Santa Gertrudis,
aquella esposa tan regalada del Señor, había hecho donación de todos sus méritos
y obras buenas a las pobres Ánimas del Purgatorio; y para que los sufragios
tuviesen más eficacia y fuesen más adeptos a Dios, suplicaba a su divino Esposo
le manifestase por qué Alma quería que satisficiese. Se lo otorgaba su Divina
Majestad, y la Santa multiplicaba oraciones, ayunos, cilicios, disciplinas y
otras penitencias, hasta que aquella alma hubiese salido del Purgatorio. Sacada
una, pedía al Señor le señalara otra; y así logró librar a muchas de aquel horrible
fuego.
Siendo ya la Santa de edad avanzada, le
sobrevino una fuerte tentación del enemigo que le decía: “¡Infeliz de tí! ¡Todo lo has aplicado a las Ánimas del Purgatorio, y
no has satisfecho todavía por tus pecados! ¡Cuando mueras, qué penas y
tormentos te aguardan!”
No dejaba de acongojarla este pensamiento,
cuando se le apareció Cristo Señor Nuestro, y la consoló diciendo: “Gertrudis, hija mía muy amada; no temas:
los sufragios que tú ofreciste a las Ánimas del Purgatorio, me fueron muy
agradables; tú no perdiste nada; pues en recompensa no sólo te perdono las
penas que allí habías de padecer, sino que aun aumentaré tu gloria de
muchísimos grados. ¿No había prometido yo dar el ciento por uno, pagando a mis
fieles servidores con medida buena, abundante y apretada? Pues mira, yo haré que
todas las Almas libertadas con tus oraciones y penitencias te salgan a recibir
con muchos Ángeles a la hora de la muerte, y que, acompañada de este numeroso y
brillante cortejo de bienaventurados, entres en el triunfo de la gloria”
Áncora
de Salvación
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