martes, 1 de noviembre de 2016

La fiesta de todos los santos. — 1 de noviembre




   Entre todas las fiestas que la Iglesia ha instituido en reverencia de los santos que están en los cielos, la más solemne es la que celebra en este día en honra de todos; porque en ella a todos los abraza, a todos se encomienda y llama en su favor.

   Instituyóla en Roma Bonifacio IV en honor de la Virgen santísima y de todos los santos mártires, consagrándoles, en el año 607, el templo llamado Panteón, en el cual habían sido adorados todos los falsos dioses de la gentilidad. Más tarde Gregorio IV ordenó que aquella fiesta se hiciese en honra de todos los santos del cielo, y mandó que se celebrase en toda la cristiandad, señalando para ello este día primero de noviembre.

   Tres fueron las razones principales de esta institución: reparar lo que la fragilidad humana hubiese faltado por ignorancia o descuido en las fiestas particulares de los santos; alcanzar, por la poderosa intercesión de todos los santos juntos, las gracias que hemos menester, y animarnos a la imitación de sus virtudes, con la esperanza de alcanzar el premio de la eterna gloria que ellos alcanzaron.

   “Consideremos, nos dice San Cipriano, y pensemos con frecuencia, que hemos renunciado al mundo, y que vivimos en la tierra como huéspedes y peregrinos. Suspiremos por aquel día, en que a cada uno se nos ha de señalar morada en aquella verdadera patria, y en que, sacados de este destierro, y libres de los lazos del siglo, hemos de entrar en el reino celestial. ¿Quién hay, que, viviendo lejos de su patria, no arda en deseos de tornar a ella? ¿Quién hay, que navegando de vuelta a su hogar y familia, no desee viento favorable para poder abrazar a las prendas de su corazón? Nuestra patria es el paraíso; son nuestros parientes los, santos patriarcas: ¿por qué no nos damos prisa y corremos para ver nuestra patria, y saludar a los parientes? Allí nos espera un gran número de amigos; allí nos echa de menos una gran muchedumbre de parientes, hermanos e hijos, seguros ya todos de su gloria inmortal, pero solícitos de nuestra salvación. ¡Qué alegría ha de ser para ellos y para nosotros, el vernos y abrazarnos! ¡Qué deleite el de aquellos reinos celestiales, donde sin el temor de la muerte se posee una eternidad de vida! ¡Oh felicidad suprema, y que nunca se ha de acabar! Allí está el glorioso coro de los apóstoles: allí la alegre compañía de los profetas: allí el innumerable ejército de los santos mártires, coronados por la victoria que alcanzaron de los tiranos y verdugos: allí las purísimas vírgenes, que con la virtud de su continencia, triunfaron de las malas inclinaciones de su cuerpo: allí los misericordiosos, que, socorriendo largamente las necesidades de los pobres, cumplieron con toda justicia, y observando los preceptos del Señor, colocaron en el tesoro del cielo los patrimonios de la tierra. Apresurémonos con vivas ansias a llegar a donde ellos están, deseemos hallarnos presto con ellos, para que podamos reinar presto con Cristo.” (San Cipriano, lib. de mortalit).

   Reflexión: Dice muy bien San Gregorio: “Al oír las cosas de aquella gloria, nuestra alma suspira por ellas, y ya desea encontrarse donde espera gozar sin fin. Pero los grandes premios no se alcanzan sin grandes trabajos: y así dice San Pablo, que no será coronado sino aquel que legítimamente peleare. Deleítese en hora buena, el ánimo con la grandeza de los premios; pero no desmaye en los trabajos de la campaña”

   Oración: Todopoderoso y sempiterno Dios, que nos concedes la gracia de celebrar en una solemnidad los méritos de todos los santos, rogámoste que atendiendo a tan grande muchedumbre de intercesores, derrames sobre nosotros la abundancia deseada de tus misericordias. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


FLOS SANCTORVM


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