domingo, 13 de noviembre de 2016

¿Habrá también otros que no tengan este pecado de impureza y que comulguen mal?




Discípulo: Escuche, Padre, ¿habrá también otros que no tengan este pecado de impureza y que comulguen mal?

Maestro.Sí, los hay: pero es más difícil, porque el que evita los pecados de impureza, generalmente hablando no comete otros pecados mortales, y si los llega a cometer, de ordinario no frecuenta la Comunión; mientras que deshonestos que quisieran encontrar conciliación entre el pecado y la Comunión, entre Jesús y el demonio, hay muchos.

Desgraciadamente hay otros también que, perjudican al prójimo en sus bienes, que denigran o que menguan la estima y el honor del prójimo; que escandalizan con modas indecentes, con conversaciones obscenas y libertinas; que frecuentan compañías peligrosas y lugares sospechosos, diversiones expuestas, etc.   

Todos los que saben que una cosa es mala y pecaminosa, y la hacen sin escrúpulo, pecan, y sabido es que estando en pecado no se puede comulgar, mucho menos frecuentar la Comunión; bien entendido que se trate de pecados mortales y ciertos.

Discípulo.¿Y si uno ignora sus pecados o no está cierto de haberlos cometido?
Maestro. — Entonces, este tal, que consulte al confesor, único juez en la materia, y sométase a su juicio.

Discípulo.¿Y si el confesor se equivoca?

Maestro. — Si el confesor se equivoca, allá él, ya se entenderá con Dios; el penitente, al obedecer no se equivoca nunca. Fíjate en el caso siguiente:

Cuenta el Padre Suárez que, estando, para morir un religioso anciano, que había sido administrador de los bienes del convento durante muchos años, se le presentó el demonio, y, haciéndole muecas de desprecio, le dijo:

— Muy bien, amigo mío; es cierto que tú has obedecido siempre ciegamente al confesor. Sábete que él se ha condenado y que tú le irás a hacer compañía.

El pobre anciano, al oír estas palabras, rompió a llorar amargamente, y apretando fuertemente el Crucifijo a su pecho, exclamó: — ¡Oh Jesús, dulce Jesús mío: si me he equivocado, ten compasión de mí!

Al pronunciar estas palabras siente una voz interior que le dice: ¡Anímate, hijo mío! Es cierto que tu confesor se ha equivocado; pero allá él... Tú has obedecido, y por esto tu obediencia será recompensada. Quién así hablaba era Jesucristo, que le tranquilizó, y así murió santamente.

Discípulo.¿Será así Padre?

Maestro. –– Seguramente, porque Jesucristo, al conferir a los sacerdotes el poder y el mandato de confesar, les dijo categóricamente: “Todo lo que perdonareis será perdonado, y todo lo que retuviereis será retenido”. Por tanto, si el confesor dice al penitente: “Vete a comulgar”, que vaya, porque hará bien; si, por el contrario, le dice: “No te acerques a comulgar”, no debe acercarse.

Discípulo. — Lo que usted me acaba de decir sobre la obediencia al confesor en cuanto a comulgar es tan sencillo que hasta los niños lo comprenden.

Maestro. — Cierto; es cosa sencillísima y que la comprenden hasta los niños; pero hay quien no la quiere comprender, porque razona con su cabeza y no con la del confesor, y, cerrado en su juicio, se forma una conciencia falsa, se engaña a sí mismo, acaricia sus remordimientos y se atreve a comulgar por capricho, por respeto humano, por egoísmo y por otras razones.

Discípulo.¿También tiene que ver en esto el respeto humano, el capricho, el egoísmo y cosas por el estilo?

Maestro. — Fíjate cómo se meten. Hay quien discurre así: Si yo no voy a comulgar, ¿qué dirá la gente? Y por este que dirá van a comulgar, aunque no estén preparados o teman con razón no estarlo.

Otros dicen: Si comulgo, me tendrán por bueno y honrado, se fiarán de mí, me alabarán, y así saldré ganando, pues de lo contrario perderé. Y así frecuentan la Comunión, aunque sepan que no están dispuestos.

Otros (y éstos son los peores, aunque no tan numerosos), dicen para sus adentros: — El Confesor me ha prohibido comulgar, no me deja ir... pero yo voy lo mismo. Y van, de verdad para contrariar al confesor.

Discípulo. — ¡Desgraciados!

Maestro. — Sí, bien desgraciados y quisquillosos, por no llamarles... pobres locos.

Discípulo. — Óigame, Padre. En cierta ocasión oí a un compañero que decía: “¿Para qué confesarse? ¿Acaso la Comunión no es mejor y de más poder que el pecado? pues entonces, comulgando, tarde o temprano, me apartaré del pecado. ¿Pensaba éste bien?

Maestro. Pensaba como un ignorante o como un maligno.

Discípulo. — Como maligno, no, porque era un simple.

Maestro.Si no pensaba voluntariamente mal, lo hacía con ignorancia, porque es verdad que la Comunión es Jesucristo y Jesucristo sabemos que siempre vence; pero entendámonos: Jesucristo vence siempre mientras nosotros pongamos o hagamos lo que está de nuestra parte, que es arrepentimos de nuestros pecados, huir y evitar las ocasiones, confesarnos bien, comulgar con fe y amor.
En estos casos, Jesucristo siempre vence, o sea, que la Comunión bien hecha nos aparta, nos libra, nos restablece de las malas costumbres y de los más grandes pecados; mas no al contrario.

Si la Comunión se ha hecho mal, servirá de veneno y tósigo, no de medicina; cada Comunión hará caer de abismo en abismo y de ruina en ruina; será un continuo enmarañamiento de la conciencia, madeja de confusión por los repetidos sacrilegios. Los que proceden así se asemejan a las zorras cazadas a lazo.

Discípulo. — Diga, Padre, ¿por qué?

Maestro.El lazo que se le echa a las zorras es un nudo al revés. Ellas, que son zorras y, por tanto, muy astutas, cuando se ven cogidas, para librarse giran rápidamente hacia atrás y hacen otro nudo; giran otra vez, y vuelven a hacer otro nudo; giran otra vez y vuelven a hacer el nudo, y así siguen. Creídas que van a librarse, se atan cada vez más, hasta que no puede dar un paso ni siquiera moverse, y quedan cogidas.

Discípulo. — ¡Pobres!

Maestro.Más pobres son los que se acostumbran a comulgar mal, confiados en que se librarán de los defectos, de los pecados y de los remordimientos. Son tontos que se engañan a sí mismos.

Cuentan los geólogos que en una isla del Pacífico hay una arena amarillenta dorada que, pulverizada con el oro, se presta fácilmente a engaño. Los inexpertos recogen aquella arena creyendo encontrar fortuna, pero, cuanto más avanzan, más se hunden, y, metiéndose hasta las rodillas, hasta la cintura, al no poder retroceder, quedan presos, víctimas miserables de su avaricia. Así sucede a los que se exponen voluntariamente a comulgar sin estar preparados: sin advertirlo, de tal manera llegan a sumergirse en el mal que ya no encuentran la salida, y son víctimas de su temeridad.

Discípulo. — ¡Cuánto mejor sería no acostumbrarse a comulgar mal!

Pbro. Luis José Chiavarino

COMULGAD BIEN


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