Discípulo. —
Haga el favor, Padre, de explicarme la parábola de los invitados a las bodas, y
de lo que sucedió con el que no llevaba el vestido nupcial.
Maestro.
— Con mucho gusto. Escucha pues, con atención.
Narra
el Santo Evangelio que un rey quiso celebrar con la mayor solemnidad la boda de
su hijo, y preparó una gran cena, invitando a ella a sus parientes y amigos.
Muchos
presentaron sus excusas y evadieron la invitación, en vista de lo cual el rey
ordenó a sus criados fueran por las plazas y por las calles de la ciudad e
invitaran a cuantos encontrasen.
Llena ya la sala y ocupados todos los
puestos, revistó a todos los convidados, y, al ver a uno que no llevaba el
vestido de boda, le dijo: “Amigo, ¿cómo has venido sin
el vestido o traje de boda?” Y acto seguido, dirigiéndose a los criados,
les dijo: “Llevadlo, atadlo y metedle en el
calabozo”.
D. — Padre, ¿qué significa este vestido de boda que no llevó aquel pobre infeliz, y
por qué le metieron en la cárcel, siendo, como era, pobre?
M.
— Este banquete representa a la
Eucaristía, o sea, la Sagrada Comunión. El rey que hace la fiesta, con
motivo de la boda de su hijo, es el Eterno Padre; el hijo es Jesucristo, que se
desposó con nuestra humana naturaleza. Los invitados son todos los hombres de
la tierra.
Significa
que Dios nos ha creado a todos para el cielo, y por esto nos invita a todos a
ir por la senda de la fe, de la caridad, de la penitencia y de los Sacramentos;
pero, de todos estos invitados, muchos no quieren creer: son los incrédulos;
otros presentan excusas o se sirven de cualquier pretexto; éstos son los
pecadores que difieren su conversión; finalmente,
otros acuden al banquete, pero sin el vestido o traje de boda: son los sacrílegos,
representados en aquel infeliz que fué retirado del banquete, atado y llevado
al calabozo.
D. — ¿Entonces,
para qué le forzaron a entrar al banquete?
M.
— Cuando vió que era indigno debió oponerse, y presentar excusa, o pedir
disculpa antes de entrar.
El
hecho es bien claro; todo el que va a comulgar en pecado mortal se encuentra en
las mismas condiciones de este infeliz, y por tanto en peligro de ser juzgado y
condenado.
Además,
Dios mismo lo ha dicho, por medio del Apóstol San Pablo:
“El que come
mi carne indignamente, come su misma condenación y se juzga a sí mismo”.
Se
lee en el capítulo del sagrado Libro de los Números que, cuando el marido, por
una sospecha fundada, temía no le fuera fiel su mujer, tenía derecho, según la
ley de Moisés, a llevarla a la presencia del sacerdote. Este, para desvanecer
la duda, tomaba un poco de polvo del suelo del Tabernáculo y mezclándolo con
agua, se lo hacía beber a la mujer de quien se sospechaba. Si era culpable,
caía inmediatamente muerta a los pies de los presentes, como herida por un
veneno bien concentrado; pero si era inocente no le pasaba nada, y volvía a su
casa en medio del contento y de la alegría de sus parientes.
Lo mismo sucede, aunque invisiblemente, en la Sagrada Comunión;
¡pobre del alma que, en pecado mortal, se acerca a sabiendas a recibir la
Sagrada Comunión de manos del sacerdote!... Será para ella un veneno mortal.
Feliz,
por el contrario, el que se alimenta de este Pan de Vida, teniendo el corazón
limpio por una sincera contrición; recibirá bendiciones y gracias entre los
aplausos de los ángeles, y la Sagrada Comunión será para él prenda de la gloria
eterna.
D. — ¿Tan
numerosos serán los que comulgan sin vestido de boda, o sea en pecado mortal?
M.
— ¿Quién puede asegurar que sean muchos?
Lo cierto es que, desgraciadamente, abundan, y en todas las clases sociales.
Pbro.
José Luis Chiavarino
COMULGAD
BIEN
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