I. Las almas del purgatorio sufren la
pena de daño, porque están privadas de la vista de Dios. ¡Qué cruel es esta separación! La naturaleza y la
gracia los impulsan violentamente hacia Dios, pero no pueden llegar hasta Él.
Lo que les causa más pena es ver que su dicha es aplazada porque, en la tierra,
gozaron de algunos leves placeres que les estaban prohibidos. Ten piedad de estas almas y, con tus mortificaciones,
trabaja por retirarlas de esta triste morada.
II. Estas almas son atormentadas por el
mismo fuego que atormenta a los condenados, su pena es la misma; la única
diferencia está en que los condenados sufrirán toda la eternidad y las almas
del purgatorio solamente un tiempo. Puedes abreviar este tiempo con tus
oraciones, ayunos y limosnas. ¿Negarás esta caridad
a tus padres, a tus hermanos cristianos que te la piden? Oye su queja: ¡Tened piedad de mí, tened piedad de mí, por lo menos
vosotros que fuisteis mis amigos!
III.
Estas santas almas, sin embargo, tienen consuelos en medio de sus suplicios,
porque están resignadas a la voluntad de Dios que en ellas se cumple para
purificarlas, y porque ven, por un lado, el infierno que evitaron, y por el
otro, el cielo que las espera. Cristianos, aprended de ellas cómo hay que sufrir y pasad
lo más que podáis vuestro purgatorio en esta vida; sufrid con la misma
fortaleza y la misma esperanza que las almas del purgatorio. Señor, purificadme en esta vida, a fin de que después de
esta vida escape de las llamas del purgatorio (San Agustín).
Tened devoción por las almas del
purgatorio. Orad por su liberación.
EJEMPLO.
Tenía una pobre mujer napolitana una
numerosa familia que mantener, y a su marido en la cárcel, encerrado por
deudas. Reducida a la última miseria, presentó un memorial a un gran señor,
manifestándole su infeliz estado y aflicción; pero con todas las súplicas no
logró más que unas monedas.
Entra desconsolada en una iglesia, y
encomendándose a Dios, siente una fuerte inspiración de hacer decir con
aquellas monedas una Misa por las Ánimas, y pone toda su confianza en Dios, único
consuelo de los afligidos. ¡Caso extraño! Oída la Misa, se volvía a casa,
cuando encuentra a un venerable anciano, que llegándose a ella le dice: “¿Qué
tenéis, mujer? ¿Qué os sucede?” La pobre le explicó sus trabajos y miserias. El
anciano consolándola le entrega una carta, diciéndole que la lleve al mismo
señor que le ha dado las monedas. Éste abre la carta, y ¿cuál no es su sorpresa
cuando ve la letra y firma de su amantísimo padre ya difunto? ¿Quién os ha dado
esta carta? —No lo conozco, respondió la mujer, pero era un anciano muy
parecido a aquel retrato; sólo que tenía la cara más alegre. Lee de nuevo la carta,
y observa que le dicen: “Hijo mío muy querido, tu padre ha pasado del
Purgatorio al cielo por medio de la Misa que ha mandado celebrar esa pobre
mujer. Con todas veras la encomiendo a tu piedad y agradecimiento; dale una buena
paga, porque está en grave necesidad”.
El caballero, después de haber leído y
besado muchas veces la carta, regándola con copiosas lágrimas de ternura: “Vos,
dice a la afligida mujer, vos, con la limosna que os hice, habéis labrado la
felicidad de mi estimado padre; yo ahora haré la vuestra, la de vuestro marido
y familia”.
En efecto, pagó las deudas, sacó al marido
de la cárcel, y tuvieron siempre de allí en adelante cuanto necesitaban y con
mucha abundancia. Así recompensa Dios, aun en este
mundo, a los devotos de las benditas Ánimas.
Ejemplo tomado de la
NOVENA EN SUFRAGIO
DE LAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO
Áncora de Salvación R. P. José Mach.
S.J.
(Año 1949)
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