I.
La caridad de San Carlos Borromeo se extendía a todas las necesidades
temporales y espirituales de su diócesis. Fundó hospitales, colegios y
seminarios; catequizaba y confesaba a los pobres. Y vosotros, hombres sin
corazón, ¡no pensáis sino en vuestra propia ventaja!
Hasta olvidáis a vuestras almas, para ocuparos únicamente de vuestros intereses
temporales. ¿Por qué eres tan mezquino con los pobres?
Sabe que las riquezas, que idolatras, no te harán dichoso sino cuando las
desprecies y las des a los pobres por amor de Jesucristo.
Las
riquezas dejan pobres a los que las aman, hacen ricos y dichosos a los que las
desprecian por Jesucristo (Guerrico).
II.
El amor a la oración de tal modo unía a este prelado con Dios, que a veces se
lo vio permanecer ocho horas seguidas en ella. Un
día, un hombre perverso le lanzó un tiro de arcabuz mientras oraba; interrumpió
su oración sólo para prohibir a sus servidores que persiguieran al criminal.
¡Cuán diferente a la vuestra es nuestra oración, oh
gran santo! La menor cosa nos distrae.
Obtenednos
(Señor) el espíritu de oración. Saber orar bien es saber vivir bien (San Agustín).
III.
Tanto aborrecimiento tenía para consigo, como caridad para con el prójimo. Sus
ayunos, sus disciplinas, sus peregrinaciones a pie, el cilicio que llevaba,
hasta en su lecho de muerte, son otras tantas pruebas de su austeridad. ¿Cómo tratas a tu cuerpo? ¿Acaso tú no desprecias las
mortificaciones que se imponía este prelado recargado de trabajos? ¡Ah! ¡Teme no sea que ellas te acusen en el día del juicio
final!
Practicad la caridad. Orad por el Colegio de Cardenales.
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