedra se halla fundada la
gracia. Si dices “no me parece tenerla”,
te digo que es falso, porque si no la tuvieses no temerías a Dios. Es el
demonio el que te hace ver esto para que entre el alma en confusión y
desordenada tristeza y mantengas firme tu voluntad en desear los consuelos, el
tiempo y los lugares a tu capricho. No le creas, hija queridísima, sino ten tu
alma tu alma dispuesta a sufrir penas según el modo con que Dios las de. De
otro modo haréis como el que se halla a la salida con la lámpara en la mano,
que, extendiendo el brazo hacia afuera, ilumina fuera y dentro quedan las
tinieblas. “Esto hace el que ya ha
conformado las cosas exteriores con la voluntad de Dios; desprecia al mundo,
pero dentro le queda viva la voluntad espiritual, disimulada con pretexto de la
virtud”. Así habló Dios a aquella sierva suya interiormente.
Por eso dije que quería y deseaba que
vuestra voluntad estuviese sumergida y transformada en Él, disponiéndoos a
soportar las penas y trabajos de cualquier modo que Dios las quiera dar. Así
nos veremos libres de las tinieblas y tendremos la luz. Amén. Alabado sea
Jesucristo crucificado y la dulce María.
“ESCRITOS
ESCOGIDOS”
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