I.
Desde los tres años de edad, es decir, lo más pronto que puede, María se
consagra al servicio del Señor. Sus padres la ofrecen con gusto a Aquél que se
las había concedido accediendo a sus plegarias. ¡Dichosos
los que desde tierna edad comienzan a servir a Dios! ¿Qué esperas tú para darte a Dios?
Dale todo lo que tengas; nada perderás en el cambio, porque Él se dará a ti
enteramente. Es un cambio ventajoso abandonar todo por
un bien que es superior a todo (San Bernardo).
II.
María, en este día, ofrece al Señor todo lo que tiene, todo lo que puede hacer,
y todo lo que es; en una palabra, se da a Él sin reserva. ¿Imitas a María, tú que das a
Dios una partícula de tu corazón y que lo reservas por entero para el mundo y
para ti mismo? Quieres dividir tu corazón entre las creaturas y Dios;
es imposible. ¡Señor, es tardar demasiado no darme a un Señor tan bueno! Os
ofrezco mi cuerpo y mi alma, todo lo que tengo, todo lo que puedo y todo lo que
soy.
III.
María se consagra para siempre al servicio de Dios, y si sale del Templo es
solamente porque Ella es el templo vivo en que debe habitar Jesús. ¿No
es verdad acaso que te has presentado alguna vez a Dios para servirlo?
Pero, cobarde de ti, pronto te has cansado de servir a un Señor tan bueno: te
has retractado, con tus acciones, de la promesa que le habías hecho. Virgen
Santa, preséntame a tu Hijo muy amado; quiero ser todo de Él hasta el fin de mi
vida. En un cristiano, no es el comienzo, sino el
fin lo que merece elogios (San Jerónimo).
Pedid una verdadera devoción
a la Santísima Virgen. Orad por los que quieren abrazar la vida religiosa.
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