martes, 8 de noviembre de 2016

La gracia de la buena muerte (parte II)



La muerte del justo.

   En el Antiguo Testamento, la muerte del justo nos es descrita con el ejemplo de la muerte de Tobías (Confróntese Tobías, XIV, 10): “Habiéndose acercado la muerte, Tobías llamó a su hijo, las siete hijas de él y a los nietos, y les dijo: “Escuchad ahora, hijos míos, a vuestro padre: servid al Señor en la verdad y esforzaos por hacer lo que le es grato. Recomendad a vuestros hijos que practiquen la justicia y que hagan limosnas, que recuerden al Señor y lo bendigan en todo tiempo, en la verdad y con todas sus fuerzas.”

   En el libro del Eclesiástico (c. XXXIII, 7-15) se dice que el justo no se escandaliza de la desigualdad de las condiciones sociales y juzga de ellas cuerdamente, sobre todo en la muerte. “¿Por qué existen pobres y ricos, felices e infelices?” El Eclesiástico responde: “Es porque un día de sol triunfa sobre un día de lluvia, mientras la luz viene del sol todos los días. Es la sabiduría del Señor que ha establecido entre ellos esas distinciones, que ha instituido estaciones diversas. Entre los días del año están los que Él ha ensalzado sobre los demás y santificado: son los días de las fiestas religiosas, santificados por estar consagrados a Él y distintos de los días ordinarios. Lo mismo sucede con los hombres: todos vienen del polvo y de la tierra, de que Adán fué formado. Pero con una gran sabiduría Dios los ha hecho diversos unos de otros, dirigiéndolos por caminos distintos. A algunos los ha bendecido y elevado sobre los demás. Y de otros ha tolerado y permitido su pecado y en seguida los ha humillado.” El da a cada uno según sus obras. Y el justo entiende todo esto cuando la muerte le llega.

   En el mismo libro del Eclesiástico lee (XXXV, 11-17) que Dios escucha la plegaria del pobre, sobre todo cuando está para morir, y castiga sin piedad a los duros de corazón. “El Señor no tiene en cuenta las condiciones sociales de los hombres en perjuicio del pobre. Escucha la plegaria del oprimido y de la viuda. La plegaria del oprimido atravesará las nubes: el Señor no le hará esperar el socorro.” Esto se verifica, sobre todo, en la muerte del justo, aun cuando fuese paupérrimo y abandonado por todos. Dios será con él en la última hora. Estos altos pensamientos se repiten sin tregua en el Antiguo Testamento, y más aún en el Nuevo, que descubre claramente en la muerte del justo el preludio de la vida eterna.

   Nos fué dado asistir a la muerte del justo en un pobre hombre, José de Estengo, que habitaba con los suyos en un séptimo piso, junto a uno de los cementerios de Roma. Tenía las cuatro extremidades cancerosas y sufría terriblemente, sobre todo en invierno, con el frío, y cuando los miembros se encogían para morir. Sin embargo, no se quejaba, y ofrecía al Señor sus sufrimientos por la salvación de su alma, por los suyos, por la conversión de los pecadores. Atacado después de tisis galopante, fué trasladado al extremo de Roma, en el hospital Littorio, donde, unas tres semanas después, moría en el más absoluto abandono, solo, en medio de la noche.
   Pues bien: en el instante en que moría, su viejo padre, magnífico cristiano, oyó, en el otro extremo de la ciudad, la voz de su hijo, que le decía: “Padre, subo al Cielo.” Y su buena madre soñaba al mismo tiempo que veía a su hijo volar triunfante allá arriba, con los pies y las manos curados, como será después de la resurrección de la muerte.

   Considero como una gran gracia de mi vida el haber conocido a este pobre, que me fué dado a conocer por una dama de San Vicente de Paul, que me dijo: “Será una dicha para usted conocerlo.” Ciertamente, fué así: era amigo de Dios, su muerte lo ha confirmado; fué exactamente la de un justo. “Bienaventurados los que mueren en el Señor”, y como dice la Sagrada Escritura, los que saborean la muerte como preludio de la vida eterna.


“LA VIDA ETERNA Y LA PROFUNDIDAD DEL ALMA”

R. GARRIGOU LAGRANGE O.P.




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