ASMODEO DEMONIO DE LA LUJURIA
3°) El tercer remedio, principalísimo, es la fuga de las ocasiones. Bien sabido es la prescripción del
Apóstol: Huid de la fornicación (I Cor.VI, 18);
y el Angélico Doctor,
comentando este pasaje, se explica de esta suerte: a Aquí debe notarse que los
demás vicios se vencen resistiéndolos; porque cuanto más el hombre va
considerando y tratando sus particularidades y detalles, tanto menos encuentra
en ellos motivo de delectación, antes más los repugna y rechaza; mas el vicio
de la fornicación no se vence resistiéndolo, porque cuanto más el hombre
desciende en esta materia a las particularidades, más se va encendiendo; y por eso se vence con la fuga, esto es,
evitando totalmente los inmundos pensamientos, y toda clase de ocasiones, por
lo cual en Zacarías (II, 6) está escrito: Huid de la tierra del aquilón, dice
el Señor. Y lo mismo está más ampliamente explicado en aquel libro de oro
del Combate espiritual, tan
apreciado de san Francisco de Sales,
que lo trajo por más de diez y ocho años consigo. Allí, pues, dando remedio contra
la sensualidad, se dice: “Contra este
vicio has de pelear con modo particular, y muy distinto de los otros; y así,
para que sepas pelear contra él en breve forma, debes atender las diferencias
de los tiempos, que son tres: antes que seamos tentados, cuando somos tentados,
y cuando ha pasado ya la tentación. Antes
de la tentación, la pelea se ha de enderezar contra los objetos que nos
ocasionan y motivan la tentación. Y lo primero, has de pelear, procurando huir
de ellos con gran cuidado, y de cualquiera otra persona en quien puedas conocer
la menor sombra o asomo de peligro; y siendo forzoso tal vez comunicar con
ella, debes hacerlo con todo acuerdo, con el rostro modesto y grave, y las
palabras sean antes ásperas que demasiadamente blandas y afables. Y no debes
fiarte en que tantos años como has gastado, no has sentido ni sientes los
estímulos de la carne; porque este maldito vicio suele hacer en una hora, y en
un momento, lo que no ha hecho en muchos años, y muchas veces dispone sus
máquinas ocultamente, y tanto más daña y hiere de muerte, cuanto más lisonjea y
procura hacerse menos sospechoso. Y muchas veces hay más que temer, como en
muchas ocasiones lo ha mostrado la experiencia, y lo muestra cada día, cuando
la comunicación se sustenta debajo de pretexto de cosas lícitas, como de
parentesco, de cortesía debida, y de alguna virtud que se halla en la persona
amada; porque en la demasiada, incauta e imprudente comunicación, se va mixturando
el venenoso deleite sensual, que pasando insensiblemente poco a poco a lo más interior de las almas, va
siempre oscureciendo la razón, de manera que empieza a hacerse poco caso, y a juzgar como nonada las cosas peligrosas, y
las palabras de cariño de una a otra parte , y el gusto de la conversación
viene a precipitarse en una conocida
ruina, o por lo menos en una tentación muy trabajosa y dificultosa de vencer.
Vuelvo
a decir que huyáis, porque sois una
estopa: no os fiéis de que la estopa está bien mojada y llena de agua de una
voluntad firme y resuelta, dispuesta antes a morir que ofender a la Majestad
divina, porque como la conversación frecuente es fuego, con su calor va poco a
poco enjugando y secando el agua de la buena voluntad que tiene esa estopa, y
cuando menos penséis prenderá en ella el fuego, sin respetar a parentesco, ni a
amigos, ni a temor de Dios; ni se les da nada de la honra, ni de la vida, ni de
todas las penas del infierno. Por tanto, huye, huye, si no quieres ser
desbaratada, presa, y lo que es más, muerta.” Hasta aquí ese precioso
libro. Esta doctrina está conforme con la de los Santos. San Agustín dice: “Contra el
ímpetu de la liviandad, emprende la fuga, si quieres obtener la victoria.”. San Jerónimo:
“En esta guerra, los cobardes vencen,” es decir, los que vuelven las espaldas.
Y el mismo Espíritu Santo, como vimos, dice: El que agrada a Dios huira de
ella, de la mujer (Eccles. VII. 27).
R.
P. FR. ANTONIO ARBIOL
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