I.
San Barlaam deja la soledad y entra disfrazado a la corte de
Josafat para instruirlo en los misterios de nuestra santa
fe. ¡Cuán ingenioso es el amor divino! ¡Qué no hace
por la gloria de Dios y la salvación del prójimo! ¡Ah! cuán activo eres tú cuando se trata de tu honor o de
tu interés; nada hay que no emprendas entonces, nada que no lleves a cabo. Si
tuvieses un poco de amor de Dios, ¿qué no harías por Él? El amor nada encuentra difícil ni penoso (San Jerónimo).
II.
Josafat escucha de inmediato la voz del Señor que le habla por boca de San
Barlaam. Se convierte, viste cilicio, ayuna, ora a
Dios incesantemente y, provisto de estas armas, resiste a los halagos, a las
amenazas, a las violencias y a todos los ardides del demonio. Tú estás expuesto a las mismas tentaciones; no resistirás
a ellas a no ser que emplees las mismas armas. Ayuna,
vela, ora, mortifícate, el paraíso bien vale la pena de esto y mucho más.
III.
San Josafat, después de haber convertido a su reino para Dios, se retira a la
soledad para pasar el resto de sus días con su querido padre, San Barlaam, y para disponerse a la muerte. Cristianos, habéis trabajado para el mundo, para la
gloria y el placer, para las riquezas y la ciencia: emplead el resto de
vuestros días en la salvación de vuestra alma. Habéis
vivido entre las tempestades, es menester morir en el puerto (Séneca).
Despreciad
el mundo engañador y enemigo de tu alma. Orad por los Prelados.
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