La muerte del justo.
En el
Antiguo Testamento, la muerte del justo nos es descrita con el ejemplo de la
muerte de Tobías (Confróntese Tobías, XIV, 10): “Habiéndose acercado la
muerte, Tobías llamó a su hijo, las siete hijas de él y a los nietos, y les
dijo: “Escuchad
ahora, hijos míos, a vuestro padre: servid al Señor en la verdad y esforzaos
por hacer lo que le es grato. Recomendad a vuestros hijos que practiquen la
justicia y que hagan limosnas, que recuerden al Señor y lo bendigan en todo tiempo,
en la verdad y con todas sus fuerzas.”
En el libro del Eclesiástico (c.
XXXIII, 7-15) se dice que el justo no se escandaliza de la desigualdad de las
condiciones sociales y juzga de ellas cuerdamente, sobre todo en la muerte. “¿Por qué existen pobres y ricos, felices e infelices?” El
Eclesiástico responde: “Es porque un día de sol triunfa sobre un día de lluvia, mientras la
luz viene del sol todos los días. Es la sabiduría del Señor que ha establecido entre
ellos esas distinciones, que ha instituido estaciones diversas. Entre los días
del año están los que Él ha ensalzado sobre los demás y santificado: son los
días de las fiestas religiosas, santificados por estar consagrados a Él y distintos
de los días ordinarios. Lo mismo sucede con los hombres: todos vienen del polvo
y de la tierra, de que Adán fué formado. Pero con una gran sabiduría Dios los
ha hecho diversos unos de otros, dirigiéndolos por caminos distintos. A algunos
los ha bendecido y elevado sobre los demás. Y de otros ha tolerado y permitido
su pecado y en seguida los ha humillado.” El da a cada uno según sus obras. Y el justo entiende todo esto cuando
la muerte le llega.
En el mismo libro del Eclesiástico lee
(XXXV, 11-17) que
Dios escucha la plegaria del pobre, sobre todo cuando está para morir, y
castiga sin piedad a los duros de corazón. “El Señor no tiene en cuenta las
condiciones sociales de los hombres en perjuicio del pobre. Escucha la plegaria
del oprimido y de la viuda. La plegaria del oprimido atravesará las nubes: el
Señor no le hará esperar el socorro.” Esto se verifica, sobre todo, en la muerte del justo, aun cuando fuese
paupérrimo y abandonado por todos. Dios será con él en la última hora.
Estos altos pensamientos se repiten sin tregua en el Antiguo Testamento, y más
aún en el Nuevo, que descubre claramente en la muerte del justo el preludio de
la vida eterna.
Nos fué dado asistir a la muerte del justo
en un pobre hombre, José de Estengo, que habitaba con los suyos en un séptimo
piso, junto a uno de los cementerios de Roma. Tenía las cuatro extremidades cancerosas
y sufría terriblemente, sobre todo en invierno, con el frío, y cuando los
miembros se encogían para morir. Sin embargo, no se quejaba, y ofrecía al Señor
sus sufrimientos por la salvación de su alma, por los suyos, por la conversión
de los pecadores. Atacado después de tisis galopante, fué trasladado al extremo
de Roma, en el hospital Littorio, donde, unas tres semanas después, moría en el
más absoluto abandono, solo, en medio de la noche.
Pues
bien: en el instante en que moría, su viejo padre, magnífico cristiano, oyó, en
el otro extremo de la ciudad, la voz de su hijo, que le decía: “Padre, subo al Cielo.” Y su buena madre soñaba al
mismo tiempo que veía a su hijo volar triunfante allá arriba, con los pies y
las manos curados, como será después de la resurrección de la muerte.
Considero
como una gran gracia de mi vida el haber conocido a este pobre, que me fué dado
a conocer por una dama de San Vicente de Paul, que me dijo: “Será
una dicha para usted conocerlo.” Ciertamente, fué así: era amigo de Dios, su muerte lo ha confirmado; fué
exactamente la de un justo. “Bienaventurados los que mueren en el Señor”, y
como dice la Sagrada Escritura, los que saborean la muerte como preludio de la
vida eterna.
“LA
VIDA ETERNA Y LA PROFUNDIDAD DEL ALMA”
R. GARRIGOU LAGRANGE O.P.
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