Dijo un célebre escritor, que, los hombres
somos tan necios que cuando no sufrimos males reales nos los creamos
imaginarios.
La imaginación se interna en la selva enmarañada
de la mezcolanza de acontecimientos de todo jaez y pronto halla efectivamente
algo que le llegue a servir de usina generadora de desdichas individuales,
familiares y sociales.
Dios todo lo hizo con peso, orden, número y
medida, pero el hombre se empeña en destronar el orden, en subvertir valores
sociales, intelectuales, morales y religiosos. Pone en lugar del elemento
imperioso de la virtud y el bien las barbaridades de su corazón mal inclinado,
y deja desorbitado a su espíritu que no tiene piedra, de toque ni regla fija,
para controlar los actos de su vida, a fin de que la conciencia descanse en el
justo medio de la virtud, evitando los extremos del defecto o el exceso.
Todo se discute, todo se subvierte, todo se
controla, aunque esté rubricado por la ciencia de siglos y por la tradición
autorizada; y de las discusiones que de ser serenas habría de brotar la luz,
brota, la confusión, porque donde sólo hay multitud sin criterio ilustrado y
sereno, necesariamente ha de producirse un caos.
Más todavía. Empeñados ciertos varones
graves en demoler todo lo subsistente, procuran sacudir la ignorancia de los
auditores por medio de novedades, y acontece en efecto que, basta qué una idea,
Un juicio u opinión se presente como novedad, para que sin mayor discusión se,
abrace, aunque sea nociva, y se rechace la sentencia anterior aunque sea noble
y, consolidada en la verdad. Se expanden las hipótesis, lo mismo que en las
vidrieras las últimas novedades de los lienzos y los modelos de zapatos.
Si a esto añadimos la inconsistencia
intelectual de las multitudes ilustradas febrilmente en mil materias que no
pueden prenderse sino con alfileres, para salir dé los apuros de un examen que
es muchas veces una parodia de prueba de competencia, deduciréis vosotros,
estimados auditores, a donde conducirá esta confusión cuando, sin estudios
profundos, se carece del criterio intelectual para poder discernir con rectitud
de juicio. Ricardo León pintando a
uno de estos sabihondos dice que;
Se
atiborra de lectura.
Cita
nombres, cita escuelas,
Parla
más qué un sacamuelas
Sin
substancia y sin mesura,
Presumiendo
de cultura
Da
lo soñado por visto,
Confunde
a Buda con Cristo
Dice
cuanto se le antoja
Y
con una paradoja
Ya
se acredita de listo.
Parla de todo; de arte, de literatura, de
economía social, política y doméstica; de ciencia, industria y comercio, y no
solamente de religiones y religión, sino que, en su atrevida ignorancia, se
encara insolente con el mismo Dios.
No hay duda de que, nuestra, época, que se
caracteriza por los descubrimientos de orden material, ha llevado a la
humanidad a un estada de ánimo tan angustioso, que, por momentos uno se
pregunta si el periodismo, las letras, las artes y la literatura en general,
tienen por meta de sus esfuerzos la consolidación intelectual y moral de las
masas, o sencillamente se hallan empeñadas en la obra satánica de hacer de la
humanidad un manicomio.
Quizás os parezcan de momento algo
exageradas mis afirmaciones; pero cuando rememoréis ligeramente la inanidad de
los artículos que se os brindan, cuando os cercioréis de la vacuidad de ciertas
piezas oratorias y descubráis detrás de palabras ampulosas los perversos
instintos de un hombre que no tiene más Dios que su vientre; cuando consideréis
cómo en lugar de esparcirse la claridad de la verdad, se aumenta el
desconcierto en todos los órdenes de la vida humana, entenderéis sin duda que
los valores morales y religiosos decrecen, y que por ende, la humanidad marcha
en esta forma a rubricar el último capítulo de su ruina. No digo esto para
sembrar pánico en los ánimos, sino sencillamente para instar a la reacción por
los medios que la experiencia ha confirmado como benéficos y conducentes para
el alto fin de la cultura y el espíritu.
No voy a encarecer ahora la necesidad de la
religión como cultura de la facultad religiosa inherente en el hombre. Todos
vosotros sabéis por experiencia que si esta facultad religiosa no se desenvuelve
en la verdad, se desarrolla ineludiblemente en el error. Pero quiero advertiros
cómo, empeñados unos ignorantemente y otros de un modo avieso, en combatir no
las religiones falsas o modalidades desorientadas del culto debido a Dios, sino
a la única religión verdadera, se ha llegado a tal multiplicidad de formas y a
tal grado de desorientación respecto de los conceptos de la divinidad y la
relación del hombre con Dios, que hemos de concluir dolorosamente no poder
concebirse mayor corrupción.
Si la corrupción de lo óptimo es la peor, la
corrupción de sentimientos y facultad religiosa da la
humanidad había de llegar a los hedores del mayor envilecimiento anímico.
Prueba de ello son las innúmeras
supersticiones en que cayó la humanidad cuando se desvió de los senderos
luminosos trazados por el Creador.
Para imbuirse el hombre
de la verdad religiosa no necesita dar muchos rodeos.
Así como para alimentar su cuerpo le brinda
Dios el alimento que alcanza alargando simplemente la mano apoderándose de las
carnes palpitantes de las bestias que lo rozan; asi como para apagar la sed que
lo devora se inclina suavemente a la vertiente o el arroyo y levanta en el
hueco de sus manos el límpido licor que refrigera; del mismo modo que, para ver
abre los ojos y los embriaga de luz; así para ingerir las verdades que son
alimento de la inteligencia se cerciora de la realidad, y, simplemente conociendo
la verdad de las cosas satisface el ardor del espíritu investigador.
La experiencia nos enseña que no basta el
conocimiento de Dios. Necesitamos de la robustez de su gracia para vivificar,
rehabilitar y conservar la virtud. Y he aquí que Dios nos brinda ese don
incomprensible pero evidentemente necesario, al cual por ser obsequio
enteramente gratuito o inmerecido de nuestra parte llamamos: gracia divina.
Pero estas verdades tan sencillas y tan evidentes no satisfacen
la orgullosa ignorancia de ciertas mentes ávidas de novedades.
De aquí que busquen recta o torcidamente
nuevas formas para satisfacer las ansias de sus espíritus inquietos y concluyan
por brindarnos como único valedero los engendros de: sus cavilaciones
arbitrarias e interesadas.
La tendencia innata del hombre para buscar a Dios es,
sana, pero la modalidad, la forma, el culto, es deforme, fuera del único y
verdadero culto universal.
Cosa admirable. Mientras los adversarios del
catolicismo se desgañitan en sus arengas y manchan abundante papel de imprenta
gritando que la religión ha muerto, entonan kilométricas loas a cualquier
parlanchín que se encarama sobre su audacia, para afirmar y esparcir las
sentencias de una nueva religión; y los que afirman que no creen en Jesucristo,
van admitiendo y venerando en su interior los ídolos de todas las hipótesis humanas
fantaseadas por mentes calenturientas, para morir decepcionados por la
inutilidad de sus esfuerzos personales, mediante los cuales esperaban alcanzar
la comprensión y contextura de los principios ,y modalidades de la religión divina.
Unos, se constituyeron como Mauricio Barrés en apóstoles de la
religión del divino egoísmo, y
negando toda fuerza sobrenatural y arrollando con la dulce esperanza de un
mundo mejor, ambicionaron deificar por medios puramente humanos el yo personal
con culto propio; otros se hicieron heraldos de la religión positivista y dogmatizaron que la única
entidad divina era el hombre empuñando las riendas de sus conquistas, sobre la
materia; cantaron otros las supuestas grandezas de la religión natural y laica, y afirman con Julio Simón que la sinceridad y la libertad habrán de lograrse mediante la fe en la Providencia, en la inmortalidad, y en la
práctica de la ley moral, para lo cual coadyuvará la oración del hombre. La religión del
comunismo sólo admite
responsabilidades ante el Todo y ante el hombre que es señor del Todo. La
religión del laicismo sostiene que
la vida, social y moral debe descartar todas las sentencias religiosas
tradicionales, y la religión sexual
afirma que el culto de la sensualidad es la fuente de las religiones en acción.
Freud se ha consagrado, según su
biógrafo Zweig, al estudio de la
religión inconsciente de la vida del alma.
Recordáis los que lleváis unos cuantos años
sobre las espaldas, cómo hasta no ha muchos años llamarle a uno, pagano, era la
mayor injuria que podía inferirse contra su cultura espiritual.
Hoy, gracias al conglomerado heterogéneo que
ha producido el libro audaz y el periodismo venal, se escucha esto epíteto no
sólo con indiferencia sino hasta con honra.
La escuela se ha encargado de hacer muchas veces,
aunque más no sea indirectamente, la apoteosis de los dioses del paganismo, al
exponer el desenvolvimiento de las mitologías en los recuentos históricos de
los pueblos bárbaros, y con esta base, los escritores, obsesionados por la
pasión del renombre, engalanaron con palabras melosas las vidas hediondas de
los dioses griegos, romanos y germanos. De aquí a las religiones nacionales no hay más que un paso.
Así se endiosa hoy en algunas naciones un nacionalismo extravagante cuya
finalidad consiste en derribar todo respeto a la suprema autoridad del catolicismo
mediante las armas de un inhumano orgullo nacional exclusivista, y por ende
falso. .
El pastor Haume propaló un cristianismo
sin dogmas pretendiendo que cada cual extractase del Evangelio la doctrina
que más se acomodara a su modo de pensar sin constreñirse a ninguna verdad definida
por la tradición y la autoridad de la Iglesia.
Hubo predicadores de la religión del sentimiento cuyos principios imponen que se
sacrifique en aras del mismo, la historia, la autoridad, la razón y la libertad
misma del, hombre. Lo histórico es transitorio
y mudable; dicen y por consiguiente hay que eliminar todos los elementos
que aporta la historia, aunque sean expresión real de sucesos que contribuyan a
la penetración de los principios, religiosos,
Unirse a Dios en él santuario del corazón,
he aquí dice la verdadera religión.
Fuera pues, las verdades inmutables, y los
acontecimientos de la historia, gritan con su caudillo Augusto Sabatier aunque de la Historia se puedan sacar lecciones
qué entrañan un profundo significado de experiencia, para él futuro progresivo
de los individuos y de las sociedades.
Los
racionalistas derriban de su sitial sagrado a la cruz para colocar en su
lugar a; la autonomía de la razón, como si la razón humana fuese la medida de
la verdad en todas las cosas; como si fuera el único medio de cognoscibilidad; como
si la razón no tuviera una barrera en lo misterioso, y como si limitada como
es, hubiera de penetrar y abarcar a la infinita razón divina, y exigirle que
sujetase la creación, conservación y desarrollo de las fuerzas, leyes y plan
del universo, a los conocimientos de la misma. Esto es, señoras y señores, tan
superficial que, hasta sería ridículo discutirlo.
Yodl se encarama como pontífice de la religión de la moral y dice:
no queremos culto sino cultura. Como si el culto no fuese sencillamente expresión exterior de la cultura religiosa de la inteligencia, de la voluntad y del
corazón.
Hay que reemplazar, dice, los dogmas de la
fe con la ley moral, para ofrecer
como magnífica eflorescencia la perfección autónoma de la personalidad.
Asidos al principio de autonomía, sostenido
por Kant y Fichte, no admiten el yugo de ninguna ley extraña al hombre, ni
humana, ni divina.
La ética que regirá los destinos de la
persona humana será enteramente independiente…
“Los herejes de hoy”…Continuará en la parte
II
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