ASMODEO DEMONIO DE LA LUJURIA.
4°) El cuarto medio es la mortificación de la carne y de las potencias y
sentidos, medio no sólo útil, sino preciso y necesario,
porque, como advierte san Gregorio,
poco aprovechará vencer a los enemigos de fuera con la resistencia o con la
fuga, si dentro de los muros de la ciudad hay enemigos domésticos que la
entregan, entendiéndose con los contrarios que la cercan y asaltan. El traidor
más poderoso, contra quien debemos vigilar y observar sus movimientos, es
nuestra propia carne, que, desde que se rebeló contra el espíritu, apetece el
bien puramente deleitable que la pierde, y aborrece el bien honesto que le
aprovecha. De sí mismo dice el Apóstol,
experimentado en estas batallas, que castigaba su cuerpo, y lo reducía a la
servidumbre (I Cor.VI, 27): no hay que esperar que la razón lo convenza, ni que
le haga fuerza el precepto de su señor y dueño; es esclavo rebelde, que no obra
sino por temor del azote y del castigo.
Al
siervo malévolo, tortura y grillos, dice la sagrada Escritura (Eccles. XXX, 28);
y por el contrario: El que nutre con delicadeza a su siervo, después lo
experimentará contumaz (Prov, XXIX, 21).
Como la liviandad tiene su asiento en la
gula, débese mortificar la carne con la abstinencia y el ayuno, para que no
recalcitre y se precipite al torpe apetito.
El Angélico Doctor reparó que el apóstol San Pablo pone a la castidad como fruto y efecto de la mortificación
cuando dice: “En trabajos, en vigilias,
en ayunos, en castidad.” (II Cor. VI, 7). “Trata inmediatamente de la castidad,
dice Santo Tomás, después de las vigilias y ayunos, porque el que
quiera tener la virtud de la castidad, es necesario que se dé a los trabajos,
que insista en las vigilias, y que macere la carne con los ayunos.” “Con la saciedad
anda siempre la lascivia,” nota San Jerónimo,
y por eso quitando ese pábulo cesa aquel
incendio como dice Salomón en los Proverbios: “Cuando los leños fallen,
extinguiráse el fuego.” (Prov, XXXI, 20). El campo que no se cultiva y labra con el arado, produce espinas y
abrojos, decía San Nilo, y era dicho también de Santa Teresita de Jesús.
En la
guarda de los sentidos debemos ser muy precavidos, pues son las ventanas por
donde sube la muerte y se introduce a nuestras casas, como dice Jeremías (IX,
21). El primer sentido que debemos guardar es la vista; por ver Eva el fruto
vedado, tuvo principio nuestra ruina; por poner el príncipe de Siquem los ojos
en Dina, atrajo la ruina de su pueblo; por mirar la esposa de Putifar a José,
llegó a tan horrible descaro; por mirar Amnon a Tamar, se siguió tan grande
escándalo en Israel.
Estos ejemplos en que abundan las santas
Escrituras persuaden con eficacia, que el que desee guardar la limpieza del
alma, ha de ser cuidadoso en precaver los peligros de la vista.
Más veamos cómo discurre el angélico Maestro
en el particular. Sobre un célebre texto de Job, diserta así: “Lo primero en
el pecado de lujuria es el aspecto de los ojos con que se miró la mujer
hermosa, y principalmente la doncella; lo segundo es el pensamiento; lo tercero
la delectación; lo cuarto el consentimiento; lo último, la obra. Queriendo
pues, Job, excluir los principios de este pecado, para no ser envuelto en él,
dice: Formé alianza, es decir, afirmé en mi corazón, como se afirman los
pactos; con mis ojos, por cuyo mirar se llega a la concupiscencia de la mujer:
para, ni aun pensar en la doncella, esto es, no tocar ni el primer grado
interior que es el pensamiento, pues veía ser difícil, cayendo en el primero,
escapar de los demás, que son la delectación y el consentimiento.»
El segundo sentido o conducto por donde introduce Satanás
el fuego de la lascivia es el oído; por lo cual debe también guardarse con
cautela: Cerca tus oídos con espinas, y a la mala lengua no quieras oír, dice
el Espíritu Santo. El no cerrar los oídos a palabras y
conversaciones de mujeres, es inminente peligro de la castidad, aun cuando la
conversación sea honesta; por lo cual san Pablo decía: El enseñar, no lo permito a la mujer (I Timoh. II, 12), y esto aun
cuando fuese buena a instruida, y la razón la da santo Tomás explicando esas
mismas palabras: porque las palabras de la mujer inflaman y abrasan. Pues
si hay peligro en oír las cosas buenas y útiles, ¿qué será oírles cantar cosas profanas y amatorias en los saraos y
bailes que tanto se han introducido en las públicas costumbres?
Del
tacto, poco hay que decir, pues es como la sede de la liviandad a inmundicia, y
por eso dice la Escritura: Quien toca a la mujer, es como el que coje al
escorpión (Eccles. XXXI, 10); y en figura también se advierte que el que tocare
a la pez, se manchará con ella (Eccl, XIII, 1). Y de estos tres sentidos decía Santa Teresa: “Si
quieres ser casto, guarda la vista, el oído y el tacto.” Del gusto dijimos
hablando de la gula.
Del
olfato, aunque es el menos peligroso, dice no obstante el Crisóstomo:
“La fragancia del cuerpo, arguye que en
el interior se aposenta un ánimo inmundo y pestilente.”
R.
P. FR. ANTONIO ARBIOL
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