I.
Sólo engaño hay en el mundo. No se encuentra
fidelidad entre los amigos, ni caridad entre los parientes; por todas partes
reina el disimulo; todos disimulan sus sentimientos, ocultan sus proyectos,
buscan sus intereses y sus placeres. ¿En quién se podrá uno
confiar? ¿De quién no se habrá de desconfiar? Sin
embargo, ¡oh Dios mío! ¡Nos fiamos en el mundo que tan a menudo nos ha engañado,
y no en Vos que siempre habéis sido fiel a
vuestras promesas!
II.
No hay paz en el mundo; por todas partes reinan la
división y la turbación: los hombres guerrean unos contra otros y se rebelan
contra Dios con sus pecados; ¡concedednos esa paz que dais a vuestros
servidores y que el mundo no puede darnos!
Imita a
los santos, que viven sin turbación en medio del mundo, porque no están
animados por el espíritu del mundo, sino por el de Jesucristo.
III.
No existen en el mundo verdaderos bienes. Sus
favores son emboscadas que nos tiende para perdernos. Sus bienes no son sino
aparentes. Sus placeres siempre están mezclados de hiel y de amargura: nunca
han contentado ni a uno solo de sus partidarios; cuanto más se tiene, más
miserable se es. Renunciemos a un mundo poco fiel y siempre sospechoso:
Los pequeños
son en el mundo presa de oprobios, y los grandes de la envidia (San Euquerio).
Desprecio
del mundo. Orad por los jefes de Estado.
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