I.
Toda la
perfección del cristiano consiste en regular bien el interior. La virtud está en el alma y no en el
cuerpo; de tal modo nadie podría constreñirnos a cometer el mal, teniendo en
cuenta que no podría forzar nuestra voluntad. ¿Cómo usamos de nuestra libertad? ¿Somos
dueños de nosotros mismos? ¿No tomamos pretexto de nuestros empleos, de las
ocasiones a que nos encontramos expuestos, para excusar nuestras faltas?
Podemos ser
santos aun en medio de los impíos.
II.
¿Qué cuidado tienes de tu alma? ¿Cuánto tiempo
consagras cada día a tu salvación? Interroga
a tu conciencia. ¿No te responde que sacrificas tu alma a tu cuerpo, haciendo todo por
él y nada o casi nada por ella? Piensa cada
día, durante algunos momentos, en lo que debes y puedes hacer por la salvación
de tu alma.
III.
De todas tus
ocupaciones, no hay nada más útil que el cuidado de tu salvación, puesto que se
trata de una eternidad bienaventurada; ninguna tampoco más fácil, puesto que
todo depende de ti. No está en tu poder
adquirir una gran fortuna, ser un sabio distinguido, tener ingenio, o salud,
pero no depende sino de ti ser santo. Haz
lo que puedas y Dios te dará todas las gracias necesarias. Rompe las
ligaduras de las ocupaciones vanas, cuya ininterrumpida sucesión nos quita toda
libertad (San Euquerio).
Tened gran devoción a
la Santísima Virgen. Orad por los servidores de María.
Dichos de
San Edmundo (obispo y confesor)
“Amaría a mis enemigos
aun cuando me arrancaran los brazos y los ojos”
“Si viese el infierno
de un lado y el pecado del otro, antes elegiría el infierno”
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