Consiste en que uno
tenga siempre delante de los ojos el temor de Dios, y nunca lo olvide.
Recuerde, pues, continuamente todo lo que Dios ha mandado, y mídete sin cesar
en su alma cómo el infierno abrasa a causa de sus pecados, a aquellos que
desprecian a Dios, y cómo la vida eterna está preparada para los temen a Dios.
Guárdese a toda hora de pecados y vicios, esto es, de los pensamientos, de la
lengua, de las manos, de los pies y de la voluntad propia, y apresúrese a
cortar los deseos de la carne. Piense el hombre que Dios lo mira siempre desde
el cielo, y que en todo lugar, la mirada de la divinidad ve sus obras, y que a
toda hora los ángeles se las anuncian.
Esto es lo que nos muestra el Profeta cuando
declara que Dios está siempre presente en nuestros pensamientos, diciendo “Dios
escudriña los corazones y los riñones” (Sal 7, 10). Y también: “El Señor conoce
los pensamientos de los hombres” (Sal 93, 11), y dice de nuevo: “Conociste de
lejos mis pensamientos” (Sal 138, 3). Y: “El pensamiento del hombre te será
manifiesto” (Sal 75, 11). Y para que el hermano virtuoso esté en guardia contra
sus pensamientos perversos, diga siempre en su corazón: “Solamente seré puro en
tu presencia si me mantuviera alerta contra mi iniquidad” (Sal 17. 24).
En cuanto a la voluntad propia, la Escritura
nos prohíbe hacer cuando dice: “Apártate de tus voluntades” (Ecli 18, 30).
Además pedimos a Dios en la oración que se haga en nosotros su voluntad.
Justamente, pues, se nos enseña a no hacer nuestra voluntad cuidándonos de lo
que la Escritura nos advierte: “Hay caminos que parecen rectos a los hombres,
pero su término se hunde en lo profundo del infierno” (Prov 16, 25), y temiendo
también lo que se dice de los negligentes: “Se han corrompido y se han hecho
abominables en sus deseos” (Sal 13, 1).
En cuanto a los deseos de la carne, creemos
que Dios está siempre presente, pues el Profeta dice al Señor: “Ante ti están
todos mis deseos” (Sal 37, 10). Debemos, pues, cuidarnos del mal deseo, porque
la muerte está apostada a la entrada del deleite. Por eso la Escritura nos da
este precepto: “No vayas en pos de tus concupiscencias” (Ecli 18, 30).
Luego, si “Los ojos del Señor vigilan a
buenos y malos” (Prov 15, 3) y “El Señor mira siempre desde el cielo a los
hijos de los hombres para ver si hay alguno inteligente y que busque a Dios”
(Sal 13, 2), y si los ángeles que no están asignados anuncian día y noche
nuestras obras al Señor, hay que estar atentos, hermanos, en todo tiempo, como
dice el Profeta en el Salmo, no sea que Dios nos mire en algún momento y vea
que nos hemos inclinado al mal y nos hemos hecho inútiles, y perdonándonos en
esta vida, porque es piadoso y espera que nos convirtamos, nos diga en la vida
futura: “Esto hiciste y callé” (Sal 49, 21).
“LA
SANTA REGLA”
San
Benito de Nursia
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