sábado, 12 de noviembre de 2016

REMEDIOS CONTRA LA LUJURIA (Mortificar la carne y los sentidos)


ASMODEO DEMONIO DE LA LUJURIA.


   4°) El cuarto medio es la mortificación de la carne y de las potencias y sentidos, medio no sólo útil, sino preciso y necesario, porque, como advierte san Gregorio, poco aprovechará vencer a los enemigos de fuera con la resistencia o con la fuga, si dentro de los muros de la ciudad hay enemigos domésticos que la entregan, entendiéndose con los contrarios que la cercan y asaltan. El traidor más poderoso, contra quien debemos vigilar y observar sus movimientos, es nuestra propia carne, que, desde que se rebeló contra el espíritu, apetece el bien puramente deleitable que la pierde, y aborrece el bien honesto que le aprovecha. De sí mismo dice el Apóstol, experimentado en estas batallas, que castigaba su cuerpo, y lo reducía a la servidumbre (I Cor.VI, 27): no hay que esperar que la razón lo convenza, ni que le haga fuerza el precepto de su señor y dueño; es esclavo rebelde, que no obra sino por temor del azote y del castigo.

   Al siervo malévolo, tortura y grillos, dice la sagrada Escritura (Eccles. XXX, 28); y por el contrario: El que nutre con delicadeza a su siervo, después lo experimentará contumaz (Prov, XXIX, 21).

   Como la liviandad tiene su asiento en la gula, débese mortificar la carne con la abstinencia y el ayuno, para que no recalcitre y se precipite al torpe apetito.  El Angélico Doctor reparó que el apóstol San Pablo pone a la castidad como fruto y efecto de la mortificación cuando dice: “En trabajos, en vigilias, en ayunos, en castidad.” (II Cor. VI, 7). “Trata inmediatamente de la castidad, dice Santo Tomás, después de las vigilias y ayunos, porque el que quiera tener la virtud de la castidad, es necesario que se dé a los trabajos, que insista en las vigilias, y que macere la carne con los ayunos.” “Con la saciedad anda siempre la lascivia,” nota San Jerónimo, y por eso quitando ese pábulo cesa aquel incendio como dice Salomón en los Proverbios: “Cuando los leños fallen, extinguiráse el fuego.” (Prov, XXXI, 20). El campo que no se cultiva y labra con el arado, produce espinas y abrojos, decía San Nilo, y era dicho también de Santa Teresita de Jesús.

   En la guarda de los sentidos debemos ser muy precavidos, pues son las ventanas por donde sube la muerte y se introduce a nuestras casas, como dice Jeremías (IX, 21). El primer sentido que debemos guardar es la vista; por ver Eva el fruto vedado, tuvo principio nuestra ruina; por poner el príncipe de Siquem los ojos en Dina, atrajo la ruina de su pueblo; por mirar la esposa de Putifar a José, llegó a tan horrible descaro; por mirar Amnon a Tamar, se siguió tan grande escándalo en Israel.

   Estos ejemplos en que abundan las santas Escrituras persuaden con eficacia, que el que desee guardar la limpieza del alma, ha de ser cuidadoso en precaver los peligros de la vista.

   Más veamos cómo discurre el angélico Maestro en el particular. Sobre un célebre texto de Job, diserta así: “Lo primero en el pecado de lujuria es el aspecto de los ojos con que se miró la mujer hermosa, y principalmente la doncella; lo segundo es el pensamiento; lo tercero la delectación; lo cuarto el consentimiento; lo último, la obra. Queriendo pues, Job, excluir los principios de este pecado, para no ser envuelto en él, dice: Formé alianza, es decir, afirmé en mi corazón, como se afirman los pactos; con mis ojos, por cuyo mirar se llega a la concupiscencia de la mujer: para, ni aun pensar en la doncella, esto es, no tocar ni el primer grado interior que es el pensamiento, pues veía ser difícil, cayendo en el primero, escapar de los demás, que son la delectación y el consentimiento.»

   El segundo sentido o conducto por donde introduce Satanás el fuego de la lascivia es el oído; por lo cual debe también guardarse con cautela: Cerca tus oídos con espinas, y a la mala lengua no quieras oír, dice el Espíritu Santo. El no cerrar los oídos a palabras y conversaciones de mujeres, es inminente peligro de la castidad, aun cuando la conversación sea honesta; por lo cual san Pablo decía: El enseñar, no lo permito a la mujer (I Timoh. II, 12), y esto aun cuando fuese buena a instruida, y la razón la da santo Tomás explicando esas mismas palabras: porque las palabras de la mujer inflaman y abrasan. Pues si hay peligro en oír las cosas buenas y útiles, ¿qué será oírles cantar cosas profanas y amatorias en los saraos y bailes que tanto se han introducido en las públicas costumbres?

   Del tacto, poco hay que decir, pues es como la sede de la liviandad a inmundicia, y por eso dice la Escritura: Quien toca a la mujer, es como el que coje al escorpión (Eccles. XXXI, 10); y en figura también se advierte que el que tocare a la pez, se manchará con ella (Eccl, XIII, 1). Y de estos tres sentidos decía Santa Teresa: “Si quieres ser casto, guarda la vista, el oído y el tacto.” Del gusto dijimos hablando de la gula.

   Del olfato, aunque es el menos peligroso, dice no obstante el Crisóstomo: “La fragancia del cuerpo, arguye que en el interior se aposenta un ánimo inmundo y pestilente.”


R. P. FR. ANTONIO ARBIOL

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