I.
Considera los efectos de la ira y aborrecerás este vicio. La ira o cólera te vuelve insoportable a ti mismo, turba
la paz de tu alma y arruina la salud de tu cuerpo; además, te hace odioso a tu
prójimo, porque nadie quiere conversar con un hombre que se arrebata por las
cosas más insignificantes.
¡He merecido yo el infierno
por mis crímenes y no quiero sufrir nada para expiarlos! ¡Los santos soportaron
el martirio por Jesucristo y yo me irrito por una palabra!
Si consideras que lo que te
contraría te sucede por la permisión de Dios, te someterás a sus órdenes sin
quejarte y sin dejarte llevar por la cólera.
Los
bienes y los males, la vida y la muerte, la pobreza y la riqueza, vienen de
Dios (Eclesiastés).
II.
¡Cuántas faltas no arrastra consigo la cólera! Las injurias, las calumnias, las enemistades, las muertes
y las guerras, son los funestos efectos de este vicio.
Para corregirte de él, acuérdate de la paciencia que Jesucristo te ha enseñado con
sus palabras y con sus ejemplos.
¿Acaso Dios echa
mano del rayo todas las veces que lo ofendes?
Nada emprendas, nada resuelvas en el momento de la ira; deja que
primero se calme la tempestad.
III.
Alguien te ha ofendido; vete a buscarlo cuando se ha calmado tu cólera, hazle
ver su falta con dulzura y caridad: te escuchará infaliblemente y reconocerá
sus yerros.
Reconcíliate con él lo antes posible; cuando
tuviere falta, no vaciles en prevenirlo. Si falta a su deber, ¿no faltas tú al
consejo que Jesucristo te da?; perdónalo, no sea que te vuelvas tú malo como
él.
¿Has recibido
una injuria? Perdona a fin de que no haya dos culpables.
Pedid a Dios la mansedumbre. Orad por los
que os hacen mal.
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