¿A
quién se le oculta, Venerables Hermanos, ahora que los hombres se rigen sobre
todo por la razón y la libertad, que la enseñanza de la religión es el camino
más importante para replantar el reino de Dios en las almas de los hombres? ¡Cuántos
son los que odian a Cristo, los que aborrecen a la Iglesia y al Evangelio por
ignorancia más que por maldad! De ellos podría
decirse con razón: Blasfeman de todo lo
que desconocen. (34) Y este hecho se da no sólo entre el pueblo o en la
gente sin formación que, por eso, es arrastrada fácilmente al error, sino
también en las clases más cultas, e incluso en quienes sobresalen en otros
campos por su erudición. Precisamente de aquí procede la falta de fe de muchos.
Pues no hay que atribuir la falta de fe a los progresos de la ciencia, sino más
bien a la falta de ciencia; de manera que donde mayor es la ignorancia, más
evidente es la falta de fe. Por eso Cristo mandó a los Apóstoles: Id y enseñad a todas las gentes. (35)
Y ahora, para que el trabajo y los desvelos
de la enseñanza produzcan los esperados frutos y en todos se forme Cristo,
quede bien grabado en la memoria, Venerables Hermanos, que nada es más eficaz
que la caridad. Pues el Señor no está en
la agitación. (36). Es un error esperar atraer las almas a Dios con un celo
amargo: es más, increpar con acritud los errores, re- prender con vehemencia
los vicios, a veces es más dañoso que útil. Ciertamente el Apóstol exhortaba a
Timoteo: Arguye, exige, increpa, pero añadía, con toda paciencia. (37)
También
en esto Cristo nos dio ejemplo: Venid, así leemos que Él dijo, venid a mí todos
los que trabajáis y estáis cargados y Yo os aliviaré. (38) Entendía por los que trabajaban y estaban cargados no a otros
sino a quienes están dominados por el pecado y por el error. ¡Cuánta mansedumbre en aquel divino
Maestro! ¡Qué suavidad, qué
misericordia con los atormentados!
Describió
exactamente Su corazón Isaías con estas palabras: Pondré mi espíritu sobre él;
no gritará, no hablará fuerte; no romperá la caña cascada, ni apagará la mecha
que todavía humea. (39)
Y es preciso que esta caridad, paciente y benigna (40) se
extienda hasta aquellos que nos son hostiles o nos siguen con animosidad. Somos
maldecidos y bendecimos, así hablaba Pablo de sí mismo, padecemos persecución y
la soportamos; difamados, consolamos. (41).
Quizá parecen peores de lo que son. Pues con
el trato, con los prejuicios, con los consejos y ejemplos de los demás, y en
fin con el mal consejero amor propio se han pasado al campo de los impíos: sin
embargo, su voluntad no es tan depravada como incluso ellos pretenden parecer. ¿Cómo no vamos
a esperar que el fuego de la caridad cristiana disipe la oscuridad de las almas
y lleve consigo la luz y la paz de Dios? Quizás tarde algún tiempo el fruto
de nuestro trabajo: pero la caridad nunca desfallece, consciente de que Dios no
ha prometido el premio a los frutos del trabajo, sino a la voluntad con que
éste se realiza.
34. Jud 10.
35. Mt 28, 19.
36. 3 Re 19, 11.
37. 2 Tm 4, 2.
38. Mt 11, 28.
39. Is 42, 1s.
40. 1 Cor 13, 4.
41.1 Cor 4, 12s.
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